lunes, agosto 06, 2012

Verano olímpico.

Debo agradecer a mi hermano Paconcio el que no solo me proporcione materiales para estimular la mente, como el flexo, la silla o el propio ordenador en que escribo, sino que también se preocupe por mi bienestar y forma física, últimamente un poco descuidada entre tapas, birras y similares tentaciones. Por eso me ha financiado el gimnasio para un par de meses, no tendría sentido un compromiso de permanencia anual porque la idea de continuar en León en agosto del año que viene es una idea que no concibo, salvo en mis pesadillas. Ahora que llevo tan solo una semana, y asombrado de que tres días hayan valido para un inicio de metamorfosis corporal tan marcado, pienso que debería haber tenido yo esa idea a comienzos del curso, o incluso a comienzos de la carrera. 
Aunque, eso sí, habríamos contado con los obstáculos de rigor, la falta de tiempo y de dinero. Yo ahora, al menos este mes, procuraré aprovechar, llevando a cabo un plan de tres días alternos para el ejercicio. Los otros tres los dedicaré, si acaso, al spa, que un buen jacuzzi o una buena sauna seguida de un caldero de agua fría arrojada sobre la cabeza también purifican lo suyo. Y el domingo es poco probable que vaya, habrá que estar al tanto de las posibles resacas, muy pocas porque actualmente poca gente se apunta a planes que sobrepasen, con creces, la medianoche. Quizá mejor así, porque las copas engordan y porque, dentro de poco, las energías que ahora aprovecho bien en el gimnasio o bien en escribir estas líneas serán canalizadas, todas las posibles, en la salida profesional que no puede demorarse, en ningún caso, dentro de un curso de barbecho. Eso costará más, imagino, que machacarse los deltoides y toda esa innombrable retahíla de músculos dentro de ese circuito de aparatos de tortura, gustosamente pagados eso sí, que, al no matarnos, sí nos hacen más fuertes. 

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