martes, febrero 28, 2017

Sunlight.



 Este domingo regresé a Gijón. ¿La excusa? Bueno, me gusta esa ciudad y está a media hora en bus, pocas excusas necesito. Por otro lado, mi primera parada fue a la biblioteca y resultó fructífera. Hacía un día estupendo, un domingo de carnaval con mucha gente disfrazada. Incluso las estatuas, como se puede comprobar con la foto Don Pelayo Leia de abajo. Para no pisarse las fiestas entre sí, en Oviedo se celebrará el próximo fin de semana. No me importa perdérmelo, yo nunca fui de disfrazarme (salvo en los cortos, faltaría más). Paseo por la playa, incluido el triclinium sobre estas líneas.



 De ahí, justo enfrente, tapa en la Compe, tapa triple en comparación con la leonesa, y birra en la librería La Revoltosa, que siempre tiene buenos ejemplares relacionados con la tesis si bien no adquirí ninguno. Se iba haciendo un poco tarde para comer, me dieron con la puerta en las napias en el Pecaditos (su concepto low-cost se extendió a los modales y no tengo previsto regresar allí) y, rara cosa en mí, decidí tomar un helado, en febrero, sentado bajo el raro buen tiempo que hoy ya se ha estropeado. Tras un té en el bar biológico, me gasté lo que había presupuestado de comida en, claro, la Casa del Libro (ahora recuerdo que en Madrid me hicieron una entrevista allí y me botaron, pero no por ello he alargado el boicot al igual que tampoco lo hice con la Fnac).



Al no estar este año en León para la ceremonia, no hubo opción de quedarse para los Oscar. ¿Hubiera aguantado, tras la pateada larga en Gijón, si ni siquiera aguanté hasta el final de Cuarto Milenio? Quién sabe. Si llego a saber que iba a haber sorpresa, todavía me quedo. Yo siempre tan oportuno. Me quedo en vela esperando que gane Brokeback Mountain, cosa que no sucedió, y el otro día ya imaginaba que la palma se la llevaría el musical, que está bastante bien pero no llega al nivel de Moonlight. Eso compensa en parte atracos pasados. Cierto que trata la homosexualidad de forma sutil, pero esa es la base de la película, la sutilidad, lo que no se dice, la ambigüedad y el silencio. Yo me sentí identificado y alegre de su accidentada victoria. Siempre podría verlo en diferido como el año pasado. Entonces tuvo gracia, ahora no la tendría en absoluto.

miércoles, febrero 22, 2017

Lágrimas.



Anoche vi, finalmente, La La Land. No, no estaré en León para los Oscar. Tampoco pasa nada, nunca fue una costumbre permanente. No quise visionar ese filme en San Valentín, eso ya hubiera sido sobredosis de romanticismo. Es una verdadera feel-good movie, de tan buen rollo que supongo que eso le dará el triunfo en la gala, por encima de una historia superior y mucho menos agradable como es Moonlight. A mí, más que la relación amorosa, me gustó la doble lucha por los deseos de cada cual. En eso sí me puedo sentir más identificado. De todos modos, no pudo levantarme el ánimo. ¿Cómo podría? Hoy es el aniversario de la persona gracias a la cual escribo estas líneas, el primero sin ella (bueno, al menos desde una perspectiva física). 
Al acostarme, no pude evitar que me vinieran las lágrimas. A lo largo de la noche, escuché otras lágrimas, aunque imagino provocadas por sentimientos diferentes, mezclados en el alcohol y en los efluvios que bien recuerdo de no hace tanto tiempo. Cuando desperté, las lágrimas todavía estaban allí. Es natural. Sin embargo, este día para el recuerdo debe ser para rememorar y continuar las virtudes y enseñanzas maternas: la tenacidad, la capacidad de trabajo, el entusiasmo, todo lo que necesitaré para terminar la tesis, de la cual entrego una parte hoy (si todo va bien, claro). Si alguna vez llego a ponerme delante del tribunal, sabré que, aunque me hubiese gustado que me acompañara ahí en presencia, sin ella jamás lo hubiera logrado. 

domingo, febrero 19, 2017

Amor y amistad.


No se por qué ambos conceptos se diferencian. Amistad es amor. El amor que yo entrego a amigas y amigos, además del que recibo por su parte, merece ser tenido en cuenta. Otra cosa es el amor romántico, la noción que tenemos de él, que de eso se supone que trata el San Valentín de esta semana. Si he de ser justo, debo decir que es una celebración a la que sí me he sumado en algunos momentos, ya sea de forma oficial o extraoficial. Este año, no. Ya se lo dije a mi compi Melissa: Books are my lovers. Me regalé uno, gasto nada baladí pues se trata de un libro de muy saludable lectura, y tomé unas tapas con uno de los mejores amigos que he hecho en Oviedo. Home, un plan más barato que una cena o una noche de hotel e incluso motel. Por lo que respecta al inicio de este año, Cupido (o Eros) ha usado más plomo que otra cosa. 
Así, a diferencia de ese amor tradicional que tenemos en mente, el de los bombones como el de la foto, las tartas y todo el merchandising que conlleva, yo celebré la buena amistad durante toda la semana. Hoy quizá también. Lo hice tanto en Oviedo como en León aunque en esta última ciudad, en la que las raíces son evidentemente más profundas, pudiera quedar ayer con siete personas en la misma jornada. No es este un mes fácil. Ha tenido lugar el pistoletazo de salida de un período de recuerdo, de todos los malos recuerdos del año pasado. Ante lo cual, he intentado mantener la concentración todo lo posible pero con un evidente ralentí en la tesis. ¡Suerte de prórroga! Como en las buenas películas que a mí me gustan, los últimos momentos del doctorado determinarán el éxito o el fracaso. Desde luego que la tesis es una prioridad, pero quizá no he sabido bien establecer un sistema de prioridades. 

miércoles, febrero 08, 2017

Beware the Slenderman.

Slenderman es un monstruo de los tiempos modernos, inseparable de la era cibernética. Allí nació y allí se ha desarrollado su mitología. Por desgracia, también puede ser una proyección nefasta en mentes jóvenes e influenciables como las que aparecen en el documental que lleva el título de este misma entrada, producido por HBO. Las dos niñas de doce años que apuñalaron, casi hasta la muerte, a su amiga porque se creían acólitas de Slenderman, quien las castigaría si no llevaban a cabo esa prueba, son el signo de una época confusa, en la que la empatía se está perdiendo a marchas forzadas. La misma sociedad (en este caso la americana) que llena de tabletas los colegios para que las usen los niños, también reacciona con afán vengativo contra estos infantes intoxicados por fantasías virtuales que no están dirigidas, a priori, a ellos. 
Al igual que en otras noticias, que sí terminan en masacres a diferencia de esta, nos encontramos con dos figuras que no encajan, pero que se tienen la una a la otra y encuentran una guía, un mentor en un personaje imaginario que representa la oscuridad pero, por otro lado, como se explica en el documental, también puede ser un símbolo de protección, de amparo. Por otra parte, la enfermedad mental mal tratada se presenta como un resorte que ayuda a poner en marcha la tragedia. Ante eso, un sistema judicial que las trata como adultas, más interesado en el castigo que en la rehabilitación. Eso no es nuevo, es una característica que ya hemos visto muchas veces reflejada en los Estados Unidos, no digamos ya en la época actual. 
El personaje de Slenderman es peligroso porque provoca fascinación. De hecho, esa fue la razón por la que tenía tantas ganas de ver el documental, tras descubrir la historia en Cuarto Milenio. Ahí es donde entra la necesidad de separar realidad y ficción. Y de canalizar la frustración que, en caldos de cultivo como estos, encuentra una vía de escape en la violencia. Leí un artículo hoy que advertía de la pérdida de empatía debido a la proliferación de las falsas amistades de las redes sociales, las falsas conversaciones y el miedo a la reflexión interna y la soledad. Sí, es muy posible. Yo (que tampoco es que tenga el nivel de empatía por las nubes) estoy notando este hecho del que hablaba el texto. Si a eso se le suma la oscuridad que cada persona lleva dentro de sí... Entonces la historia de terror se hace realidad. Como en el documental. Ahí no era el monstruo el que más asustaba.