lunes, enero 28, 2013

El sexo de los ángeles.



Ya nos hemos acostumbrado a que una parte considerable de noticias bizarras lleguen desde China, pero la última me pilló por sorpresa, la verdad. En un país con una censura tan paternalista que quitan un pezón de la versión tridimensional de Titanic para que al público no le entren ganas de tocarlo, o que se ventila una buena porción del metraje de Cloud Atlas, en especial la historia romántica entre dos hombres, una película como la que reflejo arriba no tiene la menor opción de abrirse hueco. Excepto, claro, en los incontrolables terrenos de la red. Aunque me cueste creerlo, esta historia a tres bandas arrasa en las descargas, por supuesto, ilegales. 
Yo, respecto a ello, he llegado más tarde que buena cantidad de chinos, pero he de confesar que ya le había echado el ojo a este filme desde hacía bastante, bastante tiempo, ya desde que se anunció su rodaje. Tanta antelación se debe a que conocía algunos detalles sobre su trama, y por ello albergaba un gran interés personal por ver cómo reflejaba un tema poco tratado en el cine (y en otros artes). No solo el público oriental, cualquiera podría alegrarse de ver una historia desinhibida que muestra el amor entre tres atractivos jóvenes; con un erotismo, eso sí, de buen gusto y plenamente justificado. Con todo, quizá demasiado atractivos. La trama no me acaba de parecer creíble, lo cual tampoco es obstáculo porque yo nunca he pensado que el cine deba por necesidad ser un espejo de la vida, ni mucho menos. El desenlace de este filme, que no contaré, resultaría extraño, pero no imposible, en el día a día cotidiano. 
Pero películas como esta, en China o en León, pueden producir efectos muy positivos en sus espectadores. Movido por esta, o quizá por la Paulaner que me estaba tomando, pude informar a mi pareja sobre facetas de mi personalidad que no conocía, y su reacción fue sorprendentemente... buena. Ahora la quiero más que antes, y no es que antes la quisiera poco. Me tomé al pie de la letra eso que dicen en el guión: Si no arriesgas, estás muerto. Pese a ello, creo que flaquea un poco en el diálogo. No me toméis por vanidoso si afirmo que yo los podría haber moldeado para adquirir mayor consistencia. En los actores, algunos de ellos con poca experiencia fílmica, hay de todo. Querría conocer, eso sí, cómo fue el proceso de doblaje de la película, sobre todo respecto a esa actriz francesa o de raíces francesas, que era una sirenita en la última de Piratas del Caribe y ahora se ha desprendido de su cola para que veamos qué había debajo de ella. Si esa es su voz original, me parece bastante menos sensual que el conjunto. 
Y, por cierto, se agradece que al menos una vez, a lo largo de todo el metraje, apareciera el término bisexual, no en boca de ninguno de los protagonistas, quienes se limitaron a soltar algunas vaguedades como no hay que comerse el coco, etc. Donde la película no ha tenido la menor repercusión, aparte de en la taquilla, ha sido en los Goya: cero nominaciones. Y no es que sea un filme excelente, pero yo no entiendo, como se preguntaba la revista Fotogramas, por qué los académicos tienden a votar siempre a las mismas películas, sea en el apartado que sea, ¿es borreguismo o es que solo ven seis o siete por año? No hablaré de Lo imposible, no me apetece y mucho menos después de la insufrible paliza de dos meses que en la cadena productora dedicaron al autobombo menos disimulado. 
Los caminos del éxito son inescrutables y solo me queda felicitar a los creadores de este filme por su valentía, abordando un tema incómodo, desconocido, y que, si bien no ha encontrado su público en España, puede que en el futuro se convierta en un título, si no de culto, al menos de referencia. 

domingo, enero 20, 2013

Por el Culis.


Los dos días que he pasado en Oviedo pudieran parecer inútiles, pero no lo son. Inútil, en todo caso, fue el dinero que invertí en realizar el test TOEFL allí. La academia oficial a estos efectos estaba siguiendo la estela de ese Culis Monumentalibus que expongo arriba, rotundo en sus formas y brillante del aguacero que cayó en la ciudad desde que puse el pie hasta que cogí el tren de regreso. Un culo asexuado, sin ninguna reminiscencia genito-urinaria y, la verdad, me gusta más que otras muchas estatuas que jalonan la ciudad de León. Si hay culos que son todo un monumento, no veo por qué no hacer un monumento al culo, una de mis partes preferidas del cuerpo humano, una parte democrática que no hace distinción de género. 
Pero, en fin, no quería desvariar en exceso porque me había quedado en la academia de inglés, ¿verdad? Resulta obvio decirlo, pero no es igual hacer un test de prueba en la tranquilidad de esta habitación, con todo el tiempo del mundo, que enfrentarse a la prueba en directo. Yo juraría, estoy casi convencido, de que los textos del examen eran más complejos que los del manual. En todo caso, ya sabía lo que me iba a encontrar: un test que poco tiene en cuenta la posibilidad de que los alumnos de Humanidades también quieran hacer carreras y posgrados en el extranjero. Si es que la lista de temas me dio tanta risa, a posteriori, que incluso la apunté: los efectos de los períodos de sequía, la formación del suelo en diversas capas, la organización centralista de la civilización inca, la alimentación de los peces en el océano profundo y superficial, una antigua ruta del mar de China, una luna de Saturno, los sulfitos, los insectos luminosos, bla, bla... Tan solo un par de estos temas podrían tener algún tipo de relación con el máster que yo quería estudiar: Literatura, Cultura y Medios de Comunicación. ¿Por qué pelotas tengo que desentrañar preguntas capciosas sobre temas que no entendería aunque estuvieran en español?
Poz no. El Inglés, ya se sabe, la asignatura pendiente de esta nación. Pero, en lo que se refiere a esta prueba, me pareció una tomadura de pelo. Y un buen negocio para los organizadores. Así pues, cancelé el examen. Para que me manden resultados mínimos, prefiero que no manden nada. Allí se queden ellos con su burrocracia y su etiqueta. En los exámenes de Filología al menos podía tomar agua, o alguna pastilla de regaliz. Aquí ni eso, por no hablar de las campanas de la iglesia de al lado, que tocaban Asturias patria querida cada hora, y de que hubo una manifestación, como no podía ser de otro modo, con petardos. Como si por usar petardos les fueran a dar más la razón. 


En el fondo, fue algo muy de Woody Allen, no en vano tiene una estatua en la ciudad, de la que dice que es como de cuento de hadas (algo que bien podría aplicarse también a esta en la que resido). Una experiencia surreal, como cuando en Vicky.Cristina. Barcelona le dio por poner un tablao flamenco en Asturias. La habitación del hotel valía la mitad que los albergues de Suecia y era mil veces mejor. Como no todo va a ser positivo, cabe apuntar que el wifi era atroz, y el desayuno no estaba incluido. Me calcaron cinco euros por un buffet que incluía bollería industrial y té Hacendado. Si lo llego a saber, empiezo a meter donuts al bolso y así ya tengo merienda. Eso sí, comí de más. No voy a ahondar en el tópico de lo bien que se come en Asturias, pero así fue, y no me salió demasiado caro. Con mi gula llené las carencias que me había dejado el examen, todo ello regado de buena sidra. Por cierto, ¿no habría que pasar también un examen para saber beber sidra? Porque se me antoja tan ceremonioso como el ritual japonés del té. 


Esta cacharra de arriba es un self-service de culines, o podría decirse auto-escanciador de sidra. La primera noche yo no los bebía del trago; tampoco echaba el poso en el cubo, porque, la verdad, cuando pago por algo no me apetece desaprovechar la mitad, sobre todo si es alcohol. La segunda noche ya vino un camarero a corregir mi ignorancia de guiri (guiri aunque vecino) y escanciarme él mismo. No es que me guste depender de terceras personas para beber, pero lo hizo con arte y le dejé un euro de propina en agradecimiento. Se lo que algunos estaréis pensando, que no es inteligente meterse una botella de sidra y un plato de choricines antes de un examen, pero, creedme, con total sobriedad lo habría hecho igual de mal. Casi mejor hubiera sido llevarse la sidra al aula, y así poder insultar por el micrófono a mis anónimos evaluadores. 


Pero no, no ha sido un viaje inútil. Nunca lo será una visita a la Vetusta de Clarín y la Regenta, novela que se cuenta entre mis favoritas y que, lejos de resultar aburrida, es una de las que más me hubiera gustado escribir a mí. ¡Ojalá en León hubiéramos tenido un cronista parecido! Pierdo un máster, sí, pero gano otro, el máster que me gusta, que quiero hacer y que espero no se vaya por el sumidero con estas turbulencias que reflejé en la universitas legionensis. Y, de rebote, gano una relación sentimental, por si no lo habíais inferido, que espero duradera. Por eso, estoy satisfecho, y empieza un período en el que puedo seguir con el Inglés (pero con el Advanced, me paso al inglés británico, aunque para pronunciarlo deba tomar un par de pintas); puedo seguir preparando la docencia con clases particulares, a pequeña escala o en academias, no mucho más trabajo puede ofertar esta tierra en el tiempo presente. Y, por último, mi viejo sueño literario, expandir el espacio de este blog para realizar una crónica de mi viaje a Escania (la región en la que principalmente residí). Inspiración no me falta; tiempo, bueno, deseo que sea un escrito breve pero, valga la redundancia, bien escrito. Es compatible con el empleo, el aprendizaje o el amor. Al menos eso considero ahora, veremos en cuanto me ponga dedos a la obra. Ha sido, por lo general, un mes con suerte, y eso no lo cambia el episodio de un fracaso anunciado, que yo ya conocía pero no por eso quise arrojar la toalla sin haberlo probado. 

lunes, enero 14, 2013

Quo vadis, universidad?

Estoy de resaca de Globos de Oro. El año pasado no fue posible, porque un lunes como hoy, último lunes del primer cuatrimestre, debía estar sereno para hacer una presentación y, en cambio, hoy solo he pasado por la facultad a modo cuasi de observador, de ex-alumno en trámite, quién sabe, de volver a serlo. 
Yo no tiro la toalla por adelantado, por mucho que ahora hayan surgido motivos por los que bien valdría la pena permanecer en León. Si los suecos, una vez superado el snaps y las cervezas de tres con cinco grados del supermercado, quieren seguir sacándome la pasta a través de compulsas que en realidad son firmitas por valor de doce euros cada una, lo asumiré, así como el test TOEFL del viernes; no tan malo, a priori, como imaginaba, pero dudo que llegue al nivel que me piden. No ayuda que, queriendo hacer un máster sobre literatura, deba escuchar charlas en inglés sobre los hábitos alimenticios de las cebras, raíces o planetas distantes. 
En mi regreso a la universidad me llevé una desagradable sorpresa. Tras hacer el camino a pie, el autobús era mucho lujo para recoger unos simples papeles, deseaba reponer fuerzas con una caña y una tapa en la cafetería central, punto neurálgico en mi devenir por esta carrera, y resulta que estaba cerrada. Y no era que hubieran alargado las vacaciones navideñas, es que todavía permanece así, con todas las sillas recogidas dentro formando un paisaje fantasmagórico, precisamente en ese espacio que tanta vida rebosaba, que tanto jolgorio en ocasiones me martilleaba los oídos.
Culpa mía, supongo, por utilizar ese espacio a veces a modo de biblioteca donde pasar apuntes, leer textos o dar clases improvisadas a mis compañeros. Pero también sirvió de punto de encuentro, de relax pre y post exámenes, para comer (la función más básica), para vegetar cuando me escapaba de la facultad por el catarro o la tensión baja, etc. ¿Cómo habrá pasado esto? No será por falta de clientela. Me resulta sorprendente, mucho más que cuando en Suecia me enteré de que había aparecido un tipo encapuchado con el pene al aire, sin duda para rechifla de los estudiantes. 
Espero que el cierre sea temporal. De lo contrario, se perdería un sitio que, tanto en el último curso como en los anteriores, fue una pieza clave en los resultados que obtuve en la carrera. ¿Qué quedaría, si no? Ya cerraron la cafetería III, por así decirlo. No comprobé si seguía la pequeña, de arriba, con amplia terraza primaveral pero escasas mesas dentro, y alguna otra, privada, algo más lejos del recinto. Por no hablar de las máquinas de chuches y alpiste, ja, ja, que son más bien un recurso entre clase y clase. Los recortes están haciendo estragos. Primero fue el Albéitar. Cierto que yo no estudiaba allí, siempre he tenido la suerte de concentrarme en esta misma habitación. Ahora dicen que en los exámenes de enero tampoco abrirá por la noche la biblioteca central, recurso para aquellos que desean chapar de madrugada, algo que no me parece recomendable pero que respeto en todo caso. 
Y, finalmente, mi facultad, siempre en estado de sitio, podría perder cuatro de sus seis carreras, todas menos las filologías. Y la mía no porque haya muchos alumnos, sino porque, a fin de cuentas, ya somos quinientos millones de hispanohablantes y es un sector con futuro económico, no cabe duda, y que además atrae a bastantes erasmus y extranjeros que dan vidilla y euros a la ciudad. Pero, vaya, con cuatro carreras menos yo pienso que tendrán que realquilar buena parte de las aulas para otros menesteres. Al menos los másteres se salvarán de la quema, porque bien nos cobran por ellos. Si el de Lund, por cualquiera de los motivos, no llega, podré reengancharme al que estuve a punto de hacer este curso. Al ser las clases vespertinas, notaré menos la ausencia de la cafetería si es que sigue en el estado actual. 
Todavía es pronto para saber cómo estará la universidad para el 13/14. Yo, mientras continúo con los trámites de Lund (me piden casi todo menos el certificado de virginidad), estaré pendiente y expectante por el giro que pudieran tomar los acontecimientos. Me encantaría volver a la que ha sido como mi segunda casa durante años, pero temo ante un proceso creciente de desmantelamiento. Las humanidades no nos sacarán de la crisis económica pero, por lo que se refiere a los valores, creo que pueden ayudarnos a ser mejores personas. Eso no se paga con dinero. 

sábado, enero 05, 2013

Done

Hay días en los que uno empieza un nuevo año en el blog aunque no tenga ganas de hacerlo. Hay días que uno no sabe si considerar días. Hay días en los que los propósitos para el año nuevo explotan en tus manos sin que aún hayas superado la nochevieja; es más, sin que aún hayas superado el viaje que debiera haber sido la recompensa a cinco años de carrera. No lo ha sido. No, al menos, de forma completa. El final de la recompensa estaba por llegar. Hay días en los que uno querría llorar de emoción, pero solo llega a dar cabezadas. Hay días que es mejor no planificar. Hay días en los que los errores una dos, tres, veinte veces repetidos no te pesan, y las marcas pasajeras oscilan entre la ocultación y la autoafirmación vanidosa. Hay días en los que las dudas surgen; sí, siempre dudas, en un mar de dudas nos anegamos desde un principio pero eso no impidió llegar a buen puerto. Hay días en los que uno pasa de previsibles preguntas; que hablen los hechos, y que los hechos sean bien interpretados. Hay días en los que los regalos llegan por anticipado, y no se sabe para cuánto tiempo se van a quedar. Hay días que uno no quiere que nunca terminen aunque solo lleven una hora de existencia. Hay días en los que no se sabe qué historia es más interesante: si la que teclean los dedos, o la que los propios dedos pudieran contar. Hay días en los que lo mejor es escribir de forma críptica. Al menos lo más elegante. Tiempo habrá para reflexionar. Luengo es el año. ¡Feliz 2013!