domingo, diciembre 31, 2017

Cierre por demolición.


Acaba este año a la carrera, y bien está que acabe. Sin ser malo, no ha cumplido expectativas, ya me he referido a ello y también soy consciente de que en algunos campos mejor será rebajar un poco dichas expectativas. Me he permitido el lujo de tomarme un par de días de eremita esta semana navideña, sin importarme el qué dirán. Un freno necesario. No obstante, antes de ello nos desplazamos una vez más por Nochebuena; en esta ocasión a Astorga, ciudad milenaria y que, desde mi perspectiva personal, alberga cierto sentimiento fúnebre de escaso consuelo. Antes de llegar allí, comimos en El Capricho, y ahí estoy con mi neo-bigote de Poe posando delante de las bodegas, o casas de hobbits. 





 Hubo hotel y spa al día siguiente, para rematar el chuletón de buey comimos en Navidad el cocido maragato en Castrillo de los Polvazares, espero recordar bien el nombre del pueblo porque ya me satura tanta excursión. En todo caso, un sitio bien bonito, como se puede comprobar en la foto de abajo. 



 Tradiciones navideñas que no suelen fallar, aunque el año pasado no pudiera apuntarme, en este sí que retomé la saga de Star Wars, con la presencia de Yoda en la sala; el cual, ya en su versión fílmica, me ha dejado el que será mi lema para el próximo año: el mejor profesor el fracaso es. Cierto. No se si llegaré a defender la tesis o no pero tengo algo muy claro: voy a ganar de todas maneras. Incluso en el, ahora mismo, improbable caso de que me descabalgaran del doctorado en Oviedo, no solo el fracaso me haría aprender sino que, con todo el conocimiento que me ha aportado este proceso, el fracaso en realidad no existiría. Así pues, rescataré un poco del optimismo al que me refería en mi última entrada, deseando un feliz año. May the Force be with you. 



sábado, diciembre 23, 2017

La suerte relativa.


 Qué mejor manera de cerrar el año que en Oviedo. Este, el año en que he dejado de vivir allí, no obstante considero que ha sido el mejor en cuanto a mi estancia. Quizá me equivoque un poco, pero es la sensación que tengo. No quiero perder el contacto, ni con la región ni con las personas a las que he conocido allí. En el caso de Giovana, mi compi doctoranda, aunque en otra rama, me temo que se ha convertido en ex-doctoranda debido a los célebres y nefastos recortes que han terminado con su contrato. Tres años para esto... Y yo que creía que mi tesis iba un poco mal. La suerte es relativa, desde luego. A mí no me va mal, otra cosa es lo que pueda suceder el año que viene, si no me pongo en plan intensivo y con verdadero afán de cometer sacrificios que merezcan la pena. Sea como fuere, brindamos en el café Ópera con unos cócteles Madame Butterfly para que el optimismo no se pierda y el 2018 se porte bien. Ojalá sigamos en contacto, y que un día se venga de visita por aquí.




 También tuve la fortuna de coincidir el mismo día con Juanjo y, para celebrarlo, abandoné todo atisbo de dieta moderada y cenamos en el american diner Billy Bob. El entrante se superpuso al principal, con unos nachos obscenamente hundidos en mayonesa y queso fundido. Y, coronando, el sundae de postre, helado sobre galleta con chocolate caliente. En realidad, considero que la cena de Nochebuena debió de ser esa. No se qué vamos a tomar mañana pero, dado que vamos a un sitio con spa, creo que eso es un buen incentivo para moderarse y no lucir como un Papá Noel en bañador. En fin, esta fiesta de Pantagruel fue seguida al día siguiente por la verdadera razón de mi estancia, tutoría y después reunión. Ambas muy satisfactorias, ambas productivas. La tesis mejora, con ya unos dos tercios del total (fácilmente alargable). La reunión era para un congreso planeado para otoño, aunque podría celebrarse después de que, en el mejor de los casos, ya hubiera defendido mi proyecto. Nada imposible, salvo por la frustrante y ya expuesta sensación de que algunos de los complementos no dependen de mí. Pero mandaré todos los articulitos que sean necesarios. Felices fiestas, y felices aunque razonablemente saludables farturas...




domingo, diciembre 17, 2017

Duendes y pequeños engendros.

Si, en conjunto, cabe poca duda acerca de que este año ha resultado mejor que el anterior, eso no quita para que el catálogo de mezquindades se haya alargado hasta el último mes. Visitas que no fueron devueltas, personas que prometían más y actitudes que se dirían malvadas si no fuera porque, probablemente, reflejan carencias emocionales profundas. La verdad es que esta semana no ha tenido nada especial, ni tendría por qué, siendo la calma que precede a la tormenta y que antecede la tormenta. 
Pequeños engendros podría ser una traducción malintencionada de los little monsters, los fans de Lady Gaga, una legión fiel pese a las adversidades, de la cual yo conocí un insigne ejemplar durante el puente. Lástima que el divismo que desprende la figura de la artista, una actitud que a fin de cuentas tiene mucho de pose, se haya contagiado a pequeñas divas como esa. De hecho, fue una semana bastante saturada de divismo. Contuvo, además, reveladoras confesiones que yo no hubiese esperado, acerca de encuentros entre personas de mi pasado y de mi presente que yo solo había imaginado como hipótesis. Bueno, encuentros virtuales, cabría decir, pero mucho menos constructivos de lo que a mí me hubiese gustado. Más vale ser críptico en estos terrenos, salteando así asuntos de índole privada que, no obstante, quería dar salida de un modo u otro. 
Criaturillas pesadillescas antes de Navidad, los duendes, no de Papá Noel, y los monstruitos, a priori, parece que se van a tomar un descanso durante estas fechas. Mejor así. Las fiestas suelen estar bastante concentradas en lo que es su esencia, del 24 al 31, y resulta infrecuente que pueda mantenerme con el mismo nivel de energía todo ese período. No obstante, el 20 y 21 estaré en Oviedo, despidiendo el año en Asturias, al igual que hace un año regresé de allí por estas mismas jornadas. Teniendo en cuenta que en cuatro meses solo he tenido una tutoría, a la que se deben sumar la reunión preparatoria de un simposio y otra tutoría la semana que viene, desde luego que no hubiera parecido muy necesario seguir viviendo allí. El doctorado se basa, de manera importante, en los plazos y las esperas, y eso (junto a las abominables actividades de formación transversal) es lo que me resulta más detestable del proceso. Siento, por un lado, que podría haber hecho más; por el otro, que esto no es la carrera, que esto descansa en la incertidumbre del depender de muchas entidades evaluadoras externas, con criterios que pueden estar un millón de veces alejados de los míos. En todo caso, no voy a desplegar aquí un pesimismo pre-navideño. Lo único que puedo asegurar es que el periodo de exclusividad de la tesis llega a su fin. El plazo que me concedí a mí mismo concluye, y ahora toca afrontar las consecuencias.

jueves, noviembre 30, 2017

Poe, Take One.


 Este mes, que concluye hoy, ha resultado especialmente brillante en su comienzo, parte intermedia y desenlace. Esta semana, sin haberlo planificado mucho, tuvo lugar el inicio de un proyecto del que, medio en bromas medio en serio, habíamos hablado mucho: mi transformación, por así decirlo, en Edgar Allan Poe. Para ello pude valerme de dos factores básicos: la cámara, estrenada la semana pasada, si bien la del móvil también hubiera valido y, en especial, la presencia de mi amigo Álvaro como maquillador, campo en el que, desde luego, tiene bastante más experiencia que yo.




 No disponíamos de mucho tiempo, tampoco de mucho material o atrezzo; no obstante, bastó un rato para conseguir esta primera prueba, estas primeras instantáneas que, a decir de la gente a la que se las mandé, dan bien el pego. Aunque, claro, ya de entrada la mayoría de esa gente había reconocido mi parecido con Poe, por lo que pudo celebrar de buen grado el disfraz. En lo sucesivo se podrá ir perfeccionando y, además de la fotografía, incorporar vídeo, algo más complicado para mí pero que puede otorgar muchas más posibilidades y alcance.



Esta sesión se justificaría tan solo como parte de un proyecto artístico, pero va mucho más allá. Si este mes he dado un paso clave para desarrollar la opción laboral con mayor salida, que es la docencia (en varios niveles), no por ello voy a abandonar otras salidas, como los planes más artísticos y creativos, que también son trabajo y también, si son bien dirigidos, pueden derivar en beneficios. El primer destino de mi Poe será, lógicamente, las redes sociales, pero ayer estuve pensando sobre todas las posibilidades, también comerciales, que podría sacarle y me salió una lista extensa, que iré apuntando a medida que se concreten. Afronto el último mes del año, pues, con bastante ilusión. Ahora ya solo queda una tutoría final para cerrar, algo que llegará no demasiado tarde, si todo va según lo previsto.

viernes, noviembre 24, 2017

Dos.

Hay mucho de lo que podría hablar desde mi última entrada, y también varias fotos más o menos bonitas que podría colgar. He estado en Valladolid, un viaje breve pero muy bien aprovechado, con posible continuidad futura. Hoy mismo ha tenido lugar un reencuentro y una nueva sesión de fotos, en el Musac. He ejercido tanto de fotógrafo como de fotografiado y para ello he estrenado la cámara que compré esta semana de Black Friday que ya se extiende a toda la Black Week. Ni tan black, vaya. Black monday and tuesday, de eso no cabe duda. Otra vez el otoño vuelve a golpearnos. Por segundo año consecutivo, el lunes decidió terminar con su vida una persona que previamente había pasado por la mía, de forma inconstante pero intensa. Aunque cabe señalar que su influencia podría haber sido mucho mayor si yo hubiese querido, o sabido, o podido. Me pilla ya un poco lejos, si bien no tanto como para que no me afectara. Me afecta, de nuevo con alguien a quien perdí la pista sin pretenderlo. Ahora está en paz. El lunes, precisamente, fue el Día Memorial Trans, que conmemora las muy numerosas, por desgracia, muertes que se han producido y producen en este colectivo, muchas de manera violenta. Mantener viva su llama es un acto de justicia y de reivindicación. Que la memoria nunca se apague. Este año va a llegando a su fin, y (hasta la fecha) no ha resultado tan devastador como el pasado aunque sí que ha asestado ciertos golpes, ante los que solo cabe cuadrarse y seguir adelante. Porque esta semana, además, he continuado creándome un presente aquí, siendo asesorado sobre clases de español, sobre la nueva cámara para preparar proyectos artísticos, etc. De todo ello hablaré en la medida en la que sea pertinente; hoy, en un día verdaderamente otoñal pero no tan lluvioso como sería necesario, quiero dedicar esta entrada a esa persona sensible, quizá demasiado para los tiempos que corren, que me acompañó en la fase final de la carrera y luego reapareció contándome todos sus proyectos, que ojalá no hubieran sido interrumpidos. Esto sí que es verdaderamente black, no la posibilidad de comprar hasta las doce de la noche.

sábado, noviembre 11, 2017

Regreso y performance.


 Tercera visita a Asturias desde el fin de mi estancia, segunda a Oviedo, si bien en realidad el verdadero motivo del viaje residía en el Centro Niemeyer de Avilés. Allí, desde primeros de octubre, había tenido lugar una exposición sobre la artista irlandesa Amanda Coogan, comisariada por mi directora de tesis, Luz Mar González Arias. No se por qué se habla de comisaria o comisario al referirse a la persona que organiza estos eventos pero, en fin, habrá que usar el término con propiedad. A Coogan ya la había visto en un congreso en Oviedo el año pasado, en el cual yo participé (a la espera de un próximo simposio con muy buena pinta, a cargo también de Luz Mar). Y, dentro de una muy previsible serie de hechos, trasladarme a León ha sido lo mejor que podía hacer, desde mi punto de vista, pero también me ha hurtado la posibilidad de asistir a varias actividades de gran interés por tierras asturianas. En el caso de esta exposición, se vio acompañada de performances, conferencias y proyecciones. No podía permitirme ir a todo, le dije a Luz Mar que asistiría a la clausura y allí estuve. Nueva visita a ese centro que, según la foto de arriba, a veces me recuerda a un huevo duro, a un corazón, a una vagina (con su maja desnuda)...



 Llegué el domingo pasado a las dos y media. Había reservado una sola noche en un hotel bastante económico y con buena relación calidad-precio, si bien, después de quedar in extremis con una amiga doctoranda allí, es bastante posible que la próxima vez ella me aloje generosamente en su casa. El caso es que, tras dejar mis cosas y tomar algo en la Tapina Sixtina, bar habitual de mis devaneos allí, fui hasta Avilés y adquirí la entrada para la Cúpula del centro.


No voy a colgar todas las fotos que tomé, no es este el espacio y ya lo hice en Instagram, por ejemplo. Coogan es una artista célebre por sus performances duracionales y, en concreto, la de ese día se había desarrollado por la mañana y, por la tarde, desde las cuatro hasta las siete. Qué duda cabe de que, aparte de un físico portentoso para llevar a cabo estas representaciones, debe seguir un entrenamiento acorde con la tarea. Había una significativa muestra de objetos, proyecciones y otros materiales relacionados con la carrera de Coogan, aparte, claro está, del evento central con su propia actuación, llamada Spit, spit, scrub, scrub



 Dentro de una escenografía que se ajustaba perfectamente a la estética de su performance, otorgándole una atmósfera todavía más hipnótica y sugerente, la artista permanecía en el centro, con ese vestido y fondo azul, realizando movimientos pausados mientras buena parte del público, incluyéndome a mí mismo, se apoltronaba en el suelo para asistir a tan magnética danza. Allí me encontré a Iván, un compañero doctorando que también es dirigido por Luz Mar y cuya tesis comparte ciertas temáticas con la mía. Él está fascinado con Coogan, no es para menos. En un acto de estas características, por otra parte, ya desde el principio te dan una pulsera para que puedas entrar y salir cuando te apetezca, cosa que yo hice para tomar un té y luego regresar para el final de su actuación, así como la clausura del evento. Ya había saludado y charlado un rato con Luz Mar por entonces.



 Tras sus discursos finales, además, Luz Mar y Amanda nos obsquiaron con un vino y piscolabis adjunto que me sirvió para no tener que tomar muchas tapas de cena en mi regreso a Oviedo. Dado que no pude quedar esta vez con mi amigo Juanjo, la merendola me resultó bastante conveniente. Y, tal y como me había indicado, Luz Mar me presentó a la artista antes de que me despidiera. ¡Tan simpática como atractiva, realmente se redoblaron mis ganas de visitar Irlanda tras esa jornada! Pero, de momento, me conformé con pillar el Dublinenses de James Joyce al día siguiente. En todo caso, hay un proyecto más cercano y relevante ahora mismo, que sería rescatar esa galería de arte virtual cuya idea surgió en Santander el pasado año, y de la cual ya teníamos hasta registrado el dominio web... Amanda Coogan se disculpó por haber secuestrado a mi directora pero, a la vista del resultado, lo doy por bueno. La conclusión de la tesis no solo depende de mí o de cuándo me corrija ella los capítulos, sino de otros factores sobre los que tengo poco control, como el tiempo de espera antes de la evaluación de mis artículos, la aparición de congresos en mi línea temática y que, lógicamente, me admitan... Ante la posibilidad de que el doctorado se alargue más, todavía, surgen proyectos paralelos, algunos más obvios y otros no tanto. Y, este de la galería, desde luego que bastante complementario a la tesis, siguiendo en cierto modo unas mismas pautas temáticas.



martes, octubre 31, 2017

Crónicas finlandesas, III.


 El último día de Helsinki no hubo Helsinki, en realidad. Dado que la jornada anterior ya había constituido una intensiva ruta por la mayoría de puntos de interés de la ciudad y que íbamos a salir al aeropuerto hacia la una, me limité a hacer el equipaje y disfrutar del hotel, que ya de por sí bien hubiera valido el viaje sin salir un momento de sus instalaciones. En el trayecto de vuelta, estaba todo muy medido. Demasiado, al parecer. El mayor contraste tuvo lugar entre el tiempo que debí esperar en el aeropuerto hasta que salía el avión a Amsterdam, de una a seis, y las cortas escalas para tomar el enlace a Madrid, y, una vez allí, llegar hasta el autobús para León. En el aeropuerto, ni siquiera aproveché ese tiempo sobrante para comprar souvenirs, bastantes llevaba ya. Tampoco para mí, no veía mucho sentido a comprar por comprar. Si acaso, un cuaderno de Tom of Finland... Pero solo tenían café. El vuelo de KLM, a diferencia del de ida, tenía comida, bebida (¡vino blanco nada menos!), incluso un té servido en uno de esos vasos de cartón tan monos como el de la foto.




 Supongo que lo mejor hubiese sido un vuelo directo, aunque no recuerdo bien si los había. De haberlos, hubieran encarecido el ya de por sí elevado pasaje. En todo caso, el primer vuelo llegó puntual, a diferencia del segundo. Una suerte. De haber perdido el enlace, las opciones básicas eran o bien sacar con urgencia un billete para el siguiente trayecto a España, o bien quedarme en Amsterdam reservando alojamiento sobre la marcha. Una opción apetecible, tras haber comprado la guía en Madrid, pero que ni llevaba preparada ni era adecuada para ese momento. No es mi intención viajar en solitario a esa ciudad, el año que viene veremos si surge una oportunidad factible para visitarla en plan bien. La ridícula estancia en el aeropuerto de la ciudad, de menos de una hora, me había traido en todo caso problemas a la hora de acceder a Finlandia. Sin embargo, ningún problema en los controles ni en los enlaces a la vuelta. Desplazamiento final hasta Madrid, con nueva ración de penne, así se llama, y más vino. Lástima que sucediera con una media hora de retraso, al menos.



Pequeños contratiempos que sirven para aprender. Esa noche hubiera querido dormir en Madrid, pero, siendo un día en apariencia normal, las reservas hoteleras estaban muy menguadas. Por esas cosas de la oferta y la demanda, una habitación de hostal en la que ya había estado, que por estos lares rondaría si acaso los 30 euros, allá se había puesto por 300. ¡Una locura absoluta! Y, si bien pensé en principio en avisar a algún amigo o amiga para que me alojaran, al fin me las di de confiado, pensando que llegaría sin problema al bus. Y, cuando no llegué, dado que era día laborable y la mayoría de coleguis allí curran, les pillé en la cama. Despropósitos en cascada, el avión llega tarde, luego toca esperar la lanzadera para la terminal y, para colmo, es en la T4 donde sale el Alsa, por lo que o me hacía la cola de taxis o me subia en el bus gratuito. Error. Más me hubiera valido hacer la cola. Llegué, lamentablemente, con solo unos cinco minutos de retraso. Así que tocaba hacer tiempo de una a cinco, y con una maleta que llevaba como una rémora en el caso de que hubiera querido tomar unas copas, por hacer algo. De todos modos, es Madrid, ciudad en la que he vivido varios años y a la que siempre vuelvo cuando tengo excusa para hacerlo. ¿Qué era pasar tres horas allí, aunque fuese de madrugada? Así podría ver la otra cara, la de la verdadera gente sin hogar, no como yo, que me vi sin hogar brevemente y por simple torpeza. Me hubiese planteado incluso ir a visitar la parroquia del Padre Ángel al lado de Chueca, esa que abre las 24 horas, pero no precisamente pensada en principio para viajantes con los esquemas torcidos. Todavía está el transporte público como no-lugar en esos casos. En búho me fui hasta el viejo barrio de Legazpi, añorando el viejo piso, valorando más que nunca lo que se pierde, admirando la capital dormida en esas calles, el vacío por el que comencé la ruta por el paseo de las Delicias hasta de nuevo Cibeles. Paseo largo para meditar y, una vez llegado a la meta, voilá, búho de nuevo a la estación de bus, que abría a las cinco, y bus a León a las seis. Por primera vez en el año, siesta. Aunque, ¿cabría hablar de siesta si no había dormido? Sueño atrasado, tal vez. Eso fue todo, cero dramas. Y esa fue la espinita que me quité del extranjero, a la espera de ver cómo planifico un año que podría ser crucial, el próximo.

sábado, octubre 28, 2017

Crónicas finlandesas, II.



La del martes 17 fue la única jornada completa en el viaje a Finlandia, así pues, LA jornada por excelencia que debía aprovechar de un modo u otro. 27000 pasos, ya lo dije. Incluyó los principales monumentos de Helsinki, la mayoría de los cuales también había visitado tiempo ha. En primer lugar, la catedral luterana, voy a valerme de estos rótulos para evitar nombres raros. Imponente sobre la plaza del senado. 

Visité luego la otra catedral, la ortodoxa, seguida de un paseo por la plaza del mercado, con sus puestos tanto de artesanía como de productos tradicionales del país. Todavía no me había entrado el hambre por entonces... Caminé por la gran explanada del centro, llegando hasta el barrio del diseño y por allí sí recalé en la socorrida oferta de un bufé oriental, de las más económicas que se podía encontrar salvando las grandes cadenas de fast-food que no llegué a pisar. Energía necesaria para quemar la tarde. Comenzando por la iglesia Temppeliaukio, esta vez no me ahorro el palabro, conocida como Rock Church por motivos obvios, quizá el lugar más visitado de Helsinki, frente a las catedrales, por su peculiar estructura excavada en la propia roca, su iluminación y acústica, que pude comprobar bien al estar un coro de chicas ensayando en el mismo momento de mi visita. 


 Otro lugar archifotografiado es el monumento a Sibelius, esta especie de bosque de tubos de órgano junto al busto del artista. Aunque lo que de verdad me impresionó fue el propio parque de Sibelius, espectacular en pleno otoño, como también me sucedió con el parque que rodeaba el lago Tölöö, del cual incluyo una bucólica estampa debajo. Naturaleza en plenitud, siempre en simbiosis con el espíritu de la ciudad. Lo que me hubiera gustado ver el atardecer en cualquiera de estos dos parajes... Pero se puso a llover, algo también bastante típico de Helsinki. Poco atardecer, entonces. Algunos lugares ya visitados estaban de obras, como el estadio olímpico y su torre panorámica, al norte. También en la zona norte se encontraba una sauna pública, alimentada con leña, digamos que un enclave turístico más por su autenticidad. Sin embargo, dado que no estaba seguro de que fuera a merecer la pena y de que ya el hotel contaba con su propia sauna gratuita, cambié de idea respecto a la decisión de no visitar ningún museo durante mi breve estancia.
 

 El Museo de la Historia de Finlandia, no se si se llama así pero el concepto es muy apropiado, me venía de camino y faltaba una hora para que cerrase. Buena manera de esquivar el chaparrón, remontándome desde la Edad de Piedra hasta el centenario de la independencia de Finlandia, en 1917, que se celebra este mismo año, pasando por revoluciones sociales como las relacionadas con el colectivo LGTB. Solo faltó Tom de Finlandia. Al salir, los horarios desde luego que no son parecidos a los españoles, todavía me dio tiempo a comprar algunos souvenirs antes de que cerrara la tienda. Casi todo imanes, por eso de que no abultan, casi no pesan y de que cada casa, por lo general, tiene nevera.



 Descartada la sauna pública y la posibilidad de despelotarme junto a algún rudo lugareño, la conclusión de una jornada tan larga como aprovechada fue en el pequeño spa del hotel, por fortuna desierto en todo el tiempo que permanecí en él. Así que sauna sin bañador, como hacen en la tierra. No tenía nadie con quien mostrar pudor.



 Finalmente, Paco y yo fuimos un rato al gimnasio, por eso de probar todas las facilidades, y menos mal que pasamos porque eso compensó un poco el sandwich poco ligero que cené. Ahí estamos en el bar, en una mesa que podría ser histórica porque ahí se fraguó un acuerdo que pudiera lograr grandes avances en el campo de la medicina. ¡Tiempo al tiempo! Aparte de ello, también sirvió para brindar por este feliz reencuentro, por otro viaje que sale bien, y por el futuro, por los posibles planes de futuro ya sean en el extranjero o no. Kippis!, como dicen allí.


martes, octubre 24, 2017

Crónicas finlandesas, I.


 Hace un par de semanas me salió una oportunidad al vuelo, nunca mejor dicho, y la aproveché, ¡ya lo creo! Era, imagino, la última ocasión para salir del país en este año, si bien de forma fugaz. Paco me avisó de que iba a estar un par de días en Finlandia por motivos laborales, del 16 al 18 y, repitiendo la jugada de París, me invitó a ir a un país en el que ya habíamos estado hacía casi la friolera de veinte años. Tuve que prepararlo todo un poco a la carrera, arreglando errores sobre la marcha, lo cual no deja de ser uno de los beneficios de viajar. Salir fuera no nos hace necesariamente mejores personas, pero sí que puede dotarnos de mayores recursos para la vida. Todo depende de la clase de viaje, como es obvio. Por mi parte, mi primera escala fue en Madrid, tomando un bufé asiático con el amigo Oli y luego visitando la feria del libro antiguo, descubriendo una guía de Amsterdam por un euro. De esta ciudad solo iba a ver el aeropuerto, muy brevemente.



 Los únicos inconvenientes del viaje fueron inconvenientes de tránsito, que cualquiera que sale al extranjero debe afrontar en mayor o menor modo. El vuelo a Finlandia fue puntual, al llegar por primera vez me detuvieron en la aduana, sin duda por aburrimiento. Siempre me paran en los sitios más anodinos, ya sea la estación de León, la de Oviedo o en el aeropuerto de una ciudad tranquila como Helsinki. No lo hicieron en París durante el estado de sitio, tampoco en Nueva York gobernando, todavía, Bush Jr. En todo caso, la cosa no se alargó más de diez minutos; yo, rara característica en mí, lo empeoré al hablar de más diciendo que iba a regresar por Amsterdam. Entonces ya me hice sospechoso de traficar, pero ni en mi maleta ni en mis bolsos había el menor rastro de hash; ni siquiera pretendo visitar ningún coffee shop. Así que, puerta. Si ese era el precio a pagar por disfrutar del país un par de días, bienvenido sea. Por disfrutar de una belleza apabullante, como la que veíamos desde nuestra habitación del hotel Hilton. La foto de arriba da prueba de ello.



Lástima que, en esas circunstancias, de dos días uno casi hubiera que descartarlo por falta de sueño, cansancio... Lo típico. Sin embargo, no me quedé en el hotel. Me bajé en el tranvía hasta el centro de la ciudad y me dirigí hacia la playa de Hietaranta. Es esta de aquí, obviamente desierta salvo por paseantes esporádicos. Al lado de la misma había un parque-cementerio, que visité antes de volver al centro de la ciudad. No había ya mucho ánimo, tampoco en la batería de un móvil que quiere ser víctima de la obsolescencia programada. Con todo, me dio tiempo a llegar hasta el casco histórico, con la catedral, la plaza del senado y demás monumentos adyacentes. Más tarde volvería con Paco para cenar en la explanada central de Helsinki.




 No es una capital excesivamente grande y, a diferencia de París, tampoco hay monumentos clave que haya que visitar, digámoslo así, por narices. Uno de sus mayores alicientes, cosa que no puede decirse de aquella ciudad, es su estrecha fusión con el entorno natural, muy de relieve al poder visitarla en pleno otoño, todavía sin asomo de las nevadas. La foto de abajo es cortesía de Paco y resume bien esa omnipresencia de bosques y lagos en la orografía finlandesa. Un rincón muy proclive a la creatividad junto a la ventana, que, pese a que escaseara el tiempo, me sirvió para leer, escribir algunas líneas e incluso copiar algún dibujo de un renombrado maestro nipón.




 Aquella noche dormí bien, ya lo creo, de lo contrario hubiera sido incapaz de meterme una jornada central, casi única, de 27000 pasos, a punto de superar el récord de 29000 del museo del Louvre. Intentaré narrar lo mejor posible aquel día la próxima ocasión, de momento me despido con dos fotos de mi llegada al país: abajo, a la salida del avión, aún en tierra de nadie, como quien dice, y arriba tras superar el control del cancerbero gordito y tras encontrarme con Paco, feliz incluso pese al clavo de la birra que tomé y que, sin duda, necesitaba. ¿Alguien puede dudar de por qué esa gente quiere venir a España, aunque solo sea de turismo?



jueves, octubre 05, 2017

XI Aniversario del Blog.



Ya es el undécimo año y, solo por eso, merece la pena detenerse unas líneas. Hablaba en el décimo aniversario de El oficio de vivir, libro que he retomado hoy. Pesimismo y misoginia de Pavese que armonizaban bastante bien con el espíritu del pasado año, sí, a pesar de que también hubo lugar para momentos inolvidables para bien. Ahora, ya estoy de nuevo en León. No llegué a alejarme mucho, pero tampoco es que haya ninguna fuerza concéntrica que me impida abandonar este territorio. Ayer lo hablábamos, víspera de San Froilán, tomando una caña en la Céltica y, precisamente, si mencionamos a los celtas, quizá por ahí vaya la pista de una de las posibles salidas profesionales. Por supuesto, eso también lo dijimos, que viajar no te cambia si tú no estás dispuesto a hacerlo. En Oviedo, distancia corta pero estancia larga, lo pude comprobar. Ni ayudaron las circunstancias, ni me ayudé yo mismo. Aunque, como ya he expresado otras veces, quizá lo mejor allí todavía esté por llegar. 
Lo que está fuera de toda duda es que el cambio me ha sentado bien. Echo de menos, era previsible, mi pisito de Palmira Villa con su vista del Naranco, pero la calidad de vida sigue inclinando la balanza hacia esta vieja habitación. Los afectos me arropan más por estos lares. Hay años fastos y años ne-fastos. Si el anterior, como parece, estuviera en este último grupo, entonces doy por justificado el retraso en la tesis. No tan grave, por otro lado. Dije tres, pero cuatro e incluso el quinto de gracia lo daría por bueno si eso sirviera para hacer un trabajo de calidad, y no algo mediocre. Hoy mismo, después de terminar este texto de escritura, ejem, creativa, tengo previsto rematar un artículo que enviaré a la revista Arenal, especializada en la historia de las mujeres. Si no les mola, pues habrá otros lugares y otros artículos. Lo que más detesto de este programa es la incertidumbre de tener que depender de criterios ajenos y subjetivos para obtener el título. Eso nunca sucedió en la carrera o el máster. Es ley de vida para un investigador y, si pretendo seguir siéndolo en el caso de obtener el doctorado, más me vale acostumbrarme. Y, si hoy fuera un día de verdadera suerte, quién sabe si Jeanette Winterson podría dar la campanada y llevarse el Nobel, eso daría bastante más lustre a mi tesis... Y eso que he descubierto que una compi del programa me ha copiado y lo está haciendo también sobre ella. Pues habrá que ponerse en contacto, pardiez. Termino aquí. No pronosticaré lo que pueda suceder de un año a esta parte, dado que para este ya me imaginaba en una situación diferente a la actual. Seguiré informando desde aquí mientras me lo pueda permitir, aunque sea más espaciadamente como ha sucedido en los últimos meses. Por costumbre, sigamos solicitando el amparo del Gobernador de Libia.
 

domingo, octubre 01, 2017

Regreso a San Mateo.


 Hace una semana regresé a Oviedo, primera y única ocasión en el mes después de la visita a Gijón, para pasar allí el último día de San Mateo. Si bien en un principio iba a ir acompañado, luego decidí ir de todas maneras para que así fueran tres años, al menos, los que había podido disfrutar de una jornada de las fiestas. Todo parecía nuevo y extraño. Viajar sin maleta, parar enfrente del Auditorio porque allí al lado estaba al hotel al que iba, un hotel mejor que el que me alojó en mis primeros pinitos del doctorado (por algo estábamos de fiesta)... Y no tomar la ruta de Pumarín. Solo la tomé al día siguiente, cuando fui al campus para una tutoría no planeada.



Por supuesto, al igual que sucede ahora mismo en el San Froilán de León, un enorme gentío tanto en el Gastromateo del parque San Francisco como en los clásicos chiringuitos del centro. Decidí comenzar por una tranquila cafetería junto al Ayuntamiento y luego ya me zambullí en los chiringuitos de Porlier, mientras esperaba la llegada de mi amigo Juanjo. Finalmente quedamos en uno de los sitios míticos de allí, el Per Se, que no le iba a la zaga en ocupación, suerte que pude tomarme mi té matcha, superalimento para las modelos, en el único hueco disponible, junto al espejo, ideal para expresar pensamientos narcisistas. 




 Ya comenté aquí que tenía ganas de visitar al chiringuito La Folixaria, y la pena que me daba no hubiera existido el año pasado, cuando sí vivía allí. No llegué a tiempo para las actividades frikis o para las olimpiadas, o algo así, transmaribollos, pero al menos sí pudimos tomar una sidra, con el pañuelo y el vaso contra las agresiones machistas a juego. Por cierto que allí cerramos la noche, mientras veíamos bailar a los animados miembros de la caseta al ritmo del Fary o de Shakira, por poner dos ejemplos un tanto alejados.



Este año no hubo mojito exterior, sino que lo tomé en el Paraguas, algo que me recomendó Juanjo como menos garrafonero que los que servían a pares en la zona festiva. Creo que mereció la pena, sí. Y, para rematar, un poco de sushi para llevar a su casa antes de dar el último voltio ya con la iluminación típica y la gente que aprovechaba los últimos coletazos del San Mateo. Tuve la suerte de que no fuera únicamente un viaje de ocio. No duró ni 24 horas, pero antes de regresar estuve en el despacho de mi directora para ir planificando este último tercio de año. Ella cree que en Navidad puedo tener un primer borrador de la tesis, yo lo creo también, salvo cataclismos (por usar la expresión del comité). Ya se sabe que después de Mateo viene Froilán, anoche además con la agradable sorpresa de la celebración del Día de la Bisexualidad, una semana después, por parte del colectivo Awen. Yo me sumé, al menos en parte, como no podía ser menos. Quizá pueda colaborar en este, sin perder de vista en dónde debo poner el foco ahora mismo.



sábado, septiembre 23, 2017

Miedos.




Ha sido esta una semana muy payasa, no lo digo en el sentido chistoso del término. Comenzó, como en otras ocasiones, revisitando el Cuarto Milenio que suele cerrar cada ciclo semanal, dedicado en parte a los payasos siniestros, tanto los de ficción como los reales que, en muchos casos, inspiraron la creación de los primeros. El martes vi la TVmovie de tres horas, finales de los ochenta o primeros de los noventa (no recuerdo bien ahora), dedicada a la obra It, de Stephen King. Si pensáis que es larga, tened en cuenta que la última adaptación dura más de dos horas, y eso que solo adapta la primera parte de la historia, la versión púber de los protagonistas. Entre medias de ambas, también me tragué uno de esos proyectos oportunistas de terror, de bajo presupuesto y surgidos como setas al amparo de películas de serie A con remarcable éxito. Divertido, en todo caso. Ayer sí que visioné la última It, que, como es sabido, ha sido todo un taquillazo, aunque los avances hacían hincapié en sus aspectos más terroríficos, que en realidad quedan algo disueltos en la trama de coming of age, ese compuesto que tan bien conozco yo ahora con la tesis. La versión antigua tenía un encanto especial, siendo cutre, y el payaso de Tim Curry es todo un icono. En la moderna, se les va la duración y se nota también la estrategia de querer chupar del éxito de Stranger Things, no solo por robar un actor a la serie sino porque, pardiez, también ha sido ambientada en los ochenta. Y tanta nostalgia ya cansa, lo digo siendo de pleno derecho un miembro de la generación de los ochenta. Lo que es más evidente es que, aunque parezca suicida con la colección de libros del doctorado que tengo pendientes y los que vendrán, me han entrado muchas de ganas de ir al referente, a ese libraco de Stephen King que por muchos años estuvo en esta habitación y que ahora, suele pasar, ya ha desaparecido. Estoy seguro de que me gustará más que las películas, en especial porque, en su longitud, incluye episodios no traslados como un crimen homófobo que sucedió en el pueblo inspirador del de la novela. Al parecer King lo incluyó, tengo que comprobarlo, en todo caso concuerda con el motivo central de la obra, que no es otro que el miedo, el miedo individual y el colectivo. La homofobia no es otra cosa que miedo, como el propio término indica. 
Ayer también regresé a mi facultad. No era un simple paseo, lo hice como una nueva toma de contacto y, además, para buscar posible bibliografía en la biblioteca central, en la de Filosofía y Letras y, por otro lado, informarme de actividades que puedan resultar atractivas para este curso. Elegí un viernes para convertirme en un merodeador a mis anchas, pues siempre es día de pocas clases. Lo primero que vi al entrar, faltaría más, fueron erasmus hablando en cualquier lengua menos el español. Y creo que a esa hora, sin que me hubiese enterado, estaba defendiendo su tesis una chica que conozco. ¡Qué le vamos a hacer! Mi presencia allí también estaba justificada por la opción de ir a pegar carteles para dar clases de apoyo a gente como esa con la que me topé, de fuera (o no). Preparando el terreno, pues, y ya llegará el momento de reencontarse con mis directoras y con otras figuras que pueden ayudarme tanto en la tesis como en esas otras posibilidades laborales. Al igual que me sucedió el año pasado, cuando la visité, con mi facultad siento un hondo vínculo emocional que no tiene nada que ver con la de Oviedo, si bien allí también he pasado buenos momentos y espero seguir pasándolos. Mi facultad me enlaza asimismo con todos los instantes positivos que viví allí pero, del mismo modo, también me enfrenta con miedos que todavía no he podido exorcizar. Miedos absurdos en muchos casos, externos a mi persona y creados por la sociedad pero, a fin de cuentas, ¿no son de esta guisa muchos de los que afrontamos en nuestra vida? Y, si la historia de It se basa en el fondo en una superación de los miedos para derrotar a una entidad que se alimenta de los mismos, creo que esa es la estrategia más constructiva para desarrollarse. Desde luego que algunos miedos nos acompañarán siempre. En ese caso, solo cabe aprender a convivir con ellos. Por mi parte, mañana vuelvo a San Mateo, a Oviedo, a esa ciudad con la que también estoy emocionalmente unido aunque también haya creado miedos, miedos hacia mí mismo incluso. Pero mañana solo es momento para celebrar el fin de las fiestas. Y que nunca pierda esa conexión.
 

domingo, septiembre 17, 2017

La figurada vuelta al cole.

Por el momento, el regreso provisional (o no) a estas tierras se está demostrando acertado. Cierto que ahora mismo allí están en pleno San Mateo, pero, hagamos cuentas: ya vi a la Oreja y a Fangoria en León; el resto, repetidos o carentes de interés para mí. Lo que de verdad ha sido una verdadera lástima es que que no haya podido coincidir con un chiringuito de nuevo cuño, uno en el que se han organizado actividades LGTB (aunque lo titulen con otro rótulo), besadas diversas y juegos frikis. Si finalmente voy allí, aunque sea el último día de las fiestas, ya le haré una visita. Sería un viaje breve y ya conocido, aunque con otro espíritu a cuando realmente vivía allí. Para el otoño que comienza en breve, ya he comprado una guía de fin de semana para Ámsterdam. Desconozco en qué circunstancias, pero quiero ir allí antes de que termine el año. Única escapada en su categoría del año. 
El lunes, con distracciones o sin ellas, empecé la tediosa tarea de repasar el capítulo corregido de la tesis, con todas sus operaciones de cortar, pegar, empalmar, etc. Motivación no ha faltado, porque, en la primera semana de, ejem, cole, logré algunas metas que en Oviedo no había conseguido durante todo el tiempo que pasé allí. Sin ser supersticioso, sigo creyendo en que Vetusta me ha dado un poco de mal fario, justificada razón para su abandono. Pero no, no soy supersticioso. De hecho, el trece me ha dado bastante buena suerte. A estas metas citadas se une el hecho de que todavía hay fugaces regresos de amigos por estas tierras y se consigue así una semana variada y buena. No representativa, supongo, de lo que serán aquellas en las que de verdad tenga que pisar el acelerador. Al margen de que me metan más o menos caña, lo que es seguro es que la tesis me deja margen, como en Oviedo, para que trabaje en otros ámbitos, en concreto las clases particulares. Quiero especializarme en este terreno, considero que será lo mejor de cara a un futuro próximo. El inglés no es mi lengua nativa ni tampoco mi especialidad. Valió la experiencia ovetense, pero yo lo que quiero, en todo caso, es dar clases de español, en especial ir practicando con gente extranjera por si yo mismo vuelvo a instalarme en otro país. Para informarme y publicitarme, volveré al campus de León, además claro de reencontrarme con mis antiguas profesoras y directoras, que sin duda serán un soporte muy motivador para esta prórroga actual. ¡Vuelvo a casa!
 

miércoles, septiembre 06, 2017

El regreso inesperado.


 Ya mencioné la semana pasada cómo era posible llevar a cabo un retorno inesperado y exprés a Asturias, en concreto a Gijón, para colaborar en un proyecto artístico ajeno pero sin duda interesante y que, además, me permitió pasar una jornada espléndida en una ciudad que me encanta, en buena compañía y descubriendo y redescubriendo sitios muy estimulantes. Así pues, el sábado aprovechamos la penúltima oferta del bus playero para plantarnos enfrente de San Lorenzo y desde allí ir a reponer fuerzas a la cafetería Luz de Gas. En esta tienen como especialidad un batido de licor de café servido en una copa con forma de bombilla. Yo nunca he sido cafetero así que lo mío fue té sin bombilla.


 No me considero fotógrafo, ni siquiera amateur, a pesar de todas las fotos con las que he ambientado este espacio, tampoco puedo considerarme ni instagramer ni blogger porque nunca he trabajado seriamente en ello; con todo, me gustó colaborar con el reportaje fotográfico y, de paso, ser yo el retratador retratado en un par de ocasiones. Ahí arriba, foto a traición frente a la iglesia del final del paseo. Dijo mi compi de viaje que muchas veces las mejores fotos, o al menos las más espontáneas, son las que se toman sin avisar, así que optemos por seguir sus palabras. Además, también me tomó esa instantánea frente al Elogio del Horizonte, como queriendo echar a volar desde allí, y muy bien nos hubiese venido de hecho tomar un imaginario puente desde el monumento hasta el otro extremo de la playa, cuando nos desplazamos hasta la playa de los perros, una vez más, y a una cala que había descubierto junto a Juanjo para seguir con la sesión tras reponer fuerzas con comida un poco trash.



Finalizado el reportaje, de premio un cóctel en el bar Varsovia: piña colada en vaso de piña y el mío fue un Tokyo Blues. No acostumbro a tomar esas cosas a las cinco de la tarde pero no todos los días se hacen excursiones de ese calibre, entre lo fashion y lo salvaje. Tal y como he reflejado en algunas ocasiones, cabe señalar que el fin de mi estancia por esas tierras no significa que no vuelva más. Al igual que también he expresado, a veces los mejores momentos los pasamos cuando ya no vivimos en un lugar concreto y solo volvemos de visita. Creo que lo del sábado puede ser el primer hito en esta lista. Luego está la opción de San Mateo, una vez más, o incluso una edición otoñal del Metropoli de nuevo en Gijón. Por no hablar, evidentemente, de los regresos motivados por tutorías y similares. Mientras tanto, esta semana me estoy aclimatando ya a una estancia continua en León, continua al menos mientras voy concluyendo con estos temas y decidiendo las opciones de futuro.

jueves, agosto 31, 2017

Gracias por los servicios prestados.



Las palabras sobran en estos momentos.

martes, agosto 29, 2017

Último post de Oviedo sin Oviedo.


Visita muy fugaz esta semana para cerrar, metafóricamente, el piso y concluir mi estancia, que no para despedirme de la ciudad como bien señalé. De hecho, es posible que el sábado regrese a Gijón para participar en un proyecto artístico que no es propio pero que, en todo caso, me puede ayudar también para avanzar en aquellos que sí lo son. Hubiera debido escribir esta entrada postrera allí pero, en fin, el portátil pequeño y azulón que utilizo para escribir voy a dejarlo aquí y solo me resta traerme el otro, el que tiene las teclas (y las neuronas pudiera decirse) descolocadas. 
Hace un año desde la primera y simbólica ascensión al Naranco. Concluye pues el que ha sido, sin duda, el mejor curso en Oviedo. No el mejor posible, pero sí el mejor de los tres, de eso no me cabe duda. Si el doctorado ha sido construido sobre una serie de mentiras ya de entrada, al menos no mentí cuando dije que iba a quedarme tres cursos en el piso, los tres cursos que establece el programa para la tesis. Si la prórroga existe es por mi propia responsabilidad, y mi estancia allí ya no se sostiene. León, mi talismán para concluir la carrera y el máster, quizá también lo sea para poner un fin a esta historia. Como la mayoría de cosas que merecen la pena, eso no será fácil y debo ponerme a ello ya desde la próxima semana. Solo me falta desnudar las paredes, agarrar al Pikachu, la careta de payaso siniestro y las orejas de gato heredadas (curiosos símbolos de madurez para un doctorando) y seguir haciendo hueco en esta habitación para que me sirva una vez más de santuario y celda de trabajo. La motivación existe y, si no, se seguirá creando incluso a través del absurdo. No me canso de repasar el cómic Maldita tesis, adquirido en maldita la ocasión, una historia que tiene la virtud de desmoralizar a la vez que hacer llorar a carcajadas. Pero no, yo no entregaré 700 páginas a mi directora con una necesidad de aprobación rayana en el suicidio. Por suerte, mi estructura y mi confianza en mí mismo resultan más sólidas. Haré el mejor de los trabajos posibles, a sabiendas de que esto no es lo mío. Lo mío es la escritura libre, tan libre como la que ejerzo aquí, y eso no va a cambiar en ningún caso.

viernes, agosto 25, 2017

Último viernes palmiriano.


He esperado a finales de mes para regresar aquí y constatar cómo ese idilio, ya mencionado, con el piso en que escribo ahora, Palmira Villa Street, toca a su fin. Hablar de idilio en este contexto no es exagerado; si no fuera por la relación casta (en cierto modo) que he tenido con esta casa es bastante probable que me hubiese mudado hace ya tiempo, bien hacia León o bien hacia otro domicilio en el que, quién sabe, quizá hubiese podido solucionar cuestiones que aquí quedaron sin solución hasta el día de hoy. Pero ha merecido la pena, creo yo. La felicidad se consigue también en los pequeños momentos, a mí me valía con contemplar el Naranco, vista que por desgracia perderé en breve. Este mes también ha tenido playa, diversas visitas veraniegas en León y Oviedo, en general bastante movimiento pero sin novedades de relieve. Algunos asuntos planteados a finales de julio todavía deben seguir su curso, a menos que este se detenga. Las vacaciones, cansinas en según qué circunstancias, los han mantenido en hibernación. 
El oráculo palmiriano me ha venido confirmando algo en lo que, por otra parte, no cabía marcha atrás: tengo que pirarme de aquí. No me ha otorgado una última oportunidad para el arrepentimiento. Auque eso no significa que salga escaldado de esta tierra. Mi relación con Asturias no ha terminado, sea para el doctorado o sea para cualquier otro nivel de mi vida. Mi estancia aquí me ha enseñado moralejas a este respecto. Hubo lugares, rodeados de un cierto aura de malditismo, en los que encontré lo que buscaba mucho tiempo después de dejar de vivir en los mismos. Carambolas de esas siempre se han dado. ¿Y aquí? Ni idea. Las reflexiones finales sobre mi estancia las tendré que rumiar cuando esta termine, dentro de una semana y no antes. Las reflexiones sobre el doctorado van para más largo, que hoy mismo me matriculé en la prórroga. No me gustaría que esta sensación de fin de ciclo me pusiera demasiado negativo. Por supuesto que no se han cumplido mis expectativas aquí, eso no es un misterio y ya lo he expuesto en este espacio. Con todo, esto forma parte de un proceso de aprendizaje continuo: de desconfiar acerca de los tópicos y lugares comunes, de discrepar si es necesario de todas las ideas y grandes proyectos que nos han traido hasta donde estamos. 
Yo lo tengo bien claro. Ahora mismo podría dejar de escribir y salir a exprimir un poco más la estancia, incluyendo la búsqueda de experiencias que no llegaron a materializarse (quizá porque no merecían la pena);  pero no, no lo veo necesario. Muchas de las carencias que siento aquí ya han sido compensadas en León, durante este mes o cualquier otro. Allá vuelvo la próxima semana. Respecto a las restantes, habrá que seguir planteando nuevas vías, allí o dondequiera recale en el futuro.

lunes, julio 24, 2017

Contrapesos.



 La última semana sirvió, en ocasiones de forma inesperada y en otras más previsible, para compensar algunas contrariedades y decepciones que habían ido surgiendo durante el mes, cual si se hubiese establecido un sistema de contrapesos. El Cuñao del Mes quedó totalmente olvidado, anulado. He conocido, para mi sorpresa, a una persona más interesante y atractiva en todos los sentidos, todavía es pronto para sacar conclusiones pero el mero hecho de haberla conocido es un contrapeso firme y hermoso como un monolito. Y, después de que hubiera pateado las ferias frikis de Oviedo y Gijón en solitario, por motivos más luctuosos o más felices según cómo se consideren, en León siempre he dispuesto de más compañía a la hora de visitar el Level Up. Esta vez en el Auditorio, entorno noble pero que no tiene el encanto de la eterna facultad, la que siempre será mi facultad pues la de Oviedo no ha llegado a impregnarme de esa manera. Por cierto, aunque siga perteneciendo a esta última, pronto volveré a la de León aunque solo sea por rapiñar la biblioteca, saludar y consultar a mis antiguas mentoras y quizá inyectarme un poco de inspiración extra. La feria de este fin de semana fue, como ya sucedió el año pasado, más reducida que sus primas asturianas. Qué le vamos a hacer, no por ello le faltaban atractivos. En esta ocasión, la visita fue breve pero al menos sirvió para pasear mi careta-Kaneki, excesivamente calurosa para la época, y ganar en la tómbola unas gafas molonas, que solo valen para disfrazarse y con eso basta. 



Debido a alguna de esas estimulantes novedades de las que hablaba, he alargado un poco mi estancia, acortando de este modo mis últimos días de soledad monacal en el piso de Oviedo. ¿Importa eso? Mi idilio con Palmira Villa ha sido largo y ya va tocando a su fin. Los últimos acontecimientos hacen prever (esperemos) que mi regreso, pese a que nunca me fui del todo, va a gozar de elementos motivadores, además de otros que no hayan aparecido aún. Ahora solo falta vaciar mis habitáculos y desprenderse de muchas cosas. Estilo zen. Una mudanza siempre es un proceso simbólico, de ordenar y reciclar retazos. Me emociona y me distrae. Sí, me distrae del doctorado, qué remedio. Si el próximo, casi seguramente, último curso consigo lo que no logré los anteriores, imponerme un horario que no ignore del todo, confío en llevar a cabo un sprint final de esos que tanto me gustan.

lunes, julio 17, 2017

Cuñao del Mes.


El pasado fin de semana volvió a evidenciarse la diferencia de expectativas sociales entre León y Oviedo. Allí he pasado buenos momentos en este mes de julio, con la excursión al Naranco ya relatada o el hecho de compartir mesa y nuevas experiencias gastronómicas en un restaurante peruano, probando el ceviche y el pisco sour, además de en el Sushi San que tenía pendiente desde el inicio del curso. Hasta ahí lo positivo, porque en otras ocasiones ha habido cierto estancamiento que me ha llevado a embarcarme en solitario, de nuevo, en el Metrópoli de Gijón (no por ello dejé de disfrutarlo, ahí está la foto de arriba) o en la fiesta del Orgullo. Contacté con el colectivo que organizaba esta y me avisó para una posible presentación justo cuando acababa de regresar a León. Otra pequeña dosis de mal fario ovetense. En fin, podré conocer a esa gente de todas maneras, incluso cuando ya no viva allí. 
Así que estos últimos días, por contraste, todos ocupados por amigos y por gente nueva que difícilmente podría entrar en esa categoría. Merece la pena arriesgarse, en todo caso. En los últimos años he conocido bastantes personas nuevas y todo hace pensar que es el camino que debo seguir en el futuro próximo, no digamos ya si me voy al extranjero, donde sería una condición sine qua non. Respecto a la que me encontré fugazmente este sábado, a iniciativa suya, no se muy bien qué intenciones tendría aunque el camino me pareció un tanto erróneo. Ahora, después de la última tutoría con mi directora, ahora que debo comenzar mi particular tour de force sacando motivación de debajo de las piedras, que me venga un completo desconocido con comentarios de barra de bar totalmente demodé, viejos ya desde antes de que él naciera, pues en fin... Que sí, que sí, que las Humanidades no tienen futuro, que no dan dinero, que yo debería estar trabajando ya en la empresa privada (¿y si decidiese crear yo mi propia empresa?), bla, bla. Justo lo que buscaba una tarde-noche de sábado, una reposición de capítulos de teleserie vieja y barata. Al menos estuvo bien la pachanga al Trivial. Que yo perdiera, cinco a seis quesitos, no me importa gran cosa, dada la incubación catarral en la que estaba inmerso y, al menos, así habré podido agrandar unos gramos más su ego acorazado. 
Pues no. Hakuna matata, vive y deja vivir. Yo se perfectamente qué es lo que estoy haciendo, el tiempo dirá si me equivoco. Lo que nunca me imaginé encontrar, sobre todo según qué vías, es un espécimen de lo que se suele llamar cuñado. Lo nombro Cuñao del Mes y, como diría Jar Jar: Tusa ser muy pesao.