No se qué me afecta más en estos momentos, si el
sentimiento de culpa o el catarro. No debiera estar escribiendo aquí, sino en
las Jornadas Doctorales en Mieres. Sin embargo, en la misma tónica en la que
comencé el doctorado, matriculándome a destiempo, también envié a dichas
jornadas la inscripción pasado el plazo. Dado el carácter obligatorio del
evento, confiaba en que al menos nos enviarían la información relevante al
correo, pero no, todo quedó en ese espacio de múltiples recovecos llamado Aula
Virtual. Plazo: 27 de noviembre por la mañana, yo lo envío el 2 de diciembre
por la tarde. ¿Por qué? Bueno, el hecho de no tener internet en casa influyó en
parte, pero no en el todo. Debo confesar mi despiste, despiste que en León tal
vez no se hubiera dado. El ático de soltero me distrajo un poco, debo suponer,
además de todas las novedades de playa, Ikea, etc. Intenté enmendar el error,
eso sí. Envié la inscripción justificando en la medida de lo posible mi
tardanza, pero no hubo respuesta, porque no quisieron responder o porque el
puente ha sido bastante largo. En todo caso, no es el primer mensaje que queda
sin respuesta. No solo yo he pecado de informalidad. Ayer, mirando las listas
de admitidos, mi nombre no estaba ahí, como supuse. Un alivio, de todos modos,
porque no tenía el cuerpo para plantarme a las nueve de la mañana en Mieres.
Poca tragedia, no obstante. Son jornadas anuales, ya
podré ir el año que viene si no me han echado por mis novillos. En realidad,
¿qué sentido tenía asistir? Mi tesis está totalmente en pañales, poco iba a
poder contar sobre ella. Esta clase de eventos, si bien albergan interés,
entran en la lógica de Bolonia. Me libré de este plan en la carrera, pero no en
el doctorado. Esto ya no es en plan de encerrarse en el estudio a investigar,
todavía hay que aguantar la gaita de los créditos. Así sea, pero lo de hoy no
tiene remedio ya. Todo lo que pudo salir mal, salió mal. Y, como penitencia, en
uno de los bares de mi calle a los que suelo ir a mirar internet, y que también
tiene la ventaja de poder leer un par de periódicos sin tener que comprarlos,
me puso Hombres, mujeres y viceversa.
Programa este del que nunca había visto más de treinta segundos y que, para
colmo irónico y maléfico, presentaba a una mujer llamada Samira, y sus
pretendientes. Por lo poco que pude escucharla, considero que no merecía
ensuciar un nombre tan bonito y que ha tenido, y tiene, tanta repercusión para
mí. Que el programa era machista no era ninguna sorpresa, pero también llegué a
ver su homofobia a través de la aparición de un personajillo afeminado que se
dedicaba a juzgar la estética de los heterosexuales viriles. Una parodia, como
los sissies o fairies de las películas de Hollywood en los años 20, para hacer
reír a los espectadores. Después de eso, ya tuve suficiente de Samira y sus
admiradores. Marché, con la intención de no volver allí a partir de las 12:45
horas. En el primer mes del próximo año, mi intención es conectarme ya en casa
y no tener que depender tanto de conexiones ajenas. Eso contribuirá a evitar absurdos
fallos como el del día de hoy, el cual confío que a la larga se pueda compensar
de algún modo.
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