domingo, mayo 09, 2010

LOS CERDOS. Entrega 6.

- A la hora de cortar filetes – comenzó el monitor- tenéis que estar muy atentos al juego de muñeca. Colocáis la base del cuchillo en la carne y luego lo dejáis deslizar suavemente hacia abajo para que vaya cortando la pieza. No hace falta presionar con fuerza, tan solo girar la muñeca con suavidad y que corra. ¡Suave y que corra!

¡Suave y que corra!, se repitió Jonás como un mantra, observando si los movimientos del maestro hacían honor a sus indicaciones. Amarrando el trozo de carne con la mano enguantada, con la otra colocó en efecto la parte final del cuchillo encima y deslizó el filo de forma limpia, hasta sacar un filete delgado al que pronto hicieron compañía otros dos de la misma consistencia. El monitor cogió uno entre los dedos para mostrarlo a sus aprendices de ejemplo.

- Las señoras suelen preferir filetes finos, para empanar o para hacer flamenquines, por ejemplo. A menudo os los pedirán así, acostumbraos a cortarlos delgados.

Antes de la clase los asistentes habían tenido que firmar en un listado, ya que cierto número de ausencias conllevarían no obtener el diploma. El monitor repasó las fotografías por encima, tratando de quedarse con aquellos rostros encuadrados por la misma visera.

- A ver, Jonás- anunció- Te ha tocado.

¡Oh, mierda!, pensó, si bien exhibiendo una sonrisa cohibida en la que expresaba sencillez y una disculpa por adelantado previendo que su suerte de primerizo iba a ser nula. No supo en ese instante por qué fue escogido para abrir la terna, quizá porque su nombre no destacaba por lo habitual, aunque los de algunos de sus compañeros latinos tampoco se quedaban cortos. Jonás fue aleccionado sobre cómo colocarse el guante metálico y afilar el cuchillo, antes de ponerse a la tarea. Su hendidura en la carne dio buen resultado, pero guió la senda del cuchillo de forma tan desviada que al final lo que salió de allí fue un filete estrecho en punta que luego se fue ensanchando hasta alcanzar un dedo de grosor. Jonás, avergonzado, cogió la considerable pieza y la colocó junto a las que había extraído el carnicero, deseando que quedara disimulada como una gorda y amorfa hermana de estas. El monitor, dulcificando una mirada de disgusto, le dio una palmada en el hombro.

- Bueno, no está mal- comentó- No está mal para un león, claro. ¡Menudo filetón! Pero bueno, en la primera vez tampoco pido milagros. Recuerda: ¡suave y que corra!

Jonás asintió, mientras regresaba al corro. No estaba acostumbrado a ser el blanco de la sorna de sus maestros, aunque este había estado bastante suave, como el movimiento de su muñeca, por ser el primer intento.

- Ariadna Velászquez- llamó luego, y la colombiana, que antes de comenzar ya se había metido en el bolsillo a casi toda la clase, se adelantó con un Ay mamasita y una mueca guasona

Sin embargo, cuando se puso a cortar lo hizo con seguridad, concentración y desgajó dos finas piezas que por poco alcanzaban la perfección de las que había puesto el maestro de muestra. Claro que ella no tenía la menor intención de presumir; acabada la tarea, retornó su semblante risueño.

-¡Vaya!- comentó el monitor, sin querer dar mucha sensación de asombro- Tú ya tenías experiencia en esto, ¿verdad? Bueno, todos podéis aspirar a imitarla, con un poco de técnica y bastante de paciencia.

- Con paciencia y salivita se la metió el elefante a la hormiguita- apostilló Ari, provocando la carcajada general. No así la de Jonás, quien consideró, con cierto prejuicio por su parte, que en su destreza los factores del sexo y de su nacionalidad habían ayudado en buen grado.

No obstante, tuvo que cambiar esas ideas más tarde, porque no había un perfil homogéneo para el buen cortador de filetes. Algunos hombres también demostraron buena mano, y alguna mujer también le acompañó en preparar carnaza para los animales del circo.

El azar quiso luego gastarle una broma provocando que, durante el reparto del género cortado, su propio filetón le cayera en el lote, algo de lo que no fue consciente hasta que llegó a su casa. Jonás enrojeció ante la osadía de aquella pieza que insistía en perseguirle, para su humillación, y decidió sacrificarla aquella misma noche. No era de tomar carne para cenar, mucho menos con aquel tiempo sofocante, pero decidió que digerir aquel mazacote sería más ligero que digerir el fracaso que había sufrido. ¡La primera en la frente! Cogió una de las vetustas sartenes de su abuela y al menos agradeció que hubieran incorporado la modernidad de unas placas de vitrocerámica. Puso el fuego al mínimo y dejó que el trozo de carne se fuera cocinando de forma muy lenta. Por fortuna se encontraba solo y no tendría que dar explicaciones a nadie que se escandalizara porque el corazón de aquel filete estuviera crudo cuando se dispusiera a sacarlo al plato. Jonás sonrió con desprecio, recordando al hipotético receptor de sus artes como carnicero.

Las señoras, las señoras… Bah. ¿Por qué tendría que preocuparse él de ese ente informe llamado las señoras, y su ansia de filetes finos que esconder bajo la capa del rebozado, quizá convirtiéndolos en esos flamenquines cuya definición trató de recordar, sin fortuna? La perfección en aquel arte era tan relativa como en cualquier otra. A fin de cuentas, aquel mundo había pasado de la rotundidad de unas carnes a lo Rubens al estado rayano en la anorexia que imperaba en la actualidad; o, mirado de otro modo, su filetón no hubiera desentonado junto a un cuerno de cerveza en el festín de un jefe vikingo, mientras que ahora era despreciado por las modas que imponían aquellas señoras que, quizá, no distarían mucho de los clientes del mesón de sus padres. Por favor, este filete no está demasiado pasado… Esos degustadores de suelas de zapato con las que él se complacería en golpearlos.

Pues no, a él le gustaba la carne poco hecha y pensaba tragarse ese filete regado, para desquitarse, con una buena cantidad de whisky. Trasteando por la cocina descubrió un cuchillo parecido al que habían utilizado en el curso, y un afilador. Creyó que era el momento de hacer los deberes y, aunque no le fue posible llevarse una pieza de ternera en la mochila, al menos los instrumentos los tenía al alcance para practicar su juego de muñeca, como si se tratara de meter una pelota de golf.

Amarrando el cuchillo con cuidado, Jonás salió de la cocina y atravesó el salón, que aún estaba bastante vacío y él no tenía previsto utilizarlo en gran manera. Todos los trastos de su mudanza los había trasladado a una habitación anexa, a un dormitorio ahora sin uso que iba a convertir en un laboratorio sui generis. Aparte de un televisor, varias sillas y una estantería con recuerdos familiares, el mueble de mayor provecho era una mesa situada al lado de la ventana que daba al patio, la cual estaba abierta para contrarrestar el sofoco. Allí era donde Jonás se dispondría a dar buena cuenta de la pieza que había dejado al calor.

Su piso no era demasiado grande, no había lo que se pueda denominar un pasillo, así que al final del salón se abrían tres puertas, una daba a su dormitorio, otra al cuarto en el que tenía pensado trabajar y la tercera al baño, bastante reducido, en el que el lavabo, el retrete y la ducha se disponían seguidos, casi tocando los unos con los otros. Jonás se colocó enfrente del espejo, de perfil.

- Suave y que corra. Suave y que corra- iba musitando, al tiempo que repetía el movimiento que les había enseñado el monitor.

Tras cuatro o cinco intentos, se sintió bastante ridículo y abandonó. Lo que es la técnica no le parecía lo más complejo del mundo, pero sin materia en la que ponerla en práctica su ejercicio se quedaba corto. Decidió volver para comprobar cómo iba el filetón.

2 comentarios:

El vagabundo dijo...

Los Cerdos va bastante bien, Luis, me trae muchos recuerdos, tambien. Adelante!
Paco

Luis dijo...

Thank you Paconcio! Lo cierto es que esta semana no se si podré escribir algo, que me tienen masacrado a trabajos, pero la novela seguirá...