domingo, septiembre 28, 2014

La saga continúa.

Esta semana, además del ambiente festivo de estas fechas, ha sido eminentemente familiar, porque ha coincidido la visita de mi hermano Pedro como guía de un pequeño grupo de visitantes de Suecia, así como el nacimiento de mi sobrino Oliver (¿u Óliver? Me imagino que depende de la españolización o no del nombre). En todo caso, y aunque todavía no le conozco en persona porque tiempo habrá para hacerlo sin agobiar mucho, es un motivo de alegría y felicidades a Gui y Bea, pese a que su nueva tarea tal vez les impida acudir a mi improvisada celebración de cumpleaños, como sucedió el otoño pasado. 
Ya es mi tercer sobrino, las sobrinas no abundan, así que el hecho en sí no es novedad, pero sí el que haya nacido en España, en León, y por lo tanto vaya a tener más contacto con él. Cierto que viene al mundo justo cuando yo quiero ir a vivir a otra ciudad, en todo caso no se puede decir que medie un abismo de distancia entre las dos regiones vecinas. El siempre irritante asunto de buscar piso puede tener una solución cómoda y satisfactoria en cuanto que mi tutora tiene uno en proceso de renovación para alquilar, a partir de noviembre. Por lo demás, una vez que mi admisión en el doctorado es oficial, me encuentro esperando a que me envíen la matrícula para que la pueda abonar aquí y devolverla escaneada. Están tardando un poco más de lo que creía, pero no deja de ser otro asunto burrocrático, dudo que vaya a constituir un problema de cara al inicio del curso. 
A ver si la semana que viene puedo afirmar que todos los trámites quedan formalizados, mientras continuamos con el espíritu festivo de los tradicionales tés morunos en las jaimas y demás. La saga continúa (blood of my blood), yo por mi parte me encuentro al comienzo del período de gestación de mi tesis. Lo que pueda suceder, al margen de esto, está en el aire. Mejor así, creo que se acerca una época de estimulantes novedades. Si me equivoco o no, me imagino que se podrá comprobar en la medida en la que continúe escribiendo en este espacio, que dentro de una semana cumple ocho añitos. Está hecho un chaval, también. 

sábado, septiembre 13, 2014

Crónicas burrocráticas.


Ayer hice un viaje a Oviedo, un viaje breve cuyo objetivo principal era solucionar el embrollo de la matriculación en mi doctorado, una vez que la admisión en el mismo ya es un hecho, como pude comprobar charlando allí con una de las coordinadoras. Era consciente de que desplazarme allí no iba a asegurar que me matricularan en el acto, pero imaginaba de todos modos que el viaje no sería baldío. Y no lo fue. La ruta del autobús a través del puerto de montaña siempre deja unas vistas impresionantes. Y, si a las once había llegado allí, a las once y veinte, rodeando un poco, entré al edificio central o histórico de la universidad. A las once y media ya me habían atendido. En el Centro Internacional de Posgrado tenían un jaleo considerable, pero sobre todo para los cursos de máster. En la sección de doctorado la consulta fue inmediata. Que si mis documentos no habían llegado, pese a que la profesora que los envío luego me enseñó el mensaje personalmente... En todo caso, después de comprobar cómo las llamadas telefónicas al centro no eran respondidas, siempre me parece más positivo plantarse allí y que al menos te vean la cara, saliendo del anonimato. Apuntaron mi nombre y teléfono, diciendo que me llamarían la semana que viene para enviarme las cartas de pago y que no tuviera que regresar solo para eso. En teoría el plazo acabó ayer, pero es lo mismo. En el máster ya me matriculé a mitad de curso. Esta flexibilidad tan española me está beneficiando, ya lo creo. 
Al margen de la burocracia, lo más relevante para mí del viaje fue el tiempo que pasé en el campus de Humanidades, o del Milán (vaya vuesa merced a saber por qué le llaman así). Ya lo había visitado en el fallido intento de aprobar el TOEFL, pero lo de ayer fue mucho más significativo, porque lo hacía ya como miembro de la universidad, doctorando admitido pero no formalizado. Lástima que el calor que no hizo en agosto apareciera ayer, me hizo recordar ese fin de semana en el que estuvo lloviendo continuamente en la ciudad... Me pasé por el aulario, el edificio departamental, y por supuesto la cafetería donde hice tiempo hasta que la coordinadora estuviese disponible. Ella, que no solo ha hecho todo lo posible para ayudarme con las gestiones sino que me resultó muy simpática, me llevó al Centro de Estudios de Mujeres (no recuerdo ahora mismo si el nombre concreto es así, pero lo sería en esencia). Estuvimos charlando, todavía no con mucha profundidad sobre el doctorado porque tiempo habrá para ello. 
Comí en el llamado Bulevar de la Sidra, calle Gascona, pero no, no tomé sidra. Estaba deshidratado, preferí agua fresca. Tiempo habrá, asimismo, para la sidra. Descartando la Competencia, que ya en León tenemos cuatro (y allí dos, por lo que pude ver), fui a un sitio más tradicional, donde comí ensalada con quesos astures y solomillos al cabrales. Pasé también del cachopo. Demasiada carne, para mi gusto, preferí esos solomillos tan blandos que casi no había que masticarlos. Haciendo un poco de tiempo hasta que saliera el bus, fui a la cadena de cheap-drinking Copas Rotas. En León abrieron un local en el Húmedo pero, cuando se dieron cuenta de que allí lo de pagar por las tapas no se estila, cerraron. Yo no quería tapas, y estuve un rato allí, frente al ayuntamiento, donde estaban ya haciendo las pruebas para el pregón de las fiestas. Sí, llegué en plena preparación de las fiestas. Ahí está el cartel alusivo al que hice una foto, porque me llamó la atención y porque, en efecto, estaba muy en la línea del espíritu del doctorado. Nun seyas babayu! 
Yo no había ido allí por las fiestas, así que regresé al Alsa. La última ironía y/o coincidencia de la jornada, en el asiento de al lado había una mujer con el pelo teñido de rosa, pulsera con la bandera del arco iris y leyendo una especie de apuntes sobre un taller de diversidad sexual de un sindicato. Pocas veces he tenido un motivo tan obvio para entablar una charla. Sin embargo, la modorra post-viaje era un hecho, así como la falta de costumbre a la hora de establecer conversación con compañeros/as de asiento, con significativas excepciones como la de mi viaje a Lund. De hecho, suelo viajar en asientos aislados. No ayer, que tocó regresar al bus proletario. De todos modos, parecía muy centrada en sus papeles y sin necesidad de hablar con nadie, pues ya estaba hablando sola a ratos. 
Así, al margen de la burrocracia, ayer pasé unas horas visitando una ciudad en la que pretendo vivir, y en la que viviré a menos que haya cambios en contra de mi voluntad. Me fijé, muchas veces de refilón, en lugares en los que podría pasar bastante tiempo en un futuro cercano. Y, ya solo por eso, mereció la pena el viaje relámpago. Soy consciente de que establecerme allí requerirá esfuerzos, pero la sensación que ayer tuve en conjunto fue la de una satisfacción general por el devenir de los acontecimientos. Informaré una vez la matrícula esté completa y pagada, esta vez la sangría no será tan considerable como la del máster. Y, si hay que hacer otra visita como la de ayer, pues bienvenida sea, mientras no la haga a diario, como aquellos desquiciados viajes a Ponferrada tiempo ha. 

martes, septiembre 09, 2014

Bisexuales en serie.



Existe la teoría de que la libertad creativa y los grandes guionistas se han trasladado del cine a la televisión, lo cual no es más que otra hipérbole asociada a los mass-media. Por supuesto que en el cine sigue habiendo grandes películas, tan solo hay que molestarse en buscarlas: tanto en las producciones independientes, como en el cine comercial que no desdeña narrar una buena historia, sirva como ejemplo la última entrega de la saga X Men, que he visto recientemente. La diferencia, más que obvia, es que en la televisión hay más tiempo para desarrollar las tramas. La duración es variable, pero ver una serie completa puede llevar unas sesenta o setenta horas, dependiendo de las temporadas y de si es drama o comedia. La continuidad entre estas no siempre es un requisito, como puede verse en series como True detective. En otras, como la de la foto, al espectador no le queda otro remedio que fastidiarse esperando hasta la siguiente. Es lo mismo que sucede en Juego de Tronos solo que, en este caso, existe el problema de basarse en una saga literaria que todavía no ha concluido. Eso sí, la adaptación se toma bastantes licencias. Algunas de ellas para mejor, como la que tiene que ver con el título de esta entrada. 
Respecto a la libertad creativa, es verdad que la censura de la presión comercial parece ser menor en muchos de los proyectos televisivos, aunque en ocasiones eso desemboque en un exceso de desnudos gratuitos, por lo general de mujeres, cuando no en muestras de lesbian chic (asunto que pretendo abordar en mi tesis, es por ello que ya voy tomando ejemplos). Juego de Tronos ha sido vapuleada en ese sentido, no sin cierta razón por su exceso de escenas en burdeles, pero la verdad es que el sexo ya estaba en los libros de Martin. A diferencia de Tolkien, es menos épico y más humano: el erotismo y la escatología son comunes. Hay que agradecer, eso sí, que la serie muestre de forma más clara la orientación sexual de los personajes. El caso de Oberyn Martell, explicando su bisexualidad mientras vemos en escorzo el culo de su amante masculino, y junto a ellos su auténtica paramour se solaza con dos prostitutas, es antológico. Un personaje, además, que gozaba de las simpatías del público, y cuyo final se justifica en la línea de esa montaña rusa emocional que es Canción de Hielo y Fuego
Yo no veo muchas series, por razones de tiempo como señalé, pero procuro ver algunas que me recomiendan. No demasiado interesado en cuestiones realistas de mafiosos, narcotraficantes o demás ralea (aunque siempre hay excepciones), me fijé en Penny Dreadful (llamada así por las revistas sensacionalistas de la época), un totum revolutum de monstruos clásicos como Drácula, Frankenstein y su criatura, el hombre lobo, Dorian Gray, Jack el Destripador (un monstruo de persona, vaya)... No todos aparecen in situ en la primera temporada, pero hay referencias sutiles. Una amiga, que conoce desde dentro el mercado televisivo, me recomendó no ver esta serie, sugiriendo que era aburrida. Tiene razón. Hay escenas bastante lentas, con diálogos solemnes que cualquiera diría que han sido escritos por el mismo guionista de la última entrega de James Bond (y con la producción del director de esta, Sam Mendes). Pero también hay escenas de gran tensión, y cierta originalidad respecto a personajes ya muy vistos. En el caso de Dorian Gray, ya en la última versión fílmica se insinuaba su bisexualidad, pero en la serie se muestra claramente. Primero, de forma un poco obvia, durante una orgía. Y después, en un giro argumental que me dejó un tanto estupefacto. Lástima que se trate de un personaje periférico, que no participa en la trama principal. Se presenta bajo la figura del bisexual perverso, primo segundo de la lesbiana perversa, un ser ambiguo, que pervierte a quienes le rodean. Un demonio, en palabras de un personaje más ingenuo, el de la prostituta tuberculosa. Su escena bebiendo absenta en buena compañía me hizo añorar esa cena en Estocolmo con mi hermano Pedro, cuando en un restaurante francés dimos buena cuenta del brebaje, con su terrón de azúcar incluido. ¡Quién se tomara una absenta con el auténtico Mr. Gray, y no ese Mr. Grey de pacotilla del que Oscar Wilde seguro que se está burlando desde su tumba!


En fin. Ahora voy a dejar de ver series porque tengo asuntos pendientes más importantes. Esperaré a la quinta de GOT (por no hablar del sexto libro de la serie), a la segunda de Penny y confío en que la espera será menos larga para matricularme en el doctorado de la universidad de Oviedo. Sí, ayer fue fiesta en Asturias, pero hoy no, así que, por favor, aceleren un poco la burrocracia. Seguiremos informando.