miércoles, marzo 28, 2018

Semana de Pasión.


 Pasiones hay muchas. Lo sabré yo, que además tengo una de las novelas de Winterson en mi particular canon, llamada precisamente La Pasión. Pasión antes de la tempestad, eso parece que es el signo de esta semana. Ya no me molesto en intentar aprovechar tiempo para dedicárselo a la tesis. No voy tan mal. Cuando lleguen las vacas flacas, entonces ya profundizaré todo lo que me ha pedido mi directora. Pero, si hay algo que he aprendido en los últimos años, es que las oportunidades hay que cazarlas al vuelo. Por ejemplo, quizá la última oportunidad de ir a la Cometcon. ¿Quién sabe a qué me dedicaré dentro de un año? ¿Quién sabe si podría ir acompañado, como en esta edición, o de nuevo solo? Me he divertido mucho más yendo con Juanjo, claro. Las pintas de la gente, los sorteos y tómbolas, todo es digno de comentar a dúo. Además, pudimos hacernos un selfie con un Jabba creación del equipo de Juan Villa. Sí, el mítico amigo Juan Villa de Cuarto Milenio.



 También mucho más divertido resultó comer allí, aunque la variedad siguiese brillando por su ausencia. Ramen, ya ni siquiera en bol oriental sino en vaso de cachi. Pero, teniendo en cuenta que tan solo había tomado un pincho de tortilla en la cafetería del campus después de la tutoría, necesitaba reponer fuerzas aunque fuese a base de fideos.




 La foto del año pasado, con Yoda, pudo ser repetida por duplicado, junto a un Yoda de caramelos Pez que me había regalado Juanjo. Eso sí, nada de comer en la terraza al sol. Mi viaje me pilló en plena borrasca Bruno, sin paraguas aunque no fue por despiste, precisamente. De todos modos, el viernes libramos. El gran chaparrón nos alcanzó a resguardo en el palacio, mientras la lluvia caía a ríos por los cristales. Hubo que merendar, pues, bajo la carpa, y hacer un poco de tiempo hasta que amainara. 
 

 Una vez pude calentar un poco el estómago, ya me sentí con ganas de cumplir el ritual de aflojar, más o menos, la cartera. Menos esta vez que la anterior, supongo que porque ahora llevo las cuentas en una libreta de ahorro japonesa que, ante mi asombro, me ha informado que con el presupuesto de mis dos últimos viajes a Asturias podría haber alquilado durante un mes un piso en León. No me arrepiento, en todo caso. Como dije, Cometcon solo hay una vez al año y más vale aprovechar la ocasión mientras pueda. De todos modos, no gasté tanto. La típica bolita de la suerte o similar... Me salió una pulsera, una chapa y, con un descuento, pillé esas gafas steampunk con las que hice la única concesión cosplay al evento. Y no solo para eso, claro. A un Poe no le quedarían del todo mal.




 Y no digamos ya si Poe pudiera haber usado el cuaderno Death Note, basado en el manga y anime (amén de versiones fílmicas) del mismo nombre. Fue mi último recuerdo allí. No es caro y no lo usaré para malos fines. Quizá para un poemario, aunque igual no saldría muy luminoso.


 Superada la prueba del frikismo, lo siguiente fue hacer una concesión a la Semana Santa, como el año pasado, a través de sendas limonadas en bares leoneses. Las dos Com, Competencia y Comtienda. A mí no me cae bien el brebaje, ya he tenido tiempo para comprobarlo y en los próximos días desconozco si voy a recaer o no en ello. Pero los días excepcionales requieren medidas excepcionales, entre las que se encuentran las de tomar copas, como antaño.


 Aquí estoy con mi vodka, de nuevo en La Caja. Fiesta del festival Saco, con Paco Clavel como DJ, pinchando desde Los Payasos de la Tele hasta Enrique y Ana. Revival nostálgico al que asistimos un rato. Mezclas alcohólicas o no, dormí poco. Apenas habría amanecido cuando un tío en la habitación de al lado se puso a hablar por el móvil durante una hora. A menos que estuviera hablando solo, es otra opción.



 Desayuné por partes, pero antes la recepcionista del hotel me salvó, relativamente, al regalarme un paraguas que se habían olvidado allí hacía como año y medio. Yo creo que, más que olvidar, lo abandonaron porque está roto. Pese a ello, me sirvió y mucho durante aquella desapacible mañana. Decía la mujer que el color no era muy varonil. ¡Cómo se nota que no sabía que el morado es el color de mi doctorado! Gracias al paraguas llegué seco, primero al Panaria, para esperar a Juanjo, y luego a un sitio de donuts para que me dieran uno con un vale de la Cometcon. Último capricho insano del viaje relámpago antes de derrumbarme en el bus y volver. Fugaz y bien aprovechado, desde luego. Planeado en principio como estancia de placer, la tutoría volvió a insuflarme fuerzas y, al mismo tiempo, a inyectarme esas pequeñas dosis de ansiedad que, no controladas, pueden ser terribles para el doctorado. El caso es que esta Semana Santa, que comenzó ese viernes, de santa no tiene nada y supongo que por ello Luz Mar propuso el día 9 como alternativa para la entrega del último capítulo. Ahora, pasión. Tempestad, diluvio, después vendrá no la calma sino la tormenta, pero otra clase de tormenta. Que no decaiga.


miércoles, marzo 21, 2018

Día Mundial de la Poesía.

El invierno no ha defraudado, ni en lo personal ni en lo climatológico, al menos para aquellos como yo, que gustamos de un invierno que haga honor a su nombre, que deje frío, nieve, que llene los embalses y cubra la cumbre de las montañas. No quiero ponerme demasiado poético pero es que me he enterado de que hoy es el Día Mundial de la Poesía y no faltan motivos para celebrarlo. Nunca me consideré, per se, un poeta, quizá debería replantearme el hecho porque tengo un poemario publicado, otros dos escritos en borrador y digital, amén de numerosos poemas no adscritos, bastantes de los cuales podéis ver en el otro blog. Así que, en general, puedo decir ¡felicidades! 
Si no hay cambio de planes, esta semana volveré a ver esas montañas que me inspiraron el penúltimo poemario. De promedio, aunque no es una regla exacta, he ido a Oviedo una noche por mes desde la mudanza. En esta ocasión, la visita iba a ser meramente de placer, aunque al final (eso espero) se ha colado una muy necesaria tutoría. La visita pretende ser un desagravio, por así decirlo, y confío en que lo sea. En realidad no es que hace un año yo estuviera agraviado, pero por desgraciadas circunstancias acaecidas (una vez más) en marzo, se me hundió un plan y el otro lo tuve que hacer en solitario. Toco madera para que este mes de marzo lo recuerde, tan solo, por hechos positivos como alguno de los que he podido disfrutar. El plan hundido fue, dentro del festival de cine SACO, una fiesta de ambiente; el plan solitario (bueno, me acompañaba Yoda), la Cometcon, como escribí aquí en su momento. 
Lo cierto es que la Cometcon este año estuvo a punto de no celebrarse, finalmente ya tengo entradas para mi amigo y para mí este viernes. A la noche, hay fiesta del SACO en La Caja, el pub que descubrí hace un mes, con DJ Paco Clavel. ¡Nada menos! Es justo lo que necesito ahora, un corto y variado viaje que me saque de la rutina, puesto que la Semana Santa será, a priori, rutinaria, y espero que bien aprovechada para el doctorado.  Ya narraré la breve escapada, si es que este portátil, que con un año cumplido se quiere jubilar, me deja. Obsolescencia programada o simple estafa...

lunes, marzo 05, 2018

Noches de Óscar y mandanga.

Hacía ya varios años que no me quedaba de noche golfa a ver los Óscar. También es cierto que, a diferencia de lo que sucedía antes, ahora la televisión a la carta me permite verlo al día siguiente, misma situación que ya conozco con Cuarto Milenio. Al final, siendo ya costumbre, me dormí en este último programa pero estuve muy despierto en la ceremonia. Como en los viejos tiempos, que no decaiga, quizá quise celebrar así el final de una semana que, sin duda, recordaré. 
Ya tenía todo el equipaje conmigo: revista con quiniela, coca-cola y mandanga de la buena y de la sana. No Mr. Corn, como otros años, sino esos aperitivos, ejem, saludables de la misma marca, realizados con harina de garbanzo y cosas por el estilo, que tan bien nos acompañan en las pachangas frikis que solemos hacer con un juego u otro. No quiero ser en exceso previsible, pero es evidente que mi favorita era Call me by your name. Ya he encargado la novela original, para hacer la comparativa. El guion adaptado fue la única estatuilla que se llevó, de récord: noventa años tiene James Ivory, la persona más longeva en recoger el premio. En el otro extremo, también se lo podría haber llevado por la misma película la persona más joven, Timothée Chalamet, pero ya hubiera sido demasiado, supongo. Si mantiene su nivel de talento y no lo echa a perder, oportunidades tendrá. Ya solo por él merecía la pena permanecer despierto, objeto de chistes y también imagen de la inocencia con su esmoquin blanco. ¿Se puede ser más mono?
Por supuesto que la película ha tenido polémica, y no lo digo ya por la diferencia de edad entre los dos amantes sino porque ha sido acusada de falta de realismo, de no comprometerse... Y es cierto. Ohú, no es una película activista, ni siquiera (hablando en términos estrictos, claro) podría definirse como película gay porque ninguno de los protagonistas se define o se muestra como tal. James Ivory, por otro lado, será un cineasta gay pero no un cineasta activista. Ayer, si bien recuerdo, habló de las personas gays, las hetero y también las que permanecían en un estado intermedio. Está bien romper dualismos y el filme lo hace. 
Lo que resulta sangrante es que no estuviera nominada la que sí es la gran película activista, con todas sus consecuencias, de la temporada: 120 pulsaciones por minuto. Un filme muy necesario pero que, en su afán de reflejar las interminables y tediosas asambleas de un grupo de activistas, lógicamente termina aburriendo a ratos. Su ausencia como película extranjera solo se compensa por el hecho de que el premio fue a parar a Una mujer fantástica, que no he visto aún pero que también ha hecho historia cuando salió a presentar la primera mujer trans, Daniela Vega. ¡Bellísima! Y no se olvide, claro está, que La forma del agua es un cuento lleno de freaks, monstruos e inadaptados de todo pelaje, a juego con el artículo que estoy escribiendo; entre estos, otro personaje homosexual que, a diferencia de las dos películas con parejas de jovencitos, representa una versión más madura y digna de ser visibilizada. 
Así pues, aunque no se habló mucho del movimiento Me Too, resultó productivo quedarse para comprobar la diversidad de las propuestas. Ahí están Coco y Déjame salir, película esta que vi hace un tiempo y que de terror no tenía mucho, quizá lastrada por partes cómicas prescindibles. Me faltan todavía por repescar algunas, de momento esto ha sido todo. Qué tiempos aquellos en que me metía la gala y al día siguiente iba a clase, hoy no he tenido que exponerme a algo parecido aunque el sopor no me lo quita nadie, eso sí... En fin, ya soñaré luego. Espero que no con melocotones. 

domingo, marzo 04, 2018

Lo grotesco y lo sublime.

En ocasiones, lo grotesco antecede a lo sublime. Pude comprobarlo esta semana, de manera imprevisible. Lo grotesco ya había sido surgido desde la tutoría en Oviedo, como motivo del tercer artículo con el que quiero tentar la suerte, de modo quizá un poco desesperado, para alcanzar todas las acreditaciones que necesito a la hora de defender la tesis. Lo grotesco como barraca de feria, lo grotesco de los freaks de diverso pelaje, de los monstruos y monstruas; en definitiva, y esto es lo que cuenta de cara a mi trabajo, lo que se sale del patrón normativo, los cuerpos incómodos y hasta difíciles de mirar. 
Difícil de mirar fue el vídeo que me mostraron, no diré que en contra de mi voluntad pero sin el concurso de mi entusiasmo, este jueves. Ya no puedo decir que se trata de postporno, porque faltaba el ánimo subversivo, feminista, que se le supone a este según las teorías que manejo. En ocasiones imagino que resulta difícil distinguir entre el postporno y otras grotescas manifestaciones que se escapan de los cauces de la pornografía más normativa. El caso es que, después de ese vídeo surgido de las profundidades abisales de internet, cuyo contenido no comentaré porque como ese hay millones más y mucho peores, llegó un momento sublime. Sexo no virtual. Esperado. No planeado. Mejor de lo esperado. 
Y, ahora, toca volver a lo grotesco, al menos respecto a algunas obras de Jeanette Winterson. Y a cumplir la paradoja de encerrar todos esos motivos discordantes en el estrecho margen de un artículo, ejem, científico. En realidad, todos estos artículos que he preparado no son otra cosa que piezas desgajadas de la madre tesis. No es que requieran mucho esfuerzo, en ese sentido, tan solo el aburrimiento, también sublime, de que cada vez que mando el mismo texto a un lugar u otro tenga que amoldarme a sus patrones de estilo, editoriales, bla, bla. No hay reglas universales en esto, imagino que es otro de los filtros que utilizan. Disuasión por aburrimiento. No me vencerán con esas mañas, ya he señalado cómo esto del artículo es mi último obstáculo antes de completar el proyecto y confío en que, de un modo u otro, llegue a tiempo para no alargarlo más. Lo sublime será el motor que me impulse en mi búsqueda de lo grotesco. Dos extremos más unidos de lo que parece.