martes, septiembre 09, 2014

Bisexuales en serie.



Existe la teoría de que la libertad creativa y los grandes guionistas se han trasladado del cine a la televisión, lo cual no es más que otra hipérbole asociada a los mass-media. Por supuesto que en el cine sigue habiendo grandes películas, tan solo hay que molestarse en buscarlas: tanto en las producciones independientes, como en el cine comercial que no desdeña narrar una buena historia, sirva como ejemplo la última entrega de la saga X Men, que he visto recientemente. La diferencia, más que obvia, es que en la televisión hay más tiempo para desarrollar las tramas. La duración es variable, pero ver una serie completa puede llevar unas sesenta o setenta horas, dependiendo de las temporadas y de si es drama o comedia. La continuidad entre estas no siempre es un requisito, como puede verse en series como True detective. En otras, como la de la foto, al espectador no le queda otro remedio que fastidiarse esperando hasta la siguiente. Es lo mismo que sucede en Juego de Tronos solo que, en este caso, existe el problema de basarse en una saga literaria que todavía no ha concluido. Eso sí, la adaptación se toma bastantes licencias. Algunas de ellas para mejor, como la que tiene que ver con el título de esta entrada. 
Respecto a la libertad creativa, es verdad que la censura de la presión comercial parece ser menor en muchos de los proyectos televisivos, aunque en ocasiones eso desemboque en un exceso de desnudos gratuitos, por lo general de mujeres, cuando no en muestras de lesbian chic (asunto que pretendo abordar en mi tesis, es por ello que ya voy tomando ejemplos). Juego de Tronos ha sido vapuleada en ese sentido, no sin cierta razón por su exceso de escenas en burdeles, pero la verdad es que el sexo ya estaba en los libros de Martin. A diferencia de Tolkien, es menos épico y más humano: el erotismo y la escatología son comunes. Hay que agradecer, eso sí, que la serie muestre de forma más clara la orientación sexual de los personajes. El caso de Oberyn Martell, explicando su bisexualidad mientras vemos en escorzo el culo de su amante masculino, y junto a ellos su auténtica paramour se solaza con dos prostitutas, es antológico. Un personaje, además, que gozaba de las simpatías del público, y cuyo final se justifica en la línea de esa montaña rusa emocional que es Canción de Hielo y Fuego
Yo no veo muchas series, por razones de tiempo como señalé, pero procuro ver algunas que me recomiendan. No demasiado interesado en cuestiones realistas de mafiosos, narcotraficantes o demás ralea (aunque siempre hay excepciones), me fijé en Penny Dreadful (llamada así por las revistas sensacionalistas de la época), un totum revolutum de monstruos clásicos como Drácula, Frankenstein y su criatura, el hombre lobo, Dorian Gray, Jack el Destripador (un monstruo de persona, vaya)... No todos aparecen in situ en la primera temporada, pero hay referencias sutiles. Una amiga, que conoce desde dentro el mercado televisivo, me recomendó no ver esta serie, sugiriendo que era aburrida. Tiene razón. Hay escenas bastante lentas, con diálogos solemnes que cualquiera diría que han sido escritos por el mismo guionista de la última entrega de James Bond (y con la producción del director de esta, Sam Mendes). Pero también hay escenas de gran tensión, y cierta originalidad respecto a personajes ya muy vistos. En el caso de Dorian Gray, ya en la última versión fílmica se insinuaba su bisexualidad, pero en la serie se muestra claramente. Primero, de forma un poco obvia, durante una orgía. Y después, en un giro argumental que me dejó un tanto estupefacto. Lástima que se trate de un personaje periférico, que no participa en la trama principal. Se presenta bajo la figura del bisexual perverso, primo segundo de la lesbiana perversa, un ser ambiguo, que pervierte a quienes le rodean. Un demonio, en palabras de un personaje más ingenuo, el de la prostituta tuberculosa. Su escena bebiendo absenta en buena compañía me hizo añorar esa cena en Estocolmo con mi hermano Pedro, cuando en un restaurante francés dimos buena cuenta del brebaje, con su terrón de azúcar incluido. ¡Quién se tomara una absenta con el auténtico Mr. Gray, y no ese Mr. Grey de pacotilla del que Oscar Wilde seguro que se está burlando desde su tumba!


En fin. Ahora voy a dejar de ver series porque tengo asuntos pendientes más importantes. Esperaré a la quinta de GOT (por no hablar del sexto libro de la serie), a la segunda de Penny y confío en que la espera será menos larga para matricularme en el doctorado de la universidad de Oviedo. Sí, ayer fue fiesta en Asturias, pero hoy no, así que, por favor, aceleren un poco la burrocracia. Seguiremos informando. 


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