La segunda película que he visto trata también de amor, entre niños, aunque por supuesto el elemento sexual solo queda inocentemente sugerido. En contrapartida, es un filme mucho más estimulante que el anterior; de lo mejorcito que he visto este año, si no lo mejor. Se llama Déjame entrar, título que alude a unas de las reglas, no se si escritas o no, del vampirismo.
Pensaba que después de Crepúsculo ya no tendría ganas de ver una historia amorosa entre vampiros y humanos, esta vez cambiando el sexo a los protagonistas y quitándoles tres o cuatro años. Pero esto no es la adaptación cutrilla de un fenómeno de masas; es una película independiente nórdica, una pequeña joyita que triunfó con justicia en el festival de Sitges. Un cuento de hadas malévolo que refleja el tema, mil veces visto, desde una perspectiva original, dentro del marco de una gélida Suecia, no menos que cuando yo la visité el invierno pasado. No es propiamente una historia de terror, aunque tenga destellos. Mezcla diversos elementos con fortuna: el acoso escolar, algo de humor extravagante, etc. No es de extrañar que haya recibido las alabanzas de Guillermo del Toro. Por cierto, el director mejicano va a adaptar pronto El hobbit, y en la peli sueca hay un guiño hacia ese libro, que leen en clase. Si hubieran cambiado a la profesora por un hermano marista de acento argentino, la escena bien podría haber sido un calco de mi propia experiencia.
No quiero decir mucho más, porque no tengo tiempo y porque me gustaría que la descubrierais por vosotros mismos. Y, ya que la protagoniza un niño sueco, aprovecho para felicitar a otro, mi sobrino Marcelo, en su noveno mes de existencia.
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