miércoles, agosto 31, 2011

LOS CERDOS. Entrega 48 y última.

EPÍLOGO.

Poco más de un año después de aquel funesto suceso, Jonás llegó en tren a una idílica residencia campestre, la cual celebraba una especie de merienda de confraternización entre los que permanecían dentro, los visitantes de fuera y aquellos que se encargaban de velar por el funcionamiento de la institución. Todos estaban siendo agasajados en los jardincillos que circundaban el complejo principal, un lugar de recreo que, no obstante, perdía fuerza frente a la majestuosidad natural del bosque que envolvía todo aquel recinto como una túnica protectora.

Penélope se encontraba disfrutando del animado ágape, una más entre familiares, compañeros y personal; residía aún allí, por su propia voluntad y sin sensación alguna de encierro, antes bien de una liberación que saboreaba al tiempo que los primeros instantes de su maternidad. Su pequeño reposaba en una sillita junto a ella, en sus pocos meses de existencia daba muestras de una plácida tranquilidad, dormitando ajeno a las risas que surgían del grupo en el que se había apostado su madre.

Cuando Jonás enfilaba la vereda que se dirigía hacia los jardines, se cruzó con otro visitante que también venía a reencontrarse con Penélope. Se trataba de Al; hacía un tiempo desde la última vez en la que Jonás había charlado con su amigo, y pudo comprobar que la metamorfosis en su nueva figura pastoril se había consumado con suma naturalidad, lejos de constituir una patochada como la que él había imaginado en sus primeras y mordaces consideraciones. Al, en efecto, iba vestido como un pastor, no necesariamente cual las figurillas de terracota de un nacimiento, aunque de ellas sí parecía conservar la estampa de entusiasmo y un corderillo al hombro de su rebaño, que llevaba como presente para el que podría ser su propio hijo.

Ambos se abrazaron con alborozo, y compartieron esos últimos pasos antes de llegar a la posición en la que Al no solo pudo saludar a Penélope, sino también a varios conocidos de la etapa en la que él residió en el centro. Admiraron al pequeñín pero sin levantarle, no querían turbar su sueño. Al sacó del zurrón una bota de vino, rebautizada como odre, y la alzó con el propósito de que todos le imitaran en el anticipo de un brindis.

- ¡Amigos reunidos en la floresta, salud! ¡Brindo por este infante, al que desde tierras norteñas le he traído como presente el corderillo más lozano de mi rebaño!

Todos brindaron y Al se echó al gaznate un trago generoso de vino, antes de que una mujer madura, residente allí y que siempre había albergado un sentimiento maternal respecto al joven, le interpelara en tono lastimero.

- Pero Al, no querrás que le hagamos daño a esa monada de animalito, que parece todo de algodón, ¿verdad?

- Bueno, Marisa, yo ya no soy el dueño de su destino. ¿Acaso se interesaron los pastorcillos que fueron al portal de Belén por si sus presentes se transformaban en chuletillas o algo así? Bueno, siempre podrá crecer aquí; no será por falta de pastos…

- Estoy segura de que a Jorge le encantará el regalo, y él todavía no puede comer chuletillas…- dijo Penélope, entre risas- Pero ahora está fuera de combate, y mejor será que así esté durante un rato. Aprovechando esta tranquilidad, me gustaría dar un paseo por el bosque, tener un paréntesis dentro de la merendola.

- Que te acompañe Jonás- sugirió Al- Aquí mis antiguos camaradas y yo vamos a rememorar una serie de batallitas, y no querría que fueras a acompañar a tu criatura al mundo de los sueños.

- ¡Justo a tiempo, pues!- exclamó ella, mientras con un brazo se amarraba al de Jonás y con el otro empujaba la sillita, orientando la expedición hacia la menos transitada espesura.

Paseando por zona tan alejada del bullicio, que no daba muestras de albergar otra presencia humana que las suyas, Jonás comenzó a observar a Penélope bajo otra luz, ya no la matizada por el carácter umbrío del bosque sino la que le otorgaba el sereno semblante de la maternidad.

- Cuesta creer que solo haya pasado poco más de un año desde la última vez que nos vimos, ¿verdad?- comentó- Desde el atentado. Nunca, en aquel momento, llegué a pensar que algún día podría verte así… en esta faceta.

- ¿Podría haberlo pensado yo?- añadió Penélope, con una sonrisa.

- He evitado la cárcel- continuó Jonás- He evitado todo lo malo que podría haber surgido de esa locura que me invadió. Y, lo más importante para mí, es que he conseguido lo que creí perder para siempre, la posibilidad de verte otra vez. En definitiva, que tu perdón ha llegado más pronto de lo que imaginaba.

- ¿Qué perdón?- inquirió Penélope, restando importancia al asunto- ¿El perdón porque nunca quisiste acabar con mi vida, como siempre supuse? Tú solo quisiste matar… a los cerdos. A veces es complicado saber qué es lo que va a perjudicarnos. Imagina que con tu actitud me hubieras evitado coger un tren que me llevaría a una muerte segura, por plantear una hipótesis. ¡Todo podría haber sucedido ese maldito día!

- Sin embargo- replicó Jonás, con una nota de amargura- creo que podría haber salvado a muchas más personas. Cuando vi a esa figura del baño, la del chándal…

- ¡No te culpes por eso!- le interrumpió Penélope- Lo que importa es que ahora los dos estamos bien. ¿Tendríamos que sentirnos culpables por ser supervivientes? Mira, Jonás, durante mi estancia aquí estoy sintiendo de nuevo los beneficios de ver las cosas con una mirada positiva. Y ahora ya me siento con ganas de abandonar el edén, de salir de este encierro en el que entré por mi propia voluntad, y por mi propia voluntad saldré en unos días. En realidad, me he tomado esa merienda como una especie de fiesta de despedida, lo cual es un poco egocéntrico por mi parte, je, je, en todo caso no me gustaría demorar mucho mi regreso allí, así que cuéntame tú qué tal durante este tiempo. ¿Has vuelto a tu tierra?

- Sí, y con más suerte de lo que pensaba. Una empresa me ha comprado la patente de mi último invento… Un arma mortal contra las cucarachas, ¿te lo puedes creer? Mientras esas pequeñas cabronas sigan repugnando al personal, creo que podré seguir ahorrando. Y me gustaría ayudarte un poco con el niño, si lo ves necesario, claro; más allá del posible vínculo que tengamos, podría ser el padrino. Un padrino sin bautizo.

Por respuesta, Penélope bajó la mirada hacia la cabecita dormida de su retoño, con embeleso.

- Tienes suerte- le comentó en un susurro- de tener un padrino que te manda corderitos, y otro que te manda billetes.

Jonás la imitó con una sonrisa, observando los rasgos del pequeñín.

- ¿Sabes? Siempre se me dio mal sacar parecidos respecto a bebés, frente a esos que se los sacan ya a las pocas horas de vida. Sin embargo, este niño me recuerda más a Al. ¿No tienes curiosidad al menos por saber quién es su padre?

Penélope se encogió de hombros, indicando que le resultaba indiferente.

- Si acaso- sugirió, con acento irónico- podríais alternaros los papeles entre Al y tú, ¿no crees? Una vez harías de papá, y otra de tío.

- Eso suena mejor que irnos alternando como papá y papá.

Este último comentario provocó una carcajada en Penélope, tan entusiasta y limpia como los trinos de los pájaros que se refugiaban en las altas copas de los árboles. Ella siguió riendo, sin importarle el sueño de su hijo, que continuó estable por momentos, y Jonás dejó también que su alegría escapara a borbotones hasta que, de una forma espontánea y que no había premeditado en modo alguno, sus labios se juntaron con los de Penélope, sin que ninguno de los dos supiera a ciencia cierta quién había sido el primero que inició el acercamiento.

Ese beso, al que habían llegado de una manera tan natural como incierta en sus inicios, tuvo un espía, una suerte de peeping tom que, despertado de su siesta al resguardo de un arbusto cercano, observaba las evoluciones de la pareja con niño. Se trataba de uno de los internos, un vejete de apariencia tan inofensiva como su curiosidad, que solo quería solazarse con esos instantes de felicidad captados de la manera más casual, y que estaba contemplando con una enigmática mueca en el rostro, difícil de interpretar.

Si pudiéramos haber adoptado su punto de vista, observaríamos cómo Jonás y Penélope eran transformados en dos humanos con rostro porcino que juntaban los hocicos y luego los separaban con una beatífica sonrisa.

FIN

domingo, agosto 21, 2011

Cerrado (o casi) por vacaciones.

Se ha vaciado Madrid. ¡Aprovechemos para ir! Ha terminado lo que ha constituido un verdadero vía crucis para no creyentes y creyentes que no han compartido esta explosión de alegría. Una pena que el Vaticano sea pequeño y el papa no se pueda llevar en su regreso a Rajoy, los Borbones y toda la corte de pelotas oficial. Dicen que ha sido un éxito el evento. Natural, ya lo puede ser trayendo a gente de todo el mundo. Al margen del éxito real o relativo, lo que sí es absurdo es esa manía de compararlo con lo que llaman orgullo gay. Eso sí, nadie podrá hablar de imagen estereotipada de los peregrinos, no son tan diferentes. Llevan tops, pantaloncitos-calzoncillos, hacen botellón y duermen en el suelo, unos al lado de otras y sin camiseta. Es un comentario poco espiritual, pero bastantes me alegraron la vista. Casi me dio pena no haber adelantado el viaje, pero, no, me hubiera dado una lipotimia...
Cuando el papa cogió el avión, yo me encontraba pecando. Bueno, pecando, eso es lo que diría él. Luego me calló un chaparrón, podría entenderse como castigo divino pero lo cierto es que ni el papa se libró de la lluvia. ¿Y si me hubiera confesado con él en el Retiro? Buf, igual llega la próxima edición de Río de Janeiro y todavía no hemos terminado. Y si al menos pensara que la mayoría de esas faltas son verdaderamente censurables...
Pues lo dicho. Que si puedo volveré por aquí a escribir, a saber cómo. Disfrutad lo que queda de verano...

martes, agosto 16, 2011

Follow me!


Dije en su momento que no, que ya andaba sobrado con los feisbuks, blogs, tuentis y similar, pero finalmente me he hecho de Twitter. @TisLeon, para quien le interese, no se si hay algún modo de enlazar el Twitter al blog pero todavía no he investigado. Me falta por colgar el epílogo de la novela, pero, francamente, con esta temperatura no es que apetezca (a diferencia de otras novelas mías, en esta no hay sorpresa final). Si no lo escribo ahora lo haré durante mi viaje low cost a Madrid. Sí, espero gastar poco, aunque imagino que más que los peregrinos que, debo suponer, solo dejarán beneficios en McDonalds y, claro está, en los chinos, que nunca dejan pasar este tipo de eventos.
Pues nada, no se si me cundirá lo del Twitter, si tendré muchos seguidores, lo que está claro es que, a diferencia de este blog, en 140 caracteres no puedo explayarme mucho. ¿Servirá ese invento para ligar también? Porque en ese espacio habría que ser más bien directo...

domingo, agosto 14, 2011

Camp Hell.


Buceando por ahí me encontré con esta película de dos títulos, Camp Hope-Hell, cada uno de los cuales tiene su propia lógica, no se ha estrenado en las salas y podría catalogarse como filme de terror, aunque no es un terror al uso me ha parecido a mí. He querido traerla a este blog porque resulta como el reverso perverso de toda la peregrinación que estos días está pasando por mi ciudad, como anticipo a la JMJ de Madrid.
La película dice basarse en hechos reales, algo habitual cuando se trata de una historia un tanto absurda, y que ya hemos podido ver en otras películas de temática demoníaca. Habría que ver hasta dónde llega la realidad y dónde empieza la cosecha del guionista y director... El Camp Hope del título es un campamento cristiano para adolescentes, con una ideología que, al menos desde mi perspectiva, peca de integrista. Allí llega un chico aquejado de pesadillas en las que el Diablo le atormenta, y de visiones extrañas. A medida que se le va la pinza cada vez más, pide ayuda al sacerdote que dirige el campamento; mal encaminado, pues el cura ya ha enviado al manicomio a un antiguo asistente, interpretado por Jeese Eisenberg. El guía espiritual, obsesionado con la masturbación y los pecados de la carne, tratará de inculcarle un camino de pureza que se pierde por culpa, claro, de una tentadora Eva en forma de compañera de campamento, con la que el joven tiene relaciones sexuales, si estimáis llamar así a un magreo con frotamientos varios y pegajoso final. A partir de esa polución, esa falta, el Diablo ganará fuerzas y el Camp Hope se transformará en el Camp Hell...
Aunque la película me dejó impresiones enfrentadas, en conjunto creo que me gustó. Para mí el Diablo no deja de ser un producto de la imaginación, pero ciertos momentos me resultaron inquietantes. No obstante, el mayor terror es el que se desprende del hecho de que ideologías así existan en la realidad y puedan quebrar la entereza de ánimos jóvenes e inestables. No parece el caso de los peregrinos que han llegado este fin de semana, se los ve felices e incluso podría envidiar parte de su entusiasmo. Me parece bien que vayan a ver al Papa, no tanto toda la lista de privilegios en la que se ha convertido esta visita, una suerte de carta a los Reyes Magos que ha conseguido paralizar Madrid, motivo por el cual yo no pondré mis pies ahí hasta que no acabe todo el tinglado.
Mención aparte, por supuesto, merece la cabalgata de pelotas a la que vamos a asistir la semana que viene, entre ellos también los de este gobierno en el que hace tiempo que dejé de creer. ¿Alguien puede extrañarse de que pierdan, si no saben encontrar a su público? En León ya han perdido. El nuevo alcalde que han puesto dijo el otro día, si no leí mal, que debemos aprender de los peregrinos para luchar por los valores tradicionales. Si esas son las preocupaciones que reflejan las encuestas...

martes, agosto 09, 2011

LOS CERDOS. Entrega 47.


Dentro de su habitual ronda para la inspección de actividades no programadas en los retretes, una pareja de guardas de seguridad descubrieron a Al, dormitando en uno de los mismos, con los pantalones en su sitio y sin ofrecer a priori una imagen de vagabundo o toxicómano habitual. Habitual no pero quizá episódico, los guardas pensaron que posiblemente estaría drogado; así era en verdad, aunque no llegara a ese estado por voluntad propia. Arrastraron su cuerpo hacia el lavabo, para pasar su cabeza debajo del grifo y que de este modo pudiera ir recobrando la consciencia.

- ¡Venga, chaval, espabila!- le dijo uno, sujetando la nuca de Al bajo el agua.

Este comenzó a rumiar unos sonidos inconexos, que se dirían leves protestas ante quienes intentaban sacarle del profundo sueño inducido. Al ver que el joven estaba, poco a poco, de vuelta, el guarda cortó el agua y le incorporó, sujetándole todavía por si acaso.

- ¿Qué mierda es lo que te has metido?- le preguntó el otro, mientras Al les dirigía una entrecerrada mirada, cual si fueran imágenes producidas aún por el sueño.

- Hum…- balbució Al- No me acuerdo… No me acuerdo…

- ¡Qué sorpresa!- comentó el primero, sonriente.

- Aunque…- añadió Al, tratando de recuperar las imágenes previas- Sí, Jonás…

- ¿Jonás?- repitió el segundo guarda- ¿Fue él quien te dejó así? ¿Te dio algún tipo de droga para… ya sabes…?

Antes de que el vigilante pudiera utilizar sus dotes para la mímica, el ruido de una tremenda explosión, procedente del andén, llegó hasta los aseos, haciendo que los cristales se resquebrajaran. Los guardas soltaron de repente a Al, quien, todavía aturdido, tuvo que apoyarse en el lavabo para no terminar en el suelo; no fue el único, también los guardas sufrieron un shock de tal calibre que por poco no acabaron perdiendo el equilibrio. No obstante, la entereza profesional se impuso y, sin mediar una palabra con el joven a quien estaban interrogando, salieron corriendo del aseo, dejándole en un estado de tal confusión que no estaba demasiado seguro de haber despertado por completo.


Cuando Jonás y Penélope salieron del túnel, pudieron obviar toda la escena que había tenido lugar dentro del mismo; creyendo escapar del infierno, habían desembocado en otro similar. Él cortó sus ligaduras y, mientras ella se desentumecía, contemplaron el andén, convertido en caos después de que otro tren, que circulaba en dirección contraria, hubiera explotado también al tiempo que llegaba a la estación. Había un vagón ardiendo, y los usuarios estaban huyendo como podían, obviamente bloqueando las escaleras de subida al vestíbulo. En esa ocasión, fue Penélope quien tuvo que coger del brazo a Jonás para tirar de él.

- ¡Jonás, rápido! ¡No sabemos si va a explotar algo más!

Se dejó llevar por aquella mujer a la que poco antes había tenido atada y a sus pies. Parecía bloqueado por el pánico, aunque en realidad lo que se estaba gestando dentro de Jonás era un proceso de transformación que difería radicalmente de lo que había sentido al bajar desde el tren. Contemplando, absorto, aquellas imágenes de puro miedo y dolor que se sucedían alrededor, veía a esos humanos, antes orgullosos y seguros dentro de sus trajes, ahora comportándose propiamente como animales sufriendo en un matadero del que pretendían escapar dentro de una monstruosa avalancha.

El cambio consistió en que ya no aparecían como cerdos para Jonás. Habían recuperado una faz tan humana como la que él mismo lucía, aturdida, doliente, desesperada ante la incertidumbre de si podrían respirar de nuevo el aire libre, de si llegaría el final para esa jornada que habían comenzado como tantas otras. Las lágrimas en los ojos empezaban a provocarle que contemplara borrosas aquellas figuras que se habían desprendido de su basta y alucinatoria apariencia. A contracorriente, una de aquellas sombras, que jamás se había confundido como animalesca a los ojos de su amigo, se encontraba bajando las escaleras mientras, a gritos que apenas podían destacar entre el bullicio, pronunciaba su nombre y el de Penélope.

A riesgo de ser aplastado por aquella marea que solo se guiaba por la supervivencia propia, Al se hacía paso a empujones, lo hubiera hecho incluso a mordiscos si eso hubiera supuesto alcanzar la posición en la que Penélope alzaba su brazo, esperanzada pero al mismo tiempo incrédula hasta que no pudiera reencontrarse con su acompañante perdido. Jonás, cada vez más cegado por la cortina de su propio llanto, apenas pudo observar cómo su amigo al fin llegaba a abrazarse con Penélope.

domingo, agosto 07, 2011

LOS CERDOS. Entrega 46.

Jonás condujo a Penélope hasta el extremo del andén. Ella iba imaginando hacia dónde desembocaría esa especie de secuestro pacífico en el que estaba involucrada.

- Jonás- exclamó, adivinando su intención una vez se encontraron al lado de la abertura del túnel- Si quieres acabar con mi vida, con la tuya o con las dos, te podría indicar formas más agradables de hacerlo.

- El tren todavía tardará un rato en llegar- dijo él, a modo de respuesta- ¿Nos está mirando alguien?

- No, Jonás- replicó ella, con burla- Al menos no en teoría, si no contamos las cámaras de seguridad. Oye, ¿has planeado mucho lo que quiera que estés haciendo ahora?

Jonás se encogió de hombros.

- No demasiado. Hasta esta mañana, esto no era más que el producto de una oscura fantasía que me había cruzado la cabeza varias veces. Ahora estoy improvisando un poco. ¡Quién sabe! Quizá dentro de unos minutos esté en comisaría. Entonces, tendré que seguir improvisando.

Jonás la impulsó a bajar hacia las vías, que fueron siguiendo mientras se adentraban en el túnel. Jonás abría la marcha, colocándose en la frente un potente foco que había traído en la mochila para alumbrarse.

- ¿Hasta dónde tendremos que caminar?- preguntó ella, más por romper el silencio que para obtener una respuesta clara.

- Hasta que lleguemos a un punto en el que nadie nos moleste desde afuera.

Y no debió de ser muy lejos, porque tras algunas decenas de pasos más Jonás se detuvo.

- Ahora túmbate encima de la vía- le ordenó, mientras extraía algunas cosas de su mochila.

- Vaya- comentó Penélope, si bien obedeciendo con docilidad- ahora llegamos a la parte menos amable, ¿verdad?

Jonás no contestó, tan solo comenzó a atarla de pies y manos, con unos nudos resistentes que intentó no ceñir demasiado.

- ¿Aprietan?

- ¿Qué cojones importa que aprieten?- gritó ella, irritada por su actitud- ¿Te preocupas por los nudos antes de hacer que me pase un tren por encima?

- Tú no sabes qué es lo que quiero.

- No- admitió Penélope- pero lo imagino. Ya lo imaginé ayer, cuando quedamos y pude comprobar que necesitas mucha más ayuda de la que estás dispuesto a asumir. ¿Sabes por qué he venido hasta aquí, siguiéndote como un perrito? ¿Sabes por qué no te he dado una patada en los huevos y he echado a correr? ¿Sabes por qué estoy relativamente tranquila? Pues porque tengo la sensación de haber pasado por lo que tú estás pasando. Por eso, creo que estás llevando a cabo un intento de homicidio, al igual que yo tuve mis intentos de suicidio. Estás buscando un desesperado intento de llamar la atención, Jonás, eso es lo que significa toda esta inmensa escenificación, con las cuerdas, la oscuridad, el tren, y supongo que el cuchillo tampoco te lo habrás olvidado.

Jonás no se dejó impresionar por sus palabras.

- Debería haberte amordazado antes de atarte. De hecho, es lo que voy a hacer.

Jonás extrajo un esparadrapo que pudiera sellar al fin la boca de Penélope, pero al verlo ella se precipitó a hablar.

- Espera. Antes de que lo hagas, me permitirás que diga una última cosa: estoy embarazada.

Jonás, por un momento, se quedó estupefacto, para luego mofarse de ella.

- Ahora sí que te has ganado el esparadrapo. ¿Eso era lo único que se te ocurría?

- Es lo cierto. Ahora bien, ¿quién es el padre? No tengo ni idea, aunque tú tienes un cincuenta por ciento de posibilidades. El otro cincuenta estaría en manos de Al. Lo creas o no, solo me he acostado con vosotros en los últimos meses. Y suelo tomar precauciones pero, en fin, el exceso de Lambrusco puede ayudar bastante a concebir hijos.

Jonás se quedó con el esparadrapo en la mano, meditabundo, hasta que decidió introducirlo de nuevo en la mochila.

- No te cuento esto para inspirar compasión, ni tampoco estoy llorando por eso- dijo Penélope mientras, en efecto, las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas- Pero tenías que saberlo, era mi obligación. ¿Lo has oído? ¡Tú sabrás si quieres que tu posible hijo, en vez de mediante pastillas o mediante garfios muera aplastado bajo las putas ruedas de un tren! ¡Prefiero que me degüelles! ¡Venga, si de verdad estás tan tarado, rájame el cuello como si fuera un cerdo de esos que ves!

Jonás, al dejar el esparadrapo, sacó el cuchillo fileteador, y se agachó junto a ella, indeciso, como si se estuviera meditando entre liberarla o herirla. Finalmente, le dirigió unas secas palabras.

- ¿Y de verdad pretendías parir al niño en ese manicomio? Si no me mientes, la mayor tarada aquí eres tú.

- ¡Parir o no parir!- se mofó Penélope- Pues, francamente, yo todavía no tenía decidido qué hacer: si tenerlo o no, si decírtelo a ti, o a él… Me has obligado a precipitar las cosas, Jonás, ahora apechuga con las consecuencias.

Antes de poder contestar, Jonás comenzó a escuchar cómo el tren se aproximaba. Por instantes se quedó sin aliento. La máquina se dirigía hacia su posición antes de lo que hubiera esperado.

- Yo de ti me apartaría a un lado- le dijo Penélope, con la mayor frialdad.

Pese a ello, la joven aún albergaba ciertas esperanzas de que Jonás cortaría las cuerdas con el cuchillo, pero tendría que actuar con rapidez. No pudo. Mientras el tren se estaba acercando, de pronto escucharon una terrible explosión, cuya onda expansiva arrojó a Jonás hacia el suelo. Provenía del tren, que pudieron percibir no lejos de ellos como una gigantesca bola de fuego. Sin dudarlo un instante más, Jonás se enderezó sin aparentar que la caída le hubiese provocado dolor y, recuperando el cuchillo, se dispuso a preparar una huida desesperada antes de que el humo, que ya les estaba haciendo toser, pudiera asfixiarlos o, peor aún, que la explosión consistiera tan solo en el preludio de una serie. Sujetando el mango del cuchillo entre los dientes, levantó a Penélope con los brazos y, lo más deprisa que pudo así cargado, corrió de vuelta al andén, que, en sentido ya no solo metafórico, podían vislumbrar como la luz al final del túnel, si bien el humo les había envuelto en una nube tóxica, fiel reflejo del caos que había comenzado y del que pensaban que podrían escapar una vez llegados a la salvación del andén.

jueves, agosto 04, 2011

LOS CERDOS. Entrega 45.


Al se encontraba lavando sus manos, sin que en apariencia nadie más se hallara presente en el aseo, cuando Jonás entró como una exhalación, dejándole un escaso margen de reacción para la sorpresa cuando lo descubrió a través del espejo. Jonás agarró a su amigo por la espalda y, arrastrándole hacia un retrete que tenía la puerta abierta, apretó contra su rostro un pañuelo, impregnado en un elixir de fabricación casera que consiguió adormecerlo en pocos segundos. Jonás entornó la puerta del retrete con el pie, mientras sujetaba a Al, quien apenas pudo ya escuchar los susurros que le transmitió su amigo, a modo de disculpa.

- Lo siento, tío… Ya ves, al final se me ha ido también la puta cabeza. Pero volveré, volveré pronto a recogerte.

Al no respondió puesto que se había completado el proceso de sedación y descansaba en brazos de Jonás, con la cabeza caída. Este se propuso dejarlo sentado en la taza del retrete, de tal manera que no hubiera muchas opciones de que se cayera al suelo. No obstante, Jonás escuchó cómo se abría la puerta del retrete de al lado, que él había tenido por vació. Permaneció quieto, sujetando a Al con expectación. Bien sabía que, en estaciones de tren como esa, los retretes podían adquirir usos secundarios que no hacían extraña la visión de cuatro pies bajo la puerta de los mismos; en eso podía consistir su perdición si un guardia de seguridad era el que acababa de salir del habitáculo, pero no fue así. La figura que salió fue directamente hacia el lavabo, no dirigió su mirada hacia el retrete vecino ni siquiera a través del espejo.

De hecho, Jonás no llegó a percibir su mirada, ni el resto de sus rasgos faciales. Al igual que él, llevaba una visera calada, e iba cargando con una mochila zarrapastrosa y más pesada que la suya. Viendo eso, y el chándal que vestía, Jonás podría haber deducido que se trataba de alguien joven, con un tipo delgado; no obstante, no podía estar seguro y tampoco es que le importara mucho pero, en sus circunstancias, sintió un pinchazo de curiosidad por vislumbrar un poco mejor al individuo. No quiso arriesgarse. La puerta del retrete seguía entornada, y él no tenía intención de abrirla ni una rendija más. De lo poco que pudo ver fue que, a la hora de lavarse las manos, el hombre, pues hombre le parecía, dejó junto al grifo un teléfono móvil. Tras secarse las manos de forma mínima, se dispuso a marchar; a Jonás le pareció que fuera a dejarse el teléfono, pero en el último momento lo recogió, saliendo del aseo y provocando simultáneamente un suspiro de alivio por parte de Jonás.


Penélope se estaba retocando un poco delante del espejo, y, pese a la recomendación de Al, estaba tardando más de lo que este hubiera deseado. Con todo, su acompañante no había asomado el hocico para recriminárselo, lo cual estaba enturbiando el rictus de la joven con una sombra de sospecha. Por eso, cuando vio entrar a Jonás no se sorprendió demasiado.

- ¡Buenos días, Jonás!- saludó, con falso entusiasmo- Te esperaba.

- ¿Seguro?- replicó él, vigilando que nadie entrara.

- Te esperaba desde que supe que Al había ido a visitarte anoche. Por cierto, ¿él está bien?

- Lo está- aseguró Jonás, grave- Él es mi amigo.

- Yo creía que también lo era- contestó ella y, sin inmutarse lo más mínimo, empezó a repasarse la sombra de ojos- ¿Vas a matarme aquí mismo? Pues hazlo pronto, no olvides que este es el aseo de señoras.

- Solo quiero que me acompañes. Y que lo hagas pronto, antes de que escandalicemos a alguien.

Penélope guardó sus útiles de maquillaje en el bolso y, dándose la vuelta, se cogió del brazo de Jonás, como si fueran una pareja.

- Muy bien. Iré contigo, no es necesario que me fuerces. ¿Puedo llevar la maleta?

Ella intentaba discernir algo bajo la sonrisa, en apariencia inocente, de Jonás, que le contestó:

- Pues claro. Estamos en una estación, ¿verdad?

Al salir del aseo, se cruzaron con una anciana y, aunque Jonás y Penélope iban a paso ligero, él la reconoció como la vecina que no contestaba a su saludo en las escaleras. Esa vez, fue él mismo quien no la saludó, pero en cambio le dirigió una sonrisilla de disculpa, para que así la anciana pudiera tener una anécdota más que comentar, acerca de los usos secundarios de los retretes que, al menos en esa ocasión, no iban en contra del orden establecido.

martes, agosto 02, 2011

LOS CERDOS. Entrega 44.

XIII

A la mañana siguiente esa misma mochila, ligeramente abultada, acompañó a Jonás cuando este se bajó en la estación del cercanías. Él, con una cara de sueño que disimulaba mediante la visera del cursillo, que se había calado lo bastante aunque no tanto como para perder ojo respecto al cartel de la estación señalada. Al bajar del vagón, Jonás se sintió transportado hacia las escaleras mecánicas que descendían hacia el vestíbulo. Ya no es que se encaminara hacia allí, sino que tuvo la impresión de ser absorbido por las fuerzas circundantes a su persona, que la impelían no solo a caminar, sino a hacerlo muy rápido si no quería verse avasallado por una turbamulta de zapatos recién lustrados y maletines que dejaban en la indigencia a su vetusta mochila.

Esa hora temprana, comúnmente conocida como hora punta, congregó a la salida del tren a cientos de trabajadores que se apresuraban a tomar esas escaleras. Al ver a esa apelotonada masa de personas, casi empujándose unas a otras, Jonás percibió que pronto perdían su condición de personas completas, y se transformaban en una gigantesca piara de cerdos. La mayoría de esas porcinas cabezas se acoplaba a un traje impoluto, lo cual le resultó más grotesco si cabe. Sin embargo, en esa ocasión no pareció importarle. Lo daba por hecho. Al margen de que pudiera haberse acostumbrado más o menos a esas visiones, su mente no se focalizaba en ellas, sino en su propio interior, en los planes que le habían llevado hasta allí, luciendo un aspecto poco envidiable.

Iba abstraído, y su imagen exterior proyectaba calma. Se dejaba mecer, primero por el gentío mutado y luego por el runrún de las escalerillas, considerando ese como el momento que precede a los grandes retos de la vida, aquellos de desenlace incierto y que requieren perseverancia justo hasta el último segundo antes de llevarlos a cabo. Para Jonás, todo cambiaría en el instante de pisar el vestíbulo. Por ello, mientras la escalera le iba descubriendo el que sería teatro de sus operaciones, fue activando todos sus sentidos para registrar el escenario lo antes posible. Pronto ya no tendría el resguardo de la multitud y desembocaría en la extensa planta baja, que albergaba un ordenado conjunto de puntos de información, tiendas y cafeterías.

Jonás se sorprendió al comprobar que en una de estas últimas, más cerca de su posición de lo que le hubiera gustado, se encontraban desayunando Penélope y Al, en una mesa colocada fuera del establecimiento. De todos modos, ambos parecían muy enfrascados en su conversación como para reparar en su presencia. Penélope prestaba más atención a su maleta de ruedas, e intercambiaba numerosas risas con su acompañante. Viéndolos, parecían una pareja de novios más dentro de la estación, a punto de embarcarse en un viaje. Nada hacía suponer que el destino de Penélope implicara dramatismo. Jonás se iba acercando poco a poco, calándose la gorra aunque no tanto como para llamar la atención; en ocasiones, un exceso en el querer ocultarse podría ser la vía más rápida para perder el anonimato. Sencillamente, optó por convertirse en un viajero más y, con ese fin, recogió alguno de los múltiples periódicos gratuitos que parecen propiedad común por parte de los usuarios del tren.

Leyendo, esperando a alguna circunstancia inconcreta, Jonás vigiló la zona cercana a la cafetería; Al y Penélope, tras haber apurado su bebida, se estaban levantando, lo cual le hizo maniobrar para que no se cruzaran con él al salir del recinto. Un corto trecho más allá de la cafetería se encontraban unos aseos públicos, y Jonás se imaginó que hacia allí guiarían sus pasos, cada cual al que le correspondía. Antes de entrar, ella se detuvo un momento, mientras sacaba del bolso un pintalabios. Al exhibió una sonrisa mordaz y a Jonás le pareció escuchar, aunque quizá se lo imaginó puesto que conocía bien a su amigo:

- No tardes mucho, ¿eh? Que tampoco vamos a la Mansión Playboy…

En el momento en el que Al desapareció dentro del baño, Jonás se apresuró a seguirle allí dentro. Era consciente de que, al margen de que aún tuviera dudas sobre lo que iba a cometer, el éxito o el fracaso de esto mismo podría determinarse por una cuestión de segundos.