lunes, diciembre 31, 2018

La escalada.



En Nochebuena volví al monte, después de una necesaria visita al ambulatorio, a través de urgencias, pues el que me toca estaba cerrado. Hacía bastante que no pasaba por la consulta, ahora recuerdo por qué, con el esperpéntico ambiente de caos y esperas que reina por allí. En todo caso, me dieron un antibiótico y un analgésico para ir tirando durante las fiestas, ahora ya estoy bien y esperando al fin de estas para otra visita no menos necesaria, la del dentista. No puedo retrasarlo más, qué le vamos a hacer. Aunque me encontraba poco operativo, la Nochebuena fue estupenda en Vegacervera, y a la mañana siguiente fuimos en ruta por las hoces y por la zona de las cuevas de Valporquero, donde tomé la instantánea de esa roca colosal, que se yergue magnífica como desafiando a quien pretenda escalarla. 
Eso me recordó a un libro que (pese al ruido) comencé a leer en la sala de espera, Hacia rutas salvajes. Se basa en la historia real de un joven idealista que llevó sus principios nómadas hasta las últimas consecuencias. Aunque la historia es fascinante, no me identifico en demasía. Me encanta la naturaleza, como puede comprobarse, pero este año he permanecido bastante sedentario. Y me ha ido mejor que en años más movidos a ese respecto. Mi verdadera escalada, mi verdadero reto (pues reto lo considero, como indiqué en estas navidades), llega a partir de la medianoche. No más prórrogas. El doctorado no es, claro está, mi única meta para el 2019, pero es la única que tiene un límite marcado de forma nítida. ¿Lo demás? Pues como si lo aplazo al veinte veinte. No a los deseos locos de año nuevo, sí a tener claras las prioridades. Así que toca amarrarse a la dura roca, os escribiré desde la cima, si es que llego. Feliz odisea. 

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