sábado, septiembre 13, 2014

Crónicas burrocráticas.


Ayer hice un viaje a Oviedo, un viaje breve cuyo objetivo principal era solucionar el embrollo de la matriculación en mi doctorado, una vez que la admisión en el mismo ya es un hecho, como pude comprobar charlando allí con una de las coordinadoras. Era consciente de que desplazarme allí no iba a asegurar que me matricularan en el acto, pero imaginaba de todos modos que el viaje no sería baldío. Y no lo fue. La ruta del autobús a través del puerto de montaña siempre deja unas vistas impresionantes. Y, si a las once había llegado allí, a las once y veinte, rodeando un poco, entré al edificio central o histórico de la universidad. A las once y media ya me habían atendido. En el Centro Internacional de Posgrado tenían un jaleo considerable, pero sobre todo para los cursos de máster. En la sección de doctorado la consulta fue inmediata. Que si mis documentos no habían llegado, pese a que la profesora que los envío luego me enseñó el mensaje personalmente... En todo caso, después de comprobar cómo las llamadas telefónicas al centro no eran respondidas, siempre me parece más positivo plantarse allí y que al menos te vean la cara, saliendo del anonimato. Apuntaron mi nombre y teléfono, diciendo que me llamarían la semana que viene para enviarme las cartas de pago y que no tuviera que regresar solo para eso. En teoría el plazo acabó ayer, pero es lo mismo. En el máster ya me matriculé a mitad de curso. Esta flexibilidad tan española me está beneficiando, ya lo creo. 
Al margen de la burocracia, lo más relevante para mí del viaje fue el tiempo que pasé en el campus de Humanidades, o del Milán (vaya vuesa merced a saber por qué le llaman así). Ya lo había visitado en el fallido intento de aprobar el TOEFL, pero lo de ayer fue mucho más significativo, porque lo hacía ya como miembro de la universidad, doctorando admitido pero no formalizado. Lástima que el calor que no hizo en agosto apareciera ayer, me hizo recordar ese fin de semana en el que estuvo lloviendo continuamente en la ciudad... Me pasé por el aulario, el edificio departamental, y por supuesto la cafetería donde hice tiempo hasta que la coordinadora estuviese disponible. Ella, que no solo ha hecho todo lo posible para ayudarme con las gestiones sino que me resultó muy simpática, me llevó al Centro de Estudios de Mujeres (no recuerdo ahora mismo si el nombre concreto es así, pero lo sería en esencia). Estuvimos charlando, todavía no con mucha profundidad sobre el doctorado porque tiempo habrá para ello. 
Comí en el llamado Bulevar de la Sidra, calle Gascona, pero no, no tomé sidra. Estaba deshidratado, preferí agua fresca. Tiempo habrá, asimismo, para la sidra. Descartando la Competencia, que ya en León tenemos cuatro (y allí dos, por lo que pude ver), fui a un sitio más tradicional, donde comí ensalada con quesos astures y solomillos al cabrales. Pasé también del cachopo. Demasiada carne, para mi gusto, preferí esos solomillos tan blandos que casi no había que masticarlos. Haciendo un poco de tiempo hasta que saliera el bus, fui a la cadena de cheap-drinking Copas Rotas. En León abrieron un local en el Húmedo pero, cuando se dieron cuenta de que allí lo de pagar por las tapas no se estila, cerraron. Yo no quería tapas, y estuve un rato allí, frente al ayuntamiento, donde estaban ya haciendo las pruebas para el pregón de las fiestas. Sí, llegué en plena preparación de las fiestas. Ahí está el cartel alusivo al que hice una foto, porque me llamó la atención y porque, en efecto, estaba muy en la línea del espíritu del doctorado. Nun seyas babayu! 
Yo no había ido allí por las fiestas, así que regresé al Alsa. La última ironía y/o coincidencia de la jornada, en el asiento de al lado había una mujer con el pelo teñido de rosa, pulsera con la bandera del arco iris y leyendo una especie de apuntes sobre un taller de diversidad sexual de un sindicato. Pocas veces he tenido un motivo tan obvio para entablar una charla. Sin embargo, la modorra post-viaje era un hecho, así como la falta de costumbre a la hora de establecer conversación con compañeros/as de asiento, con significativas excepciones como la de mi viaje a Lund. De hecho, suelo viajar en asientos aislados. No ayer, que tocó regresar al bus proletario. De todos modos, parecía muy centrada en sus papeles y sin necesidad de hablar con nadie, pues ya estaba hablando sola a ratos. 
Así, al margen de la burrocracia, ayer pasé unas horas visitando una ciudad en la que pretendo vivir, y en la que viviré a menos que haya cambios en contra de mi voluntad. Me fijé, muchas veces de refilón, en lugares en los que podría pasar bastante tiempo en un futuro cercano. Y, ya solo por eso, mereció la pena el viaje relámpago. Soy consciente de que establecerme allí requerirá esfuerzos, pero la sensación que ayer tuve en conjunto fue la de una satisfacción general por el devenir de los acontecimientos. Informaré una vez la matrícula esté completa y pagada, esta vez la sangría no será tan considerable como la del máster. Y, si hay que hacer otra visita como la de ayer, pues bienvenida sea, mientras no la haga a diario, como aquellos desquiciados viajes a Ponferrada tiempo ha. 

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