domingo, diciembre 17, 2017

Duendes y pequeños engendros.

Si, en conjunto, cabe poca duda acerca de que este año ha resultado mejor que el anterior, eso no quita para que el catálogo de mezquindades se haya alargado hasta el último mes. Visitas que no fueron devueltas, personas que prometían más y actitudes que se dirían malvadas si no fuera porque, probablemente, reflejan carencias emocionales profundas. La verdad es que esta semana no ha tenido nada especial, ni tendría por qué, siendo la calma que precede a la tormenta y que antecede la tormenta. 
Pequeños engendros podría ser una traducción malintencionada de los little monsters, los fans de Lady Gaga, una legión fiel pese a las adversidades, de la cual yo conocí un insigne ejemplar durante el puente. Lástima que el divismo que desprende la figura de la artista, una actitud que a fin de cuentas tiene mucho de pose, se haya contagiado a pequeñas divas como esa. De hecho, fue una semana bastante saturada de divismo. Contuvo, además, reveladoras confesiones que yo no hubiese esperado, acerca de encuentros entre personas de mi pasado y de mi presente que yo solo había imaginado como hipótesis. Bueno, encuentros virtuales, cabría decir, pero mucho menos constructivos de lo que a mí me hubiese gustado. Más vale ser críptico en estos terrenos, salteando así asuntos de índole privada que, no obstante, quería dar salida de un modo u otro. 
Criaturillas pesadillescas antes de Navidad, los duendes, no de Papá Noel, y los monstruitos, a priori, parece que se van a tomar un descanso durante estas fechas. Mejor así. Las fiestas suelen estar bastante concentradas en lo que es su esencia, del 24 al 31, y resulta infrecuente que pueda mantenerme con el mismo nivel de energía todo ese período. No obstante, el 20 y 21 estaré en Oviedo, despidiendo el año en Asturias, al igual que hace un año regresé de allí por estas mismas jornadas. Teniendo en cuenta que en cuatro meses solo he tenido una tutoría, a la que se deben sumar la reunión preparatoria de un simposio y otra tutoría la semana que viene, desde luego que no hubiera parecido muy necesario seguir viviendo allí. El doctorado se basa, de manera importante, en los plazos y las esperas, y eso (junto a las abominables actividades de formación transversal) es lo que me resulta más detestable del proceso. Siento, por un lado, que podría haber hecho más; por el otro, que esto no es la carrera, que esto descansa en la incertidumbre del depender de muchas entidades evaluadoras externas, con criterios que pueden estar un millón de veces alejados de los míos. En todo caso, no voy a desplegar aquí un pesimismo pre-navideño. Lo único que puedo asegurar es que el periodo de exclusividad de la tesis llega a su fin. El plazo que me concedí a mí mismo concluye, y ahora toca afrontar las consecuencias.

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