viernes, septiembre 09, 2011

Estampas matritenses (I).





¡Ya estamos aquí! Y con dos semanas, poco más, de libertad todavía. A lo Mesonero Romanos, aunque con un espíritu menos castizo y conservador, puedo traer como recuerdo una serie de estampillas matritenses, de fotos realizadas por esa cámara que ya está pidiendo a gritos una jubilación. Cada vez que la saco, parece que me diera vergüenza, ya todo el mundo con sus teléfonos inteligentes (aunque si tan inteligentes son, que se presenten a los exámenes por mí), y cacharros digitales del tamaño de una libretita. Solo podría haber un shock más grande si sacara una de carrete, y desechable, como las que vendían no hace tantos años.
Pero relajemos y, antes de que llegue el mal tiempo (o bueno, que al menos nos libra del calor), ahí dejo mi estampa en la plaza de Chueca, degustando un mojito a las frutas del bosque en la terraza de la coctelería La mariquita (dejo en vuestras manos la decisión de si ese nombre revela mayor o menor gusto). No suelo tomar copas para el postre y esa, aunque estaba deliciosa, quizá no me sentó del todo bien. La culpabilidad estaría entre esta y el frappuccino del Starbucks en el que aproveché para colgar la última entrega de la novela. Nunca me sentaron demasiado bien las cosas del Starbucks, sus tés me han llegado a dar náuseas. Y no solo lo digo porque sea un sitio poco económico...


Antes de ese postre bautizado con hielo, estuvimos comiendo justo al lado, en el mercado de San Antón, uno que han reformado recientemente y que en su segunda planta tiene puestos de tapeo, no ciertamente al estilo leonés pero sí más exótico e internacional: que si un italiano, un japonés, un griego... Analicemos mi petit menú: ensalada de tomatitos, queso feta con pimientos, hamburguesa de solomillo con cebolla caramelizada, todo ello regado con una copa de Lambrusco, que quizá tenga que asumir parte de su culpabilidad en el malestar provocado junto al frappuccino y al mojito.


Aproveché la estancia en el mercado para el más difícil todavía, comer unos noodles con palillos. Los japoneses son listos, porque los comen directamente de boles que pueden acercar a la cara, y de esa manera es más fácil utilizar los palillos que en el absurdo caso de tener que acercar un plato hondo y enorme. Aquí acaba la lección gastronómica de hoy, en la próxima serie colocaré algunas estampas más con amigos, alternando a lo grande por Madrid o sus aledaños. ¡Buen provecho!

2 comentarios:

Hopewell dijo...

A ver si se te ve más por aqui!!!!

Luis dijo...

A ver a ver... Me perdí la fiesta de tu cumple por poco, espero que lo hayáis pasado bien!