domingo, agosto 25, 2019

El río sigue.


Un río abre un ciclo, otro lo cierra; al menos, esa es la sensación que tuve ayer. Hace un año estuvimos en una helada presa y luego en un más apacible pantano, dentro de un plan establecido previamente, pero lo de ayer fue bastante improvisado, y resultó perfecto, como sucede en ocasiones, cuando todas las circunstancias se alinean en una velada que no se había podido prever. Hace una semana fui a comer con mi familia a Vegacervera, al mismo lugar en que celebramos la Navidad, y descubrí un recodo que difícilmente se podría haber aprovechado en invierno, la zona de baño habilitada en el río. Entonces ni siquiera me mojé los pies, pero ayer, pensando que iba a ir con amigas a la piscina del gimnasio, como en otras ocasiones, un plan perezoso dado que la noche anterior había salido un rato por el Húmedo, al final ellas sugirieron otra clase de baño, en el monte, por lo que me pareció buena idea estrenar ese rincón, ya que el tiempo acompañaba. 


De este modo, tras un segundo desayuno, partimos hacia allí para sumergirnos, de manera parcial eso sí, en las aguas del pueblo, experiencia revitalizante y muy veraniega, ahora que el otoño se va acercando con un nuevo ciclo y algunas de las visitas se irán marchando a sus destinos, más cercanos o lejanos. Después de introducir el cuerpo hasta la barrera, por así decirlo, de los pezones, huelga decir que endurecidos para la ocasión, tomamos algo en la terraza del bar de al lado mientras, que no falte, dábamos rienda suelta al frikismo de estrenar, por mi parte, un nuevo juego de cartas, basado en el Catán. ¿Se puede encontrar un medio de felicidad más sencillo y preciso? Además, en una semana en la que parezco haberme asegurado un lugar propio para iniciar una nueva etapa, que, dentro de su incertidumbre, resulta tan ilusionante como cuando, hace un lustro, decidí mudarme a Oviedo para comenzar el proyecto que acaba de terminar en este mismo verano. 


Doy gracias por todo ello, porque, en general, esta vez he aprovechado una corriente que corre a favor. Esta es la clase de momentos que merecen ser inmortalizados aquí, aparte, claro está, de en mi memoria y en mi bagaje sentimental. Lejos queda esa última excursión a la montaña, lastrada por el dolor de muelas y la mochila de esos artículos que, en su mayoría, ya están en el horno de la edición. De un río a otro, sin miedo a meter los pies, en buena compañía como los muestro en la imagen de arriba. 

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