viernes, junio 29, 2018

Tiempo para la épica (parte I).






Me resulta difícil ordenar mis impresiones acerca del día de ayer, son muchas y me bullen en una cabeza alterada por la fiesta de anoche, la primera fiesta de Orgullo a la que asisto en León desde 2014 (y a la que asistí por una carambola del destino, por cierto). Lo primero que me viene en mente es que, en ocasiones, las cosas se disfrutan más desde un segundo plano, sin necesidad de ostentar protagonismo. La envidia es mala, la competitividad puede serlo, esa es otra de las lecciones que nos deja este mes. Lo comprobé en Oviedo, lo comprobé ayer. Vale, en nuestros colectivos leoneses, ya extintos, nunca conseguimos hacer algo como el Orgullo de este año. ¿Y qué? Eran otros tiempos, otras circunstancias y lo hicimos lo mejor que pudimos o supimos. Por lo que respecta al actual colectivo organizador del evento, si no estoy enrolado en él ha sido porque no he querido, vaya. Es una decisión personal que puede variar o no. Lo que está claro es que cuentan con toda mi simpatía y apoyo, y que seguiré participando en las actividades que considere pertinentes. Han cogido mucha fuerza en solo un año, no puedo más que alegrarme por ello. Si en 2017 solo asistí al izado de bandera y a la marcha, lo de ayer fue mucho más completo. La bandera sigue sin ondear en el ayuntamiento, pero hubo una ocupación simbólica, forzada e improvisada, del edificio, ya lo iré narrando.




 El epicentro fue, de nuevo, Espacio Vías, donde salimos en la foto de arriba. Por la mañana había varios puestos de asociaciones y una barra de tapas. El sol pegaba que daba gusto, aunque no era más que una ilusión respecto a lo que sucedería por la tarde. La manifestación (suerte que podamos llamarla así, y no desfile o incluso cabalgata) salió poco después de las seis y media. Fui con Claudia y Nuria, como el año pasado, ahí están con la bandera trans, una de las pocas de ese estilo que se vieron, si bien este año, a nivel nacional, se hacía mucho hincapié en la defensa de la temática trans. Yo llevaba la bisexual, como otras veces, tan solo vi a un chaval que se la hubiera puesto a modo de capa. Sí, soy consciente de que he escogido la foto en que salgo con los ojos cerrados. Qué le vamos a hacer, paso de cambiarla. Creo que refleja muy bien mi estado de ánimo a la hora de redactar estas líneas.


 Por un momento temí que la tormenta fuese a impedir la salida de la marcha. No lo hizo, tan solo la cortó a la mitad, provocando, eso sí, una serie de momentos que difícilmente olvidaré. En fin, salimos en marcha, por una vez en retaguardia. No soy bueno con los números, pero digo yo que habría por lo menos un centenar de personas, el doble que el año pasado. Y bastantes adolescentes. ¿Dónde estaban hace cinco años? Imagino que todavía eran muy jóvenes para salir. Me alegra mucho esta evolución. ¡Todavía hay esperanza! Que digan lo que quieran acerca de ciudades como esta. Incluso en la universidad, que en mis tiempos jamás vio algo así, se hizo una concentración y una proyección en mi facultad de un documental sobre Stonewall, a cargo de otros colectivos. Ya se sabe, momentos en que uno cree llegar tarde a todo. Sea como fuere, eso no me hace menos feliz. Seguiré el relato de esta histórica jornada si el tiempo lo permite. No, no lo permitirá, pero da igual, ahí va a estar la gracia y la poesía. Hasta la épica. Nada comparable con el filme de Churchill que vi, claro, esto no es Dunkerke (pese al agua), pero siento que es un tiempo para la épica. Cuando termine el mes, las fiestas y el relato de este Orgullo, solo tomándome mi proyecto con perspectiva épica podré sacarlo adelante. Así pues, ¡en marcha!


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