viernes, noviembre 22, 2013

El largo parto.



¡Aquí está! Catorce meses después, el título de mi carrera, junto al plus del suplemento europeo, el papel bilingüe pensado, especialmente, para solucionarte la papeleta si hay que emigrar, como supongo que será mi caso. Tras una espera tan dilatada, al menos me concedieron como regalo una carpeta, cosa que no recuerdo en el caso de Cinematografía. Aquel no era un título oficial, y es de imaginar que, a menor caché, menos dispendios. 
El único mes íntegro en cuanto a docencia está llegando a su fin, y ha sido una balsa de aceite, excepto algún incidente aislado que no tenía nada que ver con la universidad y que, por algún motivo que ahora mismo no me explico del todo, llegó a salpicar el honorable templo del saber. Las clases se me han pasado tan fugazmente como imaginaba. Es una pena, porque, además, estoy conociendo a alguna persona interesante con la que, asimismo, coincidiré fugazmente a menos que haga algo para remediarlo. El trabajo de fin de máster estará basado, a grandes rasgos, en una comparativa entre el cómic El azul es un color cálido y la película que se inspiró en él, la célebre La vida de Adele. Célebre porque ganó la Palma de Oro en Cannes, pero, de hecho, a León no ha llegado, y si llega lo hará por los circuitos alternativos habituales. 
Habrá quien se pregunte que por qué tomé la decisión de hacer el trabajo sobre una película y un cómic que no había leído. Mi intuición, empero, no me traicionó. El cómic, novela gráfica si queremos ponernos finos, lo estoy terminando ahora. Sabía que iba a tocarme, así ha sido; es bello y triste, estoy escribiendo en el blog, en parte, para descansar antes de su desenlace. Creo que el trabajo podrá ser un broche muy digno para el máster, y quizá para mi estancia en la facultad, a falta de saber las opciones de doctorado. 


También he rememorado el aniversario del viaje a Suecia. Increíble, parece que haya pasado un milenio desde entonces. Pero mi percepción se debe a que en este año 13 que va llegando a su fin han sucedido toda clase de peripecias, buenas y malas, pero que en su conjunto podrían dar, desde luego, para otra emotiva historia del estilo de la que estoy leyendo. La espera de la Navidad, ya lo creo, se hacía más intensa en esos paisajes nórdicos, aunque aquí ya se haya alcanzado un frío tal que, si no nieva, lo hará en cuanto me despiste. La nieve traerá consigo otra copiosa palada de recuerdos... Quizá aún me de tiempo a visitar Madrid antes del fin del año, libre de basuras aunque quizá también libre de iluminación festiva, todo está por ver. Nada me impediría comprar las dos últimas novelas del amigo Hopewell, la última de las cuales se estrena hoy. ¡Felicidades! Nada mejor que auto-regalarse libros de amigos. De momento, mi obligación es regresar a la historia de Clementine (rebautizada a posteriori Adele) y Emma. Respecto al parto al que aludía en el título, se ha fraguado tras tres intentos y, si su obtención no ha sido algo tan extraordinario como el premio que obtuve en septiembre, podría no obstante dar pie a consideraciones acerca de la constancia, y también de la paciencia, la manera de evitar distracciones que pretenden desviarnos de nuestro camino y que a la larga se quedan, ¿cómo era?, en polvo, en sombra, en nada.