martes, febrero 08, 2011

Ocho y dieciocho.

Ya he terminado los exámenes del cuatrimestre, que no del mes. Próxima parada: 18 de febrero. Supongo que empezaré con este a lo largo de la tarde-noche, si es que logro desterrar la pereza. Superada (o no) esa prueba, me gustaría pasar unos días por la capital, aunque, a la vista de la boina tóxica que la recubre, quizá deba llevarme una mascarilla. No importa. En ciertos sentidos, su ambiente es mucho más respirable que el de León.
Y, bien, todavía hay profesores que se dan prisa para corregir. Aunque, eso sí, las rebajas también parecen haber llegado a las calificaciones, porque me ha resultado un poco tacaña mi nota. Un ocho-gocho es muy bueno para una asignatura de Lengua, no tanto para una de Literatura. Francamente, yo no se qué es lo que quería para subírmela. Pero es lo mismo. Ya me he dado cuenta de que la cosecha de este curso respecto a los profesores, con alguna excepción, es de garrafa barata. Solo hace falta analizar el esperpéntico examen que tuve ayer, cúspide de la cadena de despropósitos que de principio a fin ha sido esa asignatura.
En todo caso, no quisiera mostrarme muy negativo. Más bien me siento impaciente. Es algo común en todos mis compañeros, enredados en los procelosos mares del Aula Virtual, Secretaría Virtual y el Moodle ese. Ahora, algunos profes ya ni se molestan en colgar un papel en el tablón, con lo cual al menos se rebajan los deseos de competitividad, que en clases tan reducidas como la mía tampoco es que tengan mucho sentido.
Así que, en vez de quedarme esta tarde esperando dos notas, como quien espera a Godot, procuraré ir adelantando un poco para el 18, punto y aparte de esta racha que ha comenzado ni tan bien como pretendía ni tan mal como para que pueda citarse el recurrente término de crisis.

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