domingo, enero 28, 2018

Reflexiones sobre la perfección.


 Me refería hace una semana al régimen monacal, pero, en ocasiones, basta mentar algo para destruirlo casi al instante. Ni concienzuda labor de monje ni celibato voluntario ni nada de eso. Esta semana no ha ido en esa senda. ¡Y es una verdadera suerte! De hecho, uno de mis principales objetivos para este año ha venido a cumplirse pronto, antes de que acabara el presente mes. Tras constatar ese hecho, me queda una sensación de alivio y, por otro lado, también de cierto vacío pues... ¿Qué sigue ahora? Es evidente, tengo otros muchos objetivos, pero lo sublime, lo que nos parece perfecto, también abruma. ¿Se puede mejorar la perfección? Ya lo creo que sí, sobre todo desde una perspectiva amplia.



 No es el caso de una serie que terminé de ver hoy, Motel Bates. En ningún caso se pretendía mejorar el original de Hitchcock; de hecho, solo la última temporada coincide con la trama de Psicosis. Por ejemplo, la escena de la ducha. Una perfección que no es posible, ni necesario, superar. Así es la rosa, no la toques más. Pues bien, tuvieron la inteligencia de no repetir la escena original, sino de darle un toque posmoderno, queer y feminista, incluso. Eso me gustó. Por lo que respecta al desenlace, no es malo pero es conservador. Lógico, se trata de un producto televisivo, de una televisión generalista que no arriesga. No es un producto de autor  y ya me gustaría saber qué hubiera pensado Hitch del mismo. Nada se respeta, eso es evidente. Si incluso Poe ha aparecido como personaje en nefastas películas que le toman como excusa y yo mismo he vuelto a transformarme en él, ayuda mediante, para un toque nuevamente posmoderno en el que lee su propia obra y la de algún discípulo suyo.





No hago estas sesiones de Poe para pasar el rato, aunque, desde luego, es pronto para saber si el potencial de las mismas va a ser aprovechado en el futuro. Lo que sí se es que podría; no es un chiste, es una estrategia de trabajo tan válida como la del doctorado. A este último respecto debo señalar que el perfeccionismo también es una amenaza, pero no demasiado grande. Además, mi perfección no cuenta, creo. Para mí, perfección es entregar una tesis bien escrita; para las diversas personas que van a erigirse en filtros evaluadores, escribir bien es un plus pero lo que importa es investigar. No en vano se llaman tesis de investigación. Las ideas surgen, surgen, se modifican con la actualidad pero deben llegar a un desenlace. Puede que esté cerca, ahora mismo me temo que no puedo confirmarlo. Me encuentro algo indispuesto este fin de semana, serán cosas de abandonar el monasterio... Si puedo añadir algunas frases más al trabajo (hoy serán de mi cosecha, probablemente), podré dar por bien aprovechada esta semana. Y, si no, también. ¿Acaso no he rozado la perfección o quizá haya caído directamente sobre ella?

domingo, enero 21, 2018

Nieve y silencio.


 A lo largo de los últimos años, he podido ir viendo la evolución climatológica reflejada en un símbolo como el pantano de Luna, tan tristemente célebre a nivel de los medios cuando alcanzó solo un cuatro por ciento de capacidad, mostrándose desnudo cual páramo lunar. Muy lejos esa estampa de cuando lo contemplaba azul y orgulloso, rodeado de montes coronados de nieve. Ahora se ha recuperado un poco, aunque la sequía sigue siendo una amenaza. Parece un recordatorio evidente del cambio climático, al igual que el hecho de que cada vez nieve menos en la ciudad de León. Y no es que antes nevara como en el pueblo de Furulund, pero ahora se ha convertido en una verdadera rareza. Carne de Instagram, por así decir, y yo no iba a quedarme atrás, ahora que debo amortizar una cámara que no compré como mero capricho. Así pues, la semana pasada, en lo más álgido de la nevada, salí como un chiflado a documentar un momento fugaz. Fugaz, desde luego, porque ya por la tarde pararía y las calles estarían bastante más despejadas de su blanco manto. La estética no siempre concuerda con la comodidad de los peatones a la hora del tránsito.


 Así pues, aproveché el momento, que desconozco si volverá a repetirse en este año. Por lo demás, puedo decir que la cuesta de enero, el blue monday, la blue week o cualquier otro invento que se saquen de la manga lo estoy llevando bastante bien. En la misma lógica que ya había iniciado en Navidad, han sido unas semanas tranquilas, sin apenas novedades pero con sus necesarios momentos de ocio, en las que, no obstante, se van rumiando planes decisivos de futuro. He enviado el penúltimo capítulo de la tesis y estoy terminando el último. La tutoría se retrasará unas dos semanas más. El proyecto se está terminando a un ritmo lento, porque no necesita ser rápido, pero imparable. Además, ha habido y habrá reuniones y contactos familiares para preparar otros proyectos laborales, a medida que vaya concluyendo con este, incluso si no lo terminara este año. Anoche, extraño plan para un sábado, visioné el documental Walk with me, sobre la figura del maestro zen Thich Nhat Hanh y su monasterio Plum Village. Me gustó el valor que dan al silencio. El silencio no es un lujo, es absolutamente necesario, al menos en ciertas dosis. En Oviedo, por lo general, tuve silencio y, en ocasiones, lo sufrí. Aquí tengo algunas distracciones diferentes, pero el grado de silencio también es bastante aceptable para mi actual labor creadora. No me equivoqué en ese sentido. Temo perder ese precioso don si me traslado a un espacio propio pero, en todo caso, procuraré ser cauto en mi búsqueda y tampoco creo que vaya a perder del todo el contacto con esta habitación-celda-santuario que tantas alegrías me ha dado en tantos sentidos. Me quedo con una de las frases más bonitas del filme de ayer: El sonido también se puede provocar a través de una bonita sonrisa. O algo así.




domingo, enero 07, 2018

Pues Eso.



Después de una semana en la que, a ratos, me había transmutado en eremita, en islas de tiempo que me parecía bastante sensato albergar, el año acabó de manera similar. No salí en Nochevieja y no resulta grave. Es una noche bastante lamentable, por otro lado. Quedó ya muy atrás el tiempo de los cotillones y la barra libre. El hecho de ver al día siguiente las desastrosas noticias que ponían en la tele me confirmó la buena idea de no salir de casa. Y no es que fueran desastrosas por hablar de asesinatos y guerras, sino porque, enmedio de los asesinatos y las guerras, nos torturaban con noticias de nochevieja que, supuestamente, hablaban de celebración y fiesta, cuando en realidad eran una muy penosa muestra de comportamientos humanos. Ahora eso ya ha quedado atrás, junto con el resto de la Navidad. 
He continuado con el siguiente capítulo de la tesis, que entregaré el próximo día quince, esté bien o sea una basura; si por algo me he distinguido hasta ahora es por la seriedad en las fechas de entregas. Al menos quiero seguir destacando en eso. Aunque, puestos a buscar algo más en lo que distraerse, ahí está mi auto-regalo de Reyes, ese tocho cuya foto incluyo arriba. Perteneció a la biblioteca flotante de este cuarto, en versión antigua, y ahora he adquirido la última edición, a rebufo de la versión cinematográfica reciente, que solo adapta una parte de la historia.  Me gustaría pensar que en la continuación, la de los personajes adultos, vaya a aparecer un fragmento del libro que no incluyeron en la teleserie original. La parte adulta de la obra se desarrolla en los años ochenta, década que en el último filme sirve de escenario para la historia adolescente, masacrando un poco el éxito de Stranger Things. Había leído, no obstante, que Stephen King había incluido un episodio verídico de su localidad, un crimen homófobo que, en efecto, aparece muy temprano en la novela, después del famoso prólogo con el barquito de papel y el payaso Pennywise. ¡Todos flotan!
Leí ese trozo anoche (cuando tampoco salí) y me sorprendió gratamente aunque, claro, también me produjo escalofríos, mucho más agudos porque la maldad que se refleja es real aunque, en la obra, el escritor la conecte con el mal atávico, profundo, que envuelve a Derry. El amante del personaje asesinado, a fin de cuentas, exclama que todo el pueblo le parece responsable de ese crimen, que la esencia de  ese sitio es el mal, que toma la forma del payaso, en fin, ese Eso, valga la redundancia, que da nombre a la obra. Cierto que el episodio no tiene relación con ninguno de los personajes principales pero, si King lo colocó al comienzo del relato, por algo sería, dado su valor simbólico. Es algo que deberían tener en cuenta los adaptadores de la próxima versión al cine. No obstante, no creo que entre en sus cálculos comerciales... Lástima. Por lo demás, el bueno de Stephen nunca decepciona, aunque yo no sea tan fiel seguidor como el amigo Víctor. Me sumergiré en la magna obra mientras descanso de buscar artículos de bibliografía, que en muchas ocasiones no hacen más que decir la misma cosa, o decir la misma cosa con palabras raras. En un año en el que debería reducir el número de libros adquiridos, al menos hasta que disponga de otro espacio en el que almacenarlos, este, que no es precisamente de bolsillo, me ha parecido una muy buena primera entrada en la lista.