jueves, julio 14, 2011

LOS CERDOS. Entrega 37.

Jonás no había dispuesto de mucho tiempo para quedar con Penélope pues, como ella misma le señaló, se encontraba de paso y necesitaba hacer una serie de gestiones que la mantendrían ocupada durante buena parte de su estancia, sobre las cuales no quiso darle mayor información. Jonás descartó una típica cita de restaurante o cafetería, para buscar en el entorno de su barrio un lugar más significativo. No tuvo que recorrer muchas calles hasta dar con uno que le pareció como anillo al dedo: un antiguo matadero, abandonado tiempo ha, que recientemente había sufrido un proceso de transformación en centro de arte contemporáneo, dando un empuje decisivo para revitalizar la atmósfera cultural de la zona. De sala de despiece a museo, Jonás contempló esa curiosa evolución como perfecta para quedar con Penélope, algo no exento de un sentido del humor macabro en el que cada vez se estaba hundiendo más.

Sea como fuere, Penélope acogió bien el lugar de la cita, llegó sonriente y con un vestido muy veraniego, Jonás no recordaba haberla visto tan radiante aunque, quizá, era su propio estado de ánimo el que necesitaba sublimarla de esa manera después de una temporada de ausencia. Comenzaron a pasear por las diferentes galerías, con el rabillo del ojo fingían prestar atención a las obras si bien, en realidad, ese era el telón de fondo mientras aprovechaban el poco rato disponible en su conversación.

- ¡Este sitio es sorprendente!- exclamó ella- Es una pena que no pueda quedarme más tiempo, pero quería verte, aunque fuera de pasada.

- Bueno, Penélope, quizá dentro de poco tiempo podamos ver tus cuadros colgando aquí- sugirió él, con una sonrisilla adulona.

- Dudo que fuera en poco, Jonás… En fin. Creo que ahora me iré más tranquila. Se te ve bien, después de todo lo que pasó.

El rostro de Jonás se convirtió en una máscara que no expresaba sentimiento alguno, como si la mención que ella había realizado a un hecho inespecífico no le hubiera impresionado en absoluto.

- Se me ve bien- repitió Jonás- Bueno, eso es porque tú estás aquí. Solo faltaría que, para una hora que vamos a compartir, me deprimiera. Además, no quiero abusar del peloteo, pero hoy me resultas especialmente atractiva.

Penélope, riendo, se fijó en la etiqueta de un cuadro para evitar mirarle de frente.

- Me halagas, Jonás, pero, por otra parte, me pensé mucho si venir aquí a despedirme.

Él no se mostró demasiado sorprendido.

- Te vas, entonces.

- Sí. Bueno, veo que lo esperabas. Voy a desaparecer una temporada. Más corta o más larga… ¿Qué importa? Lo que resulte. Necesitaba verte, porque no estoy segura de que vayamos a encontrarnos otra vez.

Jonás, encarándola, le mostró una sonrisa que no escondía cierta burla.

- Según dónde te lleve el viento, ¿no?

- Si lo que quieres es llamarme veleta, lo asumo, puesto que lo soy…

- Gira, gira la veleta…- masculló Jonás en voz baja, mientras se dirigía a un banco para sentarse. Se había cansado de hacer el papel de turista cultural. Penélope le imitó.

- Me imaginaba que esta decisión podría defraudarte, por eso he preferido quedar contigo para que la supieras, no me conformaba con un correo electrónico.

- Cosa que te agradezco.

- El sitio al que voy está cerca de esta ciudad, en la sierra. Es un lugar para el retiro, no sabría muy bien cómo describírtelo.

- ¿Un sanatorio o una residencia para artistas?- aventuró Jonás con sorna.

- Veo que al menos no has perdido tu sentido del humor… Un sanatorio, una residencia, todo ello, lo único que puedo asegurarte es que voy de forma voluntaria.

Las pupilas de Jonás brillaron, en el sentido de haber descifrado algo en la críptica descripción de Penélope.

- No se si es una pregunta apropiada pero… ¿Acaso en ese destino te está esperando Al?

Penélope meneó la cabeza, sin dar a entender que la pregunta le hubiese resultado molesta.

- Jonás, él se encuentra bastante bien y, créeme, está deseando verte.

- Él no va a ir, pero ya ha estado. Fuera misterios, Penélope, ya se de qué lugar se trata.

Ella le acarició el pelo con ternura y una mueca algo descarada.

- No me esperaba menos de esta cabecita científica. Pues bien, ahora que ya sabes dónde encontrarme, es cuando me toca la desagradable tarea de pedirte que no me busques.

- ¿Por qué tendría que hacerlo?- replicó Jonás, a la defensiva aunque sin aspereza.

- Pues quizá porque tengas una muy buena intención, pero equivocada. Quizá quieras saber cómo estoy, en fin, visitarme como si fuera un hospital… Yo voy a ese sitio para olvidar todo mi pasado reciente, es la mejor manera de replantearse el futuro. Y en ese pasado, claro, estás tú, Jonás. Por eso necesito que no vayas. Por eso necesito paz, intimidad, y que evites venir, al menos hasta que te diga lo contrario. Ahora mismo, esto es lo mejor que puedes hacer por mí.

Sin preocuparse de cubrir la vajilla, los víveres o todo lo que pudiera haber por la cocina, Jonás empezó a gasear todos los rincones de la estancia, mientras en su resguardada cabeza sonaban los ecos de aquellas palabras que Penélope pronunció con una envidiable serenidad, de una manera firme que no dejaba lugar a interpretaciones secundarias. Los pocos insectos que se habían aventurado a salir de sus guaridas comenzaron a huir sin orden ni concierto. Jonás era consciente de que al principio la operación no iba a tener mucho éxito, pues los nidos de aquella raza invasora se encontraban en escondrijos insospechados, pero él se había obcecado, si no en vencer al primer asalto al menos en asestar un golpe en condiciones, por ello introdujo la manguera en cada ranura abierta que pudo encontrar, en el fregadero, y las cucarachas comenzaron a salir en tropel, como un pequeño batallón enloquecido, y las que no eran asfixiadas por lo general perecían bajo las suelas de Jonás.

Poseído de un violento frenesí, como un berséker sediento de sangre, el exterminador apuntaba a todo lo que se moviera y, persiguiendo a las fugitivas, ni siquiera respetó el santuario de su propia nevera y el congelador, repleto hasta el borde de paquetes de carne del cursillo, en ningún sitio podrían tomar refugio aunque eso supusiera un perjuicio para el propio atacante. No obstante, el gas comenzó a crearle problemas de visibilidad, y muchos insectos se le escaparon. Era una horda inabarcable, parecían salir a cientos y Jonás empezó a dar gracias porque, a fin de cuentas, eran inofensivos para él, como pudo comprobar cuando algunos comenzaron a subir por su mono. Se revolvió para quitárselos de encima, aunque se trataba de un esfuerzo poco productivo, mientras otros muchos comenzaban un éxodo a través del salón, en busca de lugares más seguros donde asentarse.

No hay comentarios: