lunes, diciembre 22, 2014

La sonrisa etrusca.

En este año que finaliza, he reducido de forma sustancial mi adquisición de libros, excepto aquellas compras por motivos académicos, y gracias a ello he podido rescatar viejas lecturas pendientes, ya sean de la biblioteca familiar, antiguos regalos olvidados o libros que dejaron mis hermanos aquí. Desde luego que en la actualidad me estoy centrando en lecturas relacionadas con la tesis, pero no de forma monotemática. 
He aprovechado para leer una novela que andaba rondando por la casa, La sonrisa etrusca, de José Luis Sampedro. Se lee muy bien, en tres o cuatro días y un par de viajes en tren, la historia es absorbente. Y su encanto se basa asimismo en su sencillez, pues es una historia de redención protagonizada por un personaje terminal, el clásico viejo cascarrabias. Bueno, más que cascarrabias, una insufrible versión de lo que se entiende por macho italiano. Machista hasta la náusea, sobre todo desde los estándares de mi doctorado, y por descontado homófobo; eso sí, firme defensor de la zoofilia como iniciación a la vida sexual. 
Este campesino calabrés, caricatura de la Italia más violenta y atrasada, atravesará no obstante un proceso de feminización a través, por un lado, del cuidado de su nieto y, por el otro, de una última relación con una mujer que le aporta más que el mero goce animal del que el sátiro se mostraba tan orgulloso, ya declinante a causa de su enfermedad (que no a causa de sus años porque, también según estándares actuales, tampoco es tan viejo). Este proceso incluso dejará huellas físicas, como el crecimiento de pechos debido a las hormonas de la terapia, que se subraya con el comentario de mitos como el de Tiresias. El personaje tiene también algo de don Quijote, pues va confundiendo la vida real con su lucha en la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. El mundo de los partisanos, tan homoerótico, se revela un irónico contrapunto, fuera de ello consciente el autor o  no. De lo que seguro que sí fue consciente es de otras ambigüedades, como esa estudiante comunista que con pantalones prietos tiene el culo como un muchachito, ante la mirada lujuriosa y confundida del tío. Ye lo que tiene una figura tan extrema, hasta la parodia. Los extremos se tocan. 
La moraleja que, al menos yo, extraigo de la historia es la imbecilidad de todos esos abuelos y padres que quieren cortar a sus hjos y nietos por el mismo patrón que ellos mismos. Como es lógico, y sin lugar para sorpresas, el viejo pastor no llegará a comprobar si el nieto acabará dando navajazos y llevándose a mozas al pajar, como a él le gustaría. En todo caso, tampoco llegará a comprobar si sucede lo contrario, una posible decepción que se ahorra. Como don Quijote, representa a un mundo que se derrumba. Afortunadamente, debo añadir. 

1 comentario:

claudine dijo...

Interesante reflexion tisi!!