domingo, abril 28, 2013

Millenium, al fin.



Decía mi casero sueco, un tipo peculiar que da mucho juego como personaje, que Suecia es un país muy feminista, y se quejaba por ello. Comentó de forma sardónica que él podría haber escrito el libro Los hombres que no amaban a las mujeres, pese a que se trate de una novela, precisamente, feminista, como las dos que la siguen. Yo no se si será un país feminista o no, y si algo tiene que ver en ello la actitud maternalista que tienen respecto al alcohol, lo cierto es que tras leer la saga se puede comprobar que allí, al igual que aquí, se ejerce la violencia contra las mujeres, de modo individual y social, quedando en muchos casos impune. 
Stieg Larsson parece escribir su trilogía como si fuera un imperativo moral, y eso es un lastre. No me cabe duda de que como periodista de investigación tenía que ser muy bueno, casi hubiera preferido leer un ensayo suyo acerca del mismo tema. No soy yo de los que creen que todos los best seller son malos, pero la verdad es que yo nunca hubiera leído esta trilogía de no ser por mis conexiones con Suecia. Decía el amigo Hall que en esta obra no hay demasiadas frases para el recuerdo, y es cierto. Solo me convenció la primera parte, con esa historia de la saga familiar en un pueblo del norte, bastante más frío que Furulund. Las otras dos, interconectadas, son larguísimas. ¿Y por qué? Pues porque introducen personajes prescindibles y subtramas igual de prescindibles que lo único que hacen es subrayar el tema principal: la violencia contra las mujeres. 
Y es loable que quiera hacer novela negra feminista, pues la novela negra no suele serlo, en absoluto. La desgracia es que, para ello, recurre a introducir personajes femeninos de peso, y a buena parte de ellos les dota con unas características que entran en lo irreal y lo absurdo, más bien como una película de espías en la línea del James Bond menos realista. No se olvide qué actor fue el escogido para protagonizar la versión de Hollywood. 
El que se tiene por gran hallazgo del libro, Lisbeth Salander, está fuera de toda lógica, no es más que Pippi Calzaslargas versión moderna, y es por ello que hay tantas referencias a este personaje. A pesar de tener un físico insignificante, resulta que va dando palizas a lo Bruce Willis, a tíos que son el triple que ella, y también entrena como boxeadora contra pesos pesados. Y no todo es fuerza bruta, porque la amiga resulta que además es superdotada: tiene memoria fotográfica y, cuando no navega por la red o está en la cama con alguien, se dedica a resolver enigmas matemáticos en cuestión de minutos. Nadie es perfecto, claro, y ella carece de habilidades sociales. No la criticaré por ello, pero sí por ser un personaje desagradable y cargante hasta el extremo, que va de justiciero, desfaciendo entuertos y ayudando a mujeres en apuros, pero luego resulta que no deja de ser una delincuente, pues roba la privacidad y los datos de quien le viene en gana, tanto de los buenos como de los malos. Y también roba dinero, a los ricos corruptos, pero se lo queda para ella y para especular desde Gibraltar, echándonos en cara de paso que hayamos ocupado Ceuta. 
Pero hay algo que al menos me gusta de ella: es una protagonista de best seller bisexual. Ella no lo reconoce, claro, es de no me gustan las etiquetas, pero ya lo hace su amante por ella. El término bisexual aparece con frecuencia, también referido al marido de Erika Berger, el clásico artista liberal que permite que su mujer se siga acostando con Blomkvist. No he hablado de este aún, porque al fin y al cabo es el personaje más simplón. Es el detective original de la novela negra, convertido en periodista: vacilón, mujeriego, heterosexual, etc. Si no su personalidad, al menos su manera de hacer periodismo sí representa la que abandera el propio autor. Y es una pena que este muriese antes de gozar las mieles de la fama y, tal vez, redactar alguna otra obra más compacta y acertada. En estas novelas vemos a los periodistas tomando café de continuo, durmiendo escasas horas y, en algunos casos, fumando. Este es, sin duda, el camino que recorrió Larsson hasta que un infarto le fulminó. 
El best seller que sí tengo ganas de leer es el último de Javier Sierra, a quien sigo con interés no en su faceta de escritor pero sí de colaborador de Cuarto Milenio; además, habla del museo del Prado. Y, por si fuera poco, ha sido el encargado de dar una patada en el culo a las cincuenta sombras de Grey, libro cuyo argumento ya me parece risible de por sí y que, ya que no pasará a la historia de la literatura, al menos ha servido para que en los sex shop se pongan de moda los packs con esposas, antifaces, fustas y otros complementos que yo no utilizo y que también remiten, en cierto modo, a la trilogía sueca. 

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