jueves, mayo 31, 2018

Gran ganga.

Concluye un mes que ha pasado por variaciones tan vertiginosas, cuasi absurdas, que necesitaría el arte de un Poe, con cuyas grotescas narraciones me he estado inspirando, para relatarlas. Dentro de dos semanas voy a Oviedo y, aunque sigo en modo prórroga (probablemente alargada), me noto más fuera que dentro. Y no es una sensación de derrota, la verdad. Es solo la certificación del hecho de que, por mucho que aprecie mi investigación, y lo hago, la tesis doctoral va a pasar a segundo plano a partir del mes que viene. 
Ya este año he ido moderándome, por ejemplo, respecto a la adquisición de libros, ya fueran relacionados o no con el proyecto. Sin embargo, siguen existiendo ciertas gangas y golpes de suerte, del todo inesperados. En el mercadillo que, de forma esporádica pero recurrente, se organiza en el centro cívico del Crucero, hace una semana mi amigo Ricardo y yo nos aventuramos, como suele ser costumbre cuando lo montan, sabuesos a ras de suelo, olfateando los cajones de indolentes volúmenes apilados cual bragas en una mesa del rastro. Ya había adquirido allí novelas o ensayos que, en efecto, he ido introduciendo en mis fuentes, pero esta vez desenterré la trufa de oro: un volumen llamado Antropología de la sexualidad y la diversidad cultural. No tengo ni idea de cómo llegó ahí, entre obras de San José María Escrivá de Balaguer. En todo caso, fue mi eureka, mi logro de encontrar 16 artículos como 16 soles alumbrando el embellecimiento de mi tesis, al ridículo precio de un euro. En Amazon, como consultamos, sale por más de treinta veces la suma, no en vano es un manual que se utiliza en la Uned y estudiar allí no resulta barato. Porque la tesis la voy a terminar, al margen de lo que suceda con la defensa y, si hay algo positivo en el hecho de que el proceso se alargue, es que puedo otorgarle mayor calidad, sin demasiada prisa y disfrutando cuando existen buenas rachas en lo personal, como las que he disfrutado esta primavera (en mayor medida que en la anterior, a pesar, como dije la última vez, de aquellas semanas de soledad en Palmira Villa). 
Y, ante la incertidumbre, escribo, escribo y escribo. No necesariamente en la tesis, que ya pasa de las 300 páginas. No se puede estirar como un chicle, tan solo embellecer y reforzar. Escribo aquí, escribo en mis cuadernos y escribo lo que necesito escribir. Escribir me da la vida y es barato. Un vicio barato, más que un vicio. El único problema que he tenido con este programa doctoral ha sido la circunstancia de que, para superarlo, mi escritura debe contar con la valoración ajena. Y no. Yo nunca he escrito para agradar a nadie. No es lo que yo diré a la comisión de seguimiento, pero es lo que tengo bien claro y difícilmente va a cambiar. 

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