Si no fuera porque ha causado muertos, este tema de la gripe de nombre cambiante me haría gracia porque tiene ciertos rasgos chistosos. El otro día estuve en una clase de Listening, ya sabéis, nos ponen una cinta con varios ingleses hablando como si se hubieran tomado unas cuantas pintas en el pub. Y, cuanto más viejos son, más borrachos parece que hablan. El tema de uno de esos ejercicios era precisamente el Ébola y se decía que, pese a ser una enfermedad muy llamativa, cada año la gripe común mataba muchos miles más de víctimas. Pero, claro, es algo común, y por lo tanto no vende ni es proclive a salir en los informativos.
No es mi intención, pues, burlarme de de un virus que en el peor de los casos puede llegar a afectarnos; sin embargo, no puedo evitar una sonrisa al ver las fotos de esas estudiantes que llegan de Méjico con pañuelos de Snoopy, o similar, a modo de mascarillas. ¡Y luego nos reíamos de Michael Jackson! Claro que quizá mi problema sea que, en el caso de que haya viaje de final de carrera, nunca propondría un destino tan lejano. Mi primera opción natural sería Grecia, para ver in situ todos esos sitios de los que nos han hablado hasta la saciedad en la carrera. Allí lo peor que podría pasarnos sería que empezaran a quemar coches a nuestro alrededor, o algo así.
A mí no me preocupan tanto estos virus que surgen de vez en cuando, todos ellos relacionados con algún animal doméstico, como los otros que, por rutinarios, apenas atraen la atención de los medios salvo excepciones. ¿Por qué no se insiste tanto con el sida, una verdadera pandemia y para la que, a diferencia de la gripe del gocho, no hay vacuna? Pero no, se baja la guardia y apenas se recuerda el uno de diciembre. Y la verdad es que hay transmisiones que, aunque sean de otro tipo, no por ello son menos peligrosas. Ya que Méjico ha sido el foco del contagio, recuerdo hace un par de años que la revista Zero mostraba una encuesta en la que se decía que dos de cada tres mejicanos varones no compartiría domicilio con un gay. ¡Vaya! Pues, que se sepa, hasta ahora no se ha demostrado que la homosexualidad sea una enfermedad contagiosa. Antes podría serlo la intolerancia, y esta sí que provoca muertes, no solo un centenar por año. De ahí que, cuando el año pasado vi ese peñazo de peli llamada El cielo dividido, me sorprendí al ver que los dos manitos se comían la boca en público como si estuvieran en la calle Pelayo. No se quién tendría más razón, si la encuesta o la película, en todo caso reconozco que yo en su día también canté lo de Matarile al maricón...
En fin, pues si de aquí a un tiempo yo también me veo con la mascarilla, me arrepentiré de estas líneas; el caso es que ahora solo me preocupa la fiebre sintáctica y teatral, en la que me sumergiré hasta dentro de una semana. Y vosotros ya sabéis, si lo de la gripe ya os machaca en demasía vuestros oídos, aquí tenéis un enlace directo para presenciar muertes más inofensivas, puesto que son de ficción:
http://www.pigmaliontv.com/capitulo02.html
sábado, mayo 02, 2009
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