miércoles, febrero 19, 2014

La paradoja sándwich.



Durante mi último viaje a Madrid he podido comprobar cómo una empresa ha ido a peor, mientras que otra, en la que yo mismo trabajé antes de planear el asalto definitivo a mi licenciatura, ha ido a mejor, al menos en lo que respecta a su imagen. El viaje en tren de clase preferente ha perdido bastante el sentido que se le daba a ese adjetivo. ¿Qué privilegios tiene ahora? Casi ninguno. El periódico, y a la ida se les olvidó pasármelo. Lejanos ya quedaron esos tiempos de opulencia, con aperitivo, cena y copa, copa que casi nadie quería. Debieran haber aprovechado, mientras pudieron. Hay otros beneficios más intangibles que sí se han conservado, como el espacio, la mayor tranquilidad y silencio; lógico, al ver cómo se ha devaluado el servicio, y que ello no ha implicado una bajada en la tarifa, los viajeros se habrán cambiado a vagones más económicos, como puede que haga yo en el futuro. 
Durante uno de mis paseos por Madrid, me acerqué al sitio donde tuve mi primer trabajo allí, el Rodilla de la glorieta de Bilbao. Hace años ya, por lo que supuse que no vería ninguna cara conocida. Así fue. Y no solo las caras habían cambiado, también la estética del local. Tanto el letrero como la decoración interna habían envejecido, por así decir, luciendo un estilo vintage que parecía rememorar los primeros establecimientos de la marca en Madrid, que ya tiene un porrón de años, tal vez se acerque al siglo. La paradoja residía en el contraste con un plantel rejuvenecido. Un trío de buenos mozos, con los que ya pudiera haber coincidido yo en su momento. Además, habían desterrado la camisa negra, a la que solo parecía faltarle el alzacuellos, por una camiseta del mismo color, mucho más moderna y funcional. 
Cuando yo estuve allí, entre otras jefas, había una auténtica bruxa constrictor que me traía por la calle de la amargura, obsesionada con la limpieza, como si estuviera atravesando de forma permanente la fase anal freudiana. Fue una de las principales razones para abandonar ese lugar. En estos tiempos en los que se habla tanto de la iniciativa privada, de los emprendedores, del autoempleo, deberían contratar a muchas jefecillas como esas, para que cualquier empleado albergara la esperanza de convertirse en su propio patrón. Me sorprendió encontrar a ese trío de maromos porque, durante mi singladura laboral, solo éramos dos varones, y uno estaba relegado al inframundo por decisión propia. Sí, mi compañero no salía de su cueva sandwichera, donde preparaba las brandadas de bacalao y similares, pero lo hacía así por no querer atender de cara al público. ¡No le culpo! Así no tenía por qué enfrentarse al yonqui habitual, al vagabundo que pintaba mujeres desnudas, a la señora histérica (o varios ejemplares de la especie), etc. ¿Dónde estaban todos esos personajes durante mi visita el domingo anterior? ¡Me han cambiado mi Rodilla! Para bien, diría yo, y además con wifi. 
Pero ni el wifi ni nada sirvió para que llegara a mi correo mensaje alguno sobre si paso o no a la siguiente fase de la beca. Si no paso, creo que debería plantearme volver a mirar destinos en el mapa. Hoy es el Día contra la LGTBfobia en el Deporte. Algunas ligas de fútbol europeas han hecho campañas para sensibilizar sobre este tema, mientras la española se queda de brazos cruzados y labios cerrados. Bueno, tal vez no sea mala idea ir a alguno de esos países más sensibles, con mayor dotación en sus presupuestos educativos y mejores expectativas de empleo, aunque solo sea rellenando sándwiches en alguna cueva. Para algo serviría mi experiencia, no solo académica. 

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