domingo, septiembre 12, 2010

LOS CERDOS. Entrega 24.

VIII

En efecto Jonás no había bebido demasiado esa noche, aún. La jarra de cerveza le refrescó, el líquido pronto fue a parar al urinario del restaurante. Concluyó la cena con un chupito de flores, invitación de la casa, dulzón y poco proclive a hacer mala mezcla con lo anterior. Su cabeza no sufría una nueva borrachera, tampoco el bochorno, por fortuna, ya que la noche, sin ser fresca, tampoco llegaba a los extremos del día. Jonás se dejó llevar por la llamada de la oscuridad, de esa aliada con la que Penélope podía haber contado para dar rienda suelta a todos sus demonios.

Se encontraba solitario pero no en soledad, puesto que, en su paseo sin destino prefijado, llegó hasta lo que parecía una animada zona de copas, un barrio de trazado bastante irregular que al menos le recordó a alguno de la ciudad que había dejado atrás. La diferencia principal era que este le resultó más sórdido, quizá por una iluminación mortecina, aunque también podría alegarse lo mismo de la propia calle en la que residía. Los rincones oscuros eran lugares tentadores para refugiarse, como pudo comprobar al sentarse en un banco de piedra. Cerca de allí, en un recodo del camino, pudo vislumbrar a dos hombres que se estaban dando el lote de manera pasional, pegados contra una pared. En realidad no podía estar del todo seguro acerca de su sexo desde su posición, sin embargo Jonás había mejorado su radar para percibir ese tipo de realidades.

No tenía curiosidad por espiarlos, de todos modos, esa noche no tocaba labor de mirón y observó por tanto un poco de reojo, para luego perder la vista en algún lugar inconcreto.

Una imagen irrumpió en la mente de Jonás. Eran dos hombres, no tan cariñosos entre sí pero de vez en cuando cogidos del hombro. Esos, que no eran otros que Al y el propio Jonás, regresaban de una noche de juerga, en medio de discusión que tenía parte de verdad y parte de broma, una característica bastante relacionada con el alcohol. De hecho estaban compartiendo una bebida para el camino, la cual contenía un vaso de plástico con capacidad para un litro. No hablaban demasiado fuerte, aunque sus voces retumbaban en el vacío de las callejuelas del regreso, por las que no se veía a mucha gente, si acaso algún que otro trasnochador que no se interesaba por lo que ellos estaban hablando. La voz de ambos se había convertido en un soniquete muy influenciado por el clásico tonillo que impone un exceso de bebida.

- No te entiendo, Jonás… Tú querías quedar con Penélope… Pero ya lo has hecho, ¿no? La has invitado a cenar, todo un detalle por tu parte. ¿Por qué no le pediste que te invitara ella al postre?

- Coño, ya empiezas a hablar como ella…

- Será porque he pasado más tiempo con ella… Pero, ¿acaso no era lo que buscabas? ¿Hacer de celestino? Tampoco es que vivamos una luna de miel, tío, hemos echado solo unos pocos polvos, aunque alguno muy salvaje, y en algún otro se nos olvidó el condón…

- ¿Te importaría no decirme esas cosas cuando estoy compartiendo el cachi contigo?

Al cogió la bebida, escupió dentro y se la devolvió a Jonás.

- ¡No voy a permitir que desprecie mi saliva alguien que se ha enrollado conmigo!

Jonás miró alrededor, por si pasara alguien. Desde aquella noche Al y él no habían hablado demasiado claramente sobre lo que había ocurrido entre ellos. Bebió un trago, para que viera que ni despreciaba su saliva ni la noche que pasaron juntos.

- Te conozco, Jonás, creo saber qué buscas. ¿Alcanzar la estabilidad, tal vez? Estoy seguro de que podrás conseguirlo, gracias a tu talento y tu trabajo. Por lo que se refiere a tu vida privada… No, no busques donde no tienes que buscar. Ella no es uno de tus experimentos. Yo tampoco.

- Entonces ya tenéis otro punto en común…

- Para bien o, seguramente, para mal. Somos inestables, Jonás. Tú podrás serlo en ocasiones, pero nosotros lo llevamos ya en la sangre. ¿Con quién podría ser compatible ella? Con gente como yo, con gente que también padece un frágil equilibrio mental y, por tanto, sabe a lo que se está enfrentando.

- Ese desequilibrio no está solo en vosotros. A mí me estáis arrastrando hacia él.

- ¿Solo eso? Y entonces, ¿por qué no te apartas de nosotros? ¿No será que tenemos algo más que ofrecerte? Jonás, por mucho que lo intento no llego a entender qué significa ella para ti. Y lo peor de todo es que tampoco se qué significo yo para ti.

Jonás se sentó en un banco cogiendo el vaso, Al le imitó. Tras beber, miró a su amigo intentando parecer más sereno de lo que estaba.

- Al, creo que esta conversación va más allá de lo que podríamos considerar la típica filosofía de dos amigotes que vuelven a casa tras coger una trompa.

- Tú y yo no somos amigotes, aquí no hay filosofía que valga. Solo veo cierta actitud esquizofrénica en la que ni tú quieres follar conmigo, ni tampoco quieres que yo folle con ella.

- ¡Yo jamás he dicho eso!- protestó Jonás.

- No es necesario… Tú la quieres solo para ti y yo no te lo reprocho, pero sí voy a desanimarte. Eso no es posible, señor Pigmalión, esa chica modela pero no deja que la modelen. De todos modos, si consideras que soy un obstáculo entre vosotros, creo que podré quitarme de en medio.

Jonás le arrojó una mirada cortante.

- Y yo creo que ciertas cosas no deberían decirse ni bajo los efectos de la colonia que nos estamos tomando.

Al rió, cogiendo a su amigo por el hombro.

- No seas tonto. No me refería a eso, ¿eh? Mi época como bisexual suicida ya ha quedado atrás. Me refiero a quitarme de en medio en el sentido del que te hablé: largarme, alejarme del mundanal ruido.

Jonás esbozó una sonrisilla burlona, casi imperceptible.

- Hoy me permitirás que sea yo también charlatán y te diga: no te creo.

- ¿Que no me crees? Espero que seas más charlatán en tu explicación.

- Mira, Al, a lo largo de nuestra amistad me has contado bastantes cosas que yo no he podido creer, a menos que pensara que acabarías en un manicomio.

- Como en efecto acabé, poco tiempo por fortuna.

- En ocasiones me arrepentí de no creerte, como en tu intento de suicidio. Pero en otras muchas sencillamente tus ideas, tus proyectos, todos esos descabellados propósitos de los que hablabas acababan en la papelera de reciclaje de tu ordenador mental, por así decirlo.

Al sacó de su bolsillo trasero una libreta Moleskine negra.

- Apuntaré esa metáfora…

- ¿Por qué tendría que creerte ahora? ¿De verdad voy a creer que vas a ir al monte abandonando la carrera, a tu familia, que me vas a abandonar… y a ella también? Suena a otro de tus intentos para llamar la atención. ¿Qué encontrarías allí, Al?

Fuera para meditar o no una respuesta, su amigo permaneció en silencio contemplando las estrechas calles que les rodeaban, con unas paredes sucias por los carteles, pintadas y algún que otro desperfecto provocado por los viandantes que volvían de juerga como ellos. Jonás pensó en un primer momento si no estaría mareado, con ganas de vomitar; en ese caso la cosa no sería tan inusual, él mismo podría acabar de tal modo si continuaba bebiendo. Al estaba ebrio pero no inconsciente, su mirada regresó para cruzarse con la de Jonás.

- ¿Encontrar? Bueno, quizá me encuentre a mí mismo, al margen de todo y de todos, al margen de mis seres queridos entre los que tú te encuentras. Hay algo fabuloso en la naturaleza, y es su objetividad. Soy humano, me gusta vivir entre humanos, pero estos tienen la irremediable manía de juzgar, comentar, valorar… y castrar. Sobre todo a los castrados, a ellos les encanta castrar. En realidad, no creo que haya un solo sitio en este país en el que me encontrara fuera del alcance de los hombres, es lo que tiene esta civilización moderna. Sin embargo, hay algunos en los que el contacto se reduce al mínimo. ¿Por qué no? Cabras, piedras, árboles, arroyos, montañas… No juzgan, no comentan, no valoran, no castran. Se limitan a cumplir con la tarea que les ha encomendado la naturaleza, aunque no sean conscientes de ella. Habrá quien piense que por vivir de esa manera uno puede volverse loco pero… ¿Y aquí? Observa estas paredes, Jonás, observa estas calles; tampoco sienten, tampoco juzgan, pero noto cómo me oprimen. Son calles y paredes sucias, propias de una ciudad sucia, sí, aunque se crea limpia. Mejor es volver a la pureza de los orígenes. ¿No me crees? Pues no te culpo. Sí, en el pasado te mentí, Jonás, mentí a mucha gente. Pero, en realidad, ¿podríamos hablar de mentira? No creo. Hablemos de inestabilidad, como te dije antes, de esa carga tan inevitable tanto para ella como para mí. No es tanto mentir como cambiar de opinión, a veces en segundos. La veleta gira y gira… Pero ahora quedará quieta, Jonás. No creas que el alcohol habla por mí, como tampoco habló por ti la última noche.

Al no evitó que un par de lágrimas silenciosas se desplazaran por su rostro; Jonás lo vio y se las borró con su dedo índice, apretándose contra él de forma más envolvente.

- Tengo que irme, Jonás… Temo, temer también es humano. Temo a los cerdos. Y no a los cerdos en cuanto animales, sino temo empezar a ver esas grotescas mutaciones que ya conocemos en cada persona que se cruce conmigo…

- No es posible- objetó Jonás, queriendo interrumpirle por primera vez- ¿Como ella? Pero ella plasmó esos cerdos en sus cuadros, Al, no los veía en la realidad.

- ¿Estás seguro? Sí, aparecían en sus cuadros… ¿Y de dónde los sacó? ¿De sus pesadillas? Pero las pesadillas también pueden tenerse estando despierto, amigo mío. Por eso no hay ninguna necesidad de tener celos. Ella y yo estamos más unidos, sí, por experiencias comunes que tú no has tenido nunca y ojalá nunca tengas. Hazme caso, Jonás, aléjate de ella. Yo ya me alejaré de ti por mi propia cuenta. No te arriesgues a venir por nuestra senda. Encuentra trabajo, encuentra pareja. Yo estaré bien y, si no lo estuviera, jamás me iré de este mundo sin despedirme de ti, a menos que me lo impidan. Me siento afortunado, Jonás… Algunas de las cosas que quería decirte ya te las dije, quizá no con palabras pero en todo caso te las dije. Ahora es momento de partir. Me iré antes de lo que imaginas. Y no trates de impedirlo, si lo que quieres es mi beneficio y no lo contrario…

Al se puso de pie, dispuesto a marchar aunque Jonás le sujetaba por el brazo.

- ¡Al! Vale, haz lo que creas oportuno pero… ¿Por qué me dejas ahora?

- Porque no me gustan las despedidas. Y creo que esta noche ya me he puesto más sentimental de lo que me hubiera gustado. No te preocupes, el camino es corto. En eso sí me gusta esta ciudad.

Jonás le dejó irse, mientras se quedaba a solas en el banco, con la bebida. En el breve lapso de tiempo durante el que terminó esta, no se molestó en asumir ninguna de las abundantes palabras de su amigo. Tampoco lo hubiese logrado.

No hay comentarios: