domingo, enero 07, 2018

Pues Eso.



Después de una semana en la que, a ratos, me había transmutado en eremita, en islas de tiempo que me parecía bastante sensato albergar, el año acabó de manera similar. No salí en Nochevieja y no resulta grave. Es una noche bastante lamentable, por otro lado. Quedó ya muy atrás el tiempo de los cotillones y la barra libre. El hecho de ver al día siguiente las desastrosas noticias que ponían en la tele me confirmó la buena idea de no salir de casa. Y no es que fueran desastrosas por hablar de asesinatos y guerras, sino porque, enmedio de los asesinatos y las guerras, nos torturaban con noticias de nochevieja que, supuestamente, hablaban de celebración y fiesta, cuando en realidad eran una muy penosa muestra de comportamientos humanos. Ahora eso ya ha quedado atrás, junto con el resto de la Navidad. 
He continuado con el siguiente capítulo de la tesis, que entregaré el próximo día quince, esté bien o sea una basura; si por algo me he distinguido hasta ahora es por la seriedad en las fechas de entregas. Al menos quiero seguir destacando en eso. Aunque, puestos a buscar algo más en lo que distraerse, ahí está mi auto-regalo de Reyes, ese tocho cuya foto incluyo arriba. Perteneció a la biblioteca flotante de este cuarto, en versión antigua, y ahora he adquirido la última edición, a rebufo de la versión cinematográfica reciente, que solo adapta una parte de la historia.  Me gustaría pensar que en la continuación, la de los personajes adultos, vaya a aparecer un fragmento del libro que no incluyeron en la teleserie original. La parte adulta de la obra se desarrolla en los años ochenta, década que en el último filme sirve de escenario para la historia adolescente, masacrando un poco el éxito de Stranger Things. Había leído, no obstante, que Stephen King había incluido un episodio verídico de su localidad, un crimen homófobo que, en efecto, aparece muy temprano en la novela, después del famoso prólogo con el barquito de papel y el payaso Pennywise. ¡Todos flotan!
Leí ese trozo anoche (cuando tampoco salí) y me sorprendió gratamente aunque, claro, también me produjo escalofríos, mucho más agudos porque la maldad que se refleja es real aunque, en la obra, el escritor la conecte con el mal atávico, profundo, que envuelve a Derry. El amante del personaje asesinado, a fin de cuentas, exclama que todo el pueblo le parece responsable de ese crimen, que la esencia de  ese sitio es el mal, que toma la forma del payaso, en fin, ese Eso, valga la redundancia, que da nombre a la obra. Cierto que el episodio no tiene relación con ninguno de los personajes principales pero, si King lo colocó al comienzo del relato, por algo sería, dado su valor simbólico. Es algo que deberían tener en cuenta los adaptadores de la próxima versión al cine. No obstante, no creo que entre en sus cálculos comerciales... Lástima. Por lo demás, el bueno de Stephen nunca decepciona, aunque yo no sea tan fiel seguidor como el amigo Víctor. Me sumergiré en la magna obra mientras descanso de buscar artículos de bibliografía, que en muchas ocasiones no hacen más que decir la misma cosa, o decir la misma cosa con palabras raras. En un año en el que debería reducir el número de libros adquiridos, al menos hasta que disponga de otro espacio en el que almacenarlos, este, que no es precisamente de bolsillo, me ha parecido una muy buena primera entrada en la lista.

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