miércoles, julio 04, 2018

Tiempo para la épica (parte II).




 Y se hizo la marcha. Tú y yo lo sabíamos, la lluvia iba a surgir, en su aparición estelar, y al menos es de agradecer que, durante buena parte del camino, lo hiciera de forma liviana, respetando el Orgullo. Ya se sabe, y se coreó mucho durante el mismo: tras la lluvia sale el arco iris. Arco iris hasta en los paraguas de la gente. Yo no llevé el mío, sabía que iba a ser un acto un poco suicida, pero llevarlo hubiera restado un poco de gracia al asunto.






El gran diluvio, la versión acuática de Sodoma y Gomorra, llegó cuando pasábamos junto al Ayuntamiento (antiguo) de León. Ese desde el que no quisieron colgar la bandera de la foto de arriba, pero sí que colgaron pancartas alusivas al fútbol que, a la larga, demostraron ser un poco cenizas. La lluvia arreciaba pero hubo quien sacó los emblemas bajo el chaparrón, parejas de chico-chico y chica-chica (adolescentes o no) besándose y calándose hasta los huesos, una estampa muy bonita. Diría que algo ñoña, pero quizá esa valoración no sea más que envidia por no haber tenido yo en aquel momento pareja con la que salir a disfrutar de ese momento fotográfico. Aunque no hace falta emparejarse para sostener, como sostengo, que algunos de los instantes transcurridos en esa marcha, y en ese húmedo interlapso, se quedarán grabados en mi memoria para siempre (al menos mientras la conserve). También salimos nosotros a modo de despedida, Claudia y Nuria por su parte, yo con la bandera bi, una despedida porque no nos quedamos a que frenara el chaparrón y finalizara la marcha donde siempre, en sindicatos. Gozamos ya de veteranía en el tema de la izada en sindicatos, por un año tampoco creo que se nos pueda tener en cuenta... En cambio, emprendimos una enloquecida carrera por un Ordoño II navegable, desierto, con las banderas al viento y la sensación, por mi parte e imagino también por la suya, de una indescriptible felicidad.







Merece la pena ser feliz aunque se termine como yo en la foto de arriba. Hasta la bandera destiñe de felicidad, como puede comprobarse en la siguiente instantánea. Una mancha rosácea en el suelo, bonita metáfora de cómo nuestros colores se extendieron por la ciudad, aunque no fuese más que una pequeña mancha dentro de la amplitud barrida por la marea.






Y faltaba el broche final, la fiesta, a la que pude asistir gracias a la aparición providencial de un nuevo amigo, que también me acompañó al concierto de Rodrigo Cuevas (un evento que bien pudiera interpretarse como el pre-Orgullo). La fiesta tuvo lugar en el Moloko, en el que también se habían celebrado algunas de mi facultad. Con La Canalla de maestra de ceremonias y el aderezo de unos bastones luminosos de semejanza galáctica y un cóctel de Red Bull y champán de semejanza a un colutorio dental, pasamos un rato estupendo pero moderado, que en mi situación actual no puedo permitirme resacas de cerrar el bar. ¿Habrá sido el mejor Orgullo de mi vida, incluyendo los de Madrid? ¿Incluyendo aquellos que me tenían a mí mismo de protagonista, y que siguen siendo atacados por gente de ignorancia infinita? Sí, bajo mi perspectiva actual, creo que ha sido el mejor. Con una perspectiva más amplia, solo el tiempo dirá. (Y me acaban de conceder la última prórroga, así que solo cabe considerar que ha sido una semana estupenda).





No hay comentarios: