miércoles, septiembre 01, 2010

LOS CERDOS. Entrega 22.

Finalmente Jonás abandonó el locutorio y, lejos de poder ir a descansar como quería, fue necesario el realizar alguna que otra compra. Luego, cargando con las bolsas, regresó a su edificio en medio de una pesadumbre que el calor agravaba. Supuso que, al igual que la noche anterior, el subir los escalones iba a constituir toda una prueba olímpica para él, con el hándicap de llevar esos lastres. Una prueba absurda, como en general le estaba resultando toda aquella jornada. Tan penosa era su ascensión que una anciana que bajaba en sentido contrario, apoyándose tanto en su cachava como en la barandilla aunque por motivos diferentes a los suyos, no tardó en cruzarse con él. Jonás la reconoció, era la misma viejecita que no le había devuelto el saludo cuando llegó por primera vez al edificio. Jonás, por si acaso la hubiera juzgado mal, sacó a relucir de nuevo su cortesía, aunque en sus condiciones le resultara complicado.

- ¡Hola!- dijo, de un modo lo más alegre que pudo.

La anciana volvió a pasar delante de él, sin mirarle y sin separar los labios. Jonás no quiso entonces pensar que tal vez ella tuviera motivos para ignorarle y, decidido a darle un escarmiento en nombre de todos los vecinos maleducados, dejó las bolsas en el suelo y gritó:

- ¡He dicho HOLA, joder!

De esa manera, si la señora tuviese problemas de oído podría haberle escuchado a la perfección. Jonás pensó que probablemente no los tuviera, puesto que su grito, como una onda expansiva, casi dio con sus frágiles huesos en la escalera. Ella, aterrada, se dio la vuelta y masculló algo que parecía un saludo, aunque Jonás no pudo escucharlo. De todos modos se dio por satisfecho.

- Que tenga un buen día, señora- añadió, con una sonrisa, y luego continuó subiendo. A la altura del piso de Ari, la colombiana salió como si le estuviera esperando, aunque quizá no fuese más que una coincidencia.

- ¿Qué tal estás?- se interesó su vecina.

- ¡Buf! Ya me gustaría decirte que bien, pero, tras lo de anoche, pensarías que estoy mintiendo, je, je. Sin embargo tú debes de tener buena resistencia a tu cóctel de ron.

- ¡Pues claro chico!- respondió ella, entre carcajadas- ¡Yo soy la autora y yo tengo el antídoto, ja, ja! ¿Qué llevas ahí? ¿Comida o bebida? ¡Ja, ja!

- Mira, no quiero ni recordarlo, solo se que llevo algo que me pesa más hoy de lo que me pesaría cualquier otra vez.

- ¿Te ayudo a subirlas? Te debo un favor…

Jonás se mostró estupefacto.

- ¿Un favor? En todo caso te lo deberé yo a ti, por lo bien que me trataste anoche. ¿Por qué te lo debo?

Ari debió de pensar que Jonás se estaba haciendo el sueco.

- Bueno… Las noticias vuelan, y más en un vecindario pequeño como este. Mucha gente se ha enterado ya del susto que le metiste a esa niñata… Y la verdad es que, como vecino nuevo, les empiezas a caer muy bien, Jonás. Hay mucha gente que no soporta a esa parejita, pero no todos están dispuestos a enfrentarse al novio…

- ¿El novio? Quieres decir… ¿La choni y el otro? No se muy bien de qué me estás hablando…

Ari le guiñó un ojo, dándole una palmadita en la espalda.

- ¡Ay! Mira que eres modesto, desde luego que quien acabe contigo se llevará una joya, ¡ja, ja! Esta noche estás invitado a otra jornada de pollo y ron, bueno, con más pollo que ron, que todos los días no puedes acabar como hoy, ja, ja.

- No debiera, desde luego. De todos modos creo que no voy a poder, Ari, tengo comprometida otra cena…

Por el rostro de la mujer pareció verse por un segundo la decepción, pero al instante ya lo había distorsionado en una mueca burlona.

- ¡Ajá! Muchas citas tienes tú, ¿no? ¡Picarón! Bueno, bueno, pues que la disfrutes, y no bebas demasiado. No te pregunto más detalles que luego me llaman marujona… ¡Ja, ja! Eso sí, si la cena te dura poco y te quedas con hambre, ya sabes dónde estoy.

Jonás le dio las gracias y, sin aceptar su ayuda, ya se disponía a subir las bolsas cuando Ari le llamó por última vez.

- Nos vemos esta tarde en el curso, ¿verdad?

Jonás lo había olvidado por completo, de ahí que su reacción fuera muy natural.

- ¡Oh! Hoy no tengo la cabeza en su sitio, desde luego… ¡Sí, nos vemos!

Jonás mintió, había tomado bastante antes la decisión de no asistir. En algo no mintió, y fue en decir que tenía una cena comprometida. Lo que no concretó a Ari es que el compromiso lo había adquirido consigo mismo, nadie más estaba invitado a ese evento. Esa noche Jonás se dirigió a un restaurante chino situado en una zona céntrica de la ciudad, y, aunque acudiese de forma solitaria, no por ello había descuidado su aspecto, llevaba una americana y camisa. Al entrar pidió mesa para uno a la joven camarera, sin por ello sentirse peor. Esta, con la cortesía que ya había comprobado en ese tipo de establecimientos, le acompañó hasta una pequeña mesa, bastante acogedora teniendo en cuenta que el local era céntrico y solía estar bastante abarrotado.

Jonás comenzó a mirar la carta, sin demasiado interés. Tenía una cierta idea mental acerca de lo que quería, así que fue pasando las fotos que la ilustraban hasta que encontró el plato adecuado, que pidió a la camarera. Para beber, tentó a la suerte y preguntó que si tenían Lambrusco. Como imaginaba, la joven ni siquiera pareció entender sus palabras, así que se conformó con una jarra de cerveza, pensando que Italia estaba muy lejos de China. Que se lo digan a Marco Polo, hubiera añadido Al de haber estado en aquel momento con él.

A Jonás no le importaba estar solo porque, como había planeado, quería volver a sumergirse en recuerdos de escenas que habían transcurrido en un escenario semejante al que se encontraba en aquel instante, aunque situado en otra ciudad. Penélope había aceptado su invitación para cenar asimismo en un chino. Por aquel entonces, también vestido con esmero, Jonás se encontraba en una mesa para dos, leyendo también la carta, no tanto para encontrar algún plato que le convenciera sino para disimular sus nervios. No quería caer en el pesimismo por adelantado, pero sabía que ella había salido la noche anterior, y que existían ciertas posibilidades, comprensibles hasta cierto modo, de que se rajara, aunque en ese caso él esperaba que tuviera la bondad de avisarle. No obstante, tampoco llevaba un retraso considerable.

De repente apareció, vistiendo de un modo sencillo pero atractivo a la vez. Antes que en la ropa, Jonás se fijó en su rostro, que estaba casi libre de ojeras y otros signos de juerga nocturna. Penélope no parecía muy aficionada al maquillaje, pero él pensó que quizá esa noche hubiera querido recurrir ligeramente a ese truco. ¿Para él? Sonaba vanidoso por su parte.

- Mucho me miras- dijo Penélope entre risas, después de saludarle- ¿Estoy mona?

- ¡Mucho! No es que me extrañe por eso, es solo que no tienes cara de haber salido hasta las tantas.

- Bueno… Todo es relativo, Jonás. Salí, pero tampoco fue para tanto. De todos modos, no todas las personas tenemos las mismas necesidades de sueño. Durante mucho tiempo la noche ha sido una aliada para mí, el momento ideal para dar rienda suelta a mi trabajo y plasmar mis pesadillas… Me he acostumbrado a dormir poco.

- ¡Qué chollo! Yo soy bastante marmota, pero es un vicio que suelo moderar.

- Bueno, para estudiar tanto tendrías que sacar horas de donde pudieras, ¿no?

Jonás rió con desgana, como de un chiste que ya le hubieran contado varias veces.

- En fin. Lo cierto es que no he estudiado tanto como muchos pensáis. Yo creo que la vocación es lo importante… Si no me gustara mi carrera, ya podría haber estado años y años, todavía andaría entre Segundo y Tercero. He tenido suerte. Y hoy también.

- Ja, ja. Vamos, caballero, que no estás en el Palace. ¿Tienes suerte de tenerme hoy aquí? Bueno, a mí me hubiera gustado tenerte un poco más anoche…

- Eso me pareció. Luego pensé que me tendría que haber quedado algo más, sin embargo me dio la neura, debería saber adaptarme mejor a ese tipo de ambientes.

- No te disculpes, cariño. Aquí nadie está libre ni de neuras ni de demonios. Te lo diré yo… ¿Has mirado ya la carta?

- Estaba en ello…

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