miércoles, mayo 28, 2014

Come Duerme Muere.



El título de esta joyita, bastante premiada en festivales de peso pero que ha pasado desapercibida, habla de la supervivencia, de la lucha por la vida que llevan a cabo día a día un grupo de personas humildes en la bella región de Escania, Suecia. Rasa es una joven que lleva toda su vida en Suecia, aunque nació en Montenegro. Vive con su padre, a quien mantiene con su sueldo pues él tiene problemas para trabajar. Ambos residen en un pueblín, no demasiado diferente de Furulund, y ella se gana la vida en una fábrica empaquetando lechugas y otras verduras, del mismo modo que lo hacen algunos de sus amigos. Pero, como sea que la crisis afecta de forma global, se ve en la calle, obligada a reciclarse a través de un curso en la oficina de empleo. Vitalista por naturaleza, hará todo lo posible por encontrar trabajo, hasta que le llega una oferta de Malmö y debe abandonar su pequeño mundo para sumarse a la gran ciudad. 
He contado todo el argumento de la película, sí, aunque, en este caso, no creo habérsela destrozado a nadie. Es una historia sin ningún misterio, y universal. Es un filme realista, que lo mismo podría haber transcurrido en León que allí arriba. Especialmente recomendado para aquellos que tengan una imagen demasiado idílica de Suecia (nación que, por cierto, ha sido la única en enviar al Europarlamento a una diputada gitana y feminista. ¿Qué diría mi casero?). Los personajes son entrañables, si bien no les faltan prejuicios homófobos y xenófobos, también difieren bastante del sueco tolerante y culto que pudiéramos imaginar. A mí, que ya he estado viviendo allí, poco podría sorprenderme. El relato no insiste en el morbo y en la desgracia, antes bien tiene detalles de humor y un desenlace enérgico y esperanzador. Con todo, yo lo pasé bastante mal viéndolo, aun siendo consciente de que mi perfil se aleja rotundamente del de esos personajes imaginarios. 
A fin de cuentas, la película narra las penurias de un grupo de trabajadores con baja cualificación, los cuales, en cualquier país, son carne de cañón. Otra cosa es que, en países como España, donde la tasa de paro posiblemente doble la de la región de Escania, un arquitecto o un ingeniero no desecharan empaquetar lechugas si eso les sirviera para ir sobreviviendo. Yo lo haría, llegado el caso. Pero es un poco pronto para asustarse ante un hipotético futuro que no empezaré a planificar hasta que mi trabajo fin de máster esté defendido. Hasta entonces, vaya mi recomendación de este filme, como apropiado epílogo para las elecciones europeas. 

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