miércoles, agosto 31, 2011

LOS CERDOS. Entrega 48 y última.

EPÍLOGO.

Poco más de un año después de aquel funesto suceso, Jonás llegó en tren a una idílica residencia campestre, la cual celebraba una especie de merienda de confraternización entre los que permanecían dentro, los visitantes de fuera y aquellos que se encargaban de velar por el funcionamiento de la institución. Todos estaban siendo agasajados en los jardincillos que circundaban el complejo principal, un lugar de recreo que, no obstante, perdía fuerza frente a la majestuosidad natural del bosque que envolvía todo aquel recinto como una túnica protectora.

Penélope se encontraba disfrutando del animado ágape, una más entre familiares, compañeros y personal; residía aún allí, por su propia voluntad y sin sensación alguna de encierro, antes bien de una liberación que saboreaba al tiempo que los primeros instantes de su maternidad. Su pequeño reposaba en una sillita junto a ella, en sus pocos meses de existencia daba muestras de una plácida tranquilidad, dormitando ajeno a las risas que surgían del grupo en el que se había apostado su madre.

Cuando Jonás enfilaba la vereda que se dirigía hacia los jardines, se cruzó con otro visitante que también venía a reencontrarse con Penélope. Se trataba de Al; hacía un tiempo desde la última vez en la que Jonás había charlado con su amigo, y pudo comprobar que la metamorfosis en su nueva figura pastoril se había consumado con suma naturalidad, lejos de constituir una patochada como la que él había imaginado en sus primeras y mordaces consideraciones. Al, en efecto, iba vestido como un pastor, no necesariamente cual las figurillas de terracota de un nacimiento, aunque de ellas sí parecía conservar la estampa de entusiasmo y un corderillo al hombro de su rebaño, que llevaba como presente para el que podría ser su propio hijo.

Ambos se abrazaron con alborozo, y compartieron esos últimos pasos antes de llegar a la posición en la que Al no solo pudo saludar a Penélope, sino también a varios conocidos de la etapa en la que él residió en el centro. Admiraron al pequeñín pero sin levantarle, no querían turbar su sueño. Al sacó del zurrón una bota de vino, rebautizada como odre, y la alzó con el propósito de que todos le imitaran en el anticipo de un brindis.

- ¡Amigos reunidos en la floresta, salud! ¡Brindo por este infante, al que desde tierras norteñas le he traído como presente el corderillo más lozano de mi rebaño!

Todos brindaron y Al se echó al gaznate un trago generoso de vino, antes de que una mujer madura, residente allí y que siempre había albergado un sentimiento maternal respecto al joven, le interpelara en tono lastimero.

- Pero Al, no querrás que le hagamos daño a esa monada de animalito, que parece todo de algodón, ¿verdad?

- Bueno, Marisa, yo ya no soy el dueño de su destino. ¿Acaso se interesaron los pastorcillos que fueron al portal de Belén por si sus presentes se transformaban en chuletillas o algo así? Bueno, siempre podrá crecer aquí; no será por falta de pastos…

- Estoy segura de que a Jorge le encantará el regalo, y él todavía no puede comer chuletillas…- dijo Penélope, entre risas- Pero ahora está fuera de combate, y mejor será que así esté durante un rato. Aprovechando esta tranquilidad, me gustaría dar un paseo por el bosque, tener un paréntesis dentro de la merendola.

- Que te acompañe Jonás- sugirió Al- Aquí mis antiguos camaradas y yo vamos a rememorar una serie de batallitas, y no querría que fueras a acompañar a tu criatura al mundo de los sueños.

- ¡Justo a tiempo, pues!- exclamó ella, mientras con un brazo se amarraba al de Jonás y con el otro empujaba la sillita, orientando la expedición hacia la menos transitada espesura.

Paseando por zona tan alejada del bullicio, que no daba muestras de albergar otra presencia humana que las suyas, Jonás comenzó a observar a Penélope bajo otra luz, ya no la matizada por el carácter umbrío del bosque sino la que le otorgaba el sereno semblante de la maternidad.

- Cuesta creer que solo haya pasado poco más de un año desde la última vez que nos vimos, ¿verdad?- comentó- Desde el atentado. Nunca, en aquel momento, llegué a pensar que algún día podría verte así… en esta faceta.

- ¿Podría haberlo pensado yo?- añadió Penélope, con una sonrisa.

- He evitado la cárcel- continuó Jonás- He evitado todo lo malo que podría haber surgido de esa locura que me invadió. Y, lo más importante para mí, es que he conseguido lo que creí perder para siempre, la posibilidad de verte otra vez. En definitiva, que tu perdón ha llegado más pronto de lo que imaginaba.

- ¿Qué perdón?- inquirió Penélope, restando importancia al asunto- ¿El perdón porque nunca quisiste acabar con mi vida, como siempre supuse? Tú solo quisiste matar… a los cerdos. A veces es complicado saber qué es lo que va a perjudicarnos. Imagina que con tu actitud me hubieras evitado coger un tren que me llevaría a una muerte segura, por plantear una hipótesis. ¡Todo podría haber sucedido ese maldito día!

- Sin embargo- replicó Jonás, con una nota de amargura- creo que podría haber salvado a muchas más personas. Cuando vi a esa figura del baño, la del chándal…

- ¡No te culpes por eso!- le interrumpió Penélope- Lo que importa es que ahora los dos estamos bien. ¿Tendríamos que sentirnos culpables por ser supervivientes? Mira, Jonás, durante mi estancia aquí estoy sintiendo de nuevo los beneficios de ver las cosas con una mirada positiva. Y ahora ya me siento con ganas de abandonar el edén, de salir de este encierro en el que entré por mi propia voluntad, y por mi propia voluntad saldré en unos días. En realidad, me he tomado esa merienda como una especie de fiesta de despedida, lo cual es un poco egocéntrico por mi parte, je, je, en todo caso no me gustaría demorar mucho mi regreso allí, así que cuéntame tú qué tal durante este tiempo. ¿Has vuelto a tu tierra?

- Sí, y con más suerte de lo que pensaba. Una empresa me ha comprado la patente de mi último invento… Un arma mortal contra las cucarachas, ¿te lo puedes creer? Mientras esas pequeñas cabronas sigan repugnando al personal, creo que podré seguir ahorrando. Y me gustaría ayudarte un poco con el niño, si lo ves necesario, claro; más allá del posible vínculo que tengamos, podría ser el padrino. Un padrino sin bautizo.

Por respuesta, Penélope bajó la mirada hacia la cabecita dormida de su retoño, con embeleso.

- Tienes suerte- le comentó en un susurro- de tener un padrino que te manda corderitos, y otro que te manda billetes.

Jonás la imitó con una sonrisa, observando los rasgos del pequeñín.

- ¿Sabes? Siempre se me dio mal sacar parecidos respecto a bebés, frente a esos que se los sacan ya a las pocas horas de vida. Sin embargo, este niño me recuerda más a Al. ¿No tienes curiosidad al menos por saber quién es su padre?

Penélope se encogió de hombros, indicando que le resultaba indiferente.

- Si acaso- sugirió, con acento irónico- podríais alternaros los papeles entre Al y tú, ¿no crees? Una vez harías de papá, y otra de tío.

- Eso suena mejor que irnos alternando como papá y papá.

Este último comentario provocó una carcajada en Penélope, tan entusiasta y limpia como los trinos de los pájaros que se refugiaban en las altas copas de los árboles. Ella siguió riendo, sin importarle el sueño de su hijo, que continuó estable por momentos, y Jonás dejó también que su alegría escapara a borbotones hasta que, de una forma espontánea y que no había premeditado en modo alguno, sus labios se juntaron con los de Penélope, sin que ninguno de los dos supiera a ciencia cierta quién había sido el primero que inició el acercamiento.

Ese beso, al que habían llegado de una manera tan natural como incierta en sus inicios, tuvo un espía, una suerte de peeping tom que, despertado de su siesta al resguardo de un arbusto cercano, observaba las evoluciones de la pareja con niño. Se trataba de uno de los internos, un vejete de apariencia tan inofensiva como su curiosidad, que solo quería solazarse con esos instantes de felicidad captados de la manera más casual, y que estaba contemplando con una enigmática mueca en el rostro, difícil de interpretar.

Si pudiéramos haber adoptado su punto de vista, observaríamos cómo Jonás y Penélope eran transformados en dos humanos con rostro porcino que juntaban los hocicos y luego los separaban con una beatífica sonrisa.

FIN

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