miércoles, febrero 28, 2018

Final blanco.


 Como la última vez que escribí en este espacio, el mes termina en blanco, nevado de forma generosa. Me gusta la nieve, aunque obstaculice mis planes, como ha hecho en algún momento de las últimas semanas. En todo caso, el beneficio que deja es evidente, solo hace falta contemplar la foto de arriba, del pantano de Luna casi a la mitad de su capacidad, muy distinta de la estampa extraterrestre que pude observar en mis visitas de otoño. Hoy ha nevado también (menos que aquí) en Oviedo y, de nuevo, me lo he perdido, en esta ocasión por solo un par de días. ¿Qué decíamos del mal timing? Y del mal fario, claro, de eso hubo mucho allí. Solo hace falta indicar cómo el bar de ambiente más prometedor lo han abierto una vez yo abandoné la ciudad, por suerte he podido estrenarlo el pasado fin de semana.





 El sábado salí por allá, primero en un lugar llamado Chelsea, también con ciertas reminiscencias queer como ese corazón púrpura y luminoso de arriba. Después de cenar nos dirigimos a La Caja, el garito al que me refería antes, situado junto a la plaza del Ayuntamiento. Al comienzo no me dejó buena impresión, porque a la una estaba bastante vacío. Comparándolo con el último espacio de ese estilo que hubo en León, me preguntaba si la gente no llegaba por ser final de mes, por el frío que también sufrimos allí o porque era todavía demasiado pronto. Parece ser que esta última razón era la correcta, porque a partir de las dos la barra y la pista comenzaron a poblarse de un variopinto público. Yo, que ya solo suelo tomar brebajes de ese estilo en ocasiones especiales, degusté mi Absolut con limón y, valga la rima, un jamón de tapa. Nos fuimos a las tres, aunque no me hubiera importado quedarme algo más. Yo, que ya no acostumbro a salir de madrugada, estaría más dispuesto a hacerlo si encontrara más sitios en los que me encuentro cómodo, como este. Lamentablemente, ya lo indiqué antes, el lugar ha aparecido un poco tarde respecto a mi relación con Oviedo. No todos los meses voy a volver allí y, cuando lo haga, no siempre voy a quedarme dos noches seguidas para que me coincida bien el salir de fiesta.


 Pero, todo lo que pueda aprovechar, ¡bienvenido sea! Al día siguiente comí de tapas y luego tomamos el té en un lugar llamado Bendita Lokura que (a juego con su nombre, supongo), tiene el techo decorado con estas esculturas tan lisérgicas, ángeles no precisamente asexuados, como los que aparecen en alguna de las obras que analizo para la tesis. Y, hablando de esta, es hora de poner de relieve la verdadera razón de mi visita, de nuevo reunión del congreso de humanidades médicas junto a la tutoría individual. En la primera se avanzó mucho, aunque, quizá por hambre o quizá por un ataque de ansiedad pensando en la que podía deparar la segunda, devoré un donut con chocolate que mi directora, con toda su buena intención, había dejado en la merendola común del grupo, junto con polvorones o rosquillas. Vamos, que, con tanto discurso trans, me di un pequeño ataque de grasas trans, que no son precisamente positivas ni liberadoras.



Pero no había motivos para la ansiedad y sí, como siempre que voy a estas periódicas reuniones, un chute de energía y optimismo, un poco diluido a mi regreso a León pero que, en espíritu, subsiste dentro de mí y más vale que lo haga. El depósito de la tesis (a priori), dentro de tres meses. El tema artículos, que, como suponía, he dejado demasiado para el final, va lento pero aún es posible arreglarlo, de un modo u otro. Para las dificultades que vayan surgiendo sobre la marcha, la única opción será dedicarles una mirada inteligente como la que tiene la niña de la foto de abajo, un póster que me gustó tanto (mi directora lo tenía en su despacho) que decidí hacerle una foto. Las chicas listas leen libros. Y algunas tontas también, supongo, pero, en fin, sigamos leyendo y acabando con esto, que ya va siendo hora. 



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