miércoles, septiembre 29, 2010

LOS CERDOS. Entrega 25.

La besucona pareja se había esfumado. Jonás apenas se hallaba fuera de sus recuerdos cuando se acercó hasta su posición un joven latino que no daba la impresión de llegar a la mayoría de edad, o al menos eso aparentaba. Era bajito y arreglado como para salir de fiesta, el pelo engominado y camisa. Se sentó a su lado sin pedir permiso.

- Hola- dijo.

- Hola- repitió Jonás, de forma mecánica.

- ¿Estás aburrido?

- No- respondió, de forma no tan mecánica y sí bastante agria.

- Perdona que me presente así pero voy de buenas, ¿eh? Por cierto, creo que te conozco.

- ¿Seguro?

- Sí. ¿No eres tú el nuevo vecino de mi casa? Alguna vez te he visto por la escalera. Acabas de llegar y ya te estás convirtiendo en todo un héroe. ¡Vaya susto les metiste a esa pareja de idiotas!

- ¡Ah, ya! Eso… Algo así me contaron antes. Bien, vecinito, ¿y querías algo más entonces?

- Eh, sí, bueno, es que te he visto aquí solo y algo triste…

- ¿Cómo sabes que estoy triste? ¿Estudias Psicología acaso? Aunque te veo muy adolescente para eso.

- ¡Oye, tío, que tengo más de dieciocho! No hace falta estudiar nada, se te ve en la cara. Creo que te vendría bien algo de diversión.

- Y tú me la puedes dar, ¿no? Oye, no tengo nada en contra de eso, pero no llegas en momento oportuno…

- ¡No, tío! No he venido a hacer cruising.

- ¿Cru…qué?

- Que no quiero ligar contigo, coño. No te quiero dar placer, quiero que encuentres placer gracias a mí. Yo soy el intermediario…

- ¡Tócate los cojones!

El chico sacó unas tarjetas que mostraban la foto en primer plano de un par de nalgas, supuestamente femeninas, tan solo cubiertas por un tanga que dejaba ver la perfecta forma que tenían. Jonás, sin desdeñar el trasero, se puso a leer.

- Whiskería Hot Girls… Bueno, no es un nombre muy original, claro que en los restaurantes chinos pasa lo mismo. ¿Y qué?

- Buenas copas, buen ambiente y buenas chicas. Te quitarán esa cara de amargado que tienes.

- Joder, chaval, para ser relaciones públicas no tienes mucho tacto. ¿Por qué me das esto? ¿Tengo cara de putero?

- Esto no es un puticlub… Es una whiskería, Y también local de strip-tease. El resto… Bueno, todo es negociable.

- Todo es negociable- repitió Jonás, con una sonrisa- ¿Este culo también? Negociable no se, pero sí formidable, si es que es real y no de PhotoShop.

- ¡Es real! Bueno, no te digo que lo haya probado… Solo que lo he visto.

Jonás observó un poco más aquella tarjeta y luego se la guardó.

- Ah… Whiskería, ja, ja. Ojalá estuviera aquí un amigo al que le encantaría este eufemismo. En fin. ¿Sabes? Creo que igual necesito ir a ese sitio, pero por lo del whisky más que por lo otro… Necesito la bebida. Para lo otro no tengo ganas y, si quisiera, no pagaría por ello.

El joven latino le mostró una sonrisa casi compasiva, como si expresara: Eso dicen todos…

- Vale, tío. ¡A beber, pues! ¡A beber y disfrutar! Ya verás como cuando lleves un par de copas igual piensas de otra manera…

- Lo dudo.

Jonás fue guiado hacia la citada whiskería, un local cercano con luces de neón encima de una puerta que parecía sólida y en principio inexpugnable. Jonás, por mucha desesperación que llevara encima, no se habría atrevido a franquearla sin la presencia de su acompañante, que saludó al voluminoso cancerbero que vigilaba el acceso a ese inframundo de condenados por la lujuria.

Jonás no mintió al decir que solo estaba allí por la bebida, de hecho decidió no interesarse en principio por todas las partes del establecimiento que quedaran fuera de la barra. La luz era tenue y acogedora, él no perdió de vista al joven guía, que le hizo una seña al camarero.

- ¡A ver!- exclamó- Un par de chupitos para quitar penas, a cuenta de la casa.

Les sirvieron en efecto dos chupitos en los que Jonás, antes que especialidad de la casa, creyó que encontraría garrafón de la casa. Pero no era momento de tener remilgos… El joven latino alzó el suyo para brindar con él.

- ¡Porque tengas una feliz noche! ¡Y que te vea mañana por casa para que me lo puedas contar!

Jonás bebió la pequeña dosis de lo que le pareció una mezcla suave, que si acaso inducía al consumidor a pasar a licores con más potencia. Su cicerone se despidió con una palmadita en la espalda, dispuesto a buscar otros eventuales clientes, y Jonás se quedó solo, que a fin de cuentas era lo que estaba deseando. No supo muy bien explicarse qué sentía. Si a esa sensación podía llamarla ansiedad, entonces supuso que sería capaz de ahogarla en un whisky doble. No prestaba atención, al menos en el comienzo de su estancia allí, a lo que ocurría en el resto de sala y escenario. En este, dominado por la característica barra de strip tease, una bailarina de rasgos caucásicos daba vueltas, conservando aún la ropa interior, y de vez en cuando jugueteaba con, o quizá mejor sería decir desperdiciaba, un bote de nata montada.

El espectáculo no resultaba muy excitante para Jonás, quien en algún momento dirigió su mirada hacia la chica o hacia el público, que estaba constituido en su gran mayoría por varones de diferente edad, más o menos entusiastas de lo que estaban viendo. Él, aunque a todas luces no fuese el momento oportuno, trató de observar la escena bajo un punto de vista científico, como si en vez de utilizar su probeta estuviese analizando a diversos machos de su especie, atravesando un período de celo durante el cual acechaban a su posible hembra. No obstante, por mucho que quisiera animalizarlos no cabía la opción de que entre estos se iniciara una competición para conseguir la cópula, ni que se pelearan entre ellos, ahí estaba el cancerbero para disuadirles de esa iniciativa. ¿Quién necesitaba la ceremonia del cortejo? Mientras tuvieran la cartera bien abultada, nada de eso era necesario. Jonás en todo caso la tendría para tomar unos cuantos tragos hasta que la situación se le hiciera un poco más soportable. Quizá entonces tendría que cambiar su refugio de la barra por una mesa…

domingo, septiembre 12, 2010

LOS CERDOS. Entrega 24.

VIII

En efecto Jonás no había bebido demasiado esa noche, aún. La jarra de cerveza le refrescó, el líquido pronto fue a parar al urinario del restaurante. Concluyó la cena con un chupito de flores, invitación de la casa, dulzón y poco proclive a hacer mala mezcla con lo anterior. Su cabeza no sufría una nueva borrachera, tampoco el bochorno, por fortuna, ya que la noche, sin ser fresca, tampoco llegaba a los extremos del día. Jonás se dejó llevar por la llamada de la oscuridad, de esa aliada con la que Penélope podía haber contado para dar rienda suelta a todos sus demonios.

Se encontraba solitario pero no en soledad, puesto que, en su paseo sin destino prefijado, llegó hasta lo que parecía una animada zona de copas, un barrio de trazado bastante irregular que al menos le recordó a alguno de la ciudad que había dejado atrás. La diferencia principal era que este le resultó más sórdido, quizá por una iluminación mortecina, aunque también podría alegarse lo mismo de la propia calle en la que residía. Los rincones oscuros eran lugares tentadores para refugiarse, como pudo comprobar al sentarse en un banco de piedra. Cerca de allí, en un recodo del camino, pudo vislumbrar a dos hombres que se estaban dando el lote de manera pasional, pegados contra una pared. En realidad no podía estar del todo seguro acerca de su sexo desde su posición, sin embargo Jonás había mejorado su radar para percibir ese tipo de realidades.

No tenía curiosidad por espiarlos, de todos modos, esa noche no tocaba labor de mirón y observó por tanto un poco de reojo, para luego perder la vista en algún lugar inconcreto.

Una imagen irrumpió en la mente de Jonás. Eran dos hombres, no tan cariñosos entre sí pero de vez en cuando cogidos del hombro. Esos, que no eran otros que Al y el propio Jonás, regresaban de una noche de juerga, en medio de discusión que tenía parte de verdad y parte de broma, una característica bastante relacionada con el alcohol. De hecho estaban compartiendo una bebida para el camino, la cual contenía un vaso de plástico con capacidad para un litro. No hablaban demasiado fuerte, aunque sus voces retumbaban en el vacío de las callejuelas del regreso, por las que no se veía a mucha gente, si acaso algún que otro trasnochador que no se interesaba por lo que ellos estaban hablando. La voz de ambos se había convertido en un soniquete muy influenciado por el clásico tonillo que impone un exceso de bebida.

- No te entiendo, Jonás… Tú querías quedar con Penélope… Pero ya lo has hecho, ¿no? La has invitado a cenar, todo un detalle por tu parte. ¿Por qué no le pediste que te invitara ella al postre?

- Coño, ya empiezas a hablar como ella…

- Será porque he pasado más tiempo con ella… Pero, ¿acaso no era lo que buscabas? ¿Hacer de celestino? Tampoco es que vivamos una luna de miel, tío, hemos echado solo unos pocos polvos, aunque alguno muy salvaje, y en algún otro se nos olvidó el condón…

- ¿Te importaría no decirme esas cosas cuando estoy compartiendo el cachi contigo?

Al cogió la bebida, escupió dentro y se la devolvió a Jonás.

- ¡No voy a permitir que desprecie mi saliva alguien que se ha enrollado conmigo!

Jonás miró alrededor, por si pasara alguien. Desde aquella noche Al y él no habían hablado demasiado claramente sobre lo que había ocurrido entre ellos. Bebió un trago, para que viera que ni despreciaba su saliva ni la noche que pasaron juntos.

- Te conozco, Jonás, creo saber qué buscas. ¿Alcanzar la estabilidad, tal vez? Estoy seguro de que podrás conseguirlo, gracias a tu talento y tu trabajo. Por lo que se refiere a tu vida privada… No, no busques donde no tienes que buscar. Ella no es uno de tus experimentos. Yo tampoco.

- Entonces ya tenéis otro punto en común…

- Para bien o, seguramente, para mal. Somos inestables, Jonás. Tú podrás serlo en ocasiones, pero nosotros lo llevamos ya en la sangre. ¿Con quién podría ser compatible ella? Con gente como yo, con gente que también padece un frágil equilibrio mental y, por tanto, sabe a lo que se está enfrentando.

- Ese desequilibrio no está solo en vosotros. A mí me estáis arrastrando hacia él.

- ¿Solo eso? Y entonces, ¿por qué no te apartas de nosotros? ¿No será que tenemos algo más que ofrecerte? Jonás, por mucho que lo intento no llego a entender qué significa ella para ti. Y lo peor de todo es que tampoco se qué significo yo para ti.

Jonás se sentó en un banco cogiendo el vaso, Al le imitó. Tras beber, miró a su amigo intentando parecer más sereno de lo que estaba.

- Al, creo que esta conversación va más allá de lo que podríamos considerar la típica filosofía de dos amigotes que vuelven a casa tras coger una trompa.

- Tú y yo no somos amigotes, aquí no hay filosofía que valga. Solo veo cierta actitud esquizofrénica en la que ni tú quieres follar conmigo, ni tampoco quieres que yo folle con ella.

- ¡Yo jamás he dicho eso!- protestó Jonás.

- No es necesario… Tú la quieres solo para ti y yo no te lo reprocho, pero sí voy a desanimarte. Eso no es posible, señor Pigmalión, esa chica modela pero no deja que la modelen. De todos modos, si consideras que soy un obstáculo entre vosotros, creo que podré quitarme de en medio.

Jonás le arrojó una mirada cortante.

- Y yo creo que ciertas cosas no deberían decirse ni bajo los efectos de la colonia que nos estamos tomando.

Al rió, cogiendo a su amigo por el hombro.

- No seas tonto. No me refería a eso, ¿eh? Mi época como bisexual suicida ya ha quedado atrás. Me refiero a quitarme de en medio en el sentido del que te hablé: largarme, alejarme del mundanal ruido.

Jonás esbozó una sonrisilla burlona, casi imperceptible.

- Hoy me permitirás que sea yo también charlatán y te diga: no te creo.

- ¿Que no me crees? Espero que seas más charlatán en tu explicación.

- Mira, Al, a lo largo de nuestra amistad me has contado bastantes cosas que yo no he podido creer, a menos que pensara que acabarías en un manicomio.

- Como en efecto acabé, poco tiempo por fortuna.

- En ocasiones me arrepentí de no creerte, como en tu intento de suicidio. Pero en otras muchas sencillamente tus ideas, tus proyectos, todos esos descabellados propósitos de los que hablabas acababan en la papelera de reciclaje de tu ordenador mental, por así decirlo.

Al sacó de su bolsillo trasero una libreta Moleskine negra.

- Apuntaré esa metáfora…

- ¿Por qué tendría que creerte ahora? ¿De verdad voy a creer que vas a ir al monte abandonando la carrera, a tu familia, que me vas a abandonar… y a ella también? Suena a otro de tus intentos para llamar la atención. ¿Qué encontrarías allí, Al?

Fuera para meditar o no una respuesta, su amigo permaneció en silencio contemplando las estrechas calles que les rodeaban, con unas paredes sucias por los carteles, pintadas y algún que otro desperfecto provocado por los viandantes que volvían de juerga como ellos. Jonás pensó en un primer momento si no estaría mareado, con ganas de vomitar; en ese caso la cosa no sería tan inusual, él mismo podría acabar de tal modo si continuaba bebiendo. Al estaba ebrio pero no inconsciente, su mirada regresó para cruzarse con la de Jonás.

- ¿Encontrar? Bueno, quizá me encuentre a mí mismo, al margen de todo y de todos, al margen de mis seres queridos entre los que tú te encuentras. Hay algo fabuloso en la naturaleza, y es su objetividad. Soy humano, me gusta vivir entre humanos, pero estos tienen la irremediable manía de juzgar, comentar, valorar… y castrar. Sobre todo a los castrados, a ellos les encanta castrar. En realidad, no creo que haya un solo sitio en este país en el que me encontrara fuera del alcance de los hombres, es lo que tiene esta civilización moderna. Sin embargo, hay algunos en los que el contacto se reduce al mínimo. ¿Por qué no? Cabras, piedras, árboles, arroyos, montañas… No juzgan, no comentan, no valoran, no castran. Se limitan a cumplir con la tarea que les ha encomendado la naturaleza, aunque no sean conscientes de ella. Habrá quien piense que por vivir de esa manera uno puede volverse loco pero… ¿Y aquí? Observa estas paredes, Jonás, observa estas calles; tampoco sienten, tampoco juzgan, pero noto cómo me oprimen. Son calles y paredes sucias, propias de una ciudad sucia, sí, aunque se crea limpia. Mejor es volver a la pureza de los orígenes. ¿No me crees? Pues no te culpo. Sí, en el pasado te mentí, Jonás, mentí a mucha gente. Pero, en realidad, ¿podríamos hablar de mentira? No creo. Hablemos de inestabilidad, como te dije antes, de esa carga tan inevitable tanto para ella como para mí. No es tanto mentir como cambiar de opinión, a veces en segundos. La veleta gira y gira… Pero ahora quedará quieta, Jonás. No creas que el alcohol habla por mí, como tampoco habló por ti la última noche.

Al no evitó que un par de lágrimas silenciosas se desplazaran por su rostro; Jonás lo vio y se las borró con su dedo índice, apretándose contra él de forma más envolvente.

- Tengo que irme, Jonás… Temo, temer también es humano. Temo a los cerdos. Y no a los cerdos en cuanto animales, sino temo empezar a ver esas grotescas mutaciones que ya conocemos en cada persona que se cruce conmigo…

- No es posible- objetó Jonás, queriendo interrumpirle por primera vez- ¿Como ella? Pero ella plasmó esos cerdos en sus cuadros, Al, no los veía en la realidad.

- ¿Estás seguro? Sí, aparecían en sus cuadros… ¿Y de dónde los sacó? ¿De sus pesadillas? Pero las pesadillas también pueden tenerse estando despierto, amigo mío. Por eso no hay ninguna necesidad de tener celos. Ella y yo estamos más unidos, sí, por experiencias comunes que tú no has tenido nunca y ojalá nunca tengas. Hazme caso, Jonás, aléjate de ella. Yo ya me alejaré de ti por mi propia cuenta. No te arriesgues a venir por nuestra senda. Encuentra trabajo, encuentra pareja. Yo estaré bien y, si no lo estuviera, jamás me iré de este mundo sin despedirme de ti, a menos que me lo impidan. Me siento afortunado, Jonás… Algunas de las cosas que quería decirte ya te las dije, quizá no con palabras pero en todo caso te las dije. Ahora es momento de partir. Me iré antes de lo que imaginas. Y no trates de impedirlo, si lo que quieres es mi beneficio y no lo contrario…

Al se puso de pie, dispuesto a marchar aunque Jonás le sujetaba por el brazo.

- ¡Al! Vale, haz lo que creas oportuno pero… ¿Por qué me dejas ahora?

- Porque no me gustan las despedidas. Y creo que esta noche ya me he puesto más sentimental de lo que me hubiera gustado. No te preocupes, el camino es corto. En eso sí me gusta esta ciudad.

Jonás le dejó irse, mientras se quedaba a solas en el banco, con la bebida. En el breve lapso de tiempo durante el que terminó esta, no se molestó en asumir ninguna de las abundantes palabras de su amigo. Tampoco lo hubiese logrado.

martes, septiembre 07, 2010

A una semana.

A una semana del examen me siento cansado, no de estudiar sino de esperar el propio examen. ¡Suerte que la espera llega a su fin! Veo remota la hipótesis de suspender; en febrero me faltó tiempo, que ahora he tenido en cantidad suficiente para prepararme. Una planificación en este sentido me ha permitido no agobiarme y mantener suficientes ratos de ocio, pero también necesito un pequeño cambio de aires como el que pretendo darme en Madrid. Así pues, amigos de la capital, allí espero veros, como por ejemplo a Hopewell, a quien aprovecho para felicitar en su primer cumpleaños como padre. Os recomiendo que os paséis por su blog, está retomado y siempre goza de un contenido interesante. Yo pronto terminaré de colgar lo que llevo escrito de novela y entonces ya veremos si puedo continuar con esta o qué sucede con este espacio que ya va a cumplir nada menos que cuatro añitos...

sábado, septiembre 04, 2010

LOS CERDOS. Entrega 23.

Al Jonás solitario le sirvieron su plato principal, un cochinillo cocinado al estilo chino, no al estilo del mesón de sus padres. Cuando vio la inerte cabeza del puerquito, Jonás sintió un escalofrío, y un amago de náuseas antes incluso de empezar a comer, recordando la grotesca visión que había tenido en el locutorio. Miró a la camarera, por si acaso también fuera a percibir deforme su atractivo rostro oriental, no obstante la joven china le sonrió desde sus tersas facciones. Jonás bebió cerveza y trató de sosegarse un poco. Luego probó la carne que, al margen de otras consideraciones, encontraba deliciosa.

Jonás y Penélope degustaban varios platos en los que el cerdo, si aparecía, era agridulce y sin rostro identificable. Penélope tenía cierto manejo en el uso de los palillos, había tratado de impartir unas nociones básicas a Jonás pero los alimentos se le caían antes de llegar a la boca. Además, Penélope le notó tenso, y no por su poca pericia a la hora de usar esos instrumentos.

- Vamos, Jonás, escupe, y no me refiero al cerdo. Tienes algo que contarme, ¿no?

- Y no se cómo decirlo…- añadió Jonás, regresando al tenedor y la cuchara- Bueno, si se, solo estaba esperando el momento oportuno, gracias por ayudarme. Prefiero ser sincero, aunque me suele costar, y disculparme porque ayer no llamé a Al para que viniese a la fiesta.

- ¿Solo eso? Pero si ya me lo imaginaba…

- ¿Insinúas que no se mentir?

- Insinúo que eres muy susceptible, je, je. Vamos a ver, Jonás, estás confundiendo varios aspectos. Primero, no creo que él y tú seáis siameses como para tener que ir de la manita a todas partes… En segundo lugar, él ya sabía de sobra que yo iba a tener esa fiesta. Pero, aunque parezca mentira, ja, ja, Al todavía estudia y cada vez se toma más en serio su carrera. No pudo ir, pero le hubiera encantado.

A través de sus palabras, Jonás supo que su amigo y ella mantenían el contacto, al margen de él; nada que no hubiera imaginado ya.

- Yo no soy posesivo, Penélope… No quisiera que me juzgaras mal. Pero es que con vosotros siento una sensación… Bueno, parecida a la que sentí ayer, como de estar fuera de mi mundo. No me siento inferior, desde luego, me siento fuera. En ocasiones también me pasa con Al, pero con él he desarrollado una larga amistad y por eso no importa que a veces parezcamos de realidades opuestas.

- Natural… No quiero hacerme la lista, pero es evidente que tú al principio no tenías el menor interés en mí. Querías juntarme con tu amigo porque, como has señalado, nuestros mundos están más cercanos. Pero la vida no siempre es tan lógica, Jonás. Luego vinisteis a mi casa y pasó lo que pasó. Ahí está la clave. ¿Qué pasó? Ni tú estás saliendo conmigo, ni lo está haciendo Al. Vivimos un triángulo pero no un triángulo amoroso, luego no hay razón para los celos… Trata de mirarlo como una de tus fórmulas químicas: vosotros dos sois complementarios, por eso me gusta estar con vosotros. No quiero dos novios, ni un novio, solo espero que en el futuro podamos ser tres grandes amigos, y que hagamos lo que nos de la gana.

- Ojalá sea así, pero no veo esto tan fácil…

- Nadie dijo que lo fuera- comentó Penélope.

- Me alegro de que seas mi amiga, porque necesito tu ayuda. No entiendo algunas de las cosas que me están pasando últimamente. Por ejemplo, la noche que estuvimos los tres juntos. Mira, no voy a mentirte, me pareció un momento mágico, inolvidable… Pero no se cómo asumirlo. Me cuesta. ¿Podría entenderse también como una fórmula química?

- Ya lo creo. Dentro de esa fórmula, yo para vosotros no solo fui un fin, sino también un medio.

- ¿Un medio?

- Sí. Un medio de que llegarais a hacer algo que posiblemente no habríais hecho de haber estado los dos solos.

- ¡Penélope!

- Vamos, no te enfades porque te abra un poco los ojos. ¿Qué es lo que temes?

- Temo a los sentimientos contradictorios, a los valores que se vuelven relativos… No se, temo pero tampoco me avergüenzo de temer.

- No lo hagas. ¿Qué me vas a contar a mí? Un día estás bien y al siguiente quieres cortarte las venas. ¿Qué hay más relativo que eso? ¿Temes ser homosexual? No lo eres. Y yo tampoco, ja, ja. Si lo fueras solo me pedirías consejo, pero tú quieres más que eso de mí.

Jonás se encogió de hombros, sin pretender negar lo evidente.

- No se… Quizá lo mejor sería que me dedicara a mi trabajo. Creo que es lo único que puedo dominar.

- Eso es porque tu trabajo funciona bajo unos parámetros científicos, que sin embargo no valen para la vida en general… Tendrás que ampliar tu visión, Jonás, es inevitable.

Penélope se mantuvo en silencio durante unos segundos, mientras se llevaba a la boca los palillos con un puñado de arroz. De repente sonrió ante Jonás, quien no había sabido hasta entonces qué replicar.

- ¡Qué leches! ¿Sabes qué? Para mí también fue una noche inolvidable. Mejor, mucho mejor que otras experiencias similares que he tenido. Bueno, tampoco quiero que pienses que soy una furcia… Aunque hay cosas peores que eso.

- ¿Y qué la hizo mejor, si puedo saberlo?

- Posiblemente cómo surgió. En otras ocasiones monté tríos, pero eran como un acuerdo cerrado de antemano. Sin embargo, aquella noche… ¿Sabíamos lo que iba a pasar? Yo tenía ciertas pistas, pero no podía ver el desenlace de todo aquello. Al tampoco.

- Y yo mucho menos…

- ¡Pero surgió! Parece una fantasía, pero es como si en verdad el ambiente dionisíaco del cuadro se nos hubiera contagiado.

- Por no hablar del Lambrusco…

- Sí, pero tú en ocasiones anteriores te habrás emborrachado mucho más sin llegar al punto de acostarte con tu amigo, ¿verdad?

Jonás miró a las mesas situadas más cerca de la suya, y luego asintió.

- Seguro que esa experiencia volverá a repetirse en el futuro- prosiguió ella- No quiero elegir entre vosotros. Podré estar con uno, con el otro o con los dos a la vez… Si le preguntas a Al, te dirá que nos hemos acostado más veces. Y lo hemos hecho porque él así me lo pidió. ¿Es eso lo que quieres, Jonás? Quizá sea tu orgullo el que lo impida, tu orgullo el que te está jodiendo.

- Suele hacerlo bastante…- reconoció él.

- Entonces ya sabes cuál es el problema. Tú, él… Cada uno me gustáis de una manera. Pero no podéis atarme, eso no es posible. ¡Ya intentaron hacerlo! A lo largo de mi vida ya he sufrido demasiadas presiones, demasiados hilos que quisieron manejarme y al final todo eso me llevó al borde la muerte… Creo que ahora estoy en la cúspide de mi libertad, sí. ¿Por qué voy a renunciar tan pronto?

- No deberías hacerlo- comentó Jonás, queriendo ser comprensivo aunque su voz dejaba traslucir un suave tono de amargura- En fin, creo que debería llamar a Al, será lo mejor. ¿Me permites que le cuente la conversación que hemos tenido?

- Si lo ves necesario… Pero ten en cuenta que, lo mismo que te he dicho ahora, se lo he dicho él, aunque sea con otras palabras. Creo que sería más necesario que hablarais de vosotros, no de mí. A mí me acabas de conocer, Jonás, pero lo que hay entre vosotros tiene más largo recorrido, sea lo que sea. Ojalá puedas averiguarlo, pero te digo de entrada que eso tampoco será fácil.

- Lo se…

Jonás salió del otro restaurante chino. Esa noche no había bebido demasiado aún, sin embargo pareció deambular sin rumbo fijo por las céntricas calles adyacentes al local.

miércoles, septiembre 01, 2010

LOS CERDOS. Entrega 22.

Finalmente Jonás abandonó el locutorio y, lejos de poder ir a descansar como quería, fue necesario el realizar alguna que otra compra. Luego, cargando con las bolsas, regresó a su edificio en medio de una pesadumbre que el calor agravaba. Supuso que, al igual que la noche anterior, el subir los escalones iba a constituir toda una prueba olímpica para él, con el hándicap de llevar esos lastres. Una prueba absurda, como en general le estaba resultando toda aquella jornada. Tan penosa era su ascensión que una anciana que bajaba en sentido contrario, apoyándose tanto en su cachava como en la barandilla aunque por motivos diferentes a los suyos, no tardó en cruzarse con él. Jonás la reconoció, era la misma viejecita que no le había devuelto el saludo cuando llegó por primera vez al edificio. Jonás, por si acaso la hubiera juzgado mal, sacó a relucir de nuevo su cortesía, aunque en sus condiciones le resultara complicado.

- ¡Hola!- dijo, de un modo lo más alegre que pudo.

La anciana volvió a pasar delante de él, sin mirarle y sin separar los labios. Jonás no quiso entonces pensar que tal vez ella tuviera motivos para ignorarle y, decidido a darle un escarmiento en nombre de todos los vecinos maleducados, dejó las bolsas en el suelo y gritó:

- ¡He dicho HOLA, joder!

De esa manera, si la señora tuviese problemas de oído podría haberle escuchado a la perfección. Jonás pensó que probablemente no los tuviera, puesto que su grito, como una onda expansiva, casi dio con sus frágiles huesos en la escalera. Ella, aterrada, se dio la vuelta y masculló algo que parecía un saludo, aunque Jonás no pudo escucharlo. De todos modos se dio por satisfecho.

- Que tenga un buen día, señora- añadió, con una sonrisa, y luego continuó subiendo. A la altura del piso de Ari, la colombiana salió como si le estuviera esperando, aunque quizá no fuese más que una coincidencia.

- ¿Qué tal estás?- se interesó su vecina.

- ¡Buf! Ya me gustaría decirte que bien, pero, tras lo de anoche, pensarías que estoy mintiendo, je, je. Sin embargo tú debes de tener buena resistencia a tu cóctel de ron.

- ¡Pues claro chico!- respondió ella, entre carcajadas- ¡Yo soy la autora y yo tengo el antídoto, ja, ja! ¿Qué llevas ahí? ¿Comida o bebida? ¡Ja, ja!

- Mira, no quiero ni recordarlo, solo se que llevo algo que me pesa más hoy de lo que me pesaría cualquier otra vez.

- ¿Te ayudo a subirlas? Te debo un favor…

Jonás se mostró estupefacto.

- ¿Un favor? En todo caso te lo deberé yo a ti, por lo bien que me trataste anoche. ¿Por qué te lo debo?

Ari debió de pensar que Jonás se estaba haciendo el sueco.

- Bueno… Las noticias vuelan, y más en un vecindario pequeño como este. Mucha gente se ha enterado ya del susto que le metiste a esa niñata… Y la verdad es que, como vecino nuevo, les empiezas a caer muy bien, Jonás. Hay mucha gente que no soporta a esa parejita, pero no todos están dispuestos a enfrentarse al novio…

- ¿El novio? Quieres decir… ¿La choni y el otro? No se muy bien de qué me estás hablando…

Ari le guiñó un ojo, dándole una palmadita en la espalda.

- ¡Ay! Mira que eres modesto, desde luego que quien acabe contigo se llevará una joya, ¡ja, ja! Esta noche estás invitado a otra jornada de pollo y ron, bueno, con más pollo que ron, que todos los días no puedes acabar como hoy, ja, ja.

- No debiera, desde luego. De todos modos creo que no voy a poder, Ari, tengo comprometida otra cena…

Por el rostro de la mujer pareció verse por un segundo la decepción, pero al instante ya lo había distorsionado en una mueca burlona.

- ¡Ajá! Muchas citas tienes tú, ¿no? ¡Picarón! Bueno, bueno, pues que la disfrutes, y no bebas demasiado. No te pregunto más detalles que luego me llaman marujona… ¡Ja, ja! Eso sí, si la cena te dura poco y te quedas con hambre, ya sabes dónde estoy.

Jonás le dio las gracias y, sin aceptar su ayuda, ya se disponía a subir las bolsas cuando Ari le llamó por última vez.

- Nos vemos esta tarde en el curso, ¿verdad?

Jonás lo había olvidado por completo, de ahí que su reacción fuera muy natural.

- ¡Oh! Hoy no tengo la cabeza en su sitio, desde luego… ¡Sí, nos vemos!

Jonás mintió, había tomado bastante antes la decisión de no asistir. En algo no mintió, y fue en decir que tenía una cena comprometida. Lo que no concretó a Ari es que el compromiso lo había adquirido consigo mismo, nadie más estaba invitado a ese evento. Esa noche Jonás se dirigió a un restaurante chino situado en una zona céntrica de la ciudad, y, aunque acudiese de forma solitaria, no por ello había descuidado su aspecto, llevaba una americana y camisa. Al entrar pidió mesa para uno a la joven camarera, sin por ello sentirse peor. Esta, con la cortesía que ya había comprobado en ese tipo de establecimientos, le acompañó hasta una pequeña mesa, bastante acogedora teniendo en cuenta que el local era céntrico y solía estar bastante abarrotado.

Jonás comenzó a mirar la carta, sin demasiado interés. Tenía una cierta idea mental acerca de lo que quería, así que fue pasando las fotos que la ilustraban hasta que encontró el plato adecuado, que pidió a la camarera. Para beber, tentó a la suerte y preguntó que si tenían Lambrusco. Como imaginaba, la joven ni siquiera pareció entender sus palabras, así que se conformó con una jarra de cerveza, pensando que Italia estaba muy lejos de China. Que se lo digan a Marco Polo, hubiera añadido Al de haber estado en aquel momento con él.

A Jonás no le importaba estar solo porque, como había planeado, quería volver a sumergirse en recuerdos de escenas que habían transcurrido en un escenario semejante al que se encontraba en aquel instante, aunque situado en otra ciudad. Penélope había aceptado su invitación para cenar asimismo en un chino. Por aquel entonces, también vestido con esmero, Jonás se encontraba en una mesa para dos, leyendo también la carta, no tanto para encontrar algún plato que le convenciera sino para disimular sus nervios. No quería caer en el pesimismo por adelantado, pero sabía que ella había salido la noche anterior, y que existían ciertas posibilidades, comprensibles hasta cierto modo, de que se rajara, aunque en ese caso él esperaba que tuviera la bondad de avisarle. No obstante, tampoco llevaba un retraso considerable.

De repente apareció, vistiendo de un modo sencillo pero atractivo a la vez. Antes que en la ropa, Jonás se fijó en su rostro, que estaba casi libre de ojeras y otros signos de juerga nocturna. Penélope no parecía muy aficionada al maquillaje, pero él pensó que quizá esa noche hubiera querido recurrir ligeramente a ese truco. ¿Para él? Sonaba vanidoso por su parte.

- Mucho me miras- dijo Penélope entre risas, después de saludarle- ¿Estoy mona?

- ¡Mucho! No es que me extrañe por eso, es solo que no tienes cara de haber salido hasta las tantas.

- Bueno… Todo es relativo, Jonás. Salí, pero tampoco fue para tanto. De todos modos, no todas las personas tenemos las mismas necesidades de sueño. Durante mucho tiempo la noche ha sido una aliada para mí, el momento ideal para dar rienda suelta a mi trabajo y plasmar mis pesadillas… Me he acostumbrado a dormir poco.

- ¡Qué chollo! Yo soy bastante marmota, pero es un vicio que suelo moderar.

- Bueno, para estudiar tanto tendrías que sacar horas de donde pudieras, ¿no?

Jonás rió con desgana, como de un chiste que ya le hubieran contado varias veces.

- En fin. Lo cierto es que no he estudiado tanto como muchos pensáis. Yo creo que la vocación es lo importante… Si no me gustara mi carrera, ya podría haber estado años y años, todavía andaría entre Segundo y Tercero. He tenido suerte. Y hoy también.

- Ja, ja. Vamos, caballero, que no estás en el Palace. ¿Tienes suerte de tenerme hoy aquí? Bueno, a mí me hubiera gustado tenerte un poco más anoche…

- Eso me pareció. Luego pensé que me tendría que haber quedado algo más, sin embargo me dio la neura, debería saber adaptarme mejor a ese tipo de ambientes.

- No te disculpes, cariño. Aquí nadie está libre ni de neuras ni de demonios. Te lo diré yo… ¿Has mirado ya la carta?

- Estaba en ello…