sábado, enero 08, 2011

Tengo algo que deciros.


He visto pocas películas durante estas fiestas, pero una de ellas venía muy a cuento con el espíritu de las mismas. Ya se sabe. Por Navidad, la familia se reúne y hay mayor probabilidad de que surjan anuncios, algunos inesperados y otros indeseados. Esto sucede en la película italiana Tengo algo que deciros, de Ferzan Ozpetek. Un joven regresa a casa por Navidad, de Roma a su pequeña ciudad natal, Lecce (léase Leche, curiosamente comienza igual que León), y allí le cuenta a su hermano que va a salir del armario durante una cena familiar, y de paso dejar claro que quiere seguir su camino de escritor y pasa de currar en el negocio de fabricar macarrones y demás. En esto, voilá, que el propio hermano se adelanta y se declara gay en dicha cena, por lo que tiene que exiliarse y el otro hermano debe asumir le guste o no su cargo en la fábrica.
Al margen de las probabilidades de que dos hermanos varones sean ambos homosexuales, que las hay, quiero decir que este filme no es un dramón sino una comedia, de tintes dramáticos, pero con un tono suave y muy apropiado para las fechas navideñas. La familia protagonista es tradicional, pero no normal en el sentido que pueda imaginarse. El personaje del padre intolerante no se hace odioso porque es ridículo y bufonesco, las escenas en las que le entra la paranoia de que toda la ciudad sepa su secreto son de lo más exageradas. Por ahí hay otros personajes como una joven bella que intenta sacar el lado bisexual del protagonista (sin lograrlo) y la cinta baja enteros cuando llegan los amigos gays de Roma, un trío de locas que aportan litros de aceite, por otro lado tan básico en la dieta mediterránea. Ahí se entra en el terreno del tópico aunque no sin cierto realismo, puesto que yo conozco a personas así y sin necesidad de ir a una capital del estado para encontrarlas.
En fin. Podemos alegrarnos. Los italianos están bastante peor que nosotros, solo hace falta ver quiénes mandan allí, con ese vecino incómodo del Vaticano que influye mucho más de lo que debería. A mí me ha gustado, también porque no puedo evitar sentirme identificado con algunas situaciones. Al final (y no es que quiera estropeároslo) el protagonista se confiesa pero no en cuanto a orientación sexual, sino que dice que quiere ser escritor, terreno espinoso incluso para los personajes de ficción. Yo, mientras sigo la misma senda, tendré que afianzar la licenciatura, así que me pongo a ello, que el toro empieza a acercarse demasiado.

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