domingo, julio 31, 2011

LOS CERDOS. Entrega 43.


Jonás regresó al presente para fijar sus ojos en aquella flauta, que al final había recuperado, y que llegó al piso al mismo tiempo que él. Tenía pensado guardarla, por no despertar en su amigo un recuerdo agridulce para ambos. De hecho, a los pocos minutos Al le llamó para comunicarle que se encontraba cerca de su calle. Cuando entró a su domicilio, lo hizo tosiendo y algo confuso ante el estado del mismo, y eso que aún no había llegado a la cocina.

- ¡Vaya…!- murmuró, tras haber saludado efusivamente a su amigo.

Jonás tenía curiosidad por preguntarle dónde se alojaba esa noche, pero al final no lo hizo, suponiendo además que su amigo iba a disponer de pocas horas para el sueño.

- Aunque veas esto un poco patas arriba, puedo ofrecerte una copa. No tengo hielo… En realidad sí lo tengo pero no te gustaría su sabor, creo.

Los comentarios aumentaron la confusión de Al, pero se limitó a asentir.

- ¡Sí! Qué más da cómo esté, si me va a quemar la garganta igual… Lo necesito de todos modos.

- Lo necesitamos- precisó Jonás, yendo a buscar otro vaso a la cocina.

Al echó un vistazo hacia esa habitación, pero retiró el rostro en seguida, con disgusto.

- ¡Maldita sea, Jonás! ¿Qué es ese manto de bichos? Ya me habías dicho que el piso era viejo, pero tanto…

- Las cucarachas no las heredé. Digamos que intenté convivir pacíficamente con ellas, pero al final me acabé hartando. El gas…

- ¿Así que era eso?

Al no se sentó, sino que siguió vagando un rato por el salón, lo cual incrementaba el nerviosismo de Jonás; quería evitar de un modo más o menos educado que su amigo fisgara por el piso.

- ¡Quién lo hubiera imaginado!- dijo Al con cierta burla, tras tomarse un lingotazo de whisky- Esta es la principal investigación que te retiene aquí: un cucarachicida.

- No solo eso- replicó Jonás, algo irritado.

- Ya- dijo Al, pero tuvo que interrumpirse por un acceso de tos, que no fue provocado por la bebida- Pues para insectos no se, pero creo que a una escala más grande podrías utilizarlo de arma química. A mí ya empieza a fulminarme…

- Si quieres una máscara puedes cogerla en el laboratorio.

- ¡Oh, el laboratorio!- exclamó Al, llegando hasta ese antiguo trastero en el que el desorden le dejó más estupefacto- ¿Pero tú puedes trabajar aquí?

- El desorden es temporal- comentó Jonás, entrando tras él- Pero, vamos, no creo que vayas a encontrar mucho de interés aquí.

- ¿Cómo que no?- contestó su amigo, señalando hacia el cuadro de Penélope- Tranquilo, no voy a husmear demasiado. ¿Estamos con secretitos, a estas alturas? Pero… ¡Qué puntazo!

Al había descubierto de repente la escopeta, que le fascinó desde un primer momento y se dirigió a cogerla.

- ¡No me digas más! Era de tu abuelo, ¿verdad?

Jonás, al principio, iba a decirle que no se encontraba cargada, pero luego cambió de opinión.

- Sí. Y ten cuidado con ella, es vieja pero peligrosa.

- ¿Peligrosa?- repitió Al, observando la mirilla telescópica- Bah, ojalá hubiéramos tenido un trasto de estos y no un par de cuchillos, ¿no crees?

Pese a que aún no había localizado la flauta, Jonás comprobó que Al se había acabado refiriendo al episodio de la montaña.

- La suerte es que no la hubiera tenido el pastor- remató, lúgubre, mientras se sentaba en la cocina. Ya no tenía ganas de seguir detrás de su amigo.

Al tomó asiento también, dejando la escopeta apoyada en la pared, junto a él.

- Bien, vayamos entrando al tema, porque mañana tengo que madrugar.

- Ya algo me comentaste por teléfono, ¿verdad?

- Sí. Pero, ya que al fin nos hemos reencontrado, me gustaría hablar un poco sobre ti mismo. Si no te importa…

- Bueno, ya dijiste que ibas a ser directo, así que mejor empieza pronto.

- Te dije que estaba algo preocupado por ti. Y ahora veo que, para bien o para mal, estaba en lo cierto. Cuando nos separamos en aquel bosque pensaba que un cambio de aires te vendía bien. Y ahora me encuentro con que, en vez de aires nuevos, lo que has hecho es gasearte la casa.

- Muy ingenioso. ¿No pensarás que he intentado suicidarme?

- ¿Y por qué no?- replicó Al, sin inmutarse- Todos tenemos demonios. Y tú también, no creas que Penélope y yo no hemos hablado de eso. Y, perdóname que te diga, ella no va a poder ayudarte, pero yo sí. Para ella puede ser vital el quedarse en ese centro, pero yo sí puedo permanecer contigo en este piso, hasta que logres superarlo.

- ¿Hasta que supere el qué?- replicó Jonás con acritud, aunque era consciente de que perder los nervios iba a favorecer la tesis de su amigo- Mira, si lo que crees tú, o ella, es que se me está pirando la pinza, suéltalo ya y no marees la perdiz, por favor. ¿Estoy loco?

- Te estás volviendo loco. Eso es lo que Penélope notó en ti y, obviamente, ella tiene bastante experiencia en ese tipo de percepciones. Lo siento, Jonás, yo también lo veo. Y, como no estoy acostumbrando a verte así, el cambio me parece más fuerte. Tú siempre fuiste el formal, el estudioso… Yo era el que cometía locuras. Y puede que, después de todo este tiempo, si te da por cometer a ti una locura sea una locura acumulada, enorme, espantosa. Ya no solo cargarte a un puñado de bichitos. ¡Esa es la punta del iceberg! Y por eso quiero que, de momento, estés lejos de ella, que esperes al menos hasta que su situación sea más estable.

Pese a que el tono de Al no podía ser más comprensivo, Jonás se levantó con una mirada fulminante que su amigo no evitó, sabedor de que sus palabras podrían provocar una brecha entre ambos.

- La conclusión a la que llego- murmuró Jonás, arrastrando las palabras, al tiempo que las imprimía un matiz amenazante- es que tú quieres que me aleje de Penélope. A su vez, ella también me quiere lejos. Y mañana vais a ir a la estación para salir de viaje, hacia un destino en teoría conocido, y yo no estoy permitido siquiera a acompañaros para despedirme. Llámame loco si quieres, no te faltarán razones. Del mismo modo, te digo que no tengo por qué creerme nada de lo que me estás contando, ni de lo que me contó ella. Puedo creer que mañana vais a desaparecer juntos, así de simple.

Al se levantó de un modo brusco, de tal manera que la escopeta cayó al suelo, con el cañón apuntando hacia la puerta de la cocina. Observó a Jonás como si aceptara su desafío, lejos ya toda actitud de comprensión. De hecho, le propinó un pequeño pero enérgico empujón, que hizo que el cuerpo de Jonás se balanceara un poco hacia atrás pero no amenazó su equilibrio. Por si acaso, ya tenía localizada la escopeta como medida disuasoria; reculó hacia la cocina, siendo conducido hacia allí por el avance de su amigo.

- ¡Eres un imbécil!- le increpó este, con otro empujón que le hizo traspasar el umbral de la cocina- No me puedo creer que todavía sigas obsesionado por lo que pudiera pasar entre ella y yo. ¿Pero es que no tienes ojos en la cara? O, mejor dicho, ¿no tienes un ápice de sensibilidad?

Jonás comenzó a pisar cucarachas muertas, temiendo que, si Al volvía a empujarle, podría resbalar y estamparse contra ese repugnante suelo.

- ¿Cómo puedes estar celoso? ¿Cómo?- continuó Al- ¿Para eso viniste a buscarme a la montaña? Y todavía insinúas que estoy con ella… Pues mira lo que te digo, ojalá no la hubieses traído allí. Ella no tuvo la culpa, pero su presencia lo trastocó todo. Si de mí dependiera, jamás habríamos salido de ese claro en el bosque. ¿No crees que sería lo mejor, Jonás? Tú y yo viviendo juntos, al margen del mundo, como en esas églogas que todavía no he sido capaz de escribir. ¿Y si todavía estuviéramos a tiempo? ¡Tú y yo, desaparecidos para siempre, que se joda el mundo!

Una maligna sonrisa se dibujó en el rostro de Jonás.

- Todavía estamos a tiempo de desaparecer juntos- le dijo, y recogió la escopeta del suelo, ofreciéndosela a Al.

Este, en principio, no supo muy bien a qué se estaba refiriendo, no desde luego a sus ideas bucólicas. La mirada de Jonás oscilaba entre su amigo y el depósito de gas natural que se alzaba en la cocina. Al comprendió finalmente.

- ¿Eso te gustaría?- exclamó, agarrando la escopeta- ¿Qué saltásemos por los aires? Vamos, tú no me ofrecerías una escopeta cargada. ¿Te crees que soy gilipollas? ¡No te rías de mí!

Al enfureció, golpeando con la culata de la escopeta el pecho de Jonás, quien, como temía, se cayó al suelo pero arrastró con él a su ofuscado colega. Ambos forcejearon por el control del arma, si bien de modo poco violento, hasta que se la quedó su legítimo propietario y Al se enderezó, asqueado, necesitando otro trago.

- ¡Gracias Jonás!- gruñó- ¡Gracias a tu plaga acabas de anular las pocas horas de sueño de las que disponía, y salimos a las ocho!

Al se llevó la mano a la boca, demasiado tarde. Hizo un gesto jedi con los dedos, moviéndolos delante de Jonás.

- Tú no has escuchado nada de esto- exclamó, con voz robótica.

- Tus frikadas son inútiles conmigo- se burló Jonás desde el suelo, en el fondo encontraba bastante mullida la alfombra en la que se habían convertido las finadas cucarachas.

- Mira, no tengo tiempo para discutir contigo más. Si piensas sobre lo que te he dicho, mañana no aparecerás allí. Cuando vuelva de ese sitio te llamaré, ¿vale?... ¡Ah! Si no es molestia, voy a tomar un par de cosas para el camino.

Al le cogió una de las botellas, no la de Lambrusco y, antes de que él pudiera reaccionar, le agarró por los brazos para enderezarle un poco, hasta que él pudo agacharse y plantarle un beso en los labios; no introdujo la lengua, pero estuvo algunos segundos con la boca abierta, abarcando la suya, hasta que se despegó y, sin mediar palabra, salió del piso.

Jonás, después de esa brusca y no esperada incorporación, volvió a tumbarse en el suelo, ya no le daba tanto asco y, de hecho, se estaba adormilando. Su estado le pareció una suerte de variación sobre el cuento de La bella durmiente; Al le había besado no para despertarle, sino que para que se durmiera y, de ese modo, no albergara la tentación de dirigirse a ese tren, en el caso de que supiera a qué tren dirigirse. Si esa hubiese sido su intención, cerca hubiera estado de conseguirla, pero al fin Jonás se impulsó para ir, en primer lugar, a lavarse las manos. Luego salió de la cocina, y comprobó que Al le había sustraído la botella menos vacía. Ahí su amigo ya no habría obrado con tanta pericia, pues apurar todo el alcohol restante sí que hubiese dejado fuera de combate a Jonás, mucho más allá de las ocho de la mañana.

Se conformó con lo que había, y recogió la escopeta del suelo. Con esta, regresó al laboratorio, dentro del cual sintió una inesperada paz dentro de su desorden. Dejando el arma, iluminado por alguna idea súbita, comenzó a contribuir a ese caos revolviendo más aún el armario, del que extraía todo tipo de objetos, incluso los que parecían más insignificantes. Se detuvo de forma especial en una vieja mochila de excursionista; comprobó su capacidad y que, pese a su apariencia poco lustrosa, no había perdido resistencia en las asas. La apartó hacia algún rincón libre del cuarto, si es que eso era posible, y continuó el registro.


jueves, julio 28, 2011

LOS CERDOS. Entrega 42.

Ajenos a lo que sucediera en el lugar de acampada, Al y Jonás se hallaban dentro de un relajante espacio de sobremesa, tumbados uno junto al otro en el marco del fresco refugio. Jonás, al menos por unos instantes, sí había olvidado a Penélope, al campamento y, bajo los efluvios del vino que comenzaba a surtir efecto, agarró la flauta para intentar sacar algunas notas. No lo consiguió a la primera, pero eso no parecía importar a su compañero, que se había abstraído, luciendo una sonrisa de placidez que en otro contexto podría haberse tomado por bobalicona, con la mirada perdida entre las copas de los árboles. Con el brazo derecho rodeó el hombro de Jonás, atrayendo su cabeza hasta que se rozó con la suya. Él no pareció incomodarse por esas muestras de afecto, quizá por la bebida o porque el reencuentro entre los amigos en verdad hacía que estuvieran justificadas.

- Esta es mi idea de la felicidad- declaró, de modo solemne, sin volver la cabeza hacia su amigo- Este entorno, esta comida y, ahora, tu compañía, que era lo que me faltaba. Ya no necesito más inspiración, creo que pronto podré ponerme a escribir.

No obstante, la armonía en la que se encontraban se rompió cuando hacia ese lugar apartado llegaron los ecos de un estridente silbido. Se rompió tan solo para Jonás, que se incorporó como si en ese mismo momento hubiese recuperado la memoria. Al permaneció en la misma postura, todavía con el brazo extendido y frunciendo el ceño en señal de disgusto porque Jonás hubiera desecho una imagen idílica para él.

- ¿Qué sucede?- exclamó.

- El silbato. ¿No lo oyes?

- Sí. Algo me parece escuchar. ¿Y qué? Será el pastor ese llamando a las cabras o algo así.

- No, no te lo conté. Antes de marcharme le di a Penélope un silbato, para que me llamara si pasaba algo.

- Igual no pasa nada. Igual solo se está impacientando porque no vuelves… O eso o que te echa de menos.

- ¡Vamos, Al! No me voy a quedar con la duda. Puedes estar aquí si quieres, si todo va bien volveré con ella.

- Oh, no, no- replicó Al, levantándose con torpeza- Si tú vas, yo voy. Y, si es una urgencia, creo que sabré llevarte hasta el valle de una forma más rápida que cuando tú llegaste aquí.

Al tomó el papel de guía y, dejando allí los restos de la comida y cogiendo solo lo que creyó necesario, como su navaja, empezó a correr por entre los árboles con una agilidad que Jonás nunca hubiera imaginado­; era como si su amigo, tras una breve convivencia con el espacio natural, se hubiera adaptado de tal modo que a él le costaba seguirle; las ramas le azotaban el rostro y, al menos así, le hacían olvidar las copas de vino que había tomado. Jonás estaba atento al sonido del silbato, que resonó un par de veces más hasta que se ahogó, creándole una gran sensación de alarma.

Si bien al principio pareció tomarlo a la ligera, observó que Al se deslizaba por el bosque con la navaja en la mano, como preparándose para cualquier contingencia. Y la apretó con más fuerza cuando, al desembocar en el valle, vieron a dos figuras que forcejeaban en el suelo; aquella que estaba encima de la otra, por su apariencia, fue reconocida como la del pastor, también por parte de Jonás. Alrededor se encontraba el rebaño de cabras, que huyó despavorido cuando Jonás y Al, ya sin ninguna duda acerca de lo que estaba sucediendo, corrieron hacia allí con una desencajada expresión de furia, blandiendo ambos sus armas de filo.

Penélope estaba en el suelo pero, ni mucho menos desvalida, luchaba bravamente por el control del mazo, que Polifemo intentaba arrebatarle con una mano. La otra no la tenía ociosa, sino destinada a aquel fin que ella había temido; había apretado sus pechos, como si la estuviera ordeñando, le había arrancado el sujetador de un tirón e intentaba romper su camiseta, encontrando más resistencia de la que hubiera esperado. Los perros, al notar a los intrusos llegando a la carrera, se abalanzaron sobre ellos, pero no habían contado con que los dos amigos, al ver a Penélope dentro de aquel peligro, enfurecieron hasta tal punto que, aullando como demonios, comenzaron a cortar el aire con sus cuchillos, y alguno de estos tajos recayó en el lomo de los mastines, que se retiraron con un lastimero gruñido.

- ¡Suéltala, cabrón!- gritó Jonás cuando ya estaba cerca de ellos.

El pastor, pese a su apariencia ruda, no pudo por menos que acobardarse al ver a los dos jóvenes que parecían muy dispuestos a apuñalarle, se levantó y empezó a correr a través del valle. Al se agachó para abrazarse con Penélope, pero Jonás no paró de correr; no sentía el cansancio, solo un hormigueo de odio que le impedía detenerse.

- ¡Jonás!- dijo Al- ¡Párate, es peligroso, no conoces esta montaña! ¡Deja que se vaya, le denunciaremos!

Pero Jonás no quería escucharle, solo estaba preocupado por no perder de vista al fugitivo; siendo realista, supuso que Al tenía razón, que no podía disputar una carrera con el pastor en su propio terreno, pero no iba a arrojar la toalla hasta que no viera cómo la forma se perdía en el horizonte.

- Penélope, cariño, voy a tener que seguirle- le dijo Al, estampando un beso en su mejilla- Esto puede acabar mal.

Ella, que agarraba el mazo temblorosamente, sin articular palabra por el estrés postraumático, solo pudo asentir y ver cómo Al se unía a la persecución, ya no contra Polifemo sino para detener a su propio amigo. No obstante, ella no quería desempeñar un mero papel de víctima, y por eso se esforzó en levantarse de ese suelo que la había visto casi rendida, dispuesta a seguirlos aunque fuera de lejos. Su agresor había llegado hasta un terreno en el que creyó encontrar una buena opción de escapada. Se trataba de una ladera cuesta abajo, de una cierta inclinación; estaba sembrada de piedras, algunas de un tamaño considerable, lo cual imprimía bastante dificultad a la bajada; eso lo consideró una gran ventaja en su beneficio.

El denominado como Polifemo no era estúpido, desde luego; se dejaba llevar, aparte de por sus instintos primarios, por una astucia asimismo primordial, un instinto que le llevó a considerar que Jonás nunca podría seguirle por aquellas rocas. Hubo un matiz que no tuvo en cuenta, el que, antes de lo que se imaginaba, Jonás llegó corriendo hacia su posición y se arrojó hacia él, con el cuchillo de su abuelo en ristre. Por fortuna para él, de un manotazo el pastor logró que Jonás arrojara el arma hacia las rocas, donde se perdió en alguna rendija que lo haría irrecuperable en esas circunstancias. Jonás cayó encima del cuerpo de Polifemo, ambos aterrizaron al borde de la ladera, en un precario y peligroso equilibrio. Jonás, una vez hubo perdido el cuchillo, solo tenía las de perder porque a fuerza bruta le ganaba de sobra su adversario.

Una mano, la misma que había apretado los pechos de Penélope, se dispuso a apretar el cuello de Jonás, y le hubiera dejado sin respiración si no llega a ser por la intervención de Al, que propinó al pastor una patada en el rostro, arrojándole hacia atrás. Algunas piedras comenzaron a rodar ladera abajo, y Al temió que, si no se alejaban de allí, el riesgo de un derrumbe iba a ser excesivo.

- ¡Jonás, vámonos!- gritó, al tiempo que le ayudaba a levantarse, su amigo estaba tosiendo tras el intento de asfixia; luego se dirigió al pastor- ¡Y tú, desaparece de mi vista! ¡La próxima vez que quieras follar, con una mujer, ya puedes ir ahorrando, aunque tendrás que esperar hasta que salgas de chirona!

Las palabras de Al parecieron impresionarle pero, en vez de huir, pensó que lo mejor sería librarse de esos molestos testigos; cogió del suelo un canto tan grande como su puño, que arrojó con pericia hacia la cabeza de Jonás, y estuvo a centímetros de impactarle. Por el rabillo de su único ojo, Polifemo observó que Penélope también se acercaba hasta allí, aunque ella no se viera muy capacitada para caminar deprisa; eso le excitó más hacia la pelea, ya se había calentado con los preliminares y tuvo claro que, una vez hubiera terminado con sus defensores, la violación le iba a saber a gloria, ella pagaría el doble por toda la tensión que se encontraba viviendo. Así animado, comenzó a recoger una piedra tras otra, que iban a estrellarse a escasa distancia de sus oponentes.

- ¡Joder!- exclamó Al, mientras esquivaba una que le pasó rozando- ¡Ahora sí que te has ganado el mote de Polifemo!

Jonás, repeliendo como podía esa nueva agresión, pudo observar cómo el intento de homicidio que estaba llevando a cabo el pastor podría convertirse en suicidio pues, dentro de la furia con la que estaba recogiendo piedras del suelo, pareció no darse cuenta de que estaba creando una peligrosa inestabilidad en el mismo.

- ¡Para ya, gilipollas, vas a matarte!- le advirtió, pero no fue suficiente.

El suelo bajo los pies de Polifemo comenzó a correrse, en un inicio de desprendimiento. Él tropezó hacia atrás y se cayó, rodando cuesta abajo y siendo enterrado por una avalancha de rocas, algunas grandes como megalitos funerarios que fueran a rubricar su desdichado fin. Los tres jóvenes observaron, con la boca abierta, el fondo del barranco, en el cual no se veía ni una mínima parte del pastor.

- Bueno, a ese ya nadie le saca de ahí- dijo Al, viendo que ninguno de los otros rompía el silencio- Ha tenido un fin triste, pero el que él mismo se ha buscado.

- ¿Estás seguro de que nadie le sacará de ahí?- replicó Jonás.

- Bueno, ¿y quién le echará de menos? ¿Sus perros? ¿Sus cabras?

- No le echarán de menos, pero verán que ha desaparecido. Y nosotros seremos sospechosos.

Aun en esos momentos de tensión, Al no pudo contener las carcajadas.

- ¿Pero qué dices? ¿Sospechosos? Ese tío primero intenta violar a Penélope, luego intenta ahogarte, luego nos zumba una lluvia de pedradas y, al final, se entierra a sí mismo, aunque posiblemente ya estaba enterrado en vida. ¿Y nosotros tenemos culpa de algo? ¡Díselo a Penélope!

La aludida no había intervenido hasta entonces, porque todavía estaba asumiendo el trago por el que se vio obligada a pasar. Trató de calmarse, y que las palabras pudieran brotar con naturalidad.

- Aquí no estamos hablando de si él se lo merecía o no. Por lo que a mí respecta, creo que sí. Pero, pensando fríamente, entiendo a Jonás. Sí, podemos decir que él tropezó y se cayó. Pero también nos podrían decir que le tiramos nosotros, que le enterramos porque ya lo habíamos matado. La única solución es que pensemos sobre esto con calma y alcancemos un acuerdo los tres.

- ¿Con calma?- repitió Jonás, sintiendo que esa vez sí iba a perder el control- ¿Me vais a pedir calma, si por enredarme con vosotros voy a pasar de científico prometedor a supuesto asesino de un tarado follacabras? ¡Sois una maldita pareja de dementes!

- Jonás, estás yendo demasiado lejos- protestó Penélope, con un tono gélido.

- ¿Y te quejas de nosotros?- añadió Al, encarándose con él- ¿Acaso te pedí yo que vinieras? Ninguno de nosotros tiene la culpa, ha sido el fatum.

- ¿No puedes hablar normal por una vez?- apostilló Jonás.

- El fatum, - repitió Al, ignorándole- el malhadado destino. Por un momento pensé rozar la felicidad, cuando estábamos allí en el bosque, uno junto al otro… Pero el destino nos mandó a ese cabrero, como podía haberse servido de cualquier otra herramienta. ¿Tienes miedo, Jonás? Muy bien, pues recoged el campamento y marchad. Vete de aquí, y vete de la ciudad, busca alternativas, te vendrá bien. ¡Ah! No te olvides de recoger la flauta. Es un regalo, y me ha parecido que lo aceptabas. ¡Allí te espero!

Al se marchó corriendo, en dirección a su refugio boscoso. Jonás no quiso seguirle, finalmente explotó y cayó, llorando, entre los brazos de Penélope, que también dejó salir sus sentimientos del mismo modo. Jonás se sentía reconfortado en el abrazo; al mismo tiempo, notó remordimientos que le atacaban porque él había disfrutado el descanso, algo ebrio, mientras ese cuerpo al que se amarraba estaba a punto de ser ultrajado, de convertirse en un objeto y, si se resistía mucho, quizá hubiese quedado tan inerte como un objeto.

- En parte, creo que Al tiene razón- susurró Penélope- Quizá te venga bien dejar todo esto. Una temporada, por lo menos. No se trata de que él o yo queramos que te vayas. Eso tendrá que salir de ti mismo.

Jonás se despegó de su cuerpo y, sin mediar palabra, comenzó a tomar la senda hacia el bosque.

- Voy a intentar solucionar esto- declaró, cuando ya había caminado unos metros; de repente, se dio la vuelta, y Penélope, con una sonrisa más bien triste, señaló el silbato, como si se hubiera adelantado a sus pensamientos.

- No creo que vaya a volver a necesitarlo…- exclamó ella.

domingo, julio 24, 2011

LOS CERDOS. Entrega 41.

Jonás se internó por la floresta, sin tener una ruta prefijada, suponiendo que, como la masa boscosa que rodeaba al valle tampoco es que tuviera una extensión muy vasta, era poco probable que se perdiera; saldría hacia el otro lado del valle, en todo caso. Antes que por un sendero, comenzó a guiarse por un extraño y agudo sonido que llegaba hasta él. Al principio lo atribuyó a los pájaros, pero a medida que se iba acercando más a él lo tomó como proveniente de alguna clase de instrumento. Siguiendo su rastro, alcanzó un claro en el que, tumbado a la sombra y junto a un arroyuelo, Al se encontraba tocando la flauta de pan, la misma que con el tiempo terminaría en su trastero. Su amigo, en efecto, se había vestido de pastor, con un zurrón y algunas viandas diseminadas en un mantel a su lado; un pastor aún sin ganado, como había supuesto él. Al observarle, el joven no se sorprendió, sino que le sonrió desde el sitio.

- ¡Bienvenido, Jonás! ¿Qué es esa cara? ¿Esperabas que me sorprendiera? Bueno, me estoy acostumbrando a la montaña, y mi oído también; por otra parte, tenía la esperanza de que podría veros algún día. Es el signo de que no me habéis olvidado. Y te felicito, ¿cómo me has encontrado tan pronto?

- Bueno, no se me ocurrían muchos más sitios.

- Pues, ya que has descubierto mi refugio, voy a ofrecerte algo de mi hospitalidad. ¡Venga, siéntate aquí! Estoy disfrutando esto mucho más que cuando éramos pequeños. Creo que ahora lo veo bajo una sensibilidad nueva.

- Me encantaría, Al, pero debería volver a donde he dejado a Penélope. Ella podría preocuparse si tardo mucho… O si no vuelvo contigo.

- ¡Bah! Esa chica se las apaña bien, te lo aseguro. ¿Habéis subido la montaña y llegado hasta aquí, del tirón? Vamos, no puedes seguir sin un frugal tentempié de pastor.

Después de todo lo que le había costado lograr ese reencuentro, Jonás no tenía ganas de disputar por las cuatro rodajas de queso que Al estaba cortando con una navaja. Y tampoco tenía la menor gana de rechazar su invitación, pues andar le había abierto el apetito y no se aprovisionó al abandonar el campamento. Al fin se sentó plácidamente a la sombra, junto a su amigo.

- ¿Te gusta mi locus amoenus?- inquirió Al, sirviéndole en un tosco plato las rodajas con un poco de pan de hogaza.

- Eso no se, pero la merienda tiene una pinta estupenda.

- Sí, para que sepa bien hay que regarla con el contenido de este odre- dijo Al, sacando una bota de vino, de la cual sirvió un poco en un asimismo tosco vaso de madera.

- ¿Un odre? Pues a mí eso me parece una típica bota.

- Ya, bueno… Pero, en este entorno, creo que merece la pena interpretar un poco, ¿no?

- Ya…- replicó Jonás, burlón, alzando la copa- Como cuando estábamos en el estudio de Penélope, ¿verdad? Tenemos que hacer una violación de esas.

- ¿Cómo?- inquirió Al, aturdido.

- Espera… No, no. Libación. Ja, ja.

Al sonrió, por la confusión, y alzó su copa junto a la suya, brindando.

- ¡Por nuestro reencuentro! Aunque todavía no es completo, tendremos que repetir esto cuando bajemos con Penélope.

Lo cierto era que Jonás, tras haber apurado con avidez su copa, comenzaba a olvidarse de su compañera de travesía. Sentía una fuerte curiosidad por el tipo de vida que Al había estado llevando desde que decidió abandonar la civilización.

- Y, dime, ¿ya te has acostumbrado a tu vida como pastor?

- De momento estoy en una fase de adaptación- comentó Al, arrojando lejos de sí la corteza del queso- Pero sí que he conocido a un pastor auténtico. Por desgracia, no hacemos buenas migas. No le veo como mi compañero de églogas. El pobre es feo, desentona con esta belleza natural, y le falta un ojo. Siendo poco original, le he bautizado como Polifemo. Es de pocas palabras y mejor así, porque ya me resulta inquietante estando callado… Pero, ¡en fin!, yo voy haciendo progresos. ¿Has visto mi flauta de pan? La he diseñado yo mismo.

Al le ofreció la flauta, que en efecto tenía todo el aspecto de ser de manufactura propia.

- Me gustaría que aprendieras a tocarla.

- ¿Estás de coña?- replicó Jonás- Instrumentos de laboratorio todos los que quieras, pero ya sabes que esto no es lo mío.

- Da igual. Si vives en este sitio, aunque sea una temporada, verás cómo te dejas llevar por la música, lo que salga de ahí te parecerá un sonido celestial aunque igual no te dieran ni unas monedas si la tocaras en la calle. Y, si no quieres, no la toques. Quédatela como un presente de mi parte. De este modo enterraremos ese desencuentro que tuvimos la última vez. Tenía la esperanza de que vendrías, de que las cosas no podrían terminarse así.

- ¡Vale! Me la quedo. Si me dejan sin fondos para investigaciones, preferiré tocar esto antes que un acordeón.

Ajena a este ágape del que, por distancia, se hallaba necesariamente excluida, Penélope estaba ultimando el montaje de la tienda de campaña, clavando piquetas en el suelo con un mazo neumático. De repente escuchó cómo los cencerros y ladridos que ya habían notado se acercaban hacia su posición, lo cual en principio no tenía por qué inquietarla; siguió a lo suyo, mientras se aproximaba un reducido rebaño de cabras, custodiado por un par de mastines que se acercaron a ella amenazantes, enseñando los colmillos.

- ¡Qué monos!- exclamó con burla, mostrando el mazo para que vieran que ella tampoco es que se encontrara desarmada. Como la mayor parte de los urbanitas, tenía unas ciertas nociones acerca de qué peligros encontrar en el campo, y mostrar miedo ante los perros no era la mejor idea para mantenerlos a raya. No obstante, un silbido del pastor hizo que se retiraran.

Este apareció después, y su sola visión hizo que Penélope no pudiera disimular una mueca de asco. Era el mismo al que Al se había referido como Polifemo. Además del parche en un ojo, todo su aspecto parecía señalar que el hombre estaba tan lejos de todo contacto humano que no se había molestado en conservar una apariencia algo agradable. Le dominaba la suciedad tanto en el físico como en la ropa y un cabello tan áspero como la maleza del lugar. Penélope dedujo que, bajo esa capa de mugre, habría un hombre no muy mayor en cuanto a edad, pero descuidado, poco agraciado y, lo que más le inquietaba, con un comportamiento extraño que podría acarrear malas intenciones.

- ¡Hola!- exclamó Penélope, fingiendo un tono agradable.

No obstante, el pastor no hablaba. Sumido en el silencio, se limitaba fijar su único ojo en ella, como embobado. Eso le pareció Penélope, o tímido o retrasado mental.

- ¿Hola?- repitió- ¿Pasa algo malo? ¿Es que te he invadido los pastos? Porque, vaya, creo que el valle es lo bastante grande…

Penélope no quiso hacer el esfuerzo de justificarse. Le resultaba absurdo; aquel tipejo, probablemente, ni la estaría escuchando. No le interesaban sus palabras, y temió que sí lo hiciera su cuerpo, de ahí su fijación y el aletargamiento, que se diría el estado previo de una bestia salvaje lista para saltar en cualquier momento.

- ¡Muy bien!- exclamó, blandiendo el mazo- No me hables si no quieres, pero tampoco te acerques demasiado. Si no tuve miedo de tus chuchos, tampoco lo tendré de ti.

jueves, julio 21, 2011

LOS CERDOS. Entrega 40.

Desde aquel piso pequeño, caluroso y, para colmo, contaminado, Jonás se trasladó en mente a un espacio mucho más diáfano e impresionante, una cordillera montañosa que Penélope y él recorrían con la sensación de ser dos hormigas en dura escalada, y a nivel comparativo bien podrían parecer eso a juzgar por las dimensiones del recinto natural. Lo cierto es que ninguno de los dos parecía haberse preparado bien para esa ruta, sobre todo ella. Jonás iba de guía, puesto que había pasado largos y felices ratos en aquellos parajes, hacía tiempo, por lo cual debió de buscar en su memoria para orientarse correctamente.

Se encontraban subiendo la pendiente de una montaña, con una inclinación de nivel medio, a través de un terreno fecundo en enormes peñascos, sobre los cuales afianzaban los pies con poca seguridad, en especial ella, que se había enfundado unas pesadas botas negras, más apropiadas para presentar una exposición pictórica antes que para vencer un repecho como aquel. En el cielo puro reinaba un sol benevolente, que no hacía más dura su ascensión; sin embargo, cargados además con mochilas de excursionista, estaban jadeando y sin demasiadas ganas de charla, salvo para necesidades puntuales. No obstante, Jonás no evitó darse la vuelta para expresar su sarcasmo.

- ¿Te arrepientes ahora de decir que vendríamos a buscarle?

Penélope se sentó en una piedra plana, dejando la mochila, para descansar un poco y, antes de hablar, bebió un trago de su cantimplora para refrescarse.

- No, Jonás, no me arrepiento. Solo espero que de verdad sepas por dónde me estás llevando. Si voy a estrellarme la cabeza contra alguna de estas rocas, al menos que sea por algo que merece la pena.

Jonás sonrió. Estaba cansado, pero feliz. Regresar a ese lugar de su infancia le había motivado lo bastante para suplir esa merma de fuerzas que le había provocado la falta de costumbre. Compartir esa toma de contacto con ella le resultó un placer adicional, por lo que, si no hubiera supuesto desviarse mucho del objetivo, se habría quedado en ese pedregal al menos una hora, para atesorar mejor aquel instante en su memoria.

- Cuando dije que trajeras un buen calzado creo que no me refería a eso. Si nos viera algún guarda diría que vas a matarte, sin embargo creo que te has vestido de excursionista guapa.

- Un gran consuelo si me despeño…

Jonás se tumbó hacia adelante, observando en el horizonte los pasos que deberían dar, para lo cual se ayudó con unos pequeños prismáticos.

- Pues no te creas que tengo yo mucho aguante. Es lo que tiene perder práctica, pero creo que nunca es tarde para retomar el montañismo. Esta es la parte dura, no pienses que todo el terreno será así ni que Al se ha establecido en este camino de cabras. Estoy ahora mirando, pronto lo podremos comprobar. Sí, ahora parece que lo recuerdo como si fuera ayer, tenemos que coger un desvío, cuando se terminen estos pedrolos. Luego, a través de una senda, cosa de un kilómetro de distancia, llegaremos a un valle cercado de bosques, entonces ya verás si la caminata ha merecido la pena. Al ser un día entre semana, con suerte estará vacío, o casi. Y, si de verdad él ha venido a parar por estos montes, me apostaría la merienda a que por allí anda, más o menos oculto.

Pasado un rato llegaron a ese desvío que le resultaba familiar, no se equivocó en tomarlo ni tampoco en el resto de sensaciones que almacenaba acerca de la naturaleza del sendero que continuaron, más suave y menos expuesto, circundado por maleza desgreñada y arbustos que tendrían aproximadamente la misma altura que ellos mismos. El camino allí se les hizo corto, pues pronto desembocó en un amplio valle circular, cercado por compactas extensiones de coníferas. Jonás se detuvo unos instantes, para contemplar una belleza que tenía vagamente olvidada, pero cuyo encanto se reactivó nada más pudo volver a poner sus ojos en ella.

- Sí, sí- exclamó, aunque más bien para él mismo, por momentos parecía haber olvidado a su acompañante- Ahora ya no cabe ninguna duda, en este valle hemos acampado más de una vez.

- Pues habrá que volver a hacerlo, ¿no?- añadió Penélope con un suspiro, arrojando la mochila, que contenía parte de la tienda de campaña, al suelo.

Jonás, saliendo de su arrobo, se volvió a mirarla.

- Eh… Sí, claro. Pero no aquí- observó en lontananza, buscando un rincón válido para establecerse- En realidad no creo que esté permitida la acampada aquí, recuerdo que Al y yo solíamos instalarnos en un sitio más resguardado, a orillas del bosque.

Mientras se desplazaban a un lugar acorde a estas condiciones, escucharon de lejos ruidos de cencerros y balidos que rompieron el silencio y la quietud casi extrema en la que habían descubierto el paraje.

- Normal- comentó Jonás- Ni un excursionista, pero no pueden faltar los pastores.

- ¿Crees que será él?- inquirió Penélope, esperanzada.

- No, no, lo dudo. Una cosa es que se esté preparando, de algún modo, para ser pastor, y otra que ya haya conseguido un rebaño. Lo más probable es que Al ande solitario, escondido por alguno de estos bosques. Bien mirado, esta zona tampoco es tan grande, así que si tenemos paciencia igual hasta le vemos antes de que anochezca. A menos que él nos rehúya, y dudo que llegue a ese extremo.

Al fin llegaron a un lugar que pareció apropiado a Jonás, donde se apresuraron a sacar todo lo necesario para establecer el campamento general.

- Es una tienda sencilla- dijo Penélope- Creo que hasta yo me las arreglaré para montarla sola. Jonás, me sentiría más tranquila si, como dices, tenemos noticias de Al antes de que se ponga el sol. Tú que conoces más los alrededores, ¿por qué no empiezas a explorar un poco mientras yo instalo las cosas? Luego podremos seguir ambos.

Jonás la observó con mal gesto, dando a entender los reparos que ponía a dejarla allí sola. Ella, no obstante, estiró los labios en una mueca de burla.

- ¿Qué pasa? ¿El macho de la expedición no quiere dejarme sola y desamparada?

- No es eso, Penélope. De hecho, Al y yo siempre fuimos bastante inconscientes respecto a los peligros a los que nos exponíamos aquí, y nunca nos pasó nada. Ahora que he crecido, me doy cuenta de que en realidad no se qué es lo que hay por ahí fuera. Así que quédate, bien, pero quiero darte un par de cosillas.

Jonás extrajo de su mochila una funda de cuero, la cual contenía un cuchillo de reluciente filo, que superaba en longitud la palma de su mano, con una empuñadura tallada en madera noble. Lo blandió delante de ella, si bien se sentía algo intimidado por el potencial peligroso del arma; un sentimiento que parecía compartir Penélope, pues apartó la vista al poco de que Jonás se lo enseñara.

- Es un regalo de mi abuelo- dijo él- La verdad es que me sentiría más seguro si te lo quedaras.

- Pues yo no me siento más segura de esta manera, Jonás- replicó ella, con un acento tembloroso en la voz- He tenido malas experiencias con cuchillos y cuchillas, así que llévatelo porque igual a ti sí te hace falta. En el peor de los casos tengo el martillo para armar la tienda, también es contundente.

Jonás creyó entender la aversión expresada por Penélope, así que devolvió el cuchillo a su funda. Sacó, en cambio, un silbato plateado, que se podía colgar al cuello a través de una cadena.

- ¿Otro regalito?- dijo Penélope.

-No… Esto me entró en una caja de cereales. Igual te suena absurdo, pero al menos quédate con esto.

- Vale, vale- aceptó ella, colgándoselo- Si así te quedas más tranquilo y me prometes que vas a irte de inmediato a buscar a Al… No se si absurdo, pero esto me hace sentir una perra, Jonás.

- En todo caso el perro seré yo- le corrigió Jonás, con una sonrisa- Porque vendré si me llamas.

martes, julio 19, 2011

LOS CERDOS. Entrega 39.

XII

El número que indicaba la pantalla era el de Al. Jonás, si bien algo atontado por la atmósfera enrarecida, lo cogió sin titubeos.

- ¿Sí?- inquirió, como si no supiera de quién se trataba.

- ¡Buenas noches, Jonás!- contestó su amigo, le pareció escuchar de fondo fragmentos de otras conversaciones- ¿Te llamo muy tarde? No, supongo que no. Y supongo que tampoco esperabas mi llamada.

- Pues, mira, ha sido un día tan raro que ya cualquier cosa me esperaba. ¿Por dónde andas? Porque en tu casa no parece.

- No, no, ahí es donde reside la sorpresa. Pero vayamos al quid. Verás, tenía ganas de hablar contigo. Comprendo que hayas preferido echar tierra de por medio, pero también comprenderás que yo esté, al menos en parte, preocupado por ti. Y a tu padre le sucede lo mismo, por eso me dio las señas de tu piso. Espero que no te moleste. Así que pronto, bueno, algo entrada esta noche, podré hablar contigo en persona si es que te parece bien la idea, claro.

- Oh, Al, te lo agradezco, pero, ¿eran necesarias las molestias? Vamos, que igual una webcam te hubiera resultado más económica.

- Quita, quita… Tampoco te has ido tan lejos de casa, ¿verdad? El tren no tardará demasiado en llegar. Tendré que apañarme un poco con el metro, ejem, procuraré preguntar lo mínimo para que no me tomen por muy palurdo.

Una sombra de suspicacia contrajo los rasgos de Jonás.

- Oye, ¿tú sabías lo de Penélope?

Al no tardó en contestar, con toda naturalidad.

- ¡Sí, claro! Y se que esta tarde has estado con ella. De eso también tendremos que hablar, amigo mío, ¿qué demonios le has dicho? Si querías asustarla, enhorabuena, lo has conseguido.

El reproche que le envió Al, aunque lo hizo con una nota de desenfado, no varió su actitud desconfiada.

- Y, ya que sabes tanto, ¿entonces es verdad que no te vas a quedar en ese sitio con ella?

Por unos instantes, solo pudo escuchar el ruido de su masticación.

- Por favor, Jonás, vas a hacer que me siente mal esta tortilla recalentada. ¿Quedarme yo allí? No me jodas, yo ya perdí el carnet de cliente VIP y por eso ahora no es que vaya con Penélope, es solo que voy a acompañarla hasta la puerta, para saber que queda en buenas manos, para que vaya conociendo el sistema y, en definitiva, para que pueda entrar con buen pie. Si eso te parece mal solo puede ser porque te estás convirtiendo en un fucking paranoico.

Jonás calló un momento, mientras asumía que las palabras de su amigo le estaban poniendo en evidencia, y de paso pudo darle algo de tiempo para seguir con su cena.

- ¡Ey!- exclamó finalmente Al- ¿Quieres que vaya a verte entonces o no? No son horas, lo se, si lo prefieres podemos vernos cuando deje a Penélope.

- No, no… Olvida lo que te he dicho. Vente, de verdad, creo que charlar contigo me aliviará. Yo te estaré esperando, además ando enredado en unas… tareas domésticas, vaya, que hoy voy a pillar tarde la cama.

- ¡Estupendo! Si me pierdo, te pediré ayuda. Confío en mi orientación pero, vaya, mejor que estés un poco al loro. Ciao!

Habiéndose colocado de nuevo la máscara, Jonás entró en la cocina por ver si podía hacer algunos rescates en el naufragio provocado por él mismo. De la nevera sacó tres botellas; un par de licor fuerte, hacia la mitad de su contenido, y la tercera era de Lambrusco, por fortuna para él no estaba empezada. Lo de los cubitos de hielo sería un desastre bastante más complejo de arreglar. Jonás las llevó para pasarlas debajo del grifo, por si eso pudiera ayudar un poco a que volvieran a su estado pre-insecticida. Algunas cucarachas seguían saliendo del fregadero, desorientadas, para encontrarse con que el agua volvía a llevárselas cañerías abajo. Otros cientos de cadáveres de insectos yacían sobre el suelo de la cocina, Jonás los había pisado sin que le importara gran cosa, otros los había apartado a patadas. Dentro de la jerarquía mental que se había establecido, la prioridad de tener bebida disponible era superior al recoger esos restos. Jonás cogió el estropajo, su lavavajillas barato y comenzó a frotar a conciencia todas las botellas, hasta que las consideró lavadas con mayor o menor éxito.

Al terminar con la bebida, se propuso desinfectar de algún modo su propio cuerpo, en el laboratorio se sacó el mono y lo arrojó, hecho un revoltijo, a cualquier rincón; a eso le sumó todos los aperos de la fumigación, con lo cual el desorden reinante en la sala se acentuó aún más. Entre una pila de cachivaches que se derrumbó en el suelo pudo atisbar un objeto que le llamó especialmente la atención en las circunstancias en las que se encontraba. Era una flauta de pan, realizada de manera claramente manual y bastante tosca, lo que por otra parte le daba un encanto más genuino. Y Jonás, conocedor de los avatares por los que ese instrumento había llegado a formar parte del caos, se lo llevó consigo hacia la mesa del salón, donde ya se estaban secando las botellas. Luego, con un impulso algo acelerado, arrojó sus calzoncillos al rincón donde había dejado el mono y se dispuso a tomar una ducha rápida.

Una vez arreglado, al menos lo bastante arreglado para un amigo con el que tenía una gran confianza, Jonás se dejó caer en la silla del salón. Se sirvió un whisky, iba a necesitarlo aunque fuera a palo seco. Había logrado desterrar el sueño, no el cansancio. Si bien Al tampoco le había proporcionado muchos detalles, suponía que el tren ya habría llegado a la estación, y que su amigo andaría buscando con más o menos acierto el camino para llegar a su casa. Por eso estaba pendiente del móvil, aunque sus pensamientos pretendieran tomar otros senderos más retorcidos. Todavía guardaba las recientes palabras de Penélope, a las que se habían sumado las de Al, entrelazadas entre sí a través de un vínculo evidente. Pese a que las explicaciones de Al le habían proporcionado un cierto alivio, la sombra de la sospecha no dejaba de expandirse dentro de su conciencia, sugiriéndole actos que al instante despreciaba, pero que tampoco lograba desechar. En un intento de templar sus nervios, cogió la flauta de pan y empezó a soplar, como el burro del cuento, basándose en el puro azar. De esa manera acabó abstrayéndose, pues un instrumento tan simple como esa flauta guardaba una historia que estaba en buena parte detrás de la situación a la que todos habían llegado.

domingo, julio 17, 2011

LOS CERDOS. Entrega 38.

- Bien, Jonás- continuó Penélope- Ya te he hablado de mí, y de mis planes. Y tú, ¿no tienes nada que contarme sobre tu nueva vida aquí?

-Podría… Pero no se si iba a gustarte.

- Eso es lo de menos. Te conozco desde hace poco, pero no me cuesta tanto comprenderte como a otras personas. Vamos, no hagas que esto se convierta en un monólogo.

- ¿Qué podría decirte, Penélope? Que no me encuentro muy bien, como imaginarás. Y que, no es por burlarme, pero no creo que pueda estar mejor a base de aire de pinos y paseos en barca. Solo te necesito a ti.

Penélope no hizo ningún comentario al respecto, suponiendo que se disponía a continuar.

- Es decir… No me malinterpretes. Lo he pasado muy bien contigo, pero mi necesidad no es… física. Solo siento que las experiencias que tú has vivido se están repitiendo en mí. ¡Los cerdos! Oh, te parecerá una locura, pero, cada vez más, estoy empezando a ver a las personas que me rodean como si llevaran una… asquerosa máscara de cerdo.

- ¿A mí también?- inquirió Penélope, sin tomar a broma lo que le contaba.

- No… Creo que contigo no podría. Digamos que a las personas a las que de verdad aprecio las puedo mirar tal y como son. Eso es un consuelo, porque si tuviera que verte ahora así creo que perdería la poca cordura que me queda. Yo no quiero que cambies tu decisión. Me parece acertada. Pero sí te pediría que la aplaces, al menos unos días. Quédate unos días conmigo, Penélope, en calidad de amigos. Ahora mismo no encuentro a otra persona que pudiera ayudarme. Tú ya has pasado por esto, y lo superaste.

- No. No del todo. De lo contrario, ¿qué es lo que estoy haciendo en este viaje? Ojalá pudiera servirte, Jonás, pero es que… ¿No lo comprendes? Yo estoy yendo a ser curada, no puedo curarte a ti. Esos cerdos… ¿Acaso los verías si no me hubieras conocido, si no hubieras escuchado mi historia, si no hubieras visto mis cuadros? Oh, vamos. ¿Ayudarte yo? Creo que te equivocas, quizá yo sea la causa de tu estado, y para eso no hay mejor terapia que una separación.

Por un momento pareció que Jonás fuera a replicar algo ante esto, pero, si quería hacer uso de su voz, esta se quebró por el camino. Prefirió centrar sus esfuerzos en controlar sus emociones, tal y como consideró que estaba haciendo Penélope, quería estar a su altura y que la escena no se tornara melodramática. Ella, por su parte, pensaba que era mejor que encajara el golpe cuanto antes, pues antes también lo iría asimilando y suavizando. Le costaba encontrar una postura adecuada; quizá, si estrechaba el contacto físico con su acompañante, a la larga sería un recurso más dañino.

- Jonás, esto te dolerá ahora, sobre todo. Pero, piénsalo bien. Mañana temprano yo cogeré el cercanías, y mientras tanto tú estarás durmiendo, tranquilo, con un futuro prometedor por delante. El que tenías antes de conocerme, y el que sigues teniendo ahora. ¿Qué importa si jamás volvemos a vernos? No me necesitarás.

- Yo ahora mismo no asumo que desaparezcas de mi vida para siempre. Lo siento, es así- declaró Jonás al fin, venciendo su silencio- Antes preferiría…

En ese momento calló, por prudencia, y evitó el contacto visual con Penélope. Eso provocó que ella buscara sus ojos por todos los medios, y cuando los descubrió, ladeados, sintió un escalofrío porque leyó en estos lo que Jonás no había querido decirle de una forma más directa. Preferiría matarte. O matarme a mí. O hacer ambas cosas. ¿Empezaría a tener ella alucinaciones también? Sintió que la espiral de locura en la que Jonás se estaba encerrando era mucho más virulenta de lo que ella podría haber supuesto al analizar tan solo sus calmadas palabras y su apariencia. Procuró no alarmarse, pero empezó a sentir unos vivos deseos de abandonar ese lugar, y para ello contaba con la excusa de sus preparativos.

- Mira, Jonás, creo que no me has comprendido bien. Ahora me ves serena, pero quizá nos encontremos ante una situación más urgente de lo que pudiera parecer. Quizá yo sienta ganas de volver a quitarme la vida.

Y entonces no será necesario que tú lo hagas, quiso añadir, pero lo dejó en su fuero interno. Antes de poder vislumbrar su reacción, Penélope se puso de pie e, indecisa sobre si realizar un gesto de despedida o no, al fin depositó un beso breve en los labios de Jonás. Cuando se estaba marchando, giró un momento la cabeza con una idea que le había surgido de forma espontánea.

- ¿Colgaste al final el cuadro que te regalé en tu piso?

Jonás asintió, mostrando una cálida sonrisa que Penélope le devolvió antes de abandonar a paso ligero la sala, convencida de que él no iba seguirla, como en efecto sucedió.


Tras su furiosa cacería, Jonás se sintió exhausto. Y no tanto por aquella actividad, sino más bien por los recuerdos, tan recientes, que había removido, algo que consideraba peligroso pero no había podido evitar. En la quietud del aire veraniego, resultaba complicado empujar las nubes del gas asesino hacia el exterior. Jonás, de forma paradójica, sintió que se ahogaba dentro de la máscara, corrió fuera de la cocina y la arrojó al suelo, jadeando. La irritación en sus ojos provenía, en realidad, de las lágrimas, de aquel llanto poco copioso, sin estridencias, que quiso ocultar frente a Penélope pero que entonces, avivando el fuego de su imagen, no iba a reprimir en aquella soledad solo turbada por aquellas cucarachas supervivientes que recorrían el salón aleladas, sin rumbo, aprovechando aquella especie de momento débil del gigante.

Jonás se sentó en la mesa del salón. Prefirió no mirar ni de reojo el estado en el que habría quedado la cocina, literalmente alfombrada por un crujiente manto de cucarachas que apenas podría abarcar con el recogedor. Comenzó a toser, pero no por ello volvió a ponerse la máscara. Prefería secarse sus ojos enrojecidos al natural. Entonces, llamaron a su móvil.

jueves, julio 14, 2011

LOS CERDOS. Entrega 37.

Jonás no había dispuesto de mucho tiempo para quedar con Penélope pues, como ella misma le señaló, se encontraba de paso y necesitaba hacer una serie de gestiones que la mantendrían ocupada durante buena parte de su estancia, sobre las cuales no quiso darle mayor información. Jonás descartó una típica cita de restaurante o cafetería, para buscar en el entorno de su barrio un lugar más significativo. No tuvo que recorrer muchas calles hasta dar con uno que le pareció como anillo al dedo: un antiguo matadero, abandonado tiempo ha, que recientemente había sufrido un proceso de transformación en centro de arte contemporáneo, dando un empuje decisivo para revitalizar la atmósfera cultural de la zona. De sala de despiece a museo, Jonás contempló esa curiosa evolución como perfecta para quedar con Penélope, algo no exento de un sentido del humor macabro en el que cada vez se estaba hundiendo más.

Sea como fuere, Penélope acogió bien el lugar de la cita, llegó sonriente y con un vestido muy veraniego, Jonás no recordaba haberla visto tan radiante aunque, quizá, era su propio estado de ánimo el que necesitaba sublimarla de esa manera después de una temporada de ausencia. Comenzaron a pasear por las diferentes galerías, con el rabillo del ojo fingían prestar atención a las obras si bien, en realidad, ese era el telón de fondo mientras aprovechaban el poco rato disponible en su conversación.

- ¡Este sitio es sorprendente!- exclamó ella- Es una pena que no pueda quedarme más tiempo, pero quería verte, aunque fuera de pasada.

- Bueno, Penélope, quizá dentro de poco tiempo podamos ver tus cuadros colgando aquí- sugirió él, con una sonrisilla adulona.

- Dudo que fuera en poco, Jonás… En fin. Creo que ahora me iré más tranquila. Se te ve bien, después de todo lo que pasó.

El rostro de Jonás se convirtió en una máscara que no expresaba sentimiento alguno, como si la mención que ella había realizado a un hecho inespecífico no le hubiera impresionado en absoluto.

- Se me ve bien- repitió Jonás- Bueno, eso es porque tú estás aquí. Solo faltaría que, para una hora que vamos a compartir, me deprimiera. Además, no quiero abusar del peloteo, pero hoy me resultas especialmente atractiva.

Penélope, riendo, se fijó en la etiqueta de un cuadro para evitar mirarle de frente.

- Me halagas, Jonás, pero, por otra parte, me pensé mucho si venir aquí a despedirme.

Él no se mostró demasiado sorprendido.

- Te vas, entonces.

- Sí. Bueno, veo que lo esperabas. Voy a desaparecer una temporada. Más corta o más larga… ¿Qué importa? Lo que resulte. Necesitaba verte, porque no estoy segura de que vayamos a encontrarnos otra vez.

Jonás, encarándola, le mostró una sonrisa que no escondía cierta burla.

- Según dónde te lleve el viento, ¿no?

- Si lo que quieres es llamarme veleta, lo asumo, puesto que lo soy…

- Gira, gira la veleta…- masculló Jonás en voz baja, mientras se dirigía a un banco para sentarse. Se había cansado de hacer el papel de turista cultural. Penélope le imitó.

- Me imaginaba que esta decisión podría defraudarte, por eso he preferido quedar contigo para que la supieras, no me conformaba con un correo electrónico.

- Cosa que te agradezco.

- El sitio al que voy está cerca de esta ciudad, en la sierra. Es un lugar para el retiro, no sabría muy bien cómo describírtelo.

- ¿Un sanatorio o una residencia para artistas?- aventuró Jonás con sorna.

- Veo que al menos no has perdido tu sentido del humor… Un sanatorio, una residencia, todo ello, lo único que puedo asegurarte es que voy de forma voluntaria.

Las pupilas de Jonás brillaron, en el sentido de haber descifrado algo en la críptica descripción de Penélope.

- No se si es una pregunta apropiada pero… ¿Acaso en ese destino te está esperando Al?

Penélope meneó la cabeza, sin dar a entender que la pregunta le hubiese resultado molesta.

- Jonás, él se encuentra bastante bien y, créeme, está deseando verte.

- Él no va a ir, pero ya ha estado. Fuera misterios, Penélope, ya se de qué lugar se trata.

Ella le acarició el pelo con ternura y una mueca algo descarada.

- No me esperaba menos de esta cabecita científica. Pues bien, ahora que ya sabes dónde encontrarme, es cuando me toca la desagradable tarea de pedirte que no me busques.

- ¿Por qué tendría que hacerlo?- replicó Jonás, a la defensiva aunque sin aspereza.

- Pues quizá porque tengas una muy buena intención, pero equivocada. Quizá quieras saber cómo estoy, en fin, visitarme como si fuera un hospital… Yo voy a ese sitio para olvidar todo mi pasado reciente, es la mejor manera de replantearse el futuro. Y en ese pasado, claro, estás tú, Jonás. Por eso necesito que no vayas. Por eso necesito paz, intimidad, y que evites venir, al menos hasta que te diga lo contrario. Ahora mismo, esto es lo mejor que puedes hacer por mí.

Sin preocuparse de cubrir la vajilla, los víveres o todo lo que pudiera haber por la cocina, Jonás empezó a gasear todos los rincones de la estancia, mientras en su resguardada cabeza sonaban los ecos de aquellas palabras que Penélope pronunció con una envidiable serenidad, de una manera firme que no dejaba lugar a interpretaciones secundarias. Los pocos insectos que se habían aventurado a salir de sus guaridas comenzaron a huir sin orden ni concierto. Jonás era consciente de que al principio la operación no iba a tener mucho éxito, pues los nidos de aquella raza invasora se encontraban en escondrijos insospechados, pero él se había obcecado, si no en vencer al primer asalto al menos en asestar un golpe en condiciones, por ello introdujo la manguera en cada ranura abierta que pudo encontrar, en el fregadero, y las cucarachas comenzaron a salir en tropel, como un pequeño batallón enloquecido, y las que no eran asfixiadas por lo general perecían bajo las suelas de Jonás.

Poseído de un violento frenesí, como un berséker sediento de sangre, el exterminador apuntaba a todo lo que se moviera y, persiguiendo a las fugitivas, ni siquiera respetó el santuario de su propia nevera y el congelador, repleto hasta el borde de paquetes de carne del cursillo, en ningún sitio podrían tomar refugio aunque eso supusiera un perjuicio para el propio atacante. No obstante, el gas comenzó a crearle problemas de visibilidad, y muchos insectos se le escaparon. Era una horda inabarcable, parecían salir a cientos y Jonás empezó a dar gracias porque, a fin de cuentas, eran inofensivos para él, como pudo comprobar cuando algunos comenzaron a subir por su mono. Se revolvió para quitárselos de encima, aunque se trataba de un esfuerzo poco productivo, mientras otros muchos comenzaban un éxodo a través del salón, en busca de lugares más seguros donde asentarse.

martes, julio 12, 2011

LOS CERDOS. Entrega 36.

XI

A la noche siguiente, Jonás se encontraba en el trastero reconvertido en laboratorio, en medio de un desordenado revoltijo de probetas, frascos, libros y todos aquellos utensilios de los que podía valerse para realizar su trabajo. Él mismo se estaba enfundando en lo que parecía un traje de faena, compuesto por un mono, la máscara antigás que le cubría todo el rostro, y a la espalda una mochila con dos bombonas rellenas de un gas en cuya composición había trabajado largas horas hasta dar con la fórmula que estimaba más oportuna para sus fines. A la mochila iba acoplada una manguera para expulsarlo, cuyo remate era como una pistola que permitía dispararlo a presión incluso en los lugares más recónditos.

Una vez se hubo vestido con esta indumentaria, Jonás entró en la cocina con paso firme, y se quedó plantado en la entrada, descansando la pistola sobre su hombro mientras realizaba una panorámica sobre todo el cuarto. A juzgar por su postura, parecía la viva estampa de un justiciero cowboy que llegase a las puertas del saloon con actitud desafiante, observando a aquellos a quienes pretendía llenar de plomo para saldar viejas cuentas. Pero aquellos maleantes cuyos movimientos espiaba resultaban insignificantes y huidizos; como era habitual, en aquel momento alguna cucaracha de tamaño medio merodeaba por las paredes, y se apresuró a esconderse ante la presencia del intruso, al igual que otras más reducidas que fueron a buscar refugio en el fregadero.

El sitio, por otro lado, se encontraba en un estado de calma, desde la cual Jonás recorría con la vista el que iba a convertir en su campo de batalla. Esa sensación de calma no había hecho mella en él, que permanecía en tensión; su respiración, entrecortada, salía a través de los filtros nasales de la máscara. En realidad, la comparación con un campo de batalla no era del todo afortunada pues sugería la idea de un campo extenso, abierto, cual tablero de ajedrez en el que dos ejércitos avanzaban el uno frente al otro. Jonás en todo caso se movía en una jungla de impenetrables escondrijos, él solo frente a un número de adversarios que no podía ni imaginar. Suponía que fueran cientos de ellos y, evidentemente, no solo allí sino campando a sus anchas por todos los rincones del piso. No obstante, aquel era el punto neurálgico, sin ninguna duda, donde lanzar el ataque más mortífero posible para hacer salir a todas aquellas invasoras mediante su particular napalm.

Como un general tratando desmoralizar a sus rivales, comenzó una pequeña arenga, sin ningún sentido teniendo en cuenta que no podían comprender su lenguaje, pero para él sí sirvió como una válvula de escape frente a la tensión que albergaba todo su ser. Aunque le costaba comenzar una especie de soliloquio a través de la máscara, finalmente sus palabras brotaron, y lo hicieron de un tirón.

- ¡Salid! ¡Salid de vuestra guarida y dad la cara! Nada os va a salvar de vuestro exterminio. Lo de esta noche solo será el comienzo, dedicaré días, meses, todo el tiempo que sea necesario para que no quede ni un mísero rastro de vuestra presencia aquí. Hasta ahora, pensaba que todos los seres vivos tenían derecho a una existencia digna. Y lo sigo pensando. Pero, mientras permanezcáis aquí, ¡no existiréis! Voy a llevar a cabo un genocidio de tal calibre que conseguiré que este piso vuelva a tener un único habitante: ¡yo! ¿Comprendéis? No, claro que no comprendéis, pequeños bichos repugnantes y sin sentimientos… ¡Yo vine aquí porque necesitaba estar solo! Solo yo y mi trabajo, mis pensamientos, mis recuerdos… Habéis violado este santuario, y eso es un sacrilegio imperdonable. Aquí solo puede haber un dueño y señor. Quedaos, si queréis, en las cañerías, entre las paredes, en todos aquellos huecos en los que ni me molestáis ni yo podré molestaros, pero, si veo a alguna de vuestras antenas pululando por algún rincón de la casa, se abrirá la veda… ¡y apretaré el gatillo!

Jonás, en efecto, apuntó la manguera hacia la cocina, sin dirigirla a ningún sitio en concreto pues en ese instante ningún insecto se había tomado la molestia de salir para escuchar sus palabras. Se sentía profundamente ridículo, lanzando al aire ese discurso, pero, tras su cita con Penélope, cualquier locura en la que se viera envuelto le resultaría más comprensible, tan solo deseaba que no fuera una locura demasiado destructiva para él. Si lo era para las cucarachas, nada se perdería en el intento. En principio se había propuesto acostumbrarse a su silenciosa presencia, de modo paulatino, hasta el punto de que los primitivos sustos que se llevó al llegar al piso fueran borrados en medio de la rutina. Pero pronto fue adquiriendo un odio que no nacía propiamente de la aversión a esa raza, sino de una serie de factores externos que fue canalizando hacia la desaparición de esos, en cierto modo, animales de compañía que habían invadido una intimidad que justificaba el haberse mudado a aquel piso destartalado.

Lo que terminó por inclinar la balanza hacia la masacre fue el breve espacio de tiempo que había compartido con Penélope, no muchas horas antes. Sus nervios quedaron tan destrozados que había pensado regresar con Ari, para encontrar consuelo, pero ni siquiera juzgó que la calidez que emanaba su vecina pudiera ser suficiente para que su estado anímico retornara a una cierta estabilidad. ¡Muerte y destrucción! Eso era lo que él requería entonces, aunque fuera a pequeña escala y sin necesidad de mancharse las manos de sangre ni de preocuparse por su total impunidad. Como acicate, mientras desempeñaba su trabajo como exterminador fue recordando aquella cita que temió pudiera ser fallida, como al final resultó.

domingo, julio 10, 2011

El día del orgullo mutante.


Desde un principio se dijo que la saga X-Men tenía un seguimiento especial por parte del impropiamente llamado colectivo gay, que se vería reflejado en las historias de estos mutantes que no pidieron nacer azules, peludos o con alas como polillas. Es cierto. Hay una escena significativa en X-Men: First Class, un diálogo entre dos mutantes cuyo aspecto más, por así decirlo, humano lleva los bellos rasgos de Nicholas Hoult y Jennifer Lawrence. El primero, en su etapa pre-Bestia, crea una cura que, como suele suceder en estos casos, no funciona del modo esperado. No quiere seguir ocultándose, quiere ser normal. Su compañera pelirroja y con escamas azules opina que, aunque son diferentes, no están obligados a encajar en la sociedad, sino incluso a imponerse a ella. Su lema es: mutantes... y orgullosos.
En esta precuela podemos ver cómo las opiniones contrapuestas entre mutantes llevan a los dos grupos consabidos de la trilogía anterior. Unos piensan, no sin cierta razón, que el homo sapiens ya no va a evolucionar mucho y que mejor sería sustituirlo por una nueva y más poderosa raza. Los otros pretenden un entendimiento, aunque el final de esta película no alienta muchas esperanzas hacia esa vía. Mirándolo bien, es normal que los humanos se cabreen con ellos. Viendo al profesor Xavier, me preguntaba si habría logrado hacerse profesor gracias a sus poderes como telépata, anticipando las preguntas que caerían en los exámenes. ¡Cuánto me hubiera arreglado eso a mí la vida en los dos últimos meses!
Al margen de elucubrar sobre eso, lo cierto es que la película me gustó mucho, creo que tenía un guión más sólido que las anteriores, además haciendo un interesante ejercicio de revisionismo histórico que encaja bien en la trama. El reparto, aparte de los ya mencionados, bastante compacto y bueno. Yo creo que Magneto o Xavier son personajes bastante interesantes que sí merecerían una película para ellos solos, no como esa que hicieron de Lobezno, quien aquí solo aparece en una pequeña y chistosa escena.
Bueno, la verdad es que este blockbuster me ha convencido, ya veremos qué nos depara el resto del verano. Voy a continuar con mis cerdos, que no son mutantes pero bien pudieran serlo...

sábado, julio 09, 2011

LOS CERDOS. Entrega 35.

Ari, ya entrada la madrugada, se sentía con poco ánimo hacia el sueño. Unas horas antes había dispuesto montarse, por su propia cuenta, otra noche de ron y pollo, pero la bebida, a fin de cuentas un elemento depresor, no la había animado, tampoco el pollo frito que deglutió con avidez infinita, en perjuicio de su adiposidad. Al menos sí intentó ambientarse poniendo a todo trapo un disco de aquella música que tanto disgustaba a Jonás, cuya machacona melodía podía escucharse desde el patio, pese a la tardía hora.

En ese entorno de ruido y aletargamiento, Ari fue capaz de escuchar que llamaban a la puerta, con firmeza aunque no insistencia. En un principio temió lo peor, que hubiera regresado su antiguo novio, o el otro novio, su vecino, en ambos casos con intenciones funestas para su persona.

De haber bajado un poco el equipo de audio podría haber escuchado cómo Jonás la llamaba, para así tranquilizarla y evitar sospechas. Finalmente, Ari le vislumbró por una rendija, y suspirando le dejó que pasara.

- ¡Gracias a Dios, Jonás! Temía que fueras otra persona.

- Pues no temas, creo que ya no habrá peligro… Te estaba llamando, quizá si bajaras esa supuesta música que tienes… Me distrae un poco para hablarte.

Ari le sonrió y fue a realizar su sugerencia. Su vecino estaba recién arreglado, había dejado su uniforme, recibido una intensa ducha durante la cual se enjabonó a conciencia todas las partes de su cuerpo, y dilapidado medio frasco de colonia para eliminar cualquier residuo de su actividad pasada.

- Hueles muy bien…- le piropeó Ari.

- Gracias. Por aquí también huele de maravilla. ¿Pollo?

- Sí. ¿Gustas?

- Te lo agradezco, pero esta noche ando con el estómago un poco delicado. Una copa sí te aceptaré, francamente la necesito.

Jonás se sentó en el sofá, mientras Ari se la preparaba. Estaba agotado, pero no podría descansar hasta que no expresara de algún modo lo que llevaba dentro.

- Tengo ganas de pillar la cama pronto- confesó- Solo espero que no tenga que dormir en un calabozo…

Ante el gesto de preocupación de Ari, Jonás le enseñó los dientes en una mueca de burla.

- No, ¿eh? No creo. El problema se ha solucionado. Y no espero más, al menos no más por hoy.

- Jonás, no habrás vuelto a sacar la escopeta, ¿verdad?

- No… Con esos niñatos que tenemos de vecinos no me pareció que mereciera la pena. Ya no nos volverán a molestar. Sobre todo a ti, porque yo no tengo claro por cuánto tiempo me voy a quedar en esta casa. La verdad es que preferiría no entrar en muchos detalles, no he venido a contarte eso.

- ¿Al menos me podrás decir si ha habido mucha violencia?

- No la ha habido. Vivimos en un mundo de apariencias, ¿verdad? Muchas veces basta con aparentar violencia, es más cómodo para ambos contendientes. ¡Venga acá ese ron!

Jonás se refrescó con un trago, que le entonó lo suficiente para continuar.

- Te agradezco lo que has hecho- dijo Ari, acomodándose junto a él en el sofá- Pues sí que pareces muy cansado, Jonás. Quédate a dormir. No es una insinuación, ¡ja, ja! Vete a mi cama y si quieres me puedo quedar yo aquí en el sofá.

En ese entonces, fueron las carcajadas de Jonás las que la interrumpieron.

- ¡Vamos, no fastidies! ¿Estás en tu casa y vas a dormir en el sofá? Me quedo contigo, sin problema. No se si habrá pasado algo entre nosotros. Si ha pasado, tanto mejor, pero esta noche dudo que pueda repetirse. Estoy hecho polvo, sí, y estoy nervioso por lo que pueda suceder mañana. Aunque todavía me parece mentira, he logrado quedar con Penélope.

- ¡Ah! Esa es tu antigua…

- Lo que sea- concluyó Jonás- No me planteo qué significa para mí, pero había perdido ya casi toda esperanza de volver a verla. Acabo de recibir un mensaje suyo. Va a venir mañana, pero no te creas que a quedarse. Viene de paso, por lo que parece, y no es que me haya comentado hacia dónde. Al menos ha tenido la gentileza de darme esa oportunidad de charlar.

- ¿Sigues enamorado de ella?

Jonás se quedó abstraído durante unos instantes.

- ¿Lo estuve alguna vez? Ese término de enamorado es demasiado fuerte para mi gusto. No se si es amor. ¿Se merecería ella que yo estuviese enamorado? Bueno, es un comentario un tanto pedante por mi parte. Lo único que tengo claro es que me costaría aceptar que desapareciese de mi vida… para siempre.

Ari se quedó pensativa mientras asimilaba aquellos confusos sentimientos de Jonás, que acabaron por confundir los suyos. Con todo, levantó su copa para chocarla con la de su compañero.

- ¡Pues enhorabuena, Jonás! Aprovecha esa oportunidad, no te creas que salen de la nada. Si necesitas charlar conmigo sobre eso, tendrás todo mi apoyo. Y te lo debo. He disfrutado contigo, Jonás. En el buen sentido, ¿eh? Ja, ja. Pero igual mañana mejor, esta noche no da más de sí. ¿Nos vamos a la cama?

- Vayamos, mientras todavía pueda levantarme de aquí.

Ambos se tomaron mutuamente como punto de apoyo para enderezarse del asiento e irse a hundir en un plácido descanso.