viernes, diciembre 30, 2011

Adiós, y no vuelvas.

Se acabó 2011. Pero, al hacerse duro de pelar, quiere fastidiar un poco en sus estertores y otorgarme cierta ración de malestar pre-nochevieja. Así pues, podrán subir los impuestos pero lo que siempre estará baja será mi tensión, ya veremos si mañana mejora porque me enfrento a una triple perspectiva interesante, cuasi imposible de afrontar si no es con energía. Y esto del estómago revuelto, ¿tendrá que ver con el menú de la comida de primos, que en mí consistió en porciones diversas de las pizzas de los demás, con especial mención de la Diablesa de Juancho, que con ese nombre no augura nada bueno? 
Sea como fuere, feliz año. Yo, salvo apocalipsis, acabaré la carrera, y lo que suceda a partir de entonces tendrá que ver con la opción de que las maltrechas arcas del estado puedan dotarme con una beca o no. Ya no hablo de ayudas al alquiler, ja, ja, aunque sí me gustaría alquilar alguna clase de zulo, cuando acabe la carrera o poco antes. Al menos, el hecho incontestable de que los alquileres son más baratos en León que en Madrid invita un poco al optimismo. Acabo, pues, no tiene sentido escribir en este estado, que no os deseo ni en la desolación post-nochevieja... Próspero 2012 y que el gobernador de Libia, quienquiera sea ahora, os ampare. 

miércoles, diciembre 28, 2011

Inocentada de libro.

Es increíble, a veces parece que las cosas solo existen si aparecen por  Internet. Ayer me sorprendió el escándalo que se había armado por la aparición en el portal digital de El Corte Inglés y otros sitios del libro Conocer y sanar la homosexualidad de Richard Cohen, editado por LibrosLibres. Libro que yo ya conocía desde... 2006. Yo lo había visto en el centro de Pozuelo donde trabajé y, si bien ha sido retirado de la red, no me cabe duda de que en este y otros centros comerciales seguirá, con la propaganda gratuita que se le ha concedido. 
Descubrí ese libro y, desde mi privilegiada posición de vendedor, hice lo mejor posible: llevármelo a casa. De este modo, caía en las mejores manos, sin posibilidad de hacer daño; yo no lo quería, desde luego, para curar mi inexistente homosexualidad, sino para conocer los argumentos de alguien que pretendía tratarla como si fuese una enfermedad. El libro, ante todo, es un fraude. Si alguien paga pensando que va a cambiar de orientación como quien cambia de camisa, mejor que vuelva a que le retornen su dinero. El libro, para mí, era involuntariamente divertido, aunque no pude soportar su lectura íntegra. Este tal Cohen, en realidad, antes que como enfermedad parece tratarla como un vicio, en plan de esos manuales de Usted puede dejar de fumar. El autor narra el vacío que le produjo su entretenida vida sexual y cómo por ello un día tuvo la revelación de casarse y tener hijos, con una mujer se entiende, pero no sin recaídas en lo que considera su antiguo mal. El libro, estoy hablando de memoria porque ya ha pasado luengo tiempo, tenía toda clase de obvios consejos, como que si uno quería curar su homosexualidad debía evitar a amigos homosexuales, y otras sandeces por el estilo. Lo que saqué en claro es que el tío probablemente se estaba reprimiendo, y no me extrañaría que todavía hoy, de vez en cuando, practicara lo contrario a lo que predica. 
Mi antiguo empleo tenía una ideología básicamente económica: vendía los libros que se vendían, ya tiraran más a la izquierda o a la derecha, como bien remarca mi colega Hall. A su favor recuerdo un cuento ilustrado que contaba la historia de dos papás y su hijo; yo, en mis dominios de la sección infantil, solía colocarlo en un lugar destacado para así escandalizar a todos esos defensores de colegios integristas y segregacionistas. También andaba por ahí el libro de cuentos de Ana Botella... Esa sí que es una inocentada, ja, ja. 
Conclusión: los escándalos son espontáneos y, a veces, contraproducentes. Alabo la determinación de todos esos colectivos LGTB que han conseguido retirar (parcialmente) el libro, pero también es cierto que han dado publicidad gratuita a una obra que pocas personas conocían, y algunas de rebote como yo; lo que es peor, ahora podrán caer en eso tan socorrido del victimismo. Pero que quede claro: la orientación sexual no es ningún tipo de enfermedad porque, si no, creo que surgirían muchas bajas laborales perpetuas, ja, ja. 

viernes, diciembre 23, 2011

¡Felices Fiestas!



Hace poco he recibido una felicitación de Navidad muy especial para mí; me ha emocionado, por lo que dice, aunque pudiera ser interpretado como una conjunción de lugares comunes, por su poso literario y, claro está, por la persona que la envía. El final de este año me ha traído agradables motivaciones, que antes no habría imaginado, y la esperanza, siempre el deseo de esperanza para un año que se abre, de que esas motivaciones sigan funcionando y los deseos, poquitos pero importantes, puedan cumplirse o al menos hacer avances para su cumplimiento. 
Soy consciente de lo arriesgado que es poner muchas esperanzas en una sola persona o una sola relación, pero ha llegado el momento de jugar con un poco de audacia. Luego siempre te podrán fallar, siempre habrá aprendices de Scrooge que no sean visitados por el Fantasma de las Navidades Pasadas, pero, a falta de otros milagros, yo nunca perderé la fe en que ciertas situaciones, a las que uno no comprende bien cómo se ha llegado, sean reversibles. Por eso, que paséis unos días plenos de alegría y, utilizando las palabras que me han sido transmitidas, que la esperanza llene siempre vuestro corazón. 

domingo, diciembre 18, 2011

Puente prenavideño (y III).


Domingo: hace una semana me desperté temprano y sereno, por lo cual fui hasta un sitio que habitualmente me tengo vedado por su peligro potencial: la cuesta Moyano, pero el coste me salió casi a cero; dos euros, dos libros. Uno de ellos para clase, el otro sacado de esa lista de futuribles que tengo y, como el resto, quizá lo lea en un tiempo o quizá no lo lea nunca, por un eurillo tampoco vamos a darnos prisa. Luego quedé con el viejo camarada de este blog, Hall; arriba podéis verme con el típico té chino del típico chino, en la calle de Hortaleza. Al fondo, aunque no puede apreciarse, había una nutrida mesa de comensales osos, no precisamente comedores de bambú. Sí, era una colonización extraña, empezaba a ver osos por todas partes: de compras, con sus maletas, cogidos de la mano en un gesto de envidiable normalidad... Luego me enteré de que no es que de repente hubieran aflorado las panzas ni las camisas de cuadros, sino que se debía a un encuentro osuno en Madrid, el MadBear. ¡Larga vida a la estirpe, pues, aunque yo no sea muy asiduo de ella! 



Gracias a mi fumada del lunes pasado, todavía me quedaba una tarde para disfrutar de una terracita en pleno diciembre. Aquí tenemos una auténtica, y literal, foto de perfil en La Latina, sacada por el amigo Nacho. El tono rojizo, que recuerda vagamente a un lupanar exterior, se debe en realidad a la razón de que no nos hubiésemos quedado ateridos allí, una especie de parrillas que desde el techo nos calentaban y, a mí particularmente, a veces me achicharraban, confío en que su radiación no fuese cancerígena. Respecto a esa aparición del fondo, no hace falta que la enviéis a Cuarto Milenio; no es un muerto, luego se levantó, aunque más bien con ayuda de la policía. 

Eso dio de sí el viaje. Tan breve como en su planteamiento, tan felizmente aprovechado como era mi deseo, si bien, claro, no pude ver a todas aquellas personas a quienes habría querido. Algunas, para estas próximas fiestas; las otras, para una visita posterior que estoy proyectando hacia finales de enero, como sea que el examen del 9 de febrero ni siquiera parece que vaya a ser de obligado cumplimiento. Y, si se hiciera, lo podré estudiar aunque sea enfundado en un forro polar y al lado del único radiador. Hala, nos veremos en las, es de suponer, últimas entradas del año. 

viernes, diciembre 16, 2011

Puente prenavideño (II).






Sábado: este fue el único día en el que comí en el piso de Legazpi, restillos que quedaban: un buen plato de pasta y unos nuggets congelados. Bastante es, habida cuenta de que nadie vive regularmente allí. Si en mi último viaje fui a finales de agosto para librarme de los rigores del calor, esta vez no pude evitar el frío, porque solo hay un radiador eléctrico para toda la casa, y la ausencia de muebles tampoco es que abrigue. No me sorprende que ahora mismo esté acatarrado, a ver si esto no persiste hasta navidades. Para colmo, al principio creí estar a oscuras allí, pero no era cuestión de las bombillas, sino de un mal contacto del interruptor que llegué a arreglar. 
Al estar solo tres días, resultará obvio decir que alterné bastante con amigos y permanecí poco en el viejo piso. El sábado por la tarde, en la foto de arriba, me podéis ver en un pequeño pub de Chueca. 





A la hora de cenar también permanecimos por esa zona. Se puso a llover, y eso en Madrid puede constituir motivo de caos. Pequé de ingenuo. Pensaba que el Mercado de San Antón iba a ser un espacio tan diáfano como en mi último viaje, pero, teniendo en cuenta las riadas humanas en las que me había sumergido la jornada anterior, estaba claro que no iba a ser así. Suertudos nosotros, con todo, pudimos hallar un sitio casi en la salida de emergencia. Me tomé algo que no sabría si definir como copa de Lambrusco o cáliz de Lambrusco, con la pizza aparte. Mi amigo convino en ir a algún lugar de tapas más asequibles y numerosas. Es decir, algún lugar tipo los que hay aquí. Es que en este reconvertido Mercado, con su toque chic, puede notarse que lo chic tiene un precio, pues en León me ponen el Lambrusco y la pizza me la regalan, no va a aparte. 



De camino, tomamos un recuerdo fotográfico de la iluminación de la plaza de Chueca, que, se supone, es una bandera del arco iris, sui generis. A mí me recuerda más bien a tiras de regaliz... 



El tugurio en cuestión de tapas al modo leonés era una sidrería, El Tigre, y que yo recuerde es el único sitio en que haya visto un camarero que te acomoda ya no en mesas, sino en espacios de barra sobrantes, eso da noticia de cómo estaría el lugar, y eso que era la hora del fútbol. La tapa más abundante, sí, también más basta, la consumición algo más cara que aquí, nobleza obliga, y los vasos de sidra no eran de culo ancho sino más bien de coca cola, algo que muchos hubiesen interpretado como blasfemia. Mi noche acabó allí porque mi amigo curraba y unas compañeras de facultad, de turismo por la capital, decidieron permanecer en su alojamiento, ante el tiempo poco amigo. Eso me permitió, al menos, disfrutar de mi último día con energías renovadas, como podremos comprobar en la entrega final del viaje. 



martes, diciembre 13, 2011

Puente prenavideño (I).


Mientras llegan las fiestas en sí, vamos a hacer tiempo analizando esta breve, pero intensa, escapada prenavideña a Madrid; hacía bastante que no me pasaba por la capital en estas fechas y, ¡vaya ambiente! Excesivo, al menos en horas punta. Vayamos por días: 


Viernes: aunque en su publicidad se precie de tener el 98,4 por ciento de puntualidad, mi tren llegó un cuarto de hora tarde, un obstáculo liviano que no impidió mi ronda por el centro que, como no podía ser menos, comenzó por Sol, y su arbolazo de ahí arriba. Quizá esté de más subrayar el inabarcable gentío que se esparcía entre Sol, Preciados y Callao. La plaza principal, una vez desaparecidos los indignados, había sido tomada sobre todo por dos especies: la de vendedores de lotería y la de mimos o gente disfrazada con cochambrosos trajes de Pocoyó, Bob Esponja, Super Mario, etc. 

El Corte Inglés, puesto que celebra su mes grande, no había escatimado en iluminación, como podéis comprobar tanto en Preciados como en su clásica fachada de Cortylandia, que me recuerda tiempos pretéritos y el otro viernes andaba atestada de una tercera especie, la de vendedores de globos. En esta apoteosis del consumismo, todos tienen su hueco, aunque la faceta más ridícula es que la podremos comprobar a continuación. 



La Plaza Mayor, iluminada por una especie de pequeños ovnis de colores. El mercadillo este sí que es todo un clásico, pero no triunfaban los belenes ni los abetos. Ya no proliferaba una especie, sino una extraña mutación en las cabezas de muchos de los viandantes, en forma de gorros de todo tipo: el favorito parecía ser uno en forma de cabeza de reno, pero no faltaban setas, sombreros de Papá Noel, también pelucas a lo afro y otras más adecuadas para  la cogorza de Nochevieja. Puede que los gastos se hayan reducido un poco, pero sin embargo nadie parecía tener problema en soltar euros para lucirse de tal ridícula guisa. ¡En fin! Espíritu navideño, imagino, y también calentaría un poco la cabeza porque el tiempo ha sido coherente con estas fechas. 



Cuando ya me sentía engullido por esa avalancha de personas anónimas, me fui a alternar con los amigos de la capital, en el típico barrio de La Latina. El bar de abajo se llama La concha, pero bien podría llamarse La verga. Pagué la novatada de la cámara nueva y, por desgracia, se me acabó la batería, y es una lástima, porque yo quería dar fe de los dos cuadros que presidían ese salón. El de atrás era de un efebo desnudo, tumbado cual tomando el sol. Como tenía cuernos, yo no supe a ciencia cierta si era un efebo cornudo o un sátiro sin patas de cabra; los cuernos eran pequeños, pero no tanto como su órgano de la generación. Más tela traía el cuadro de al lado, un Martirio de San Sebastián en el que tanto el martirizado como los martirizadores eran hombres musculosos que solo portaban una especie de suspensorios. Ni en Chueca llegué a ver algo así. Pero, en fin, me recogí pronto, que los viajes suelen cansarme, y navegar entre la multitud ya ni os digo. Regresaré para narraros un sábado con más energía. 



martes, diciembre 06, 2011

Macropuente.

Esta semana no tenemos clase, aunque el país no se va a hundir por ello. No es lo mismo para trabajadores que para estudiantes, si bien quiero aclarar un concepto: la asistencia a clase es importante, sí, pero es en el trabajo de casa cuando uno se juega la posibilidad de subir la nota, venciendo todas las tentaciones que impulsan en contra del mismo. Es el cuento que me estoy aplicando estos días, al menos hasta el viernes; entonces me iré a Madrid, tan solo por tres noches, y sí que obviaré la carrera para aprovechar minuto a minuto el viaje. 
¿Si podrían juntarse los festivos? Bueno, no se, yo no los puse en estas fechas, je, je. Que haya fiesta por la Inmaculada Concepción ni me va ni me viene ni creo, valga la redundancia, en ese concepto de una concepción inmaculada, claro que tampoco creo en los Reyes Magos y sin embargo bien celebro su fiesta, je, je. Respecto a hoy, es el Día de la Constitución y todavía hay que esperar a que el de voy a gobernar para todos retire su vergonzoso recurso en contra del matrimonio igualitario. No lo hará, prefiere jugar con derechos costosamente adquiridos por un puñado de votos, así que espero que los jueces puedan poner cordura. 
Películas variadas para este parón; ayer cayó al fin La piel que habito, de Almodóvar. Me gustó, me gustan las historias retorcidas y creo que este director tiene la habilidad de lidiar con tramas que en manos de otros habrían resultado ridículas. Claro que hay momentos demasiado rocambolescos, como la aparición de ese tigre brasileño, pero al menos su presencia sirve para justificar el involuntario cameo de mi amigo Toño, disfrazado en la fiesta del Círculo de Bellas Artes. Lo que es evidente es que Almodóvar ya puede hacer lo que le de la gana, se arriesga y no se queda en meras comedias costumbristas. 
Bueno, con macropuente o micropuente, que disfrutéis estos días como yo espero hacerlo. 

sábado, diciembre 03, 2011

Sleeping Beauty.


Comentábamos en clase el otro día cómo los cuentos infantiles, en sus orígenes, ni estaban dirigidos al público infantil ni andaban faltos de connotaciones sustanciales. Por eso no sorprende que la clásica historia de La bella durmiente se haya convertido en una película que cuenta, desde las antípodas australianas, la peripecia de una joven pluriempleada que, ante sus apuros económicos, acepta un trabajo peculiar: primero como camarera en lencería, sirviendo las cenas de unos viejos ricachones y degenerados, y luego subiendo un escalón para hacer, no exactamente de prostituta a la vieja usanza, sino de bella durmiente que, bajo los efectos de un narcótico, se abandona a la lujuria de esos carcamales, bajo una regla precisa: nada de penetración (algo con su lógica, puesto que como dice un personaje, con un comentario jocoso, al menos para mí, solo se me pondría dura con un camión de viagra y que una chica me metiera un dedo por el culo). 
La cinta juega a ratos al feísmo, y sobre todo a subrayar el contraste entre la blanca y lisa desnudez de Emily Browning y la de sus partenaires, delicia de gerontófilos, algunos de ellos parecidos a Papá Noel y otros a algún hermano marista. A pesar de estar en la selección de Cannes y Sitges, la película fue injustamente vapuleada por parte de algunos críticos que a mi juicio no fueron muy comprensivos con ella; a mí me gustó aunque, con ese tema, me resultó necesariamente desagradable. Desde luego que no se explican todos los hilos de la trama, como la relación que tiene con ese amigo toxicómano, o cómo es posible que tenga tres trabajos y además vaya a clase. Eso sí, en vez de coger apuntes decide camuflar una videocámara, algo que podría darme ideas para alguna asignatura si no fuéramos tan poquitos en clase. 
Al menos os la puedo recomendar por la chavala, que es una delicia y además actúa bastante bien. Por mi parte, en otro momento podré hablaros de este macropuente que, pese a los gruñidos de algunos, dedicaré en su mayor parte al trabajo en casa, que a la hora de los resultados siempre es más determinante que el llevado a cabo en el aula. 

jueves, diciembre 01, 2011

Dialectos y condones de fresa.



Si el ritmo de trabajo sigue así, no habrá forma de llegar al centenar de entradas este año, je, je. Me llamó la atención el otro día una noticia de que el anterior gobierno municipal se había gastado tropecientos mil euros en impartir cursos de lengua leonesa, sin demasiada demanda. ¡Vaya! Y mira que, tras tantas clases de Dialectología, parece haberme quedado claro que el leonés/asturleonés/bable no es una lengua sino dialecto. Pero, en fin, estas consideraciones siempre andan sujetas a la política, también se habla de fabla, valga la redundancia, aragonesa y sin embargo yo hoy he expuesto uno de los dialectos aragoneses, el belsetán. Me fumé dos clases para repasarlo y templar los nervios, creo que mereció la pena. 
Me ilusionó, pero también me dio rabia, ver que en el hall de mi facultad los de Cruz Roja habían montado un puesto de información por el día contra el VIH. Ilusión, porque es necesario. Rabia, porque esa idea la había tenido yo y resulta que me la copiaron de forma inconsciente, ja, ja, yo no pude montar un chiringuito así, bastante tenía con memorizar todos los rasgos extraños de dicha habla pirenaica. Y no llevé condones a clase para repartir. No quería que alguien, con razón, pensara que estaba haciendo una proposición directa. En cambio, me dieron dos condones: uno normal, otro de fresa. ¡Yupi! Como sea que este último caduca en 2016, cabe la opción de que en los próximos años alguien vaya a darse un goloso banquete, si es que para ese entonces no han ilegalizado el sexo oral. 
También obsequiaban con un gran desconocido, el condón femenino; algún lumbrera había grapado uno en el corcho de clase, con el manual de instrucciones. Eso sí, no daban lubricante, al parecer no habían pensado en el público HSH (Hombre Sexo con Hombre, mejor esta etiqueta que aquella, poco precisa, de sexo homosexual). Resulta difícil ponerse serio cuando uno ha tenido un día intenso como este, pero quiero dejar constancia de mi deseo acerca de que en el futuro, bien sea Cruz Roja, Diversidad León u otras asociaciones, alguien lleve a cabo campañas de este estilo; todavía queda mucho por aprender.... y no solo modalidades lingüísticas titubeantes.