domingo, mayo 25, 2014

Europa no queda lejos.

Acabo de votar en estas elecciones tan, a priori, impopulares. No en este barrio, donde tuve que hacer cola y todo, entre electores y electoras con una media de edad de unos dos o tres siglos (se me perdone el sarcasmo, pues no me he levantado de especial buen humor). En la mesa electoral, un doble de Enrique de Vicente buscó mi apellido, que debiera ser llamativo en esta ciudad, mientras el presidente de la mesa, con cara de no quiero estar aquí y un gesto bastante menos cálido que el que yo lucí cuando me tocó esa tarea hace una década, depositaba mi voto (¿pero no habíamos quedado en que ahora el voto ya se podía depositar personalmente?). 
Había tres policías, muchos me parecen para ese colegio de monjas reconvertido en electódromo, pero en el aire todavía resuenan los ecos de los funestos acontecimientos vividos en las últimas semanas en la ciudad. Parece que la abstención será menor aquí, mal signo pues ya pude comprobar personalmente a quién votan. A los barberos de becas... En fin, esta noche, ya en horario de Cuarto Milenio, comprobaremos los resultados. Y yo no solo me fijaré en los de España. ¿Para qué, si tengo pensado salir de aquí? No tengo confirmado aún mi destino, pero bien me fijaré en el posible auge de la extrema derecha xenófoba en los países nórdicos, con su populismo barato en plan de echar a los vagos sureños que van a haraganear a sus por otra parte poco acogedoras, al menos en el clima, naciones. 
Europa no me queda lejos. Vale que pasen de las elecciones aquellas personas que no se moverían de aquí aunque el paro subiera al cuarenta por ciento, y que estarán todo el día durmiendo la resaca del partido de anoche, pero a mí la Unión Europea sí me afecta, desde un punto de vista profesional. El próximo martes, en principio, saldrá un artículo de prensa en el que explico, si la periodista me entendió adecuadamente, por qué no voy a quedarme aquí. Si en todos los países se recorta, al menos en otros han tenido el criterio de no hacerlo en temas que, a la larga, podrían revertir no solo en beneficio de la comunidad nacional, sino también en el de su economía. Es lo que se llama visión de futuro. Yo procuro tenerla, y según ella planificaré el último mes y medio de curso que me resta. 

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