domingo, septiembre 08, 2013

Calentando motores.

Ayer me confirmaron, como suponía, que no puedo acceder a la beca de colaboración para el máster por la peregrina razón de que estoy en segundo curso, y solo vale para el primero. En realidad, el máster no tiene dos cursos, lo que pasa es que, debido a mi viaje al extranjero, lo he dividido en dos mitades. Vamos, que no me han echado atrás por expediente académico, y en ese sentido me siento algo estafado. La llaman beca, pero lo cierto es que es un trabajo, para colaborar durante tres horas al día en el departamento de mi facultad. Tras un consabido recorte de cincuenta euros, la cantidad a ganar por mes me permitía aún aspirar a ciertos cambios en este último curso en la universidad. 
Hace unos días vi la película Weekend, de temática gay. No me atrevo a decir LGTB porque casi no aparece nadie más que sus dos protagonistas, gays, y el término bisexual ni se menciona. Narra una historia de amor fugaz pero intensa, con grandes dosis de realismo. Bueno, no se si todo me pareció igual de realista, porque el miembro más armarizado de la pareja, por así decirlo, tenía alquilado un piso individual con el dinero de su trabajo como socorrista, y todavía le sobraba sueldo para tomar copas en clubs nocturnos y gastarlo en drogas bastante conocidas en este país durante la época del boom. Bueno, tal vez en Reino Unido los salarios puedan estirarse más, en todo caso siempre me ha llamado la atención cómo, incluso en filmes que se pretenden naturalistas, las fuentes de ingresos de los personajes suelen ser un tanto oscuras. 
¿A qué viene esta digresión, aparte de para recomendar una buena película, de escasa repercusión más allá de los círculos a los que parecía dirigida? Bueno, es que, precisamente, el objetivo de la beca de colaboración hubiera sido alquilar un estudio, imagino que más cutre que el que se convierte en escenario recurrente del filme. León podrá ser una ciudad con limitaciones, pero al menos el alquiler es barato. Más lo sería compartiendo vivienda, pero la persona con la que pretendía hacerlo se ha evaporado, de modo temporal o definitivo, y tampoco quiero arriesgarme a soportar dosis de chaladura como las que viví en Suecia, si no conozco a otras personas en ese sentido. A pesar de que duermo mejor de manera individual, ya me gustaría tener una cama grande donde compartir momentos como algunos de los reflejados en la película. Todavía es pronto para saber qué sucederá en este curso. No obstante, el piso de Madrid sigue disponible, y allí iré dentro de poco, para disfrutar de unos días sin el agotador corsé del calor en agosto. 
Con matrículas más caras que en otras ciudades y menos becas, la estrategia no parece la mejor para retener alumnos, pero, como el máster me gusta y los resultados hasta ahora han sido muy buenos, me he puesto ya a preparar el trabajo final, que pretendo que sea el germen del doctorado (este, sí, a realizar en otra universidad). Ya ni sueño con aquella época en la que se me prometían unos mil doscientos del ala a cambio de hacerlo aquí. Con todo, en el fondo eso es positivo, porque me obligará a salir fuera y no eternizarme en esta ciudad. En algunos días de este verano me he sentido como inmerso en un círculo de difícil escapatoria, es por ello que tener un destino alternativo en el horizonte me entusiasma tanto como la perspectiva de terminar este máster con un trabajo interesante, moderno y que me abra nuevas vías de aprendizaje y también profesionales. Seguiré calentando motores con esa meta. 

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