domingo, enero 20, 2013

Por el Culis.


Los dos días que he pasado en Oviedo pudieran parecer inútiles, pero no lo son. Inútil, en todo caso, fue el dinero que invertí en realizar el test TOEFL allí. La academia oficial a estos efectos estaba siguiendo la estela de ese Culis Monumentalibus que expongo arriba, rotundo en sus formas y brillante del aguacero que cayó en la ciudad desde que puse el pie hasta que cogí el tren de regreso. Un culo asexuado, sin ninguna reminiscencia genito-urinaria y, la verdad, me gusta más que otras muchas estatuas que jalonan la ciudad de León. Si hay culos que son todo un monumento, no veo por qué no hacer un monumento al culo, una de mis partes preferidas del cuerpo humano, una parte democrática que no hace distinción de género. 
Pero, en fin, no quería desvariar en exceso porque me había quedado en la academia de inglés, ¿verdad? Resulta obvio decirlo, pero no es igual hacer un test de prueba en la tranquilidad de esta habitación, con todo el tiempo del mundo, que enfrentarse a la prueba en directo. Yo juraría, estoy casi convencido, de que los textos del examen eran más complejos que los del manual. En todo caso, ya sabía lo que me iba a encontrar: un test que poco tiene en cuenta la posibilidad de que los alumnos de Humanidades también quieran hacer carreras y posgrados en el extranjero. Si es que la lista de temas me dio tanta risa, a posteriori, que incluso la apunté: los efectos de los períodos de sequía, la formación del suelo en diversas capas, la organización centralista de la civilización inca, la alimentación de los peces en el océano profundo y superficial, una antigua ruta del mar de China, una luna de Saturno, los sulfitos, los insectos luminosos, bla, bla... Tan solo un par de estos temas podrían tener algún tipo de relación con el máster que yo quería estudiar: Literatura, Cultura y Medios de Comunicación. ¿Por qué pelotas tengo que desentrañar preguntas capciosas sobre temas que no entendería aunque estuvieran en español?
Poz no. El Inglés, ya se sabe, la asignatura pendiente de esta nación. Pero, en lo que se refiere a esta prueba, me pareció una tomadura de pelo. Y un buen negocio para los organizadores. Así pues, cancelé el examen. Para que me manden resultados mínimos, prefiero que no manden nada. Allí se queden ellos con su burrocracia y su etiqueta. En los exámenes de Filología al menos podía tomar agua, o alguna pastilla de regaliz. Aquí ni eso, por no hablar de las campanas de la iglesia de al lado, que tocaban Asturias patria querida cada hora, y de que hubo una manifestación, como no podía ser de otro modo, con petardos. Como si por usar petardos les fueran a dar más la razón. 


En el fondo, fue algo muy de Woody Allen, no en vano tiene una estatua en la ciudad, de la que dice que es como de cuento de hadas (algo que bien podría aplicarse también a esta en la que resido). Una experiencia surreal, como cuando en Vicky.Cristina. Barcelona le dio por poner un tablao flamenco en Asturias. La habitación del hotel valía la mitad que los albergues de Suecia y era mil veces mejor. Como no todo va a ser positivo, cabe apuntar que el wifi era atroz, y el desayuno no estaba incluido. Me calcaron cinco euros por un buffet que incluía bollería industrial y té Hacendado. Si lo llego a saber, empiezo a meter donuts al bolso y así ya tengo merienda. Eso sí, comí de más. No voy a ahondar en el tópico de lo bien que se come en Asturias, pero así fue, y no me salió demasiado caro. Con mi gula llené las carencias que me había dejado el examen, todo ello regado de buena sidra. Por cierto, ¿no habría que pasar también un examen para saber beber sidra? Porque se me antoja tan ceremonioso como el ritual japonés del té. 


Esta cacharra de arriba es un self-service de culines, o podría decirse auto-escanciador de sidra. La primera noche yo no los bebía del trago; tampoco echaba el poso en el cubo, porque, la verdad, cuando pago por algo no me apetece desaprovechar la mitad, sobre todo si es alcohol. La segunda noche ya vino un camarero a corregir mi ignorancia de guiri (guiri aunque vecino) y escanciarme él mismo. No es que me guste depender de terceras personas para beber, pero lo hizo con arte y le dejé un euro de propina en agradecimiento. Se lo que algunos estaréis pensando, que no es inteligente meterse una botella de sidra y un plato de choricines antes de un examen, pero, creedme, con total sobriedad lo habría hecho igual de mal. Casi mejor hubiera sido llevarse la sidra al aula, y así poder insultar por el micrófono a mis anónimos evaluadores. 


Pero no, no ha sido un viaje inútil. Nunca lo será una visita a la Vetusta de Clarín y la Regenta, novela que se cuenta entre mis favoritas y que, lejos de resultar aburrida, es una de las que más me hubiera gustado escribir a mí. ¡Ojalá en León hubiéramos tenido un cronista parecido! Pierdo un máster, sí, pero gano otro, el máster que me gusta, que quiero hacer y que espero no se vaya por el sumidero con estas turbulencias que reflejé en la universitas legionensis. Y, de rebote, gano una relación sentimental, por si no lo habíais inferido, que espero duradera. Por eso, estoy satisfecho, y empieza un período en el que puedo seguir con el Inglés (pero con el Advanced, me paso al inglés británico, aunque para pronunciarlo deba tomar un par de pintas); puedo seguir preparando la docencia con clases particulares, a pequeña escala o en academias, no mucho más trabajo puede ofertar esta tierra en el tiempo presente. Y, por último, mi viejo sueño literario, expandir el espacio de este blog para realizar una crónica de mi viaje a Escania (la región en la que principalmente residí). Inspiración no me falta; tiempo, bueno, deseo que sea un escrito breve pero, valga la redundancia, bien escrito. Es compatible con el empleo, el aprendizaje o el amor. Al menos eso considero ahora, veremos en cuanto me ponga dedos a la obra. Ha sido, por lo general, un mes con suerte, y eso no lo cambia el episodio de un fracaso anunciado, que yo ya conocía pero no por eso quise arrojar la toalla sin haberlo probado. 

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