domingo, abril 29, 2018

La era del vacío.

El título de esta entrada alude al de la obra de Gilles Lipovetsky, que habla del posmodernismo y, por ende, la he estado repasando para introducir en mi lista bibliográfica. Esta colección de ensayos data de los años ochenta y no llega a la época de las redes sociales y demás inventos contemporáneos, pero, no obstante, creo que de forma lúcida se anticipa un poco al hablar de las características de la sociedad actual. 
Las redes, las apps, las webs y toda esa retahíla de creaciones posmodernas pueden suponer un vacío o, en todo caso, el intento de llenar uno, en muchas ocasiones de forma artificial, incompleta. Y se devoran unas a otras, presas de la obsolescencia programada. Hace una década conocía a bastante gente que aún escribía en un blog como este, el cual yo sigo manteniendo, sobre todo, a través de un hálito romántico. Páginas y aplicaciones que me dieron muchas alegrías, que ya forman parte de mi memoria sentimental, son tan producto del pasado como puedan serlo las murallas del León romano. 
Las modas son caprichosas y ahora está en auge Instagram, donde yo también estoy sin que eso suponga para mí ninguna pretensión de estrellato, mucho menos de perspectiva laboral. Eso sí, todas las patologías de nuestro tiempo, esas ya apuntadas por Lipovetsky, se encuentran reflejadas allí. Ya no es solo narcisismo, son egos de hormigón armado que esconden vacíos pavorosos. Las batallas de trasladan al ámbito virtual, con pequeñas mezquindades, venganzas, traiciones y trampas.  No digo que el sitio sea malo en sí; si lo fuera, me bajaría del barco. En todo caso, tanto ese como otros se han convertido en el refugio de seres que pretenden tener una cohorte de seguidores, cuando, en realidad, mejor les vendría el contacto humano y presencial, de manera más reducida e íntima. Esa es una mejor vía para llenar el vacío, a mi entender.

lunes, abril 23, 2018

Bibliogra- día.



La primavera puede que haya llegado con retraso, pero ha llegado dando la chapa, qué duda cabe, travestida de verano. Tuve que sacar el polvo de las gafas de sol para aventurarme esta tarde a ver los tenderetes del Día del Libro. Había variedad, y buenas opciones. Incluso tenían un manga yaoi cerca de la literatura infantil, quizá creyendo muy inocente la estampa de dos chicos japoneses metidos en la cama, tapados con una sábana y desnudos (al menos) de cintura para arriba. ¡Así me gusta! Pero no, no compré nada. La semana anterior me han llegado dos necesarias monografías sobre Winterson y, además, la confirmación de un proyecto solidario del amigo Víctor, una antología de relatos. No compro a tontas y a locas, por no hablar de que dos de los ejemplares que pillé hace un año en Oviedo todavía los tengo a la mitad. 
No solo son las lecturas pendientes, también las relecturas. Ahí está el libro que he escogido como símbolo de esta efeméride, el Corydon de Gide. Tras un destacamento de búsqueda por mi propia biblioteca para engordar la bibliografía, encontré este volumen como una meritoria aportación al tema de mi tesis. Además, es un placer releerlo, un placer que no quita mucho tiempo. Los diarios de este autor también los empezaré en breve. He pausado por algunos días la escritura, cuestión de sentido común. Si de verdad quiero profundizar en el análisis crítico, recomendación insistente de mi directora, qué menos que empaparme de algunas obras básicas a las que todavía no había hincado el colmillo. A falta de confirmar la fecha del depósito, a falta de confirmar el tema de los artículos (la incertidumbre es parte consustancial del doctorado), mi tutora, antigua casera, ya me ha confirmado la existencia del año de gracia que no pretendo. Solo aspiraré a él si hay contratiempos, por ahora me veo motivado para pisar el acelerador y convertir el florido mayo en una carrera de fondo. Aviso de antemano por si nos vemos poco por aquí. ¡Feliz Día del Libro! 

domingo, abril 15, 2018

El liquidador.



Me resulta irónico que ahora, en la matraca diaria informativa sobre política, se haya puesto de moda hablar de los cursos de máster, las tesis, los TFM y los doctorados. A mí el máster no me lo regalaron, desde luego, y defendí mi trabajo final ante un tribunal público, con asistentes y con un presidente en alpargatas. Todo lo narré ya aquí en su día. También que, antes de que naciera, ya conocía la existencia del Máster en Literatura Española y Comparada, y que siempre quise hacerlo. De todos modos, si finalmente me monté sobre este tren en marcha no fue por placer sino porque, sin él, era imposible hacer el doctorado en el que todavía me encuentro. Ahora, con todas estas polémicas, regresé a la página del máster para ver cómo ponía que este año no se imparte al alumnado de nuevo ingreso. Vamos, que lo han parado. En coma. ¿O muerto? Sería una muerte prematura, pero, a fin de cuentas, también lo fue la del título en Cinematografía de Ponferrada. ¿Seré un liquidador de estudios? De eso bromeamos ayer. ¡Que me quiten lo bailao! La validez de estos títulos (oficiales o propios) no se pierde porque sus programas originales hayan desaparecido. 
Confío en que lo del máster solo sea un bache temporal. Y, si no, ¡no hay dos sin tres! Who is the next? Es casi imposible que se carguen el grado en filología, por su importancia estratégica a la hora de enseñar español a la gente de fuera. ¿Y mi actual doctorado? Creo que goza de buena salud, aunque, eso sí, yo hasta que no defienda la tesis no podré asegurar que, realmente, voy a terminar el mismo. Lo que sí está claro es que, incluso aunque no me dejasen defenderla, voy a acabar la tesis. Tengo ya un primer borrador y un primer listado de fuentes. En mes y medio, si bien los plazos no son fijos aún, lo que debo hacer es profundizar y pulir. No hay previsto encierro final para terminarlo, como bien se puede comprobar en la foto de arriba, que denota una noche rara y que, si no se alargó más, fue porque no quise. Qué irónico, también, que me haya tocado recuperar ahora, justo ahora, algunos momentos que se perdieron el curso pasado, desde todos los campos: etílico, sexual, social...