lunes, agosto 30, 2010

LOS CERDOS. Entrega 21.

Cuando su mente regresó al locutorio, comenzó a pensar que su ardiente fantasía le estaba jugando una mala pasada, que le estaba cegando. ¿Por qué Penélope tendría que haberse acostado, a cambio de alabanzas, con ese crítico pedante que apenas era conocido fuera de su ciudad natal? No podía separar sus ojos de las fotos del blog, de los porcinos rostros que había diseñado Penélope. La chiquillería que le rodeaba no había parado de armar jaleo en ningún momento, y, de la pantalla del ordenador, Jonás desplazó su mirada hacia ellos, deseando que de ese modo pudiera transmitir todo el odio reconcentrado que sentía. De pronto, no supo si motivada por la resaca o por el estado de agitación en el que se encontraba, Jonás comenzó a notar una metamorfosis en los niños: sus infantiles rostros empezaron a deformarse, los tiernos dientes se afilaban hasta convertirse en colmillos, las orejas se alargaban de modo notable y, aunque la visión no llegaba al extremo de los cuadros de Penélope, adquirieron una naturaleza más propia de cerdos. Los niños gritaban y reían, como antes, pero para Jonás parecía que estuviesen gruñendo.

Asustado de su propia visión, que no sabía entonces cómo interpretar, Jonás volvió la vista a su ordenador, centrándose en su perfil dentro de una red social. Buscó en él una foto que formaba parte de las que se habían tomado en la fiesta de clausura de un curso de arte al que se había apuntado Penélope, al margen de su carrera oficial. El evento se había celebrado en la misma galería de la exposición de la artista. A través de las fotos Jonás echó un vistazo a los compañeros del citado curso, la mayoría con un previsible aspecto de bohemios y estrafalarios en cuanto al atuendo. También estaba el crítico, que no lo era menos. Aparte de la mencionada boina y gafas, Hitch fumaba en su pipa y llevaba una vieja gabardina que podría haberle cogido a su abuelo, como en efecto había sucedido aunque Jonás no lo supiera.

Él no aparecía en demasiadas instantáneas de aquellas, en las que sí lo hacía ostentaba una sonrisa un tanto forzada, puesto que no se hallaba como pez dentro del agua. Daba la impresión, antes bien, de que Jonás se había mezclado con ellos, como un espontáneo que aparece en medio de una foto de repente. Mientras se le acababa el saldo para navegar, y sin querer volver a observar a los extraños niños-puercos que no dejaban de chillar dentro de su batalla interminable, Jonás recayó en la abstracción, remontándose a un recuerdo real, que él mismo había vivido. Volvió a aquella noche en la que su imagen había quedado registrada de esa manera, a la fiesta de fin de curso de Penélope, a la que él llegó, en esa ocasión, solo.

Cuando Jonás apareció por la galería, quedó un tanto extrañado por la presencia de tanto variopinto personaje. Penélope, que estaba departiendo con todos ellos, yendo de un corrillo a otro con la soltura de una abejita, hizo un aparte para ir a hablar con él.

- ¡Hola!

- ¡Hola!- antes de que Penélope se le adelantara, Jonás se apresuró a justificar la ausencia del amigo- Me temo que Al no ha podido acompañarme.

Jonás no pareció muy creíble, pero tampoco demostró la clásica actitud de alguien que está mintiendo, y que en cierto modo sufre por esa mentira. Penélope no necesitó que le diera explicaciones, y él tampoco estaba dispuesto a dárselas.

- Oye…- añadió Jonás, casi en susurro- Me imagino que te lo estarás pasando muy bien con tus compis, pero, ¿te apetece ir a cenar luego? Estoy dispuesto a invitarte pero, con la cuantía de mi beca, creo que nos dará para ir a un chino… ¡Je, je! Si no te importan todos esos tópicos sobre su comida creo que podría ser agradable.

- ¡Me encanta el chino! Me encantará ir contigo cualquier noche, Jonás, pero esta… Ya sabes, es la fiesta de clausura del curso, será mejor que no me separe mucho del rebaño, luego saldremos todos de fiesta y si quieres puedes unirte. No querría que ellos pensaran, viendo los cuadros, que odio la sociedad y no quiero integrarme en ninguna clase de grupo…

- ¡Ya te estás integrando!- comentó Jonás- Yo aquí, a bote pronto, me siento un poco perdido. Sin duda pintaría, nunca mejor dicho, Al aquí mucho más.

- Oh, vamos, Jonás, ya te iré presentando a la gente de aquí poco a poco. Por cierto, ¿notas algún hueco en la galería?

- Hum…

- No busques, je, je. Ya te he reservado el cuadro que te prometí, y Al me tendrá que indicar el suyo. Quizá sea necesario que poséis otra vez para mí, aunque tal vez no tenga que molestaros.

Jonás estuvo tentado de preguntar si la sesión incluiría cena… y postre. Sin embargo, prefirió renovar su propia invitación a cenar, para la noche siguiente.

- ¡Muy bien! Mañana cenamos, aunque quizá tenga que enfrentarme a una buena resaca… Bueno, pero no habrás venido solo por eso, ¿verdad? Quédate aunque sea un rato, hombre, que conozco por aquí gente muy interesante… Mira, hablando de eso… ¡Hitch!

Penélope llamó al crítico, que saludó a Jonás sin, desde luego, quitarse las gafas de sol, con cierto aire de superioridad.

- Este- señaló Penélope- es Hitch, uno de los críticos multidisciplinares más influyentes de nuestra pequeña ciudad, de los pocos que han trascendido el ámbito de la misma, de los más independientes y, por ello, de los más odiados, sobre todo a nivel local.

- ¿Hitch?- preguntó Jonás intrigado.

El crítico le miró como si él mismo se preguntase: ¿A qué clase de mentecatos me presenta Penélope? Esta aclaró un poco las cosas.

- Sí, viene de Hitchcock. Ya sabes, el director de cine.

Jonás meditó un rato al respecto.

- ¡Ah! Ya, ¿ese tío calvo y gordo que aparecía en una vieja serie de televisión?

- Sí- confirmó Hitch fríamente- También es el mejor cineasta de todos los tiempos y, en general, uno de los grandes genios de la historia contemporánea.

Jonás no pareció conmoverse mucho por esta declaración.

- Penélope me ha hablado un poco de ti- dijo Hitch- Es pronto para que te juzgue, desde luego, pero da la impresión de que sabes apreciar el buen arte, aunque tu lado creativo no se haya despertado aún de su letargo. ¿Qué te parece la exposición de tu amiga? ¿No crees que, en ella, se conjugan a la perfección tanto la belleza como el talento, constituyendo un insulto para el resto de los mortales?

- Oh, Hitch…- protestó ella de forma leve.

- Puede que tampoco tenga muy desarrollado mi lado crítico- comentó Jonás- Pero, si lo tengo que decir en pocas palabras, diré que me encanta.

- ¿La exposición o ella?- apuntilló Hitch.

- Ambas- confesó Jonás, mirándola a los ojos. Había decidido que, si ese estrafalario personaje se ponía en plan pelota, él no iba a quedar atrás.

- Bueno, chicos, creo que ya habéis complacido bastante a mi ego- indicó Penélope- Ahora vamos a divertirnos. Por cierto, Jonás, antes de que te vayas, si es que te vas, quiero que poses otra vez para mí… Pero esta vez en una foto, je, je.

Jonás no se notaba muy cómodo en ese entorno, pero se prestó a hacer la foto grupal, y también otras como las que luego aparecerían en su perfil.

viernes, agosto 27, 2010

LOS CERDOS. Entrega 20.

VII

Jonás, antes de rendirse definitivamente a la bebida la noche anterior, fue consciente de que podría arrepentirse al despertar, aunque no respecto al curso, ya había decidido no asistir ese día pese a la charla con el monitor. Su mayor remordimiento, con todo, se debía a no haber estado ágil en buscar una decente conexión a Internet. Eso le obligó a escoger alguno de los innumerables locutorios de su barrio y, con la mala suerte dándole una palmadita en la espalda, fue a topar con el de peor ambiente para su resaca.

De precio no podía quejarse, desde luego, pero tampoco el servicio valía demasiado. Había dispuestos algunos diminutos cubículos con ordenadores, la mayoría de los cuales estaban copados por un grupo de niños, conectados en red entre sí como Jonás no tardó en comprobar. Los chavales estaban inmersos en una batalla campal, cruenta tan solo en la ficción, desarrollada en un mundo de espada y brujería al que con mucho gusto Jonás hubiera mandado a aquel hatajo de chicuelos cuyos gritos le estaban trepanando la sien. En su, por otro lado inofensivo, afán de matar, los niños se chillaban unos a otros, se provocaban, se burlaban de los caídos y todo ello con una jerga preñada de palabrotas, la cual solo podía escandalizar a Jonás por el mero hecho de encontrarse bajo su alcance, y que de todos modos le resultaba incomprensible.

- ¡Hostia, maricón, ahora que tengo la espada de tres filos del Templo de Miscanandrios te voy a cortar los sesos en dos, por el poder de Mut Ul- Kronon!

- ¡Y yo invoco el poder de la semidiosa Isi Vendrilla para protegerme con un campo vital de fuerza etérea a nivel dos millonésimas!

- ¡Comemierdas, maricones, probad la fuerza del mago Gran Sumbán en su vigésimo tercera reencarnación tras purificarse en el santuario de la Orden del Basilisco Tricéfalo!

De no ser por la resaca, Jonás todavía podría haber encontrado cierta gracia en esos renacuajos profiriendo términos tan extraños como acompañados de expresiones soeces entre las que maricón era la más repetida de todas. Él no iba a darse por aludido, pese a haber abierto una pequeña brecha en su muralla, sin embargo, a través de algún vistazo fugaz, comprobó que varios de los héroes con los que los chavales jugaban en realidad tenían un aspecto más bien andrógino, ambiguo, y le pareció escuchar a Al hablando de Alejandro Magno, Hefestión y demás remotos personajes. Finalmente decidió centrarse en el asunto que le había traído al locutorio, si es que ello era posible dentro de aquella atmósfera tan enrarecida.

Abrió su correo electrónico, pero pronto su ceño fruncido dio a entender que no había encontrado lo que buscaba. Comenzó luego a deambular por varias páginas, hasta que se detuvo en un blog dedicado, al parecer, a la crítica de arte, cuyo autor firmaba como Hitch. Al encontrar ese espacio, titulado LA VENTANA INDISCRETA, Jonás disimuló una mueca de asco, aunque meditó la idea de convertirse en uno más dentro de ese locutorio y empezar también a lanzar maldiciones, por motivos nada virtuales. Se fijó en un artículo en cuyo encabezamiento había una foto de uno de los cuadros expuestos por Penélope, cuyo texto comenzaba así:

PENÉLOPE PALACIOS: CARETAS FUERA.

Es la vida de un crítico independiente multidisciplinar una existencia ingrata, malpagada (y eso cuando pagan algo), proclive a los momentos amargos… Pero también es posible encontrar diamantes en el cieno y, cuando uno asiste a ese milagro, entonces sabe que su vocación no puede estar equivocada, que aún quedan artistas sin prostituir y obras que no se crean para acabar en el urinario de algún mercachifle con poco gusto pero generoso talonario.

¡Oh, Penélope! ¡Qué dilema se presenta ante este humilde crítico! ¿Cómo fingir objetividad cuando en tu caso me es imposible? Desde que te conocí, desde que noté cómo nuestros espíritus se fusionaban en un espacio común y muy alejado de la vulgaridad reinante… Debo advertir a los seguidores de La ventana indiscreta que voy a intentar que os hagáis una idea de su talento a través de mis propias percepciones y la reproducción de su obra… Pero todo eso es insuficiente. A pesar de mis esfuerzos, queridos lectores, tendréis que ser vosotros (siempre y cuando tengáis un ápice de sentido artístico) quienes disfrutéis en persona de la creación firmada por la señorita Palacios.

(…)

Así comenzaba la crítica, quizá antes bien una adulación, y Jonás, pese a hallarse en un lugar poco propicio para la abstracción, dejó volar su mente. Esta se remontó no a un recuerdo como los anteriores, sino a un recuerdo fingido. El artículo de Hitch había provocado un brote perverso dentro de su imaginación, y comenzó a formarse una imagen mental cuyo parecido con la realidad no estaba asegurado. Recordaba no lo que había pasado, sino lo que él creía que pudiera haber pasado.

Jonás se imaginó al crítico escribiendo en un portátil, recostado en su cama. Solo llevaba encima una sábana y, pese a la desnudez de cuerpo, el rostro se hallaba cubierto por dos de sus accesorios fetiche, que al parecer no se quitaba ni en la intimidad: una boina negra, caída hacia un lado, y unas enormes gafas de sol que le cubrían media cara. Aunque era difícil adivinarlo bajo ese atuendo, el crítico solo tenía algunos años más que Jonás. En esa postura se encontraba redactando la crítica de Penélope en su blog. A su lado, en la mesita de noche, descansaba una pequeña pipa que cogió para hacer un aparte. Encendió una cerilla y aspiró una profunda bocanada de humo, que luego expulsó con satisfacción. Permaneció como pensativo durante unos instantes y luego continuó tecleando.

(…)

LOS CERDOS. ¿Es este un título vulgar para una exposición de arte? Para nada. Los cuadros de Penélope Palacios no son fabricados como salchichas, ni como latas de sopa a lo Warhol. Cada uno contiene un chispazo de la reveladora visión de su autora, una visión que desnuda al género humano hasta llevarlo a ese animalismo del que surgimos hace siglos y siglos y que, lamentablemente, la gran mayoría parece no haber abandonado. ¿Somos puercos? ¿Gorrinos, aunque en muchas ocasiones, como refleja Penélope, nos cubramos con ropajes que valen lo que kilos y kilos de chuletas? Debo confesar que yo tenía desde hace ya tiempo cierta visión animalesca de esta raza a la que, para bien o para mal, pertenezco, y al contemplar estas obras casi se me saltaban las lágrimas al comprobar que alguien me había entendido. ¡Y qué alguien! Si hay algo más placentero que conocer su arte, es conocer a la propia Penélope Palacios.

(…)

Jonás imaginó luego que, proveniente de la ducha, aparecía la propia Penélope, con una toalla enrollada en su cuerpo. Ella se acercó hacia la cama del crítico, al que dedicó un gesto cariñoso, acariciándole la mejilla, una de las pocas zonas libres de su rostro. Él, pese a todo, continuó escribiendo, como si pretendiera que la profesionalidad triunfara frente a todo, pero no por ello dejó de esbozar media sonrisa de agradecimiento hacia la joven.

miércoles, agosto 25, 2010

LOS CERDOS. Entrega 19.

De repente, notaron gritos provenientes de algún piso superior, que Jonás catalogó como los mismos que escuchara antes de su casual encuentro con Ari. En efecto, la choni y su novio estaban bajando las escaleras, casi de tres en tres peldaños y, pese a la escasa iluminación, sin caerse. Jonás supuso que ello podía deberse a que ese tipo de escenita ya había sido practicada por la pareja en otras ocasiones, constituyendo como una farsa necesaria para el desarrollo de la relación. No obstante, él no tuvo tiempo de reaccionar. La choni volvió a estar, de nuevo, en medio de su camino, tropezó con ella y estuvo a punto de caer al suelo de no haberse anclado a la barandilla. El novio la iba persiguiendo como un hombre de las cavernas sin garrote. Eso le pareció a Jonás, un joven que necesitaba alardear de masculinidad sobre todo cuando otro joven de su especie, constituyera o no una amenaza, se atravesaba en el camino de su novia. Jonás solo tuvo tiempo de vislumbrar a un chaval con el pelo de punta y un físico nada espectacular, quizá definido en un par de días de gimnasio a la semana y realzado con una camiseta de tirantes.

- ¡Aparta, idiota!- aulló, mientras su novia se paraba. Curiosamente, Jonás le había dado la oportunidad de escapar pero ella no la había aprovechado, confirmando que todo ello no era más que un paripé.

- Ten un poco de cortesía con los nuevos vecinos- le espetó Ari, encarándose con él.

El novio observó de reojo a Jonás, riendo con desprecio.

- ¿El nuevo vecino? ¿No será más bien tu nuevo chapero, mona Chita?

Ari no era la novia de Jonás, y este no tenía la menor intención de hacerse el gallo delante de ella, no obstante en su estado no iba a dejar impunes esos insultos.

- La mona Chita en realidad era macho- dijo- y seguro que tenía más cojones que tú.

El novio se quedó inmóvil, ciertamente sorprendido porque en su limitado cerebro no entraba la posibilidad de que alguien a quien había catalogado como inofensivo pudiera rebelarse.

- ¿Qué dices? Hablando de cojones, por menos que eso se los he cortado yo a otros y luego se los he servido en bandeja para que se los comieran.

- Mejor te los cortas tú- añadió Jonás- Nos harías un favor, no es de justicia que subnormales como vosotros deis hijos a esta sociedad.

Ari conocía un poco al novio de la choni, no con agrado, sabía que tenía mucho de perro ladrador pero que podía ser peligroso especialmente si alguien ponía en duda su hombría delante de su novia. Temió no que le pegara un puñetazo, sino que sacara una navaja cuyo filo ya había visto brillar en alguna ocasión. Con todo, su novia no le estaba jaleando, ni mucho menos. Ella había insultado a Jonás cuando este llegó al edificio, pero, cuando se chocó contra él, pese a su aparente debilidad, pese a que hubiera caído de no ser por la barandilla, notó que de sus ojos emanaba una sensación amenazadora que la había intranquilizado aunque no supiese explicar por qué.

- Escúchame- dijo el novio, con voz calmada- no se quién eres, de dónde vienes ni si vives aquí… Tampoco se si eres siempre así o es que, como parece, llevas un pedo que no te sostienes. Vamos a dejarlo por esta noche pero, si te vuelvo a ver en esta casa, te pediré disculpas, disculpas y quizá algo más por las molestias que nos has causado. ¿Entiendes? No te perdono, pero ya es tarde, desaparece y si de verdad eres vecino ya pondremos las cositas claras.

Luego cogió a la choni del brazo, con violencia como si fuera cualquier objeto, y la llevó casi a rastras hacia arriba sin que esta se resistiera demasiado.

- Por cierto- añadió el novio dándose la vuelta para dirigirse a Ari- Vigila a tu nuevo amiguito. Y tú ándate con ojo. No te creas que me da miedo el otro gorila al que has puesto los cuernos.

Cuando la pareja se perdió de vista, Jonás no supo bien qué decir.

- Bueno… ¿Entonces es ahora necesario que me quede contigo?

Ari lanzó una carcajada.

- No te preocupes por ese. Con la chavala no pierde el tiempo de proclamar lo hombre que es; pero quizá a partir de ahora tengas que andar un poco con cuidado.

- Lo mejor hubiera sido hacer oídos sordos, como hice con la tonta de su novia, pero… En fin. Un poco de alcohol me suele ayudar, un mucho trae consecuencias nefastas. De todos modos, si no me hubiese enfrentado a él quizá me habría subestimado. Eso sería peor. Te agradezco, eso sí, que te encararas con él. Te tengo que estar agradecido por tantas cosas esta noche… ¡Je, je! Ahora toca descansar.

Jonás permitió que Ari le acompañara hasta la entrada a su terraza, pero nada más. No quería pasar por algo que en ese momento no era, un borrachín perdido a quien tienen que acostar en su propia cama, con ropa y todo. Se despidió de ella con dos besos y la impresión, eso sí, de que al día siguiente no iban a coincidir en clase. Aunque la bebida le ayudara, creyó que no iba a pasar buena noche por el calor y, sobre todo, por el confuso huracán de sentimientos que se abatía sobre una situación anímica ya de por sí quebradiza. ¿Podía enfrentarse desnudo a esos vientos inmisericordes? ¿O dar más combustible al vehículo con el que trataba de huir de ellos? Esta última opción era accesible en el caso de que, como había imaginado, hiciese pellas. Se dirigió al congelador para buscar hielos.

Al día siguiente la choni tenía que trabajar, y para ella no había ninguna opción de pirarse una jornada de empleo, un empleo que cada vez escaseaba más. Dejaba a su novio durmiendo como un bebé. El descanso del guerrero… Tras el encuentro con Jonás y Ari, él había hecho el amor con resentimiento, pero no con violencia. Ella encontraba atractiva su agresividad… siempre y cuando la demostrara con otros y, si lo hacía con ella, que no pasara de ser algo inocuo, como una fase del cortejo que repitiera de vez en cuando para que su relación no se enfriara.

Guardó su uniforme de cajera en un macuto. El uniforme era lo de menos, lo que tendría que arreglar era su agraciado, pero maltratado, rostro. De poco le era útil la lozanía de su juventud si las ojeras delataban su ajetreada noche y si el alcohol, el tabaco y otras drogas de uso no tan diario repercutían sobre la misma. Todas esas marcas se difuminaban bajo varias capas de maquillaje, que ella aplicaba de modo rutinario frente a un espejillo antes de salir de casa, y más tarde repasaría de forma fugaz antes de incorporarse a su puesto. Cuestión de imagen, aunque luego esta solo sirviese para aguantar los piropos que con mayor o menor gracia dejaban caer los jubilados y algunos hombres solitarios, por no hablar de su obeso y obseso encargado, que parecía reprimir toda su energía testicular para no darle una palmadita en el trasero en cualquier momento de disimulo.

Eso era lo que había por el momento, así que la joven, para aliviarse durante el breve recorrido hasta el metro, volvió al vicio del pitillo, que ya estaba encendiendo al abrir la puerta de su casa. No obstante, al pisar el felpudo con su fina sandalia notó que un objeto, quizá varios, de extraña forma sobresalía debajo del mismo, clavándose en su pie. Gruñó y, aspirando la primera calada del cigarro, levantó el felpudo de un tirón. Entonces, escupió el pitillo encendido pues un grito de pavor se abrió paso dentro de ella sin que pudiese controlarlo. El aullido se elevó por el patio, donde seguramente sería mal recibido por aquellos que aún no habían necesitado levantarse. La choni miró hacia abajo, con la mano tapándose la boca y un par de lágrimas en sus ojos mientras, dentro, su novio roncaba con placidez.

Los objetos que había debajo del felpudo no eran otra cosa que varias cabezas tanto de pollo como de conejo, alineadas y observándola a través de sus ojos inertes, carentes de sentimiento. Ella se había clavado en su sandalia el pico de uno de estos pollos y, aunque la planta de su pie no había sufrido daños, el golpe psicológico había sido mucho más duro, hasta el punto de que estuvo por desmayarse, regresó dentro de su piso para sentarse durante algunos segundos. Pensó en coger una baja, pero, ¿con qué motivo? ¿Porque alguien había llenado su felpudo de animales muertos? Esa excusa podría aceptarla su encargado, quien le permitiría todo pero a qué precio… Finalmente se recuperó del susto y sacó la escoba para barrer aquellos engendros, sin saber muy bien qué fin les daría. Del miedo pasó a la rabia. Fuera quien fuese el culpable de aquella inocentada de tan mal gusto lo pagaría. Y todo hacía indicar hacia dónde había que volver el dedo acusatorio en el proceso.

domingo, agosto 22, 2010

TE QUIERO, PHILIP MORRIS.

TE QUIERO, PHILIP MORRIS.

Esta película no ha llegado a León, prefirieron, como resulta obvio, la colección de machos tipo vieja escuela de Los mercenarios. Si acaso llegará al cine del Albéitar, no obstante creo que en estas circunstancias la piratería está justificada. Lo sorprendente es que, dos años después de que fuera rodada, todavía no haya encontrado distribuidor en Estados Unidos. Es un signo preocupante, habida cuenta de que el filme tampoco es explícito en cuanto a la sexualidad, al menos a mi juicio, que no es el juicio de la gran mayoría…

¿Enarbola este filme la bandera de la homosexualidad? En absoluto. Quienes hayan ido a verlo por ese motivo, quedarán defraudados (cosa que ya he podido comprobar). No se defiende ninguna causa, no es Milk ni nada parecido, ni tampoco tendría por qué serlo, no todas las películas que aborden este motivo, o similar, tienen por qué ser reivindicativas. La historia funcionaría igual si la pareja fuera heterosexual, con la diferencia de que no se habría conocido en la cárcel. Uno de los problemas del filme para su distribución es que es difícil de describir. Es una historia real pero parece increíble, en la línea de que la realidad siempre supera a la ficción. Es una comedia pero no tiene lo que se diría un final feliz (aquí sí se impone la realidad). ¿De qué va esto, entonces?

Pues es la historia de un estafador, ese es el punto clave y no la homosexualidad. Entre las múltiples estafas del protagonista está la de fingirse un padre de familia heterosexual, hasta que decide pegarse la gran vida y para eso, claro, necesita dinero rápido. Uno de los tópicos citados es que ser homosexual es muy caro, lo cual es cierto si, como este personaje, se decide llevar una existencia de lujo y mantener a un novio. Yo he conocido, y conozco, homosexuales sin un céntimo y puedo dar fe de que la orientación no tiene nada que ver con el despilfarro que al final, por muy hábil que sea este tramposo, le lleva a la cárcel. Allí se encuentra con un Ewan McGregor con bastante pluma (habría que ver la versión original) y pasamos a tener un ambiente carcelario por fortuna bastante distinto al de Celda 211, hasta que la película se convierte en un carrusel de idas y venidas del presidio, fugas, estafas, etc. Todo ello a un ritmo endiablado, porque tiene la virtud de no ser aburrida, y sí divertida al menos en su mayor parte, aunque quizá sobre decir que el festival de muecas de Jim Carrey puede exasperar un poco, tal vez pueda justificarse por las mil caras que necesita tener este maestro de estafadores.

Quien quiera ver cómo acaba la trama puede saltarse el párrafo, solo quiero añadir que al final, pese a que el protagonista no trabaja y vive del cuento (frente a las humildes personas que en momentos como este debemos pensar menos en fiesta y más en exámenes), consigue despertar simpatía sobre todo porque el aparato judicial de Texas se ensaña con él. Era un estafador pero de guante blanco, no obstante el estado, gobernado entonces por un tipo de pocas luces que llegaría a presidente, no le perdonó su inteligencia y acabó confinándolo en una especie de Guantánamo a pequeña escala en el que todavía hoy sigue. Eso suena a revancha antes que a justicia…

Se podría reflexionar sobre la película en sí y aún más sobre sus circunstancias externas. Trata la homosexualidad de un modo natural, no como reivindicación, e incide en algunos tópicos que, como todos los tópicos, en ocasiones se cumplen y en otras no. Los personajes no son perseguidos por homofobia sino por sus estafas y supuestas complicidades. Incluso un personaje como la ex mujer, fanática religiosa, termina convirtiéndose en un punto de apoyo comprensivo para el protagonista. Ojalá pueda llegar a las salas de Estados Unidos, aunque sea para un estreno minoritario, al margen de que luego pudiera tener éxito con los premios. Ewan McGregor es un actor siempre dispuesto a correr riesgos, y Jim Carrey ya demostró hace tiempo que no solo se defiende en tonterías de mayor o menor calibre. Es una película bien realizada, teniendo en cuenta que partía de un material difícil. Lamento que no haya gustado a todo el mundo, pero creo que hubo no pocos que fueron buscando lo que no tenía, cosa que en el cine a mí me sucede de manera constante…

LOS CERDOS. Entrega 18.

El brebaje de Ari le resultó, por otra parte, refrescante y delicioso, era como una golosina pero Jonás tenía conciencia de los peligros a los que enfrentarse si abusaba de la misma. Además, ella había preparado una salsa especial para el pollo, cuyos trozos había dispuesto en enormes cubos de papel. Jonás se colocó uno sobre el regazo.

- Esto está de muerte- masculló, tras el primer mordisco, para luego añadir una mentirijilla- Ari, es una pena que no te haya encontrado antes por aquí.

- ¡Lo mismo digo! Estoy un poco sola acá. Mi hija y mi nieta andan al otro lado del charco. Y tengo mucha más familia por aquí, pero repartida por toda la ciudad. Bueno, también hay alguien que de vez en cuando me hace compañía… Ya tú sabes, ja, ja. Igual te has cruzado alguna vez con él por las escaleras, si le has visto seguro que no le has olvidado…

- ¿Cómo es?- inquirió Jonás, haciendo teatro.

Ari pareció pensárselo durante unos instantes.

- Es muy… muy… ¡negro!- dijo al fin, tronchándose de risa.

- Ah… Y, quizá, ¿muy… muy… grande?

- ¡Sí! ¡Todo lo tiene grande, y no es por sacar el tópico, pero en él el tópico se cumple a la perfección, ja, ja!

Jonás intentó darle un giro tal vez más constructivo a la conversación.

- Pero, Ari, si te sientes sola, ¿por qué no vive él aquí?

- Buena pregunta. Porque también es muy bruto, ja, ja. Si supiera que estoy aquí contigo, a mí me daba dos guantazos y a ti intentaría hacerte lo mismo que al pollo.

- Muy tranquilizador…- murmuró Jonás por lo bajo.

- No quiero que pienses que todos los latinos acabamos de salir de la selva, en fin… Él es dominicano, y cuando se le calienta la sangre parece un endemoniado. No, no puede vivir aquí, él no quiere una novia sino una chacha, le dejo que duerma algunas noches… cuando no ha bebido demasiado en el bar de la esquina, ja, ja.

Jonás se alegró al comprobar que el misterio podía ser descubierto sin necesidad de espiar más. Mientras dejaba que el cóctel hiciera sus efectos, comenzó a preguntarse si la invitación de Ari se habría debido a algún fin concreto. Le estaba contando problemas de pareja, también porque él se había interesado, en cierto modo, por ellos. ¿Querría, pues, un confidente? Ella le había preguntado que si tenía pareja, pero no que si tenía novia. En el caso de que le hubiera catalogado como homosexual, no parecía lógico que ella iniciase una aproximación hacia él. Pero Ari no se aproximaba más allá de la cercanía en la que ya se encontraban en el sofá. Él supuso que el instante crítico sería a la hora en que se dispusiera a regresar a su piso, ya que tenía una bonita cama de matrimonio, bastante desaprovechada, y se imaginó que ella tendría otra por el estilo. Tal vez Ari trabajara por la mañana, él disponía de un horario para su investigación, flexible sobre todo cuando en noches como esa, otra noche más, bebía más de lo esperado. Al ir al baño Jonás vio allí pruebas de que el novio de Ari en ciertas ocasiones tomaba esa casa como suya, pues había algunas cuchillas de afeitar, muy usadas ya, en un vaso.

Por lo que se refiere al acto carnal, Jonás estaba seguro de que Ari quedaría satisfecha por completo con su novio, amante o la etiqueta que se le pudiera adjudicar. En él buscaba otra cosa, seguramente comprensión. Por eso ella parloteaba sin parar, al tiempo que ambos bebían sin parar y comían sin parar. El cóctel de ron le resultaría más dañino a la postre que el Lambrusco, y Jonás tenía sus dudas sobre si sería capaz de enfrentarse al monitor una tarde más en el mismo estado, si no peor. Por eso, mientras aún disponía de algún cartucho de consciencia en la recámara, trató de enderezarse, con poco éxito en el primer intento.

- ¡Muchas gracias por la invitación, Ari! Como diría mi amigo Al, tu cóctel sabe a néctar de los dioses, y de tu salsa solo puedo decir que está para chuparse los dedos.

- ¡Ya he visto que te los chupabas bastante, ja, ja!

El culo de Jonás se resistía a abandonar su posición.

- Creo que será mejor que me suba- comentó el dueño del culo- Ya sabes, mis experimentos, luego el curso… En fin. ¡No todos los días son juerga!

- ¡Pero quédate un rato más, aunque no sea a dormir! Y si es a dormir… Ya sabes, sin compromiso, ja, ja.

Jonás sonrió cansadamente, sin querer dar su brazo a torcer.

- Tendremos muchas noches más, Ari… Pero ahora mismo veo dos inconvenientes para dormir contigo: primero, que estoy acostumbrado a hacerlo solo y, si lo hago con alguien, prefiero que sea en invierno, para que me de calorcito; segundo, no te aseguro que esta noche no vaya a vomitar, y no querría hacerlo en tu cama… ni encima de ti, claro, ja, ja.

- ¡Pero si eso nos ha pasado a todos!- le justificó Ari.

Fuera inocente o no el motivo por el que ella quería que él se acostase en su casa, no quiso insistir más, aunque sí en acompañarle hasta las escaleras.

- Tendré que ir escalón a escalón- confesó Jonás, mientras se apoyaba en la barandilla- ¡Buf! Y no tanto por la bebida, sino por la comida… Un poco más y me hubiera puesto como una foca.

- ¿Como yo?- comentó Ari, con una mueca burlona.

- Oh, vamos… Tú no estás tan mal- el joven no quería que ella se aprovechase de su ebriedad para extraerle un juicio de valor en ese sentido.

- ¿Como una vaca más bien?

- ¡Oh, dejemos los animales! Y sobre todo no me recuerdes las vacas, que ya estoy temblando de cuando haya que volver a cortar filetes. Habrá que practicar más con eso.

Jonás levantó la mano de su apoyo para hacer un giro con la muñeca.

- ¡Suave y que corra!

- ¡Suave y que se corra!- le imitó Ari entre risas.

martes, agosto 17, 2010

LOS CERDOS. Entrega 17.

Tras esa charla Jonás decidió continuar en el curso, no tanto por el poder de sugestión de su maestro como por el empuje de su ego, que no solo se molestaba por las broncas sino que además lo hacía ante la suposición de que él sería incapaz de progresar en el puñetero cursito de las narices. Lo primero que necesitaba Jonás era señalar el enemigo a abatir, y este era el pollo, por eso compró cuatro ejemplares para que, cuando la resaca llegara a su fin, pudiese practicar con más tiento.

Lo lógico hubiera sido esperar al día siguiente, pero Jonás ignoró de nuevo la lógica de los acontecimientos y esa misma noche, en su casa, alineó los cuatro pollos en la encimera de la cocina, vigilando, eso sí, que las cucarachas no le pillaran en un momento de distracción, pues era casi imposible dejar cualquier alimento allí abandonado a su suerte por más de cinco minutos sin que alguna avanzadilla de invasoras fuera a inspeccionarlo. Cortó sus cabezas y, aunque estas le parecieron tan repugnantes como cuando las vio en clase, no las tiró en seguida a la basura sino que abrió el congelador y las introdujo allí. Suerte que fueran pequeñas porque el electrodoméstico estaba ya bastante abarrotado de paquetes con carne, y Jonás no quería ni imaginar cómo podría llegar a estar en un futuro próximo. Cogió el primer pollo descabezado y comenzó a practicar el despiece, ya sin la presión que suponía tener varios pares de ojos pendientes de su tarea. La pechuga no salió entera pero aún así había mejorado el ejercicio, tan solo unas horas después de que fracasara.

Jonás se animó, ocupándose al final de los cuatro pollos y acumulando una gran cantidad de carne que entraría muy justa, o no entraría, en el congelador. No era su intención que se pudriera en el frigorífico ni tampoco tirarla, porque entonces seguramente las cucarachas hallarían un modo de asaltar el cubo de basura para darse un festín, en última instancia decidió freír el pollo troceado en grandes porciones, al estilo de lo que solía hacerse en las cadenas de comida rápida. Como la tarea de preparar esas abundantes raciones le resultaba un tanto anodina, decidió una noche más apuntarse al vicio de espiar a sus vecinos, quizá poco ético pero muy divertido para él en todo caso. La ventana de la cocina era estrecha, un lugar apropiado para camuflarse, así que cogió la escopeta y a través de su mirilla se dispuso a saciar su curiosidad, esperando sobre todo que pudiera conocer algo más del culebrón de Ariadna.

Por lo que se refiere a la choni principal y su novio, Jonás comprobó que en esa ocasión no les había pillado en plena cópula, sino que andaban a la gresca, discutiendo, y sus gritos se escapaban al patio de vecinos sin que eso les importara gran cosa. Jonás se preguntó si su relación sería siempre así, basada en una alternancia de luchas eróticas y luchas a secas. Con todo, le interesaba bastante más la vida de su compañera de clase, por lo que bajó la mirilla hacia su terraza. Ella se encontraba allí, tendiendo ropa, y, quizá a causa de los gritos, elevó su mirada, que se cruzó con la de Jonás. Este no pudo comprender en un primer momento cómo ella le había reconocido, parapetado como estaba, sin embargo al final, en esas circunstancias que no habría imaginado, llegó el momento de que descubriera su condición de vecino.

- ¡Jonás!- chilló Ari, quien tampoco se quedaba corta en cuanto al tono de voz.

El aludido puso a prueba sus reflejos ocultando el arma como pudo, y saludó con la mano a su vecina, a quien el descubrimiento le había provocado otro de sus ataques de risa.

- ¡Pero bueno…!- continuó ella, secándose un par de jocosas lágrimas- ¿Cómo tú por aquí?

Jonás puso su mejor cara de sorprendido, mientras se encogía de hombros.

- Ya ves. Esta ciudad, pese a todo, es un pañuelo…- el joven no habló demasiado fuerte, pese a su labor de mirón quería proteger su propia intimidad del resto de vecindario- Este es, o mejor dicho era, el piso de mis abuelos. ¡Qué curiosa coincidencia!

- ¡Pero esto hay que celebrarlo! Baja, hombre, ¡que tengo bebida!

- ¡Y yo comida!- fue lo único que se le ocurrió contestar a bote pronto- He freído todo el pollo de la clase y como cuatro más que compré para hacer prácticas.

- ¡Para hacer prácticas!- repitió Ari, que se ahogaba de la risa- ¡Tú sí que eres la polla, chaval! ¡Baja, baja ese pollo también, que lo regaremos con un buen roncito de reserva que me queda!

El cerebro de Jonás ya no tenía tiempo para urdir alguna excusa con la que justificar su descortesía. Como tampoco consideraba que fuese a una cita, apenas se vistió y se dispuso a guardar el pollo, envuelto de cualquier manera con papel de plata, en dos bolsas de plástico que transportó hasta el piso de abajo. Incluso antes de llamar a la puerta del piso de Ari, Jonás ya tuvo que disimular su disgusto al escuchar cómo dentro atronaba una música que para él no era tal, el riguitón (tampoco sabía muy bien cómo escribir el término). Al ir a abrirle, Ari bajó un poco el volumen, no demasiado para el ofendido oído de Jonás. Ella llevaba puesto un batín, no translúcido pero sí lo bastante ligero como para que insinuara su generosa anatomía.

- Pasa tranquilo, que este no es un piso patera.

Ariadna quería indicarle, de esta original manera, que, como él, vivía sola, no obstante las paredes del salón daban cuenta de una familia abundante a través de retratos y alguna que otra pintura infantil de la que dedujo su condición de abuela, algo que no pasó desapercibido para ella.

- ¿Estoy buena?- le preguntó Ari de repente.

- ¿Perdón?- replicó Jonás, distraído como estaba con las fotos.

- Digo que si estoy buena… para ser abuela- concluyó, con un nuevo estallido de risa.

- ¿Abuela?- Jonás no contestó de forma directa- Eres una abuela joven, desde luego, ¿cómo es eso?

- Por jugar al billar a mi estilo, ¡ja, ja! Con el palo dentro y las bolas fuera, ¡ja, ja! Desde los catorce años. Y mi hija lo lleva en los genes, ¡ja, ja!

- ¡Vaya! Pues sí, sorprendente. Yo me extrañaría ya a mí mismo si soy padre a los cuarenta. Depende de las circunstancias, supongo.

- ¿Tú tienes pareja?

- Tenía algo parecido… Hasta hace poco- Jonás no pudo evitar una mueca de desagrado, ante lo que Ari permaneció seria, al menos unos segundos.

- ¡Ay, ay, ay! ¿No habré metido la pata?

- ¡En absoluto! En todo caso nada que no se pueda olvidar… Con un poco de pollo y un poco de, ¿cómo decías?, ron, ¿verdad?

- ¡Roooooooonsito!- exclamó Ari mientras se levantaba, como un torbellino, en dirección a la cocina- Te voy a hacer unos cócteles que son marca registrada de Ari, ¡ja, ja! Tardo nada, cinco minutitos. Tú quédate aquí sentado, ¡y disfruta de la música!

Jonás consideró poco amable decir, por el momento, a su nueva anfitriona qué opinaba sobre la música. Obedeció, permaneciendo en el sofá mientras echaba algún furtivo vistazo hacia la cocina, que podía ver parcialmente desde su posición. Aunque había esperado el clásico cubata, tenía curiosidad por probar esa mixtura que Ari estaba realizando cual hechicera que mezclara ingredientes afrodisíacos para preparar su filtro de amor. Claro que, para él, el alcohol ya era de por sí un potente afrodisíaco. Ella no era su tipo ideal, pero Jonás sabía que, en cuestión de gustos, aún no se había conocido todo lo que le hubiera gustado.

viernes, agosto 13, 2010

LOS CERDOS. Entrega 16.

VI

Al día siguiente Jonás tuvo que pasar su prueba de fuego en el cursillo, aunque lo hizo en unas condiciones físicas, también psicológicas, dignas de lamento. Arrastrando su resaca y su situación anímica en derrumbe, llegó hasta el aula para encontrarse con una fila de pollos que le resultaron una visión grotesca y hasta vomitiva. En los supermercados, por lo general, y siempre en los asadores, el pollo aparecía ya descabezado, pero en ese caso ellos tendrían que volver a ejercer de verdugos. Jonás trató de apartar su rostro de los de aquellos animales cuyos picos parecían apuntar hacia su persona como un reproche o amenaza.

Ari le vio en tan mal estado que no quiso bromear con el nuevo objeto de sus troceos, antes bien le preguntó que si estaba enfermo o algo similar. Jonás lo negó, pero, pese a todos sus esfuerzos, su situación no pasó inadvertida entre alumnos y monitor. Pero él pretendía que la jornada no tuviese nada en especial, así que cuando le tocó el turno se enfrentó al pollo cortándole al comienzo la cabeza de un enérgico tajo, sin un atisbo de debilidad. Él quería mostrar su entereza, sin embargo no había prestado demasiada atención ni a las explicaciones del monitor ni a los intentos, con mayor o menor éxito, de sus compañeros. Pensó que descuartizar un pollo no tendría mucho misterio, pero pronto comprobó su error.

En comidas anteriores de ambiente más festivo, en las que a él le había tocado la tarea de trinchar el ave, recordaba haber cortado las porciones sin demasiado orden ni tacto, arrancando muslos por ahí, alas por allá y la pechuga según el gusto de cada cual. Pero el desmenuzar un pollo en aquel contexto era más labor un poco de cirugía, con una mejor delimitación de cada pieza y la extracción de la pechuga como un bloque compacto, dispuesto para la posterior partición en filetes. Jonás notó cómo su pulso se volvía inestable y, aún así, cortó sendos muslos con bastante pericia, reservando el estropicio para la pechuga. Esta debía quedar al final de la operación, tal y como se ha señalado antes, como una figura lisa y entera, sin cortes. Pero Jonás, que no sabía por dónde sacarla, comenzó a acuchillarla con saña, cual si ella fuese la culpable de sus problemas, hasta que el monitor llegó para interrumpir lo que consideraba una atrocidad.

- ¡Basta! ¿Pero tú has visto qué carnicería estás haciendo?

Jonás estuvo tentando de responder que el de la carnicería era el arte que precisamente estaban aprendiendo allí. Pero prefirió permanecer mudo, puesto que una discusión en algo tan banal como eso le parecía amargarse a bajo precio.

- No se cómo vamos a aprovechar esto- se lamentó el maestro, recogiendo la maltrecha pechuga- En fin, es una pena, me pareció ver que estabas mejorando, Jonás. ¿Será que tienes un mal día? Por tu cara diría que sí.

Pero Jonás no tenía el menor interés en dar explicaciones, así que se retiró con discreción, el resto de la clase lo pasó en silencio, meditando sobre qué vía seguir a continuación. El carnicero había demostrado malas pulgas cuando le cortó en su faena, pero eso no le hacía mala persona. Era así, y punto. Jonás le observó mientras daba instrucciones al siguiente alumno. Le pareció un hombre honrado y que en verdad amaba su profesión, no importa la fama que esta pudiera tener. Habría empezado como aprendiz en su adolescencia, y durante toda su vida posterior habría progresado en el negocio de la carne, del que en la actualidad vivirían tanto él como su reducida familia. Era natural que le hubiese sacado un poco de sus casillas con su actitud, Jonás no había demostrado mucho respeto por lo que estaba haciendo. La resaca siempre era una mala idea para un examen, una jornada de trabajo o de cursillo como el que estaba realizando. El Lambrusco, con su inocente apariencia, le había apuñalado por la espalda, y lo peor de la resaca no era el cansancio físico, sino la sensación de negatividad que influía en todas sus meditaciones.

Merced a esa visión, comenzó a plantearse si la permanencia en ese curso tenía algún sentido. Había una fuerza dentro de él que no se había reducido en su estado, ni mucho menos, y era la de su orgullo. No dudaba de la profesionalidad de su monitor, quien se comportaba ante todo con una campechanía en la que hasta las palabras fuertes podían tomarse como suaves, no obstante Jonás, tras unas pocas clases, comenzó a tener claro que aquella actividad no era lo suyo. Tendría que aguantar broncas, más leves o más malhumoradas, en el futuro, y eso no era plato de buen gusto para él, la hipotética proyección de un gran científico, alguien que, por vanidoso que fuera reconocerlo, destacaba en aquel espacio como una pirámide en medio del desierto. Las consideraciones acerca de su ego las tendría que haber tenido más en cuenta antes de embarcarse en esa insólita aventura…

Decidió que, fuera cual fuese su decisión, primero hablaría con el monitor en privado, si no en espacio privado al menos en un aparte sin espectadores, para conocer de sus labios cuál era la verdadera valoración que tenía sobre él, y si merecía la pena que continuara desplazándose a aquella sala otra jornada más. Por eso después de clase, cuando como de costumbre se encontraban pesando la carne y embalándola para ser repartida, y también limpiando el aula, Jonás cogió una escoba y se puso a barrer con desgana, hasta situarse a la altura del monitor en un instante en el que este se encontraba algo alejado del grueso principal de alumnos. Jonás le dijo que quería comentarle cierto asunto, él no se mostró sorprendido, como si de algún modo lo esperara, y se trasladaron un par de metros a otro rincón más aislado.

- Me he dado cuenta- comenzó Jonás, disimulando su resaca, o al menos pretendiendo que esta quedara enmascarada como timidez- y ya desde el primer día, no es solo cosa de hoy, de que me precipité al apuntarme a este curso. Sí, cometí un error, y no porque esto no tenga interés, sino porque yo no soy el apropiado. Quizá sería mejor dejarlo ahora que todavía no llevamos muchas clases.

El monitor pareció meditar un poco sus palabras, sin mostrarse contrariado por las mismas.

- Bueno, Jonás… Vamos a ver, tú has estudiado en la universidad, ¿qué te voy a decir? Supongo que en tu carrera algunas cosas se te darían mejor que otras, pues esto es lo mismo. Si hoy se te ha dado mal no te preocupes por eso, aún quedan muchos pollos por cortar…

- Me temo que no es solo el pollo…- replicó Jonás.

- Yo no soy más que un simple carnicero, no valgo para profesor. Puedo tener un par de aprendices, pero lo de enseñar a grupos grandes la verdad es que todavía me cuesta. Quizá haya estado un poco duro antes…

- No, no lo has estado- aclaró Jonás.

- Sí, me da a veces por la mala leche, pero soy siempre así, en mi casa también, da igual, en el fondo soy un bendito. Si te molesta eso alguna vez, me lo dices y punto. Yo creo que puedes mejorar y lo harás, que eres un tío listo.

- Podría mejorar- concedió Jonás, aunque estaba seguro de que la inteligencia no tenía nada que ver con eso- Pero me falta algo, no se qué es, posiblemente motivación.

- Has dicho que no eres el apropiado para esto, y creo que ahí sí tienes razón. Tú eres libre de hacer lo que te de la gana pero permíteme que te pregunte: ¿qué pintas aquí?

Era esa una pregunta comodín, que Jonás supuso que tendría que escuchar en ocasiones posteriores, sin embargo él tenía preparada una respuesta comodín, que ya había utilizado y que, como excusa, no era tan descabellada, aunque lo más probable es que ni él mismo la creyera. ¿Qué pintaba allí? Puede que nunca llegara al fondo de esa cuestión.

- El caso es que necesito algún trabajo- Jonás se guardó de añadir por malo que sea- Tengo una beca para mis investigaciones, pero no me llega para vivir aquí con comodidad, necesito otra vía de financiación.

El monitor pareció dar por satisfecha su curiosidad con ese comodín, sin embargo al poco volvió a preguntar.

- La verdad es que yo no entiendo mucho de lo que tú haces pero… ¿Puedo saber en qué estás metido ahora?

Jonás no se esperaba que se interesara por eso, no obstante tenía la respuesta en mente, e incluso se permitió lucir una sonrisa de satisfacción.

- Sí, claro. Estoy desarrollando una fórmula para insecticida. Muy potente.

miércoles, agosto 11, 2010

Vamos, que no hay dos sin tres...

Lo tengo comprobado: si hay un mes propicio para perder la cordura, es agosto. Por suerte yo he podido pasarlo hasta ahora en un equilibrio entre las terrazas, discotecas y conciertos por un lado, y el trabajo creativo por el otro. Esta semana estoy bastante vago, no es solo el calor (eso ya es rutina ahora) sino la sensación de que hay que empezar pronto con la preparación de ese examen que nunca tenía que haber sido suspendido. Claro que, después de hacerlo con cuatro coma siete, ya no me conformo con cinco. Coño, en un mes da para más que eso. Lo ideal sería que, si en Lengua I y II saqué 8, ahora lo sacara también, no hay dos sin tres... Pero bueno. Todo dependerá no ya de si he aprendido las lecciones, sino de si aprendí la lección de un examen que hice nervioso, distraído y con cierta sensación de caminar en la cuerda floja.
¡Ah! Pronto tendré que volver a verme las caras con esos lingüistas que son capaces de poner cuarenta collares distintos al mismo perro. Supongo que por eso ahora estoy escribiendo aquí y no en la novela. No importa. De esta tengo escrita aproximadamente la mitad de lo que calculo que durará. Ohú, eso es más de lo que yo pensaba que haría. Sobre todo porque con este tiempo me cuesta escribir según qué cosas. No se si habréis leído algún fragmento, pero a veces tengo que recurrir a experiencias y sensaciones mías que no son agradables de sacar, mucho menos con las reblandecidas neuronas del verano (creo que eso es lo que me pasa exactamente con el capítulo que tengo ahora entre manos).
Con todo, se puede permitir una pereza pasajera si lo que se pretende es reservar fuerzas para lo inevitable. Tengo un buen incentivo, un viaje a Madrid después en el que hay puestas bastantes expectativas. En eso pensaré cuando el sueño o la fatiga me cierren los ojos como se me están cerrando ahora mismo...

sábado, agosto 07, 2010

LOS CERDOS. Entrega 15.

Una de las virtudes del rosado fue conseguir que Jonás se tomara con humor la escena de la que formaba parte, la cual en principio consideró como una patochada urdida merced a la complicidad entre su amigo y su antigua compañera, sospechaba de ambos que podrían acabar pronto en la cama, aunque en ese caso él se quedaría solo, ebrio y posiblemente convendría en regresar a su domicilio. Pero, mientras esperaba a conocer si ese hecho se producía o no, por aquel entonces se encontraba muy a gusto, y pudo declararlo de forma pública pues Penélope le preguntó por su estado.

- ¡Estoy muy bien!- proclamó- En serio, pensaréis que solo estoy curda, pero, de verdad, creo… Creo, bueno, no quisiera exagerar o parecer un pelota.

- No importa que lo parezcas, me gustan tus peloteos- añadió Al.

- En fin, creo que hacía mucho tiempo que no me sentía tan feliz como ahora entre vosotros.

Penélope le hizo un guiño cómplice.

- Eres un encanto. Pero aún falta lo mejor, el postre.

Como era de esperar, las neuronas de Jonás no se movían tan rápido como a él le hubiese gustado. ¿Postre? Lo cierto es que no habían cenado nada salvo, en efecto, el postre, si es que se podía llamar así a las uvas que habían adornado su atuendo. Buscó la ayuda de Al, para ver si él podía compartir un resquicio de la conexión mental con la joven a la que había aludido, y una rápida mirada le convenció de que con postre se refería a tener relaciones sexuales. Jonás no supo por un momento qué replicar, luego dejó que hablara más bien el alcohol antes que él.

- ¿El postre es para los tres?- inquirió.

- Desde luego- dijo Penélope- Si os gusta así, claro.

- Pero no creerás…- comenzó a decir Jonás.

- No, no lo creo- replicó ella, cortándole pues había leído en su mente- No creo que hayáis venido solo por eso. De lo contrario, no os habría traído. Habéis respetado mi arte, y ahora es el momento de que, si os place, pasemos a otra actividad que para mí también puede ser artística.

- ¿Un grupo escultórico?- sugirió Al, con pícara malevolencia- ¿Una composición de cuerpos? Hum… ¡Sí! ¡Pasemos de los misterios de Apolo a los de Afrodita!

- Nos falta por saber tu opinión, Jonás- dijo Penélope, con suavidad no exenta de firmeza.

Jonás necesitó mirar de nuevo a su amigo, pero este no le sirvió de ayuda, había decidido adoptar una máscara neutra con el fin de no revelar, al menos en aquel instante, sus sentimientos al respecto. Por una vez, Al parecía haberse quedado mudo, reservando sus réplicas ingeniosas para mejor ocasión. No obstante, Penélope sí captó su indecisión y se mostró comprensiva.

- Quizá esto no es lo que esperabas. O sí lo esperabas, pero en otro sentido. No importa, Jonás… Si no quieres participar, basta con que lo digas. Al y yo sabremos apañarnos, tal y como supongo que habrías imaginado. De todos modos, ¿por qué no te pasas por la ducha? Creo que eso podría aclarar tus ideas. En mi ducha solo entran dos personas… Espérame tú primero allí, y ya entonces me dirás tu respuesta.

Las palabras de Penélope no curaron su indecisión, pero sí estaba de acuerdo en que tenía que hacer una obligada visita al cuarto de baño, no tanto por la ducha sino por librarse de una parte del líquido ingerido. Se enderezó, no tambaleante pero sí con la misma indecisión en sus movimientos, y escuchó las instrucciones de la anfitriona para llegar al cuarto, nada complicado.

Una vez allí, Jonás se quitó la sábana reconvertida para mear. Mientras tanto, se fijó en el plato de la ducha, en verdad era bastante reducido, y escuchó un par de toques en la puerta. No era Penélope quien los había dado sino Al, un supuesto que él ya había imaginado y que en cierto modo le alivió. Su amigo, era de esperar que con la complicidad de ella, venía a tener una charla en privado.

- Muy bien- dijo Jonás, lavándose las manos- Será mejor que negociemos esto pronto, antes de que se pase el efecto del vino. ¿Tú quieres hacer un trío?

- No hagas preguntas redundantes, Jonás… Tanto mi postura como la de ella creo que está clara. Nos falta la tuya.

- ¿Y qué puedo decir? Ella tiene razón. Me imaginaba que pasaría algo así, pero no en este sentido. Por una parte, creo que sois vosotros dos quienes en verdad hacéis buena pareja, por otro lado no me gustaría ser excluido… ¿De qué clase de trío estamos hablando? ¿Del clásico de las películas porno, en el que los tíos solo se tocan cuando sus pelotas rebotan unas contra otras en la doble penetración?

Al ahogó una carcajada.

- Creo que no, Jonás. Eso me aburriría mucho, y seguro que a ella también. Pero, en fin, si quieres lo dejamos para otra noche, para que tengas tiempo de pensarlo. A fin de cuentas, yo ya se lo que te gusta.

- ¿Ah, sí?- replicó Jonás, un tanto molesto- Joder, esta noche todos me estáis leyendo la mente, podríais fundar un canal de pitonisos.

- Pero, a diferencia de los pitonisos televisivos, creo que nosotros estamos en lo cierto, Jonás. Yo ya se que no te gustan los hombres, pero somos, valga la redundancia, hombres, amigo mío, no monolíticos bloques de granito. Nadie está libre de brechas, tú tampoco.

Jonás sonrió, para así limar su aspereza de antes.

- Yo también se leer mentes. Y, aunque tú nunca me lo hayas dicho de forma directa, se lo que te va, y te va todo. ¿Es simple vicio o también lo aprendiste en tus libros?

- Bueno, lo aprendí en los libros pero también de forma autodidacta… De todos modos, no creo que el vicio sea una cualidad exclusiva de mi orientación.

- Y bien, ¿entonces es necesario que tú y yo lleguemos a hacer algo? Y, sobre todo, ¿qué hacer?

- No es necesario- replicó Al, aunque lo dijo sin mucho convencimiento- Solo me gustaría decirte que, si alguna vez sientes deseos de experimentar ese tipo de sexualidad, me gustaría ser el primero de tu lista.

- Me halagas… Pero no me has respondido a la segunda parte de la pregunta. ¿Qué es lo que tú y yo podríamos hacer esta noche, si algo hacemos?

Al mantuvo durante un rato la mirada de su amigo, pero no le era necesario.

- ¿Has vuelto a sacar la bola de cristal?- inquirió Jonás.

- Más o menos… Creo que al menos acierto en uno de los obstáculos que se nos presentan. No te preocupes por eso, Jonás. Para mí el follar no es sinónimo de penetrar, antes bien bajo el término genérico de follar incluyo diferentes prácticas entre las cuales la penetración no está en lo más alto de la jerarquía…

Jonás suspiró. Sin aclararse aún en su fuero interno, al menos era un alivio contar con su amigo, con él tenía la suficiente confianza y comprensión mutua como para desentrañar ciertos aspectos sobre los que le era complejo hablar.

- ¿Y me gustaría?- preguntó, aunque más para él antes que para que le contestara Al, como al final pasó.

- No quiero caer en la falta de Narciso, pero creo que, si es conmigo, te gustaría, al menos yo te conozco y se, en cierto modo, hasta dónde llegar.

Jonás rió con franqueza.

- Bueno, hombre. Espero que si acabamos en la cama tu cuerpo sea tan elocuente como tus palabras, pero ahora mismo no estoy en condiciones de prometerte nada. Me considero una persona de amplias miras, por lo general, tanto en mi carrera como en mi vida cotidiana, sin embargo una cosa es lo que piense aquí y otra lo que vaya a pensar en un cuarto de hora, por ejemplo, si pasamos al dormitorio de Penélope y nos rodeamos de unas circunstancias que, desde luego, no son las mismas que tenemos en este cuarto.

- Sabias palabras- musitó Al- En fin, espero que podamos llegar a un acuerdo que sea placentero para los tres. Ya me dirás.

De ese modo se marchó de la habitación, dejando vía libre a que Penélope entrara, pasados unos instantes, con una sonrisa en la boca.

- Y bien, - dijo ella- ¿ya os habéis echado a suertes quién empieza conmigo? Supongo que tú, pues eres el que se ha quedado en la ducha.

- ¿De qué me hablas? ¿El plan no era hacer un trío?

- ¡Sí!- confirmó Penélope alegremente- Tengo la impresión de que ya te has decidido a llevarlo a cabo. ¡No sabes lo feliz que me haces! Sin embargo, ya te dije que mi ducha solo es apta para dos personas, y será mejor que estemos limpios para esta experiencia, ¿no?

- ¡Oh, sí! Limpios de cuerpo, al menos.

- ¡Así me gusta! ¡Comenzando con sentido del humor!

Y, sin que él pudiera reaccionar de ningún modo, Penélope le bajó los calzoncillos, empujándole hacia la ducha. Tras un beso de unos cinco segundos, aperitivo ligero de lo que vendría después, ella enchufó el grifo justo encima de su cabeza. Jonás protestó porque al principio el agua salía bastante gélida, pero ella se divertía de lo lindo al ver cómo el agua resbalaba entre sus cabellos mientras él permanecía tieso, con expresión atónita. Penélope dejó el grifo en sus manos.

- Será mejor que lo sostengas mientras yo me quito esto.

El resto de la escena le sonaba familiar a Jonás. Ella desnuda. Él desnudo. Besándose bajo la ducha, como en otro recuerdo que había desempolvado antes. El mismo escenario, sí, pero en distinta situación. La primera ducha entre Penélope y él había resultado bastante más positiva, eso le parecía evidente.

En su nuevo piso, Jonás se remojó la cabeza en el lavabo. Estaba agotado por el calor, sus mejillas enrojecidas además por el Lambrusco. Sin embargo, lo que más le oprimía era la asfixiante soledad de aquel cuarto de baño. Si corría la cortina de la ducha, nada hallaría, salvo quizá otra maldita cucaracha de esas que observaban con indiferencia propia de su especie los ataques de melancolía para los que aún ninguna fórmula era eficaz.

No quería recordar más o, mejor dicho, no se podía permitir recordar más. Planeó hacer una elipsis en los acontecimientos que habían transcurrido en esa noche. El placer había existido, desde luego, llegó hasta él a través de algunas sendas conocidas, y otras tantas indómitas. Traerlas a la mente, justo cuando pretendía acostarse, sería un castigo mayor del que él consideraba que se merecía. Desde el baño fue dando tumbos hasta el dormitorio, allí se tiró en la cama de cualquier modo. No había bajado la persiana del todo, por lo cual la luz del amanecer le molestaría, así como los gritos que se escuchaban de vez en cuando. No le importaban en aquel momento. Allá se pudrieran todos con todas las discusiones de sus miserables vidas. No creía en principio que aquella noche pudiese conciliar el sueño, sin embargo lo logró tras dar lo que parecían infinitas vueltas sobre su cuerpo, a izquierda y derecha.

Finalmente se quedó boca arriba, estático, con los brazos extendidos a ambos lados como en un amago de crucifixión, aunque el motivo de esa postura no era tan sacro. Jonás mezcló entonces el recuerdo con la imaginación, puesto que estaba recreando una estampa que él había vivido si bien cuando descansaba en un profundo sueño. En esa misma posición se quedó dormido esa noche, en casa de Penélope, con la diferencia de que sobre cada brazo reposaba la cabeza bien de la joven, bien de Al. Por encima de ellos, media sábana (antes toga) cubría su desnudez y, por el estatismo y reposo de sus cuerpos, apenas modificado por una tenue respiración, parecían en conjunto un grupo escultórico, tal y como había sugerido Al antes de que la idea se fraguara. Si alguien, en aquel entonces, pudiera haberlos retratado, ya fuera como estatuas o en un lienzo, le hubiese parecido a Jonás la obra de arte más bella que hubiera visto hasta aquel momento.

jueves, agosto 05, 2010

LOS CERDOS. Entrega 14.

- ¡Ah!- exclamó ella- Veo que Al ya ha descubierto más elementos de atrezzo. ¡Oh, chico! En verdad tienes alma de artista. Voy a hacer un poco de hueco.

Mientras Penélope apilaba toda clase de cacharros para formar el que sería el remanso de paz de los pastores, quienes iban a representar ese papel se preparaban desnudándose y Jonás convino en que para ese tipo de ocasiones tal vez vendrían mejor los viejos calzoncillos de tela, sueltos, antes que los apretados que luego le dio por gastar, más modernos pero comprometedores en cuanto a lucir la anatomía, a menos que esta se mostrase con verdadera premeditación. Fue una suerte que Penélope estuviese ocupada primero en crear espacio libre y luego en montar su caballete junto al resto de materiales de pintura, porque la operación de ponerse las togas no fue todo lo sencillo que pudieran haberse imaginado al ver las clásicas películas de romanos. Se enrollaron las sábanas, ayudándose mutuamente a la hora de realizar toscos nudos para que se sujetaran, y al final el resultado distó poco del atuendo de un grupo de borrachos en una despedida de soltero, no obstante consideraron que la imaginación y el genio de Penélope suplirían todo lo que su torpeza se hubiese dejado por el camino. No menos penoso fue el colgarse los racimos, aunque incluso Jonás reconoció, al observarse luego en uno de los espejos que rondaban por ahí, que les daba una apariencia fantástica al menos para el tema del que estaban tratando.

A una seña de la pintora se sentaron en el suelo, con unos pocos elementos que ella pudo recopilar de diferentes rincones de la casa: las botellas de Lambrusco y un par de copas, algunos curruscos de pan más duro que el propio suelo, un trozo de queso (holandés, eso sí) y poco más.

- ¿Es necesario que bebamos?- preguntó Jonás.

- ¡Oh, sí!- confirmó ella- Ante todo, naturalidad. Vosotros imaginaos, por ejemplo, que sois dos pastorcillos enamorados que descansáis a la sombra mientras vuestras cabras pastan en las cercanías.

- ¿Enamorados?- exclamó Jonás con disgusto, creyendo que sus temores del principio se iban a confirmar- ¡No me jodas!

- Vamos, Jonás, - le tranquilizó su amigo- es inútil que intentes describir esta escena desde el punto de vista contemporáneo, arruinarías su espíritu. Comprende que esto no es más que una ficción. Y tu reputación como futuro gran químico no se verá arruinada porque retoces ahora como un pastorcillo bajo el influjo de Eros y los efluvios de Baco.

- No entiendo muy bien qué dices, pero mejor será beber…

Jonás se llenó una copa de Lambrusco. El alcohol será el lubricante perfecto para engrasar este disparate, reflexionó. Tal y como había imaginado, alguna uva cayó desde los racimos colgantes hasta el suelo. Entonces Al recogió una de ellas y la introdujo en la boca de su amigo, no entera sino hasta la mitad, mientras le miraba muy metido dentro de su papel.

- ¿Te gusta este gesto?- le preguntó a Penélope.

- ¡Estupendo!- exclamó ella, pincel en mano.

Jonás se había quedado petrificado en esa pose, atónito, como sin capacidad de reacción, la uva a medio camino entre sus labios; Al cuchicheó cerca de él.

- Naturalidad ante todo, Jonás… Recuerda que es solo una pose, aunque te pueda resultar incómodo mantenerla.

Jonás trató de recordarlo hasta que Penélope decidió dar por acabada la sesión.

Cuando dio por concluidos los primeros bocetos de la obra, la pintora decidió terminar por esa noche y unirse al grupo que estaba plasmando en su lienzo.

- ¡Muy bien, chicos!- los felicitó, mientras tomaba asiento en el suelo- Creo que os habéis ganado que os regale un cuadro, de todas maneras quizá tenga que pediros que volváis otro día, si no es inconveniente. Ahora es tiempo de descanso, tanto para la artista como para los modelos. Me gustaría tomar un Lambrusco con vosotros, si es que Jonás ha dejado algo.

El aludido sonrió con picardía puesto que, en efecto, se había acabado casi una botella entera de ese vino, y la alegría comenzaba a apoderarse de su ser.

- ¡Es increíble!- dijo Al- Jonás siempre ha mantenido que el Lambrusco no es más que agua con polvos, creo que esta noche se ha dejado influenciar mucho por la escena bucólica…

- Eso no es problema- replicó Penélope- En la nevera solo dejé unas pocas botellas, pero tengo un par de cajas más por ahí…

Jonás mostró un gesto como el bucanero que finalmente descubre el tesoro enterrado.

- ¡Bravo!- aplaudió Al- ¡Brindemos por Penélope y por su previsora hospitalidad! ¡Hagamos libaciones a Dionisos-Baco para celebrar que la moira haya juntado nuestros hilos esta noche!

- ¿Libaciones a quién?- inquirió Jonás.

- Al dios del vino y de la ebriedad.

- Oh, vamos, Al- se burló su amigo, hablando con una voz ya cercana a la ebriedad en sí- Tú eres ateo, no crees en ningún tipo de dios, mucho menos en dioses ridículos, como ese dios de los borrachos o como cojones quieras llamarlo.

- Soy consciente de ello, Jonás, ¡pero no seas aguafiestas! Nuestro imaginario almuerzo campestre aún no ha acabado. Solo hemos acogido a Penélope en él, si no quieres brindar por otra cosa pues al menos brinda por ella, que es quien nos está ofreciendo este delicioso vino.

- Eso ya me parece mejor- dijo Jonás con una mueca, deseando ver su copa de nuevo a rebosar de espumoso rosado.

Esos recuerdos eran deliciosos para Jonás, pero inalcanzables, trozos dispersos al igual que los del conejo que había arrojado a la sartén, condimentados con ajo en polvo. Pero, a fin de cuentas, era él quien había conjurado esos recuerdos. Primero con el cuadro y luego, cuando abrió la nevera, descubrió allí una botella de Lambrusco que él mismo había comprado. Meditó que, en esas circunstancias, mejor sería pasar de ese vino ligero al whisky, más potente para ciertos fines, sin embargo al final venció la nostalgia y descorchó la botella. Había improvisado un arma de destrucción, no masiva, enrollando un periódico viejo con el que aplastaba de vez en cuando a alguna cucaracha fugitiva. Sin embargo, realizaba esa tarea de exterminio con verdadera desidia, la que se había adueñado de su ánimo por aquel entonces y que no podría sumergir en el vino.

Al tenía razón. Hasta hace poco siempre había sostenido que el Lambrusco no era más que agua con polvos, incapaz de sostener una comparación con algunos de los reputados caldos de su tierra. No obstante, había podido comprobar que esa agüilla espumosa se comportaba como un lobo con piel de cordero, y poco a poco sus burbujas iban subiendo hasta el cerebro para instalar un estado de placidez en el mismo, de anestesia bajo una aparente capa de frivolidad. El vino provocó que aquella noche se convirtieran en apóstoles del placer, pero nada de eso iba a regresar, de nada le serviría apurar hasta el fondo la botella en soledad, en otra noche bochornosa en la que solo su cuerpo se mostraría desnudo, y tan solo con el fin de combatir el calor.

Era inútil, pero lo necesitaba. Para seguir recordando, para evocar el momento álgido de aquella noche, tenía que embriagarse con el mismo néctar que entonces. Solo así entraría en trance. Se dejaría poseer por la inspiración de Baco, del mismo dios del que se había burlado.