lunes, enero 14, 2013

Quo vadis, universidad?

Estoy de resaca de Globos de Oro. El año pasado no fue posible, porque un lunes como hoy, último lunes del primer cuatrimestre, debía estar sereno para hacer una presentación y, en cambio, hoy solo he pasado por la facultad a modo cuasi de observador, de ex-alumno en trámite, quién sabe, de volver a serlo. 
Yo no tiro la toalla por adelantado, por mucho que ahora hayan surgido motivos por los que bien valdría la pena permanecer en León. Si los suecos, una vez superado el snaps y las cervezas de tres con cinco grados del supermercado, quieren seguir sacándome la pasta a través de compulsas que en realidad son firmitas por valor de doce euros cada una, lo asumiré, así como el test TOEFL del viernes; no tan malo, a priori, como imaginaba, pero dudo que llegue al nivel que me piden. No ayuda que, queriendo hacer un máster sobre literatura, deba escuchar charlas en inglés sobre los hábitos alimenticios de las cebras, raíces o planetas distantes. 
En mi regreso a la universidad me llevé una desagradable sorpresa. Tras hacer el camino a pie, el autobús era mucho lujo para recoger unos simples papeles, deseaba reponer fuerzas con una caña y una tapa en la cafetería central, punto neurálgico en mi devenir por esta carrera, y resulta que estaba cerrada. Y no era que hubieran alargado las vacaciones navideñas, es que todavía permanece así, con todas las sillas recogidas dentro formando un paisaje fantasmagórico, precisamente en ese espacio que tanta vida rebosaba, que tanto jolgorio en ocasiones me martilleaba los oídos.
Culpa mía, supongo, por utilizar ese espacio a veces a modo de biblioteca donde pasar apuntes, leer textos o dar clases improvisadas a mis compañeros. Pero también sirvió de punto de encuentro, de relax pre y post exámenes, para comer (la función más básica), para vegetar cuando me escapaba de la facultad por el catarro o la tensión baja, etc. ¿Cómo habrá pasado esto? No será por falta de clientela. Me resulta sorprendente, mucho más que cuando en Suecia me enteré de que había aparecido un tipo encapuchado con el pene al aire, sin duda para rechifla de los estudiantes. 
Espero que el cierre sea temporal. De lo contrario, se perdería un sitio que, tanto en el último curso como en los anteriores, fue una pieza clave en los resultados que obtuve en la carrera. ¿Qué quedaría, si no? Ya cerraron la cafetería III, por así decirlo. No comprobé si seguía la pequeña, de arriba, con amplia terraza primaveral pero escasas mesas dentro, y alguna otra, privada, algo más lejos del recinto. Por no hablar de las máquinas de chuches y alpiste, ja, ja, que son más bien un recurso entre clase y clase. Los recortes están haciendo estragos. Primero fue el Albéitar. Cierto que yo no estudiaba allí, siempre he tenido la suerte de concentrarme en esta misma habitación. Ahora dicen que en los exámenes de enero tampoco abrirá por la noche la biblioteca central, recurso para aquellos que desean chapar de madrugada, algo que no me parece recomendable pero que respeto en todo caso. 
Y, finalmente, mi facultad, siempre en estado de sitio, podría perder cuatro de sus seis carreras, todas menos las filologías. Y la mía no porque haya muchos alumnos, sino porque, a fin de cuentas, ya somos quinientos millones de hispanohablantes y es un sector con futuro económico, no cabe duda, y que además atrae a bastantes erasmus y extranjeros que dan vidilla y euros a la ciudad. Pero, vaya, con cuatro carreras menos yo pienso que tendrán que realquilar buena parte de las aulas para otros menesteres. Al menos los másteres se salvarán de la quema, porque bien nos cobran por ellos. Si el de Lund, por cualquiera de los motivos, no llega, podré reengancharme al que estuve a punto de hacer este curso. Al ser las clases vespertinas, notaré menos la ausencia de la cafetería si es que sigue en el estado actual. 
Todavía es pronto para saber cómo estará la universidad para el 13/14. Yo, mientras continúo con los trámites de Lund (me piden casi todo menos el certificado de virginidad), estaré pendiente y expectante por el giro que pudieran tomar los acontecimientos. Me encantaría volver a la que ha sido como mi segunda casa durante años, pero temo ante un proceso creciente de desmantelamiento. Las humanidades no nos sacarán de la crisis económica pero, por lo que se refiere a los valores, creo que pueden ayudarnos a ser mejores personas. Eso no se paga con dinero. 

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