viernes, abril 19, 2013

Graduación.


No recuerdo ahora bien si en la carrera de Cinematografía llegó a a haber ceremonia de graduación. Si la hubo, no asistí, bien porque Ponferrada no está aquí al lado o porque no tenía motivación para ello. Lo que sí es cierto es que, en Filosofía y Letras, no todos los años ha existido dicha ceremonia, así que tenía que aprovechar la ocasión de que esta vez sí hubo. He podido asistir porque he regresado de Suecia, y ha dado la casualidad de que la fecha ha coincidido con el final de las clases del máster. No es el final del curso en sí, para eso debe esperarse al diez de junio. Lo que sí han concluido son las sesiones presenciales, quiero aclararlo para no echar leña al fuego de quienes consideran a los humanistas como a un puñado de perezosos. 
Mucho podría escribir acerca de esta semana y la última asignatura, Escritura Creativa. No era una materia el uso sino, como su nombre indica, un taller literario. Solo he asistido a un par de estos y, los escritores eran tan diferentes, que la conclusión es que lo mejor es escribir cada cual según el estilo personal que vaya siguiendo, en ocasiones lleva toda una vida encontrarlo. No hablaré de estas interesantes clases finales, voy a centrarme en el acto académico al que casi asisto en soledad. Soledad muy relativa, por supuesto: todos los que allí estábamos éramos como una gran familia, de docentes, alumnos, alumnas, incluso el rector podría considerarse. Al ser una facultad pequeña, el entorno se vuelve más confortable. 
Yo me refería a que la promoción de Filología Hispánica del 2012 parecía haber sobrevivido a una horda de zombis, amigo Hopewell, quedando solo en pie mi compañera Irma y yo. Exagero, claro está. Había otras personas tituladas que, o no vinieron, o su presencia estaba anunciada mas no se materializó. Una suerte que pudiera sentarme junto a Irma, y no lo digo solo porque ella me hizo una foto in situ, no como esa, digamos de estudio, que aparece arriba. Además, el maestro de ceremonias era uno de mis maestros, valga la redundancia, favoritos, José Manuel Trabado, a quien por fortuna volveré a disfrutar en el medio curso de máster restante. 
La charla magistral corrió a cargo de un catedrático de Arte, que habló de los orígenes de las Humanidades, remontándose hasta el Trivium y el Quadrivium, y la bastante reciente separación entre Ciencias y Letras, separación que en mi caso supongo que tengo que agradecer, dado lo negado que soy para las primeras. Un torrente de sapiencia, pero dejó la charla in media res porque el acto se ajustó bastante al reloj, al reloj de la comida. 


Llegó el momento de entregar el diploma y la insignia de plata al alumnado. Todos fuimos aplaudidos al salir, circunstancia factible porque tampoco éramos tantos. Yo solo me negué a aplaudir a una chavala a la que le presté un libro hace cinco años y todavía no me lo ha devuelto. El libro era un Corán y, de todos modos, no tengo intención de leerlo pese a mis circunstancias personales. Se lo podía haber echado en cara pero sus tacones estaban muy afilados y quizá me podría haber clavado uno en la yugular. However, fue un acto alegre, alejado de malos rollos anteriores en ese centro. El rector, al concluir, se encargó de remarcar la importancia que el idioma español tiene en nuestra tierra, y lo poco aprovechado que está ese factor. El coro universitario, con el himno Gaudeamus igitur, dio el broche final. Para mí, la carrera terminó el pasado septiembre, pero sin duda este desenlace era mucho más bonito. Creo que los titulados en el máster no son llamados a este ceremonia, así que, ¿cuál será la próxima? ¿El doctorado? Pues habrá que conseguirlo. 

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