miércoles, febrero 15, 2012

Madrid entre exámenes (II).

Al margen del día que fuera ayer, tuvo su carga de surrealismo. No hubo, apenas, suerte. Claro que bastante suerte tuve ya con las notas... No siempre se puede ganar, amigos. Lo cierto es que hoy, pese a los consabidos cambios de rutina, estoy satisfecho en general con el comienzo del cuatrimestre. Por primera vez he asistido a una asignatura de libre configuración que no es de mi carrera, sino de Historia del Arte. Se llama Medios de Comunicación, y parece más interesante que bastantes que haya tenido que cursar de modo obligatorio. 
Y, como sea que el blog es un medio de comunicación de los más recientes, voy a seguir escribiendo ahora que me lo puedo permitir. Tengo menos horas de clase, y más dispersas. Habrá numerosos huecos a rellenar buenamente. Rellanaré este comentando un poco más el viaje a Madrid. El viernes tres del presente hacía un viento considerable en la capital. Pese a ello, estuve con un amigo de compras, claro que yo no compré nada. Por suerte, ya bastante de eso hubo otros días. Para reponer fuerzas y entrar en calor (humano) fuimos a la sidrería El Tigre versión 2.0. En la original había una cancerbera echando a la gente para esta, alegando que el local ya estaba muy congestionado. Absurda razón, pues la secuela también andaba de bote en bote, y muy llena de extranjeros. 


































Pareciera que en alguna guía hubiese  aparecido ese como de los pocos bares de tapas gratuitas, al leonés modo, lo cierto es que la tapa era lo mismo que te puedes encontrar aquí en cualquier lado: patatas, tortilla de patatas, croquetas. Económico, y abundante. Al día siguiente continuó esta tendencia de tascas tradicionales, en el barrio de la Latina. Tascas con fútbol, como a la que fui con Nacho y Jessica. 




El domingo rematamos la faena en otra terraza, aquella de la que ya dejé registro gráfico en el último viaje y por lo tanto no repetí en este. Después no volví a Legazpi sino que decidí quedarme con ellos para cumplir una tradición de antaño, en pisos ya amortizados de Madrid, la de ver Cuarto Milenio, acojonándose un poco si es necesario (pues no pocas veces me tocó verlo a mí en solitario). Agradezco su hospitalidad, la pizza casera y el hecho de que Nacho me dejara dormir en su zulo-estudio, bastante decente para lo que se suele ver en la capital. Concluiré en la próxima entrega mostrando qué dieron de sí los tres últimos días. 

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