lunes, septiembre 26, 2011

El día del No Comienzo.



Hoy ha sido el día de mi No Comienzo en clase. Por fiarme de los confusos horarios de internet, por no indagar y porque tampoco me informaron; al final, no obstante, no he hecho el viaje en balde; al menos ha servido para librarme de un par de créditos pendientes, y para aprovechar más el día, por ejemplo escribiendo aquí. 
Ayer vi la película del cartel. Ah, ¿que no sabéis polaco? Yo tampoco. Se llama Suicide Room, y es una de esas rarezas que solo se pueden encontrar rastreando. Probablemente, con ese título, no sea lo mejor para empezar el curso con buen pie, pero merecía la pena verla, aunque sea porque sale un chico bastante guapo, durante media película en calzoncillos (no tan guapos). Sí, claro, es deprimente, es la historia de un emo que se vuelve hikikomori, para esto es inútil el diccionario de la RAE. Y no sucede en Japón, sino en Polonia (a menos que haya entendido yo mal). Al comienzo, tras un baile universitario que parece de coña porque todos tienen tipo de modelo, se emborrachan y el prota, por eso de las apuestas, se da el lote con un amigo cachitas, mientras son grabados por móvil. Pero bueno, ¿qué diría Juan Pablo II? 
Luego, la cosa se magnifica por las redes sociales, el tío se reprime y decide pasar de las clases y encerrarse en su cuarto. Allí se integra en una pandilla virtual, esa Suicide Room, con tíos que tienen ridículos avatares de minotauros y robots, liderados por una chavala de pelo rosa y mucho peligro. A partir de ahí, veremos los esfuerzos de sus padres por sacarle de esa vida conectada a la red. Claro que, al final, aparte de predecible, la cosa parece un poco absurda: ¿por qué los padres no le cortan antes el internet? ¿Por qué no custodian mejor su medicación? En definitiva, ¿qué les llevó a tener un hijo, si con sus respectivos trabajos apenas podían disfrutar un momento de sexo en el coche? 
Yo nunca he sido gótico, ni emo. Mi palidez es natural, eso sí. El pelo liso no me quedaba mal, pero rizado me resulta más auténtico. Estuve tentado de ir a clase con la capucha echada y sombra negra en los ojos, pero pocos se podrían haber impresionado, puesto que no había nadie y, además, pintas más raras se han visto por allí. Si es posible, demando para este curso un erasmus polaco como el de la película, y no como las polacas del año pasado, que después de garabatear cuatro cosas que les dije para nuestro trabajo ni siquiera me invitaron a una birra... Mañana veremos. 

viernes, septiembre 23, 2011

Día de la Visibilidad Bisexual.



Os adjunto esta noticia aparecida en internet: 


http://www.ileon.com/actualidad/008965/los-bisexuales-reclaman-una-sociedad-plural

No está mal para una ciudad como León... ¡Feliz día!








jueves, septiembre 15, 2011

Red State.



God hate fags. Es posible que hayáis visto este lema en la televisión o en alguna película como la que nos ocupa. Ciertamente, parece incurrir en una contradicción. Si Dios odia a los homosexuales, ¿entonces por qué no dotó al género humano de una única orientación? No se si el pastor que protagoniza esta historia podría responderme en uno de sus delirantes sermones. Con todo, este es el punto de partida de Red State: un funeral por un joven gay asesinado, y al lado manifestantes de una extraña comunidad religiosa con carteles que señalan a la penetración anal como la vía más rápida para ir al infierno. ¡Por Libia!
Esta película es sorprendente en varios sentidos. Para empezar, es de Kevin Smith, que ha tocado muchos palos y se ha estrellado en unos cuantos. El comienzo es muy suyo: tres adolescentes acuden a la llamada del sexo fácil a través de internet con una mujer mayor que ellos. Vista en versión original, os aseguro que el fuckómetro (el medidor de la palabra fuck) está cerca de explotar por sobrepasar los límites. Sí, tiene detalles de humor que se podrían decir a lo Kevin Smith, como ese sheriff que hace cruising de incógnito (o al menos eso le gustaría a él). Pero, si al principio pudiera parecer una comedia, ¿en qué se convierte luego? Por momentos, en una especie de thriller con retazos de terror. Ya sabéis, los jóvenes encerrados que intentar escapar de un grupo de pirados. 
No obstante, hacia mitad de la película se produce un cambio, la historia se convierte en un asedio, con ciertos ecos del salvaje oeste, y termina como una metáfora de Estados Unidos tras el 11-S, y cómo para acabar con un grupo de terroristas (que no merecen mi compasión, desde luego) unos burócratas no dudan en dar órdenes de disparar a todo lo que se mueva, aunque sean niños pequeños. Al final, todo un caos en el que solo se salva la dignidad del personaje de John Goodman y que, curiosamente, concluye a través de una graciosa casualidad. 
Pues nada, si os animáis descubriréis a un director que se reinventa, una película que no es la típica de horror adolescente sino que toca las pelotas, y cómo la posibilidad de tener sexo gratis y fácil puede esconder una contrapartida chunga. ¿Y por qué se llama Red State? Bueno, supongo que si os metéis en internet podáis resolver fácilmente ese punto... 

domingo, septiembre 11, 2011

Estampas matritenses (y II).



Aprovechando que la edición de entradas de este blog parece haber felizmente cambiado a mejor, voy a dedicar esta segunda parte a la memoria de aquellos amigos a los que las razones profesionales, o de otra índole, han llevado a establecerse en la capital, como también yo en su día estuve allí hasta que decidí regresar a por Filología, pese a considerar que cinco años podían ser demasiados. Pues ya veis... Pronto empieza el último acto. ¡Telón!



Yendo por la céntrica Malasaña, te puedes encontrar de todo, como esta terraza situada enfrente de un cine X (¿pero queda alguien que vea ese tipo de películas en sitios así? O acaso irán a... Miedo). Ahí arriba estoy con Nacho, y este posa con Jose no en el sofá de su casa, sino en un bar de la calle Barco, con una decoración muy hogareña a la par que confortable. Tanto, que nos dejaron entrar con unas deliciosas pizzas cortadas al peso en un establecimiento de al lado, de una masa fina y muy diferente a los mazacotes de esos puestos abiertos hasta altas horas de la madrugada y cuyo fin principal parece ser el de absorber el alcohol a través de toda su grasaza. 



No querría terminar sin tener un recuerdo para un buen amigo y seguidor del blog. Una parada antes de bajarme en Majadahonda, en el tren sonó la metálica voz de El Barrial. Centro comercial, y sentí un escalofrío al pensar que había atravesado un agujero temporal para retornar a algún domingo en el que me tocara currar allí, como ese en que llegué un poco tarde y me cayó la bronca, para luego comprobar que el jefe picajoso se dedicaba a perder el tiempo de charloteo durante media hora. Nevermore! Costó que nos hicieran la foto, puesto que la cámara es ya una señora de edad que tiende a apagarse cuando siente el contacto de unos dedos extraños que no sean los míos. No obstante, aquí está la instantánea, y, si no me dan el coñazo con insistencia en la facultad, espero regresar para otro cónclave Hopewell-Tis, con la posibilidad de integrar otros invitados. 



Y ahora, vuelta a la realidad, próxima parada: automatrícula. Tiempo de parada: corto, como sea que ya he elegido las asignaturas y habrá que tocar madera para que no me haya equivocado. Así que a empezar con espíritu elevado, llevando el lema, aunque se repita, de El viaje llega a su fin

viernes, septiembre 09, 2011

Estampas matritenses (I).





¡Ya estamos aquí! Y con dos semanas, poco más, de libertad todavía. A lo Mesonero Romanos, aunque con un espíritu menos castizo y conservador, puedo traer como recuerdo una serie de estampillas matritenses, de fotos realizadas por esa cámara que ya está pidiendo a gritos una jubilación. Cada vez que la saco, parece que me diera vergüenza, ya todo el mundo con sus teléfonos inteligentes (aunque si tan inteligentes son, que se presenten a los exámenes por mí), y cacharros digitales del tamaño de una libretita. Solo podría haber un shock más grande si sacara una de carrete, y desechable, como las que vendían no hace tantos años.
Pero relajemos y, antes de que llegue el mal tiempo (o bueno, que al menos nos libra del calor), ahí dejo mi estampa en la plaza de Chueca, degustando un mojito a las frutas del bosque en la terraza de la coctelería La mariquita (dejo en vuestras manos la decisión de si ese nombre revela mayor o menor gusto). No suelo tomar copas para el postre y esa, aunque estaba deliciosa, quizá no me sentó del todo bien. La culpabilidad estaría entre esta y el frappuccino del Starbucks en el que aproveché para colgar la última entrega de la novela. Nunca me sentaron demasiado bien las cosas del Starbucks, sus tés me han llegado a dar náuseas. Y no solo lo digo porque sea un sitio poco económico...


Antes de ese postre bautizado con hielo, estuvimos comiendo justo al lado, en el mercado de San Antón, uno que han reformado recientemente y que en su segunda planta tiene puestos de tapeo, no ciertamente al estilo leonés pero sí más exótico e internacional: que si un italiano, un japonés, un griego... Analicemos mi petit menú: ensalada de tomatitos, queso feta con pimientos, hamburguesa de solomillo con cebolla caramelizada, todo ello regado con una copa de Lambrusco, que quizá tenga que asumir parte de su culpabilidad en el malestar provocado junto al frappuccino y al mojito.


Aproveché la estancia en el mercado para el más difícil todavía, comer unos noodles con palillos. Los japoneses son listos, porque los comen directamente de boles que pueden acercar a la cara, y de esa manera es más fácil utilizar los palillos que en el absurdo caso de tener que acercar un plato hondo y enorme. Aquí acaba la lección gastronómica de hoy, en la próxima serie colocaré algunas estampas más con amigos, alternando a lo grande por Madrid o sus aledaños. ¡Buen provecho!