miércoles, junio 13, 2018

No llorar por el alpiste derramado.

Hace unas horas, cuando volvía en bus hacia aquí, desparramé una bolsa de alpiste (frutos secos tan bajos en sal como incontrolables) y, dentro del ridículo, al menos tuve la suerte de ir sentado solo en la fila. Por dignidad (y civismo) recogí algunos cacahuetes del suelo y aprendí la lección, que posiblemente consista en llevar una bolsa más pequeña para la próxima vez. No fue esa la lección más importante que he aprendido en el viaje, desde luego. No hay que llorar por el alpiste derramado y, del mismo modo, tampoco hay que llorar por posibles errores u oportunidades perdidas en el pasado. Lo que hay que hacer es recuperar oportunidades o pasar por encima de los errores. 
Viaje corto y aprovechado hasta la última expresión, ayer con Juanjo en el Per Se, ante la presencia de un Lolito que, sin duda, sería un buen personaje literario, y esta mañana un té con mi directora y mis compis de doctorado a quienes ella también dirige, montando una reunión improvisada después del comité. Y, ¿cómo fue este? Bueno, fue el último, eso está fuera de duda. Y la valoración fue positiva. No muy positiva, pero positiva (son los dos grados en los que me he movido estos años). Mi dire dijo que no hay competición en el doctorado, es decir, que no hay mal ambiente entre quienes lo hacemos. Bien cierto, por mi parte. Vicios heredados de la carrera, quizá, me sigue resultando inevitable establecer comparaciones, por odiosas que sean. Pero voy a trascenderlas. Poco importa la situación de fulanito o menganita, aunque formen parte de mi misma promoción. Yo comparo, tan solo, si eso se encuadra en un ejercicio de motivación, no de un estéril ejercicio de remordimientos. Mi situación actual es que estoy cerca, pero no se cómo de cerca; por ello, debo permanecer alerta, y organizar una ofensiva si así es preciso. Es posible que yo sea de esas personas que juega mejor contra presión. Esto no es un juego... ¿O en parte sí? 

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