jueves, mayo 25, 2017

La bella y la bestia / Princesitas.

Hace una semana visioné finalmente la nueva versión de La bella y la bestia de Disney, que, como imaginaba, resulta innecesaria a todos los efectos salvo en un lógico campo: el económico. A la vista de la recaudación, en ese sentido la traslación era bastante justificada. ¿Alguna novedad relevante, pues? Las hay, desde luego, puesto que, aunque la historia sigue casi paso por paso el original de animación, el metraje se ha incrementado del mismo modo. Aunque un filme de esta clase no necesitaba publicidad adicional, surgió en su estreno una absurda polémica sobre el que sería el primer personaje gay oficial del estudio. Oficial, claro, porque extraoficial se me ocurrirían unos cuantos. ¿Y quién sería este, que provocó la reacción histérica de algunos gobiernos que se dirían afectados por una severa represión sexual? Bueno, en el filme se dan pistas. Ya en el original aparecía la relación entre Gastón y LeFou, siendo sospechosa la admiración de este último hacia su colega, símbolo de la hipervirilidad atrofiada. En la nueva versión aparece fugazmente otro personaje cuya única función parece ser crear un momento equívoco con LeFou justo cuando la historia va a terminar. Metido un poco con calzador. Si de verdad quieren ser pioneros en eso, más vale que en el próximo intento introduzcan un personaje de verdadera entidad. 
Por lo demás, el nuevo añadido, a priori, tendría que ver con una actitud más feminista por parte de la princesa (aunque de princesa no tiene mucho, salvo al final por casamiento), no en vano la actriz que se encarga de interpretarla también es famosa por sus reivindicaciones feministas. Ya se sabe que Bella es criticada por leer en un pueblo en el que la gente resulta especialmente supersticiosa y necia, en este filme se subraya la educación como una manera de progresar socialmente y apartarse de la mediocridad general. El problema, obviamente, es que la historia no deja de ser un cuento de hadas. Y de los tradicionales. No es Frozen. Con todos sus deseos de independencia, al final se casa no con una bestia sino con un príncipe tan viril como Gastón pero redimido por el amor. El amor romántico, ese que ahora se cuestiona pero quien más o quien menos ha crecido con el influjo ideológico de estas historias. La moraleja del cuento es que no se deben despreciar las apariencias pero, a diferencia de lo que pasaba con el pobre Quasimodo, al final tanto la vieja vagabunda como la bestia se convierten en seres bellos, dignos de admiración. El príncipe desprecia y debe pagar por ello puesto que el desprecio (que la mayoría de la gente hemos otorgado y /o padecido) en ocasiones se vuelve en contra y nos explota en la cara. El príncipe paga convertido en bestia pero al final vuelve a ser el príncipe azul característico, esa figura idílica que tanto daño psicológico ha causado en tantas niñas (y no solo niñas) que se aferran a ese ideal incluso ya traspasada con mucho la infancia. Ellas mismas se convierten en princesitas y sufren de princesitis, un síndrome difícil de extirpar. Y pese a todo... Sigo siendo deudor de muchos buenos ratos gracias a Disney y esta clase de historias. En este caso, me quedo con la original. Entonces la vi doblada, porque no había otro remedio, y ahora la vi en versión original puesto que soy otra persona distinta, no se si peor o mejor. Con todo, por supuesto que yo mismo cantaba en español: Qué festín...

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