viernes, mayo 14, 2010

LOS CERDOS. Entrega 7.

En regresando a la cocina, Jonás fue directo hacia el congelador. Hasta hace poco vacío, había ocupado la mitad de su espacio con una bolsa de cubitos de hielo del chino y la carne sobrante de aquella lección inicial. El joven supuso que, si durante todos los días del curso regresaba con semejante cantidad de provisiones, pronto el electrodoméstico quedaría saturado. No eran tiempos, con todo, de andar arrojando comida, por muy mal cortada que se encontrase esta. Se imaginó que la mayoría de sus compañeros del taller se hallarían agradecidos si les cediera su carne para repartir entre su numeroso clan. Más allá del filetón, que continuaba casi crudo en su parte interna, Jonás necesitaba refrescarse de inmediato.

Al abrir la puerta del congelador, se encontró con una cucaracha correteando por el borde de la misma, ya que el hecho de que hubiera surgido del interior era poco probable. El insecto desapareció con la misma rapidez con la que había entrado en escena, pero Jonás no pudo refrenar un respingo; el cuchillo, que aún tenía en la mano, se deslizó hacia el suelo sin causarle daño alguno. El joven había ahogado un grito. No sentía temor, sino sorpresa; tampoco le hubiera molestado parecer una asustada damisela, dada su situación solitaria en el cuarto. Era una cucaracha, de eso no le cabía duda, aunque no una de esas clásicas y negruzcas como las que solían aparecer en otros pisos. Aquella le resultó más alargada y de tonalidad marrón, un tamaño medio pero lo bastante considerable como para que le repugnara su presencia en el linde de su almacén de comestibles.

Sintiendo como la llamada de esa raza que había colonizado el piso en una sigilosa invasión, Jonás observó que por el fregadero aparecían otras, esas apenas crías, del tamaño de una hormiga o incluso menor. Superado el instante de aturdimiento, Jonás se dirigió hacia allí. Bichos promiscuos, a la par que tontos, pensó, ellas mismas se han colocado en la trampa y van a caer en su propio Mar Rojo. Accionó el grifo, y el agua las arrastró a través de esas cañerías en las que supuso que tendrían su imperio, por no hablar de otros múltiples escondites de los que el viejo piso andaba sobrado. Algunas escaparon por el suelo y Jonás cogió la escoba para barrer su existencia. No obstante, en la desbandada la mayoría se le esfumaron y el joven, resignado y negándose a que ese imprevisto ataque le fuera a disuadir de su objetivo principal, abrió el congelador sin temor alguno y se aprovisionó de un par de piedras.

Jonás no necesitó de muchas conjeturas para imaginarse que la cocina era el bastión fuerte de los insectos, así que en el salón se sentía ajeno a ellos, el whisky le bastó para ahogar sus escrúpulos e incluso dedicó el primer trago a esa numerosa, si bien indeseada, comunidad de compañeros de piso. Se había puesto a cenar al lado de la ventana, aunque su comida no es que se viera lo bastante ligera como para aliviarle el calor. Mientras engullía el filete, un par de chorrillos de sangre le bajaban por las comisuras de los labios, dando fe de que lo había dejado en su peculiar punto. Decidió hacer una pausa para llamar a su padre, desconociendo si le iba a pillar con mucho o poco trabajo. Él se había mostrado reticente al giro que había dado su vida, y relatarle el asunto de las cucarachas era en cierto modo darle la razón, pero Jonás necesitaba una serie de informaciones concretas que tal vez él pudiera ofrecerle.

Cogió el móvil y llamó al mesón, sin sospechar que en aquel momento su padre lo que se disponía a coger era un cochinillo listo para el asado, otra de esas piezas como las que tanta fama habían otorgado a su establecimiento. Sin embargo, el afán paterno por tener noticias suyas pudo lograr que compatibilizara cerdo y teléfono en el mismo momento, sin cesar de moverse por la cocina.

- ¡Jonás! ¿Qué tal? Estoy un poco liado, hijo, pero dime, ¿cómo te apañas?

- ¡Hola, papá! Perdona, me imaginé que tendrías curro aunque no sabía cuánto. Solo quería preguntarte una cosilla sobre el piso.

- A ver si te puedo ser de ayuda, porque últimamente no es que haya parado demasiado por allí…

- Ya- Jonás no sabía muy bien cómo abordar el tema de los bichos justo cuando su padre estaba cocinando- El caso es que… ¿Tú sabes si aquí solía haber… cucarachas? Bueno, el caso es que quizá sea un problema del bloque de viviendas, o solo que hayan salido por el calor, el caso es que me ha parecido ver unas cuantas, no es que sean una plaga pero bueno…

Aunque Jonás no pudiera observarlo, su padre frunció el ceño, sujetando el teléfono contra el hombro mientras preparaba al puerquito para su sesión de horno. Al poco reaccionó ante el asunto.

- ¡Ah! Claro, ahora me lo imagino, pero es que ya hace tiempo de eso. Fue tu abuela. Antes de enfermar guardó un cesto de patatas vete a saber dónde, por una de esas estanterías debajo de la cocina, y cuando quise darme cuenta eso se había convertido en un festín de cucarachas. ¡Y no creas que no intenté librarme de ellas! Eché polvos, eché insecticida pero nada. No se si las que has visto vendrán de ahí o será cosa de ahora, en todo caso vas a tener que echarle paciencia, ya me cuesta mantenerlas a raya aquí mismo…

Jonás comprendió. Había acudido a su progenitor buscando una respuesta fácil, que no había hallado. Es por eso que aquel pudo reconvenirle, como había imaginado.

- De todos modos te avisé de que no te metieras en ese cuchitril, lo que tendríamos que hacer es venderlo y que el que venga luego que apechugue con las cucarachas y con lo que haga falta. Jonás, ¿al menos te está sirviendo de algo estar allí?

- Bueno, he empezado un curso de auxiliar de carnicería.

Auxiliar de carnicería. En el tono en el que lo había dicho, resultaba hasta pedante y todo. Fue un error, lo supo, una carta mal jugada y mejor hubiera sido mentir, pero el whisky y el calor le estaban haciendo bajar la guardia. Se imaginó a su padre quedándose atónito. O, mejor dicho, desilusionado, aunque sus palabras resonaron por el teléfono con tono comprensivo.

- ¿Auxiliar de carnicero? ¿Qué es eso? Si de cortar carne se trata, para eso te hubieras quedado aquí para que te enseñara yo, que tú vales para eso y para mucho más.

- Es para ir tirando- objetó Jonás, tratando de recular a destiempo- No estoy muy instalado aún aquí, quiero ir poco a poco con mis experimentos…

En el fondo, él no quería dar explicaciones lógicas porque no sabía si podría encontrarlas. La lógica no era el sentido que le había acompañado durante aquel viaje. Es posible que su padre lo supusiese, por ello tampoco quería insistir demasiado.

- Mira, Jonás, si lo que quieres es estar un tiempo fuera me parece bien. Los jóvenes se cansan de estar aquí y tú has trabajado mucho, hijo, pero tampoco me extrañaría mucho si tras el verano te veo otra vez por acá.

- Uf… No se, papá, aún es pronto para saber eso. Ya te digo que ni siquiera he sacado los cacharros de trabajo, a ver si me pongo ahora con ello. Ya estamos en contacto, igual me escapo para allá un fin de semana, igual me tienes que dar clases particulares porque esto de partir no me viene de familia…

Jonás sonrió. Lo de volver un fin de semana era una excusa, pero lo de las clases en verdad lo hubiera deseado, para volver al taller demostrando al monitor sus progresos.

- Muy bien. Un beso, hijo.

- Igual. Ciao!

Jonás se metió otro trozo sangrante en la boca, meditando que, antes de tomarse otro whisky, bueno sería adentrarse en el maremágnum que tendría que ser su laboratorio, no fuese que las nieblas y la digestión le anclasen a aquella mesa.

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