domingo, agosto 10, 2014

Hacia el monte.


Si este blog se llama como se llama se debe a aquellas excursiones veraniegas del siglo pasado (no recuerdo ahora si alguna llegó a celebrarse en el presente), a aquellas acampadas de primos y de algún amigo por la montaña de León. Esta tierra quizá carezca de otros recursos, pero de monte no se puede quejar. Hacia el monte hemos tirado siempre desde la infancia. Y no es que seamos cabras, aunque alguna vez nos poseyera el espíritu del cornudo animal, con gran riesgo para nuestra integridad física. Sería la suerte, o algún elfo benéfico que velaba por nosotros, el caso es que nunca hubo accidente a destacar.
Se tira hacia el monte y, por ende, hacia la naturaleza. Incluso en las llanas tierras de Escania aproveché yo para disfrutar un mes viviendo en una casa rodeada de bosques y ríos, constituyendo esto la mayor ventaja de aislarse en el apartado Furulund. Ese fue mi pueblo para mí, que ni siquiera tengo pueblo en León. Ahora, en este cruce de caminos en el que he vuelto (temporalmente y porque no queda otro remedio) a ostentar la ubicua etiqueta de ni-ni, considero que una liberadora visita al monte sería lo mejor antes de que comience septiembre, el mes en el que todo, sea con matices académicos o no, vuelve a ponerse en marcha. 
Puesto que un amigo se encuentra en Posada de Valdeón por motivos laborales todo agosto, qué mejor razón para regresar un par de jornadas al camping que ya fue testigo de nuestras aventuras veranos atrás. Ese es el plan más factible para las dos próximas semanas, sin descartar que en septiembre, se haya solucionado o no el tema del doctorado, podamos ir a la playa antes de que haya proclamar eso de que el otoño is coming. Hacia el monte, siempre, en San Isidro, Yosemite o cualquier loma con algo de pendiente. Ahí tenemos nuestras raíces, y las raíces de este propio espacio. 

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